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Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Es momento de calificar como "generación desaparecida" a los llamados "generación bicentenario", aquellos payasos jovenzuelos que salieron a marchar llorando por la vacancia de Martín Vizcarra, causando desmanes y atacando a la policía para permitir que la mafia caviar recapturara el poder.
En aquella ocasión, una vez más los jóvenes hicieron el papel de tontos útiles de la izquierda. Ese parece ser su destino. Desde que entran a la universidad los infectan con el virus del progresismo y empieza su adoctrinamiento intensivo en el odio al sistema. Tras la vacancia de Vizcarra salieron a poner el pecho para que la mafia caviar recuperara el poder a cualquier costo. Nunca hubo ninguna "defensa de la democracia". Solo fue una defensa estúpida de los intereses de la mafia caviar. Los engañaron. Tampoco era la lucha contra un feroz dictador que tenía décadas oprimiendo al pueblo. Era una trifulca callejera para tumbar a un hombrecillo de pueblo salido de la nada, convertido repentinamente en presidente ocasional tras la vacancia del sinvergüenza de Vizcarra. Merino no era nadie, pero la narrativa progre lo convirtió en el artífice maléfico de un golpe, como si el pobre Merino tuviese algún liderazgo o la astucia de un Maquiavelo para controlar el voto de 105 congresistas. Absurdo.
Pero ese fue el cuento que les contaron a estos ñaños del bicentenario para que salieran a excretar sus odios contra Merino "el dictador y golpista". Son tan ignorantes que se creen cualquier cuento que les dan como insumo para sus odios. Así los convencieron de soltar sus biberones y calzarse las zapatillas para "recuperar la democracia perdida a manos de un dictador". Nunca entendieron bien lo que pasaba en el país. Nunca supieron por qué Merino estaba con la banda presidencial. Solo repetían como zombies "Merino dictador" y "No me representa". ¿Quién podría representar bien a esta masa de borricos juveniles? No hubo que esperar mucho porque enseguida llegó el ignorante de Pedro Castillo para erigirse como su representante y presidente. Hoy deben estar felices.
¿Dónde están ahora todos esos payasos imberbes que se creyeron hijitos predilectos de la madre patria? ¿Por qué no se ponen ahora las zapatillas para defender al país de esta banda de delincuentes e incapaces en el poder? Está desaparecidos. Nada se sabe de ellos. Y es que estos bobitos solo son arriados a las calles para defender los intereses del progresismo y de la mafia caviar oenegera. Solo para eso los convocan. Por eso salieron a defender al caviarón ministro Jaime Saavedra, gran aliado de las oenegés y los medios; a defender al fiscal de Odebrecht y admirador de los terrucos José Demente Pérez, y también a llorar por Martín Vizcarra, socio de la mafia caviar y el progresismo. Solo para esas ocasiones es que les abren las puertas del corral y los lanzan a las calles con sus pancartas. Y se creen revolucionarios.
Estos jóvenes siempre han servido como tontos útiles de la izquierda, acá y en el resto del mundo. Son fáciles de convencer y manipular con cuentos baratos. Por eso mismo los sacan una y otra vez para cacarear insultos contra Keiko y el fujimorismo, la peor amenaza de la izquierda en el siglo XXI. Para eso si fueron convocados por las oenegés pro terrucas, los centros federados, los partiduchos y movimientos de izquierda y la prensa vizcarrista. Así ha sido siempre. No son nada especiales estos jóvenes de hoy como han tratado de venderlos ciertos escribas del progresismo académico en sendos artículos farragosos de tono sociológico e histórico. Mucha gracia me causaban estos artículos que el año pasado proclamaban las grandiosas cualidades de una "nueva generación" que ha "tomado conciencia".
¡Por favor! Esta es la peor generación de jóvenes que yo haya visto. Es la generación del Tik Tok y las redes sociales donde sus fotos y videitos ilustran toda su fatuidad, la que vive con el celular en la mano y el audífono en la oreja, desconectados de la realidad; la que aprende política con memes, la que ha sido adoctrinada por la izquierda progrecaviar y amaestrados como loros para repetir "Fujimori nunca más" y "Keiko corrupta". Esta es la generación con los mayores índices de problemas de aprendizaje y de conducta, la generación del TDAH, la generación que no lee ni comprende lo que lee, la que estudia en universidades basura o con docentes basura que han politizado la enseñanza.
Esta generación es la de chicos que vivieron como reyes en un país con estabilidad económica y crecimiento sostenido, disfrutando de la paz, sin terrorismo ni hiperinflación ni huelgas generales. Es la generación que vivió en la abundancia, con centros comerciales modernos, supermercados abarrotados, con libre importación, Internet, electricidad y agua potable. Cosas que no habían antes de los 90. Esta generación no tiene idea de cómo suena un coche bomba, no sabe lo que es un apagón de varios días, ignora lo que es tener que estudiar con velas, nunca ha tenido que vivir con agua racionada, no sabe lo que es salir corriendo antes de la media noche para hacer cola en los grifos porque el ministro de economía acaba de soltar un paquetazo, no saben lo que es hacer cola toda la mañana para comprar dos tarros de leche y tres kilos de azúcar y arroz porque todo está racionado, no sabe lo que es vivir en una ciudad repleta de tranqueras que impiden el paso por miedo a los coches bomba.
Esta generación no tiene la puta idea de lo que nos costó recuperar la paz interna y externa, arreglar la economía, reconstruir el país y reestructurar el híper Estado quebrado. Pero en medio de su absoluta ignorancia y estupidez, y con sus cabecitas llenas de cuentos rojos, tienen el cuajo de creerse los "defensores de la democracia" cuando solo salen como borricos arriados para defender los intereses de la izquierda pro terruca, del progresismo delirante y de la mafia caviar. Lo que es a mi, esta generación me da mucha pena. Es la generación más ignorante, más engañada y manipulada de la historia.
Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Los argumentos de izquierda agotan. No solo porque son siempre los mismos sino porque son tan burdos que da flojera responder. Pero haremos un esfuerzo educativo para aclararles el cerebro. Veamos los cuentos de izquierda que siempre se leen como comentarios en cualquier artículo progresista.
Digamos primero que la izquierda está hecha de gente que vive eludiendo la responsabilidad. La base de su raciocinio es el clásico argumento conspiranoico que culpa al "sistema" de todos los males de la sociedad: los abusos, la desigualdad, el racismo, la usura, le envidia, los celos y hasta los juanetes. Es decir, todos los males que carga la humanidad desde que apareció en este planeta, y que la historia registra desde antes de la aparición del capitalismo, son achacados por nuestros ingeniosos progres al "sistema", "el sistema neoliberal", el Satanás que debe combatirse con agua bendita socialista para que todo sea felicidad.
El primer error infantil del progresismo es confundir la naturaleza humana con el capitalismo. El capitalismo no creó el afán de lucro, el egoísmo, el deseo de superación, la ambición, la especulación, el riesgo, la usura, etc. Nada de eso es una creación del capitalismo sino todo lo contrario: el capitalismo es consecuencia de todos esos rasgos naturales de la humanidad, que son además los que han permitido el progreso, junto con otros componentes, claro está, entre los que se debe mencionar la libertad en primer lugar. El segundo error es anular todas estas características humanas creyendo que así se combate el capitalismo. Hacerlo no es combatir el capitalismo sino al mismo ser humano, y es precisamente lo primero que hacen los regímenes socialistas en aras de una sociedad utópica, donde no exista lo que llaman equivocadamente "lastres del capitalismo". Lo único que genera el socialismo es una sociedad castrada, sometida, anulada en sus virtudes y fortalezas, convertida en un corral de borregos sin iniciativa ni esperanzas ni ambiciones ni sueños, resignada a vivir alimentada por la mano de un tirano, como ocurre en Cuba y terminará ocurriendo en Venezuela, y ocurre cada vez más en la Argentina kirchnerista.
Sin embargo, otro error del progresismo es esquivar las culpas. Después de todo, son campeones esquivando responsabilidades. Siempre salen con cosas como "nunca hubo verdadero comunismo" o "nunca gobernó la izquierda". También afirman que el fracaso cubano es culpa del bloqueo norteamericano y que la crisis de Venezuela es un complot de la derecha, y dijeron lo mismo en los días en que Allende destrozaba Chile con sus experimentos comunistas. No, la izquierda nunca se equivoca, nunca han fracaso, jamás gobernó. Y lo mismo dicen en el Perú: la izquierda nunca gobernó. Bueno, aparte de esquivar culpas, esto es la tradicional ignorancia que suele ser parte del progresismo. No solo ya olvidaron quién es Abimael Guzmán sino que ignoran a Velasco Alvarado.
Así como muchos progres sostienen que el actual modelo es el implantado por Alberto Fujimori en los 90, y que nos ha permitido reducir la pobreza del 60% al 22% ampliando la clase media y mejorando el nivel de vida de millones, aun en los Andes, donde por fin hay un sector agrícola exportador, también podemos decir que el Perú sucumbió al modelo implantado por Velasco en los 70, con la funesta asesoría de connotados ideólogos marxistas, quienes montaron las tesis del socialismo eliminando y mellando la propiedad y la libertad. De modo que nadie puede decir que la izquierda no gobernó. No lo hicieron a través de un partido como el chavismo, pero implantaron casi todas las recetas del chavismo con el velascato, al punto que Hugo Chávez las aprendió acá en esos días. El chavismo no es más que un velasquismo del siglo XXI.
Pero lo más nefasto de la izquierda en el Perú es que mucho de ese modelo de los 70 sigue en pie. No todo se pudo revertir o no se quiso revertir. Además, hay cosas irreversibles, como la deuda agraria y los líos de propiedad de la industria azucarera, que nunca volverá a alcanzar el esplendor que tuvo en los años 60. También queda una mentalidad absurda en contra de la privatización de bienes y servicios que el Estado maneja y brinda en pésimas condiciones, apelando al discurso que el velascato impuso como dogma: el nacionalismo, los sectores estratégicos, garantizar la alimentación, y varias otras panfletadas por el estilo que los tontos repiten como loros, sin conciencia de la idiotez que dicen.
De modo que ese estribillo cansado del progresismo de que la derecha siempre gobernó es inexacto. Acá la derecha nunca ha tenido huevos para ir en contra del pensamiento políticamente correcto impuesto por el progresismo y la caviarada. ¿No están allí los mamarrachos ministeriales de cultura y del ambiente? ¿No les dieron gusto con el bodrio del Ministerio de la Mujer? Y eso lo hizo Fujimori. ¿Acaso no les dieron gusto para formar su circo de la Comisión de la Verdad para lavarle la cara a la izquierda violentista setentera, precursora del terrorismo? ¿No tienen ahora ese mamarracho ridículo del Museo de la Memoria, Tolerancia y de la Inclusión Social? No pudieron ponerle un nombrecito más huachafo. ¿No les dieron gusto eliminando la Ley Pulpín por una pataleta de niño malcriado?
De manera que no me vengan con ese cuento de que la derecha siempre gobernó y que la izquierda nunca gobernó. Ese discursito es solo para tontines que acaban de abrir los ojos y no han aprendido nada de la vida, pero ya creen que pueden dar cátedra cacareando consignas con el puño en alto. La izquierda siempre ha estado presente como un lastre de la política. Tienen peso en los medios donde los caviares abunda en columnas sobrevaluadas. Detrás de su disfraz de defensores de causas nobles y justas, influyen en las políticas públicas y en las promesas electorales. Llegamos al colmo en que todo el mundo se declara de izquierda y acaban infectando sus planchas y listas con especímenes rojos, como si fueran condimento del sancochado electoral. Lo que sobra en este país es gentita de izquierda. Lo que nos falta es gente que tenga los cojones para declararse de derecha y pensar como liberal. Así que cuando alguien me dice que es de izquierda, yo solo puedo sonreirme porque no hay nada más barato, simplón y vulgar que ser de izquierda y pensar como un súper héroe social que quiere salvar el planeta.
Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
¿No les parece sospechoso que todo el mundo quiera ser de izquierda? Calabacitas de la TV afirman que ser de izquierda es "querer el bien para todos". Hasta el cocinero Gastón Acurio dice que "ser de izquierda es un deber moral". Algo pasa que la gente cree que ser de izquierda es la posición correcta en la vida, lo más cool, la pose buena. Parece que las mamás ya no les dicen a sus hijos que sean buenos chicos sino que sean de izquierda. Más o menos esta es la idea que prima en un gran sector de nuestra chibolería. Resulta que en la izquierda encontramos una galería de lunáticos que van desde Abimael Guzmán hasta las candorosas niñas anti Keiko que marchan por causas que ellas misma no entienden ni conocen bien.
La izquierda es como un manicomio en donde cada quien padece su propio trastorno mental. Hay de todo. Así que para tratar de ubicarnos en ese terreno haremos una especie de guía. Puede servirle a la gente que dice ser de izquierda para ubicarse en alguna de estas categorías, aunque algunas ya se están extinguiendo:
a) La izquierda romántica y cojuda.- Creen que si sienten pena por los pobres ya son de izquierda; si le gustan los animales creen que son de izquierda, si les preocupa el planeta están convencidos de que son de izquierda. Si están a favor de causas lindas como la justicia, los derechos, la igualdad, en contra de la discriminación y creen que la política debe consistir en ayudar a los más pobres, entonces ya ni hablar, definitivamente sienten que deben ser de izquierda. La verdad es que no les gusta ni les interesa la política, sobre política no saben absolutamente nada, pero se declaran de izquierda.
Son amantes de los lindos pensamientos y frases cursis que publican en su Facebook. Creen que pueden resolver todos los problemas con una marcha, una caminata, una maratón, un plantón, una vigilia, una bicicleteada o un apagón de una hora, mientras se toman selfies en cada actividad.
Les encanta marchar con sus pancartas y polos especialmente diseñados para la ocasión de la protesta. Son pacifistas inocentones que creen en el arrepentimiento de los terroristas, que la violencia del terrorismo fue por causa de la pobreza y que los malos fueron los militares
b) La izquierda caviar y snob.- Creen que la izquierda es una pose intelectual, que declararse de izquierda les otorga caché y los convierte en "progresistas". Conocidos también como "progres", están en contra de toda sombra y gesto de discriminación social y viven atentos a todo acto sospechoso de discriminación y racismo para montar una telenovela de varios días. Odian ver gente blanca y deliran por los nativos, indígenas y adoran el quechua.
Son limeños blanquiñosos, originalmente miraflorinos, hoy expandidos por Surco y La Molina, conocen la sierra por turismo y a los cholos por foto, pero escriben libros enteros acerca del cholo. Apoyan todas las causas que signifiquen odio al sistema y sus nombres aparecen en cuanto comunicado se publica para apoyar causas nobles o rechazar atentados a la ética.
Son apitucados, hijitos e hijitas de papá y mamá, niños bien, estudiantes cumplidores y casi todos profesionales de buena universidad, ricachones intelectualoides con sentimientos de culpa y traumas sociales, que tratan de expiar sus pecados veniales mediante la prédica social, generalmente a través de artículos en sus columnas o entregados al activismo social.
En general los caviares son de buenos gustos y de buena vida, habitúes de los cafés más fichos de Lima. Se les ve siempre posando con un libro reciente sobre la mesa o sobre el asiento del auto. Muchos han ejercido alguna función pública o están permanentemente dispuestos a ofrecerse como ministros. Mientras tanto, adoptan el papel de tribunos, dueños de la conciencia social del país desde la comodidad de su oficina, escritorio, buffete o buró. Algunos son consumados blogueros o tuitean obsesivamente desde sus smartphones.
c) La izquierda ignorante y placera.- Estos ni siquiera saben a qué lado está la izquierda. Socialmente son el reverso de los caviares. Pertenecen a una sufrida clase media, emergente y rencorosa y se han creído todos los cuentos de los agitadores políticos marxistas. Creen que el hecho de ser trabajadores asalariados los hace seres explotados y, por ende, de izquierda, y que para ejercer su derecho al reclamo tienen que militar en la izquierda radical.
Son la clientela predilecta de los predicadores marxistas. Desconfían de los caviares porque no los entienden ni los leen. Prefieren creerle a los agitadores sociales que los llenan de consignas y de mentiras, guiándolos por el camino de la subversión. Sueñan con llegar a la política mediante la acción sindical. Su manera de hacerse notar es apelando a la violencia en sus marchas ruidosas. Conciben que su única posibilidad de reivindicación es la lucha callejera y cuanto más violenta mejor.
Son pendencieros, manipuladores, oportunistas y corruptos, saltimbanquis, tránsfugas, mataperros y trepadores, capaces de cualquier fechoría cojuda por ganarse alguito. A falta de argumentos y de versación intelectual, prefieren las acciones directas. Se manejan a base de consignas, clichés y fórmulas conceptuales que les sirven como todo sustento de raciocinio.
d) La vieja izquierda intelectual.- Ancianos víctimas de su época. Educados en la escuela marxista, dominante en todas las ciencias sociales durante el siglo XX. Preocupados por explicar la realidad nacional desde la perspectiva del materialismo histórico, la mayoría de ellos cayó en la tentación de apegarse al simplismo de las fórmulas marxistas, propias de la Era Industrial del siglo XIX, cuando el Perú nunca tuvo una Era Industrial.
Concibieron el escenario político nacional como si se tratara de una novela de Ian Flemming, manejada por los oscuros intereses de un Poder Mundial, cuyos torcidos y caprichosos designios son los únicos causantes de la situación de pobreza y postergación de los indios, y del Perú en general. Con esta tesis alimentaron a través de sus libros y teorías el ambiente académico.
Sirvieron como referentes para algunos gobiernos, sobre todo el de Velasco Alvarado, y para toda la generación de izquierda de los 70 y 80 incluyendo Sendero Luminoso. Hoy se mantienen calladitos, pero de cuando en cuando aparecen con sus pergaminos desenrollados para dictar cátedra, como cuando intentaron servir de asesores a Ollanta Humala o cuando escriben algún artículo que resalta como el medallón de la abuela en el fondo del baúl para defender a la CVR.
e) La izquierda delirante.- Dementes alienados con ideología anti. Alucinados que conciben toda la realidad como nefasta. Viven todavía detrás de la cortina de hierro. Están cargados de odio de clase. Repiten como loros sus doctrinas políticas que memorizan como una oración para cacarearlas de memoria.
Se organizan en agrupaciones que conservan un rígido esquema, incluyendo uniformes, consignas, himnos y rituales donde predomina un abominable color rojo. Consideran que todos los demás están equivocados, que son pecadores, infieles y dignos de castigo.
En su empeño por conseguir el pensamiento marxista más puro, llegan a dividirse en facciones incontables, acusándose mutuamente de revisionistas o desviacionistas. Su símbolo sigue siendo la hoz y el martillo, y sus banderas todavía muestran a Marx y al Che. Flamean sus banderas rojas indiferentes al fracaso mundial del comunismo.
Suelen salir de sus cavernas con sus banderas rojas cada vez que se presenta la ocasión, como cuando la izquierda convoca a sus insufribles marchas. Allí flamean sus banderas rojas y otras con el rostro del Che.
f) La izquierda asolapada.- Extremistas del ayer, fracasados, arrepentidos y frustrados, que hoy viven como asesores y consultores, defensores de algo. Son oenegientos, derechohumanistas, ambientalistas y otros ismos de moda.
Incluso son ahora expertos senderólogos que se prestan como opinantes ante los medios. Sobrevivientes del cataclismo mundial de la izquierda, luego de la caída del Muro de Berlín, hoy reptan camuflados en una nueva actividad aparentemente no política. Ocultan su pasado como si fuera un tatuaje de la hoz y el martillo en la palma de la mano donde reciben sus cheques.
Algunos llegaron tarde a la política y se quedaron con las ganas, pues el comunismo mundial se derrumbó antes de que pudieran hacerse famosos. Ahora se consuelan defendiendo a la dictadura cubana y simpatizando con todos los extremistas mundiales, desde Noam Chokmsky hasta Naomi Klein. Difunden los ideales bolivarianos de Hugo Chávez y las ideas de Paul Krugman. Han transformado el activismo político en activismo social a través de lo que llaman candorosamente "la sociedad civil". Hacen política sin caer en la política porque se disfrazan de académicos opinantes. Su emblema puede ser una flor, un planeta, un sol radiante. Sus organizaciones tienen nombres de nido, como "mundo feliz" o Frente Amplio "por la justicia, la vida y la libertad".
Están atentos a lo que ocurre con los presos por terrorismo y claman venganza contra los militares y fujimoristas, pero siempre bajo la mascarada de los DDHH y la reconciliación nacional.
Utilice esta guía para ubicar a cualquier izquierdista que salga por ahí con sus escritos o consignas. Si usted se siente de izquierda, ya puede elegir a qué clase pertenece. Lo mejor sería exorcizar a la sociedad peruana. Por lo menos vacune a sus hijos contra la fiebre de estupidez izquierdista. Los libros son una buena cura.
Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
En el Perú el aborto es legal solo en casos de riesgo materno, aunque en la práctica podemos decir que está totalmente despenalizado, ya que es un acto cotidiano en el ámbito privado. Pero el debate siempre está presente. Lo curioso de este asunto es que hay dos posturas tan divergentes que parecen estar encarando problemas diferentes. Los que están a favor de su despenalización, se centran concretamente en la mujer, mientras que quienes están en contra, desvían el tema a “la vida”, en abstracto, o al “no nacido” en el imaginario; es decir, no es que se opongan a la despenalización sino al aborto en concreto y parecen confundir una cosa con la otra. Esto significa que intentan decidir por todas las mujeres. A partir de estas posturas tan divergentes no es posible ningún debate porque cada uno ve diferentes problemas y tiene distintas prioridades. Cabe notar que en los últimos tiempos, el sector “pro vida”, respondiendo a las críticas ha incorporando a la mujer en sus últimas consignas con el lema “salvemos las dos vidas”. Esto es nuevo.
Lo primero que cabría determinar en este tema es de qué trata el aborto en tanto problema social y qué ha resuelto su prolongada penalización. Ese es el asunto y no otro. Y es que el problema surge porque las mujeres abortan y la penalización solo ha impedido poder intervenir en esos casos, además de encarecer el acto médico, o dar cabida a los aborteros clandestinos. La despenalización trata de abrir los ojos ante esa realidad y abordarla. Por su parte, los opositores tienen su propio tema y hacen de “la vida” el problema, desviando el debate hacia la consecuencia inevitable del aborto que es la interrupción del embarazo con la pérdida del embrión. Pero ese es otro tema. No es el problema sino la consecuencia del problema. Y no podemos abordar el problema si nos ocupamos de otro tema que es su derivada.
La defensa del "la vida" se sustenta en visiones morales y religiosas que pueden resultar muy emotivas y válidas, pero que no encaran el problema primario y central del aborto cotidiano. Tan solo se limitan a condenarlo y estigmatizar a todo aquel que esté a favor de su despenalización. A decir verdad, la argumentación “pro vida” es una ensalada retórica que mezcla fundamentos científicos, teológicos, filosóficos, morales, jurídicos y hasta cursis, que acaban por confundir todos los temas, haciendo del debate un embrollo total, sin ocuparse finalmente del problema real. Además de apelar a una andanada de falacias, mentiras abiertas y veladas, así como difamación y terrorismo gráfico, asumiendo su causa con intensa pasión y fanatismo religioso.
Es importante tomar en cuenta que penalizar el aborto no ha resuelto nada en ninguna parte y, peor aún, ha empeorado las cosas para la mujer, su familia y la comunidad. Esto es un hecho irrefutable. Entonces caben dos posibilidades: mantenemos la situación precaria actual haciendo la vista gorda, o lo encaramos para buscar formas de ayudar a la mujer, lo que implica despenalizar el aborto, como primer paso. Esto, obviamente, no significa “promover el aborto”, como ridículamente acusan los “pro vida”. El aborto no es algo que se pueda promover como si fuera una moda. El aborto es una decisión difícil que se toma en la intimidad y, generalmente, en la soledad y la desesperación. A nadie le gusta el aborto y nadie puede promoverlo.
Lamentablemente la Iglesia Católica ha tomado partido en el tema, junto a otros sectores cristianos aun más fanáticos, sacando a relucir su rancio y tradicional machismo histórico que invisibiliza a la mujer, postergándola socialmente a una función meramente reproductora, sin concederle autoridad, autonomía, ni voz ni voto, ni siquiera en cuanto a su propia vida y cuerpo concierne. Desde esta visión, la mujer está condenada a parir sin alternativa ni derecho alguno, y sin opción de apelar a consideración de ninguna clase. Afirman que la mujer no tiene derecho a decidir sobre "la vida" que lleva adentro. A pesar de que está dentro del cuerpo de la mujer, y que para todos los efectos prácticos es parte del cuerpo de la mujer, se insiste en considerar "la vida" como algo extraño, ajeno e independiente de la mujer. De este modo una vida potencial pesa más y es más valorada que la vida de una mujer que es una persona real; así resulta que un embrión tiene más derechos que una mujer.
Esta postura es muy cuestionable y, ni aun apelando al extremismo fanático de concederle al embrión categoría de "persona humana", tiene asidero como tesis racional. Las argumentaciones "pro vida" son de este tipo: estiran la lógica y acuden a las apariencias para usarlas como parte de una realidad figurada, hasta que esa ficción sustentada nada más que en la retórica pura termina suplantando a la realidad. Es curioso ver a tanta gente defendiendo seres imaginarios mientras ignoran a la mujer que es un ser de carne y hueso, o defendiendo dogmas y principios de vida en abstracto, mientras desprecian la condición de la mujer en este mundo.
La postergación histórica de la mujer en nuestra cultura cristiana es un problema real, que golpea a las mujeres más pobres, especialmente niñas y adolescentes, condenándolas a la miseria o la muerte. Las sociedades se degradan aun más por la imposibilidad de la asistencia social. Las prohibiciones no han funcionado en ninguna parte en ningún campo. Al contrario, son contraproducentes, es decir, tienen efectos adversos. La prohibición del alcohol, las drogas o las armas nunca dieron resultados positivos, solo empeoraron las cosas. ¿Por qué insistir por ese camino? Lo único que explica insistir en un error es la ceguera ante la realidad y el fanatismo principista, ese que lleva al suicidio o el crimen por defender una causa que se cree mandato divino, haciendo oídos sordos a todos los argumentos racionales y cerrando los ojos a la realidad.
Colocar a “la vida” como tema de debate es una estratagema burda para trasladar el foco de atención hacia otra cosa que no sea la mujer. La vida es un continuum que se inició hace 3,500 millones de años y se mantiene a través de los organismos que sirven como vehículo para prolongarla. No necesita que nadie la defienda. Tampoco es cierto que la vida se inicie en la concepción como un milagro, pues tanto el óvulo como el espermatozoide son células vivas. Carece entonces de sentido preguntarse ¿cuándo empieza la vida? En la concepción se inicia la formación de un nuevo individuo, pero esto es algo que se va construyendo a lo largo de todo un proceso muy prolongado que atraviesa varias etapas; no es una constante binaria que aparece en un instante, como nos lo quieren presentar. Todo ese andamiaje científico para demostrar que el concebido tiene un ADN diferente es un recurso efectista para encandilar al auditorio, dejando fuera de debate el verdadero problema que son las mujeres en riesgo, las niñas violadas y luego obligadas a parir sin alternativa, o abandonadas en la indiferencia y el olvido, para dejarlas abortar en la clandestinidad y sobrevivir en la miseria. Sería muy extenso y extenuante rebatir cada una de las falacias que sostienen los “pro vida” en su enrevesada y extensa perorata contra el aborto y la mujer.
Otro truco "pro vida" es convertir al “concebido”, es decir, al huevo fertilizado, al glomérulo o al embrión, en un “ser humano” lleno de derechos. Este ya no es un debate científico sino ideológico y jurídico. La ciencia solo se ocupa de la vida, no de los seres o las personas, y menos de los derechos. Pero este argumento es presentado falsamente como “ciencia irrefutable”. Se trata de una falacia que mezcla todo confundiendo adrede lo que es vida con ser humano y con derechos. La ensalada conceptual “pro vida” mezcla biología, filosofía y derecho en una sola frase. Ninguna ciencia se ocupa del “ser humano”. El ser es más bien un concepto filosófico, así como sujeto y persona son constructos psicológicos y jurídicos; pero en ambos casos implica la presencia de cultura, conciencia y circunstancia. Es imposible hablar de ser humano sin esos elementos. Cuando se quiere honestamente llegar a la verdad, lo mejor en un debate es despejar las variables extrañas, ajenas e inútiles, desbrozar el escenario para ver la realidad limpia y objetivamente. Pero cuando lo que se quiere es enredar el debate para no llegar a nada, la treta es inventar conceptos, apelar a sofismas, falacias y figuras retóricas, y sobre todo, apelar a las emociones y la sensibilidad. Esa es la estrategia "pro vida". Por eso llegan incluso a hablar del "inocente niño" en medio de un debate sobre el aborto.
De acuerdo a la visión “pro vida” todo embarazo, cualquiera sea su causa, edad y salud de la mujer o circunstancia social, tiene que llegar a su término porque solo importa el “niño por nacer”. La mujer tiene que parir sin atenuantes, sin importar el origen de esa concepción o su voluntad, las condiciones o los riesgos. Solo importa “el niño por nacer”. Esta no es pues una postura realista y racional sino ideológica y fanática, que hace a un lado a la mujer, la ignora, la reduce al nivel de un mero cascarón, un ser utilitario, sin derecho alguno sobre lo que ocurre en su propio cuerpo, sin poder decidir sobre su destino y existencia como mujer y persona, para la satisfacción de una cofradía de fe que dice defender “la vida” por “mandato divino”. Lo cierto es que no se puede hacer a un lado a la mujer ni pasar por sobre ella en cuanto a lo que ocurre con ella, dentro de ella y con su vida y destino personal. Nos guste o no, es la mujer la única que tiene la libertad y el derecho para decidir. Nadie más.
Mientras el debate del aborto gira sobre tópicos insulsos que recorren campos teológicos, filosóficos y jurídicos, apelando a la retórica y la cursilería, el problema del aborto sigue presente, las mujeres siguen abortando todos los días en la informalidad, arriesgando su salud y hasta sus vidas. O lo que es peor, niñas y adolescentes violadas siguen dando a luz o abortando en la más absoluta precariedad y clandestinidad por temor a un acto penalizado. Y porque está penalizado nadie puede hacer nada para intervenir en toda esta cadena de hechos lamentables. ¿Qué resuelve la penalización? Nada.
Obligar a las mujeres a convertirse en madres aunque no quieran o no puedan, no resuelve nada. Al contrario, solo empeora sus dramáticas condiciones de hacinamiento y promiscuidad. Tampoco resuelve el problema de niñas y adolescentes violadas por padres, padrastros, tíos, hermanos, curas, maestros y toda clase de criminales sexuales. Peor aún: al final de toda esta vil cadena de infamias están los fanáticos "pro vida" que consuman la ignominia haciéndolas parir contra su voluntad “en defensa de la vida”. Enfocarse en “la vida del niño por nacer” suena muy cursi, pero es hacer a un lado la realidad para preferir la fantasía y el dogma.
Penalizar el aborto no significa evitar los abortos, como ya se ha comprobado. Es decir, es una medida inútil e inefectiva. Aunque esté penalizado, abortar es una práctica cotidiana y hasta sencilla para las mujeres con solvencia económica. Solo van a un consultorio, y así como entraron caminando, salen caminando sin que nadie sepa lo que pasó. Penalizar el aborto solo significa poner en riesgo a las mujeres pobres, y eludir el problema social de las niñas violadas. Eso es todo lo que significa. No es para nada evitar los abortos porque ninguna ley o doctrina tiene el poder para cambiar la voluntad de una mujer sola en su intimidad y en el abandono ante un futuro incierto. ¿Quién tiene tremenda potestad para decidir por todas las mujeres? Nadie. Ni siquiera la Iglesia y toda su cofradía. Despenalizar el aborto, en cambio, significa poder proporcionar ayuda a las mujeres y poder actuar en el tema. Con penalización o sin ella la decisión del aborto siempre estará en manos de las propias mujeres. Nadie va a poder cambiar eso. Pero con la despenalización podrán intervenir los médicos y todo el sistema de salud para ayudar, intervenir, resolver y abordar el problema. ¿Es eso malo?
Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
La liberación de terroristas causa indignación en los ciudadanos conscientes de lo que significó el terrorismo para el país; pero también, alarma en algún sector que ve un riesgo alto en la recomposición de los cuadros senderistas. Más allá de estas reacciones naturales ante la liberación de terroristas, es hora de hacer una revisión de la izquierda peruana en general, para entender mejor el peso que tiene una y otra posibilidad, dentro del complejo escenario de izquierdas en el presente. Por último pero no menos importante es verificar si el país aprendió la lección, no solo de lo que fue el terrorismo sino de lo que realmente significa la izquierda en todas sus variantes, y el rol de los jóvenes en el futuro de la izquierda.
Casi podríamos afirmar que el terrorismo de los ochentas y -en menor medida- los noventas, no volverá a repetirse por varias razones. Primero porque ellos ya perdieron la guerra y lo saben. Han asimilado la derrota y cambiado su estrategia. Como buenos marxistas saben que las condiciones históricas han cambiado. Mientras Abimael Guzmán siga con vida sus huestes harán lo posible por liberarlo. El mesianismo es muy fuerte en la izquierda. El culto a la persona del líder es lo que más caracteriza a los militantes de izquierda. Por lo tanto, la primera y única misión del senderismo por ahora será emprender el activismo político en busca de la liberación de su líder mediante un indulto. Por su parte, los ex militantes del MRTA simplemente se han diluido.
Los nuevos grupos senderistas se dedican al activismo del indulto con el discurso de "libertad para los presos políticos". Paralelamente hay otro frente que se mueve en el magisterio y las universidades, cuya misión es el adoctrinamiento de jóvenes y el reclutamiento de militantes, en los que fueron históricamente sus bases. Allí siguen con la prédica de la lucha al neoliberalismo y al imperialismo. Mientras las huestes senderistas se camuflan de mil formas para hacer activismo a favor de una amnistía general, vendiendo la tesis que sus líderes son "prisioneros de guerra", lo que deberíamos examinar son los reales peligros que enfrentamos en estos tiempos, pero ya no de parte de grupos terroristas fracasados sino de sus primos hermanos de la izquierda "democrática" que hoy se mueven tentando llegar al poder por la vía de los votos, con una importante presencia femenina y juvenil.
Habría que echar un rápido vistazo a la historia para entender adecuadamente el presente. Siempre hace falta dar una mirada atrás, muy lejos, hasta los inicios, para ubicarse adecuadamente en el presente. La izquierda en el Perú emerge lentamente a principios del siglo pasado, como una moda intelectual en sectores académicos, pero se expandió rápidamente con el éxito de la revolución de octubre en Rusia. La verdadera batalla política y militar se inició tras la formación de las súper potencias comunistas (la URSS y la China de Mao), las que ansiosas por extender su hegemonía política en el mundo, apoyaron descaradamente diversos grupos políticos y armados. Es importante destacar que el discurso de izquierda no nace de la realidad nacional sino del esquema ideológico marxista, sus programas de lucha no nacen de las reivindicaciones populares sino que se proponen servir a los intereses geopolíticos de la URRS y de China, tal como Cuba sirvió a los soviéticos. Sendero Luminoso estaba más conectado con la China que con los Andes. En otras palabras, la izquierda obedecía a un ideario ajeno a las realidades de cada país. Lo que hacía era implantar un dogma de interpretación de la realidad y una receta universal para la instauración de un nuevo orden.
La izquierda mundial toma fuerza a partir de la posguerra y la instauración de la Guerra Fría, cuando el mundo se divide en dos bloques: capitalismo y comunismo. En Latinoamérica se inicia en Cuba con la toma del poder por las huestes de Fidel Castro, aunque entonces aun no se declaraba comunista. Desde Cuba, los rusos desplegaron la estrategia para invadir toda Latinoamérica. Por su parte, China de Mao no se quedaba atrás y apoyaba a sus propios grupos insurgentes. De este modo aparecen en el Perú en los sesenta las primeras guerrillas al mando de Juan de la Puente Uceda. En los setenta hubo cierta paz mientras duró la revolución socialista del general Velasco, pero la insurgencia guerrillera y terrorista llegaba a su clímax en el resto de la región. En los ochenta, con la instauración de la democracia, aparecen Sendero Luminoso, un grupo maoista, y el MRTA, un grupo castrista, en busca del poder mediante el terror, reflejando las profundas divisiones ideológicas que ya se daban en el amplio espectro de la izquierda peruana.
En los setenta, la izquierda peruana se dividía básicamente en dos grupos: aquellos que querían tomar el poder por las armas predicando la guerra popular, y los que afirmaban que las condiciones para una lucha armada no estaban dadas y proponían infiltrar la democracia para hacerla explotar desde adentro. Los más radicales e impacientes por iniciar la lucha armada llamaron "revisionistas" y "electoreros" a los que "jugaban a la democracia burguesa". Así que mientras unos grupos de izquierda se presentaban a las elecciones para ser parte de la Asamblea Constituyente de 1978 y luego del Congreso en 1980, los otros se alistaron para iniciar su demencial guerra terrorista.
Durante los ochenta y noventa hubo una tácita alianza entre ambos lados de la izquierda. Por una parte, la izquierda legal organizaba, desde el Congreso, formas de obstaculizar las acciones del Estado destinadas a combatir el terrorismo, mientras por otro lado creaban las primeras ONG de DDHH para defender a los terroristas que iban cayendo en manos de la justicia. Por su parte, la prensa de izquierda se dedicaba a la desinformación, culpando de todo cuanto podía a las FFAA y la Policía Nacional. Ese fue el escenario de la izquierda en las últimas dos décadas del siglo pasado.
En el nuevo milenio ocurren cosas completamente opuestas para la izquierda. Primero, casi todos los grupos alzados en armas en Latinoamérica fueron derrotados. En todo caso, ni uno solo logró repetir la hazaña de Castro en Cuba y tomar el poder por las armas. Los líderes estaba presos o muertos, y empezaron a salir de prisión para dedicarse a otras cosas. Ninguno retomó las armas. Pero lo que quedó como rezago de la época de terror fueron nuevos grupos dedicados a medrar de las secuelas de la guerra, mediante reclamaciones al Estado. Muchos grupos camuflados como activistas de derechos humanos salieron como buitres a exigir reparaciones al Estado incluso para terroristas o sus familiares. Los sectores intelectuales, por su parte, se dedicaron a crear la narrativa oficial para explicar a las nuevas generaciones lo que había ocurrido, y que en síntesis, convertía al Estado en un agente terrorista. En el Perú ese papel lo cumplió la CVR con medios y oenegés de izquierda.
El otro escenario del nuevo milenio para la izquierda se dio con el repentino triunfo electoral de Hugo Chávez en Venezuela (luego de fracasar en su intentona golpista por la vía de las armas), seguido poco después de Inacio Lula da Silva en Brasil. Ambos, unidos a Fidel Castro, crearon el Foro de Sao Paulo para darle un nuevo impulso a la izquierda latinoamericana, tanto en la forma de apoyo a las guerrillas aun existentes en Colombia, como a los partidos que actuaban en el campo electoral. El flujo enorme de dinero que les permitió el alza de las materias primas, y especialmente del petroleo, les dio mayor poder para actuar. En este escenario, Hugo Chávez prácticamente se compraba países enteros en el Caribe y las Antillas, creando nuevos organismos regionales para afianzar su influencia política al margen de los EEUU. La izquierda electorera se estableció en casi toda la región, logrando mediante los votos lo que sus primos hermanos nunca pudieron conseguir mediante las armas.
En resumen, el nuevo milenio le dio la razón a la izquierda electorera. Mientras que los radicales que apostaron por la lucha armada estaban derrotados, presos, muertos y desprestigiados, los que apostaron por infiltrar la democracia burguesa habían triunfado, estaban en el poder y pudieron dinamitar la democracia por dentro, tal como lo planificaron, a partir de una nueva Constitución, la que no tenían reparos en cambiarla en cualquier momento para acomodarla a sus intereses. De hecho instauraron una dictadura comunista disfrazada de democracia, controlando directamente todas las instituciones y manipulando las elecciones de diversas maneras para perpetuarse en el poder.
En esa coyuntura, la izquierda en el Perú solo tuvo la opción electoral. Incluso la probaron con éxito cuando lograron colocar a su candidato Ollanta Humala en el poder, bajo los auspicios de la mafia brasilera del PT y del Foro de Sao Paulo. Por desgracia para la izquierda, Ollanta Humala y Nadine Heredia tenían su propia agenda y prefirieron sus intereses personales antes que los intereses políticos de la izquierda. Evidentemente la izquierda se equivocó al apostar por un militar revoltoso, al estilo de Hugo Chávez, un outsider sin trayectoria disfrazado de revolucionario de izquierda. El papelón de la izquierda peruana con Ollanta Humala fue total. Podemos decir que la izquierda peruana fracasó tanto por la vía de las armas (dos veces, en la forma de guerrillas y como terrorismo despiadado) y por la vía electoral, apostando por un candidato prestado que se salió de control.
En este momento, tanto la izquierda radical terrorista como la izquierda electorera y corrupta están derrotadas. Aunque mantengan enclaves como el terrorismo de las FARC y el ELN en Colombia y el gobierno de Maduro en Venezuela, su poder se debilita y están cercados. Incluso Cuba acaba de pasar a una nueva etapa fuera del manejo directo de los Castro. En el Perú los principales líderes de izquierda enfrentan procesos judiciales por corrupción, y es muy posible que Gregorio Santos acabe en la prisión por varios años. ¿Qué opciones tiene la izquierda peruana? Muy pocas. Y menos aun si prosperan las reformas electorales que en estos momentos se discute en el Congreso, para dejar de lado a los outsiders. En todo caso, la izquierda vuelve a postar por la inocencia y falta de memoria de los jóvenes, su principal objetivo de conquista mediante la prédica fácil.
No ha cambiado nada el predominio del pensamiento izquierdista en la universidad, tal como ocurrió en los años 70 cuando se incubó el terrorismo en las aulas. En aquellos tiempos se enseñaba marxismo en todas las facultades y en casi todos los cursos. Había una cuidadosa selección de autores para el trabajo universitario y una amplia gama de publicaciones de origen comunista, incluyendo libros y revistas, además de librerías especializadas en literatura roja. Hoy el panorama ha cambiado pero permanece el marcado sesgo de autores de izquierda, especialmente en las facultades de ciencias sociales y economía. Hace poco, un profesor denunció que en la universidad no había encontrado ninguno de los principales exponentes del pensamiento económico liberal en las reseñas bibliográficas de los silabos, donde todos los autores eran de izquierda. Esa es la realidad de la universidad: hay un marcado sesgo hacía la izquierda en la enseñanza.
No es raro pues descubrir que los jóvenes universitarios tienen una inclinación casi natural hacia la izquierda, no solo por razones psicológicas que los llevan a identificarse con el rechazo a la autoridad y al "sistema", símbolos de la autoridad paterna y el orden familiar, ante el cual se rebelan usando un revelador discursillo antisistema. La perorata contra los "poderes fácticos" (empresas), los partidos tradicionales, los políticos corruptos, etc., es lo primero que cala en sus mentes. Luego salen todos repitiendo el mismo estribillo con el puño en alto. La historia en este escenario es el mismo de siempre. No ha cambiado y no cambiará.
También es cierto que los jóvenes peruanos ignoran casi todo sobre el terrorismo o creen ciegamente en el discurso oficial propalado por la CVR, donde el Estado es el agente terrorista y Fujimori, el líder de un Estado corrupto y genocida. Les han contado la película al revés. La obra de la CVR fue precisamente crear un relato que convierta a los terroristas de izquierda en luchadores sociales, al terrorismo en una gesta reivindicativa, mientras la respuesta del Estado fue señalada como un "terrorismo de Estado". Han llegado al punto de achacar a las FFAA casi la mitad de los muertos de lo que llaman "conflicto armado interno", como si se tratara de una guerra civil y no de un ataque cobarde a la población civil por parte de grupos terroristas de izquierda. La principal tarea pendiente es el debate político al interior de las aulas universitarias para refutar las mentiras de la izquierda.
En conclusión, la izquierda sigue cosechando fracasos históricos tanto a nivel nacional como internacional. Un eventual triunfo de López Obrador en México y de Gustavo Petro en Colombia solo echarán más fuego a la hoguera del desprestigio de la izquierda, porque se trata de personajes sin la estatura intelectual necesaria para gestionar países tan complejos. Lo más probable es que se dejen llevar por sus delirios trasnochados llevando a la debacle a México y Colombia. En el Perú parece difícil que la izquierda encuentre un candidato idóneo para las próximas elecciones. Carecen de liderazgo y de propuestas novedosas, y su proyecto central está más gastado que asiento de taxista.
Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Al contrario de la conocida frase bíblica "la verdad os hará libres", dicha por Cristo a los judíos, lo que habría que decir sobre la parejita delincuencial conformada por Ollanta y Nadine es exactamente lo contrario: la verdad os hará presos. Las declaraciones de los testigos de Jehová Odebrecht, son la clave de la gran mafia internacional brasileña dirigida por Marcelo Odebrecht y su empresa, cuyos tentáculos llegaron hasta el Perú, hasta el extremo de montar su propio muñeco electoral.
En lo personal no me sorprende nada. Desde el principio estuvo claro quién era Ollanta Humala. Solo un necio podía ignorar las evidencias. Para empezar era un don nadie salido de la nada que se hizo famoso en octubre del 2000 por asaltar un campamento minero y llamar a RPP pidiendo la renuncia de Fujimori, cuando este ya había convocado a elecciones. Con ese acto sospechoso saltó a la fama y fue uno de los primeros en subirse al corso del antifujimorismo para hacerse famoso. No se puede negar que alguna milagrosa estrella parecía iluminar el camino de Ollanta Humala, pues siempre se salía con la suya de cuanta fechoría cometía. Misteriosas manos siempre lo ayudaban.
Salido de una familia de locos Adams o algo por el estilo, Ollanta Humala era visiblemente un sujeto perturbado y limítrofe al que le faltaban varios tornillos. Fue amnistiado por el pelele de Valentín Paniagua y reintegrado a la institución militar. Luego Alejandro Toledo le regaló unas vacaciones pagadas como agregado militar en Francia para seguir al año siguiente en Corea del Sur, donde recibió la noticia de su pase al retiro a fines del 2004. Desde Seúl, el último día de su vida castrense, lanzó otro "comunicado a la nación" cuando el demente de su hermano Antauro asaltaba un puesto policial en Andahuaylas alucinando haber dado un golpe de Estado. Ambos hermanos exigían la renuncia de Alejandro Toledo. La estúpida asonada costó la vida de 4 policías y 2 reservistas, Antauro acabó preso pero Ollanta salió curiosamente libre de polvo y paja, rumbo a la candidatura presidencial.
A continuación Ollanta Humala inició una carrera política meteórica. En lugar de estar preso o en un sanatorio mental, pasó a ser el engreído de la prensa durante el 2005 y lo convirtieron en candidato presidencia. Enseguida Ollanta Humala se paseó por el relleno sanitario de todas las regiones del país recolectando escoria para formar su lista electoral. No tuvo tiempo de crear su partido político pero quería ser candidato presidencial así que varios vientres de alquiler le ofrecieron su marca. Al final se metió al cascarón vacío de UPP y acabó finalista.
En la campaña del 2005 Ollanta Humala se entregó en cuerpo y alma al chavismo. Eran los tiempos en que Hugo Chávez ejercía como emperador de Latinoamérica y el Caribe, ponía peones en todos los países y les financiaba la campaña sin rubor. En el Perú tuvo una participación directa a favor de Ollanta Humala y se tomó la libertad de insultar a Alan García, el otro finalista de la segunda vuelta. De que Hugo Chávez financió la campaña de Ollanta Humala no queda ni la menor duda. Por fortuna el electarado no votó por Ollanta Humala en esa ocasión, pero llenó de basura el Congreso.
Fiel a su delirante estilo golpista, Ollanta Humala pidió la renuncia de Alan García en abril del 2010 por "incapacidad moral". En tanto, logró inscribir su Partido Nacionalista Peruano y se alistó para las elecciones del 2011. En esos días la estrella de Hugo Chávez declinaba, estaba enfermo y la caída del precio del petroleo le quitó liquidez y poder internacional. Al mismo tiempo Luiz Inácio Lula da Silva, presidente del Brasil, soñaba con suceder a Chávez en el control de un imperio continental. De modo que las fichas del ajedrez político latinoamericano se movieron haciendo un enroque donde Venezuela salía del escenario mientras Brasil pasaba a tomar el control político y económico.
A Ollanta Humala no le importó nada convertirse en el monigote del lulismo. Así que el agresivo candidato chavista del 2005, que predicaba un modelo antisistema rabioso, quedó convertido en un tierno cachorrito domesticado por los millones de Odebrecht. A Ollanta no le costó quitarse el polo rojo de Hugo Chávez y colocarse el polo blanco que le dio el lulismo brasileño. Cambió su radical discurso antisistema por la cordialidad de un candidato pro inversiones y pro mercado. Toda la campaña de Ollanta fue dirigida por el estratega brasileño Luis Favre. Una de las campañas políticas más costosas de todos los tiempos.
Pero la clave del éxito político de Ollanta Humala no fue su condición de monigote maleable para cualquier interés internacional, o de prostituto político llano a acostarse con cualquiera que le ofreciera más dinero, sino el apoyo vital de la izquierda peruana. Es un hecho que Ollanta Humala no hubiera tenido ninguna oportunidad política si no hubiera contado con el apoyo de la prensa y de la izquierda. Ya antes lo habían apoyado cuando era el candidato de Hugo Chávez. ¿Por qué no apoyarlo ahora? ¿Qué motivó a la prensa apoyar a Ollanta Humala?
Para la campaña del 2010 Ollanta Humala se convirtió en el candidato de la izquierda. Hay que poner en claro que a la izquierda peruana jamás le importó apoyar a un candidato de sinuosa trayectoria política, que incluso estaba ya acusado de crímenes de lesa humanidad cuando fue capitán en la base de Madre Mía. Para decirlo de otra manera: a la izquierda peruana nunca le importó apoyar a un candidato que no solo había sido parte de la milicia que luchó contra el terrorismo de izquierdas en los noventas, sino que incluso estaba seriamente comprometido en crímenes de lesa humanidad.
Es necesario subrayar este hecho porque la izquierda peruana se ha vanagloriado de ser defensora de los derechos humanos, la verdad y la memoria histórica; y ha combatido al partido fujimorista porque consideran que es parte del legado de Alberto Fujimori, quien estaría implicado en crímenes de lesa humanidad. Cabe preguntarse cómo es que un sector que dice defender la memoria y la verdad, y ser parte de la reserva moral del país que denuncia los crímenes de lesa humanidad durante la guerra contra el terrorismo de izquierdas, acaba apoyando a un militar que está acusado de estos crímenes.
Pero exigirle coherencia y moral a la izquierda peruana es demasiado. Todo lo que vieron en Ollanta Humala fue la oportunidad de asaltar el poder y lo aprovecharon. Se subieron al camión de basura que fue el frente electoral Gana Perú organizado por Ollanta Humala y sus secuaces. Todas las lacras de la izquierda peruana se alinearon detrás de su candidato Ollanta Humala y lo elevaron al altar de los héroes salvadores de la patria, con el lema "honestidad para hacer la diferencia". La campaña de Ollanta Humala podía resumirse en la pose de lucha contra la corrupción y el regalo de dineros públicos a través de diversos programas sociales.
Cuando Ollanta Humala volvió a pasar a la segunda vuelta, esta vez frente a Keiko Fujimori, no solo se alinearon tras él los delirantes de la izquierda sino también los cavernarios de la derecha que se vieron desplazados del poder tras el golpe del 5 de abril de 1992, y que nunca le perdonarán la afrenta vergonzosa de la derrota de 1990, entre los cuales se encuentra Mario Vargas Llosa. Toda esa derecha cavernaria se unió a la izquierda troglodita para formar la alianza más vergonzante que haya visto el Perú en toda su historia. Al final resultaron ganadores y colocaron en la presidencia al sujeto más mediocre que se haya visto jamás con la banda presidencial. Fue una vergüenza para todo el país.
El gobierno de Ollanta Humala se vio ensombrecido por la presencia arrolladora de su esposa Nadine Heredia, quien nunca se resignó a ocupar un segundo lugar en el poder. Ella había sido parte de la maquinaria que convirtió a Ollanta Humala en ganador. Desde el principio estuvo manipulando a su marido para que se aventurara en proyectos desquiciados como el locumbazo. En la campaña del 2010 Nadine Heredia estaba embarazada de su tercer hijo pero eso no la detuvo. Hizo toda la campaña y solo se detuvo un momento para dar a luz. Luego, enseguida dejó al crío y se montó en la campaña como si no hubiera ocurrido nada.
Las ansias de poder de Nadine Heredia saldrían a flote durante el gobierno de su marido. No solo era la que nombraba a los ministros del gabinete sino que gerenciaba a los congresistas de su bancada. Se hizo nombrar presidenta del Partido Nacionalista para encubrir las apariencias de su poder. Nunca hubo evento en el que Nadine Heredia no estuviera presente en primera fila, desde la juramentación de los ministros hasta el desfile militar, en el que Nadine Heredia compartía el estrado oficial al costado de su marido y los demás miembros de los poderes públicos.
Lo que hoy sabemos del gobierno de la parejita Ollanta y Nadine es que se dedicaron a favorecer los intereses de las empresas brasileras, además de otras de igual desprestigio, como las españolas que se hicieron cargo de la multimillonaria refinería de Talara. El gobierno de Ollanta y Nadine estuvo signado por escandalosos gastos públicos, tanto en el satélite francés como en el gasoducto del sur. El ostentoso estilo de vida que empezó a exhibir Nadine Heredia no pasó desapercibido. No solo cambió su residencia por completo sino que hizo uso de bienes públicos sin discreción. Incluso tuvo el cuajo de viajar en el avión presidencial al Brasil haciéndose pasar como jefa de Estado.
Hoy la pareja duerme en prisión por la solicitud del fiscal que investiga su caso. El juez determinó que habían suficientes elementos de juicio que justificaban esta prisión anticipada, como el haber dado muestras de querer fugar del país, pues Nadine Heredia había movido sus influencias para ser nombrada funcionaría de la FAO en Ginebra, pese a no tener preparación para el cargo ni hablar otro idioma además del español. También se consideró los poderes otorgados para que sus hijos pudieran salir del país, así como los movimientos inmobiliarios que apuntan a que tratan de deshacerse de su patrimonio. Por si todo esto fuera poco, están los antecedentes de haber perturbado los procesos judiciales con la compra de testigos en el caso Madre Mía.
Al final la verdad se abre paso. Cada vez quedan menos dudas de que Ollanta Humala y Nadine Heredia fueron parte de una gran organización criminal que tuvo por misión apoderarse del poder político para realizar grandes negocios. La caída de Odebrecht fue decisiva para que esta pareja de trepadores termine en las rejas. Todavía falta mucho para completar un proceso judicial ejemplar que le enseñe a los peruanos y a la izquierda en particular, a no fiarse de trepadores sin escrúpulos. Lo más interesante es que la izquierda se quedó sin soga ni cabra al apoyar a Ollanta Humala. No es nada nuevo para un sector que se ha pasado la vida votando contra natura solo para cerrarle el paso a quienes consideran sus enemigos mayores.
Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
En estos días el progresismo arremete con más fuerza en aras de su ideología igualitaria. Esta vez se enfocan en el sexo, el género y en una confusa mezcla de ideas relacionadas con estos tópicos. Cada día encontramos más de una columna dedicada a promover la igualdad en este campo en particular, además de las consabidas tesis igualitarias de siempre. ¿Qué ha cambiado? Pues que ahora pretenden introducir su ideología a través de la escuela, enmascarándola como una forma de educación en valores. En valores socialistas, obviamente. En el pasado, el objetivo de la igualdad social provocó revoluciones criminales que buscaban una sociedad sin clases económicas. Poco después emergió otra forma de igualitarismo social que pretendía igualar al hombre y la mujer en los roles sociales. ¿Por qué la mujer debía tener otros roles en la sociedad? Se preguntaban las feministas sin atender las diferencias obvias entre hombres y mujeres en el seno de la familia, razón por la cual la familia fue estigmatizada y atacada como una forma de dominación del "sistema patriarcal". El rol de la mujer en el hogar fue desmerecido y despreciado. El socialismo acabó así metiéndose en los hogares y alterando el orden y organización familiar tradicional. Pero ahora se va un paso más adelante al pretender desaparecer las diferencias de sexo y sexualidad. El igualitarismo de izquierdas no aboga por un ser unisex o asexuado sino que abre un abanico de posibilidades infinitas bajo la tesis de que el sexo no es lo que importa sino el género, y este no es más que una construcción social. Es decir, importa lo que uno se siente. De este modo la ideología de izquierda busca imponerse, una vez más, a la realidad humana.
La igualdad es la base de la ideología de izquierdas y se la ha predicado por décadas como la panacea para el logro de la felicidad humana. Empezó como una forma de rechazo a los privilegios aristocráticos y clericales. Luego pasaron a la igualdad económica, pervirtiendo el orden natural de la economía. Más de cien millones de muertos después, el comunismo pasó a la igualdad de los "derechos sociales" y hoy llegamos a la etapa de los sexos y los géneros. La igualdad se ha convertido así en un concepto emblemático que goza de aceptación generalizada automática. El común de las personas conviene ya, sin pensarlo dos veces, en que la igualdad es una meta aspiracional de toda la humanidad, un objetivo racional y una tarea política importante a nivel mundial. Pero todo eso no pasa de ser más que una trampa lógica. Tanto la pretendida y fracasada igualdad económica y social del pasado, como cualquier otro tipo de igualdad que se quiera promover entre los seres humanos, es esencialmente una impostura intelectual y una quimera política absurda. La igualdad es solo un concepto, no existe más que en la teoría. Pretender encajar la realidad dentro de los moldes ideológicos ha sido el error reiterativo de la izquierda en la historia, y motivo central de sus permanentes fracasos.
El lavado cerebral de las sociedades por parte del progresismo mundial a favor de la igualdad, corre por cuenta incluso de organismos internacionales, controlados desde los 70 por una intelectualidad de clara inclinación socialista. La tarea impuesta actualmente a los países en desarrollo desde estas organizaciones es luchar contra la desigualdad. De hecho, esta política ha reemplazado a la que prevaleció hasta antes del fin de la Guerra Fría, que fue la consabida lucha contra la pobreza. Sin embargo, varias décadas de cuantiosas ayudas económicas a los países más pobres revelaron que no servían para erradicar la pobreza. Ni un solo país logró salir de la pobreza sobre la base de ayudas económicas. Quienes salieron de la pobreza lo hicieron por sus propios medios adoptando políticas capitalistas de libre mercado, como fueron los casos de los llamados "tigres del Asia". Al constatar el fracaso de las políticas socialistas se produjo un cambio de estrategia en la intelectualidad de izquierdas, consistente en dejar de lado la lucha directa contra la pobreza para enfocarse en otro objetivo igual de cursi pero más general, que es reducir la desigualdad. Un objetivo más útil porque permite confrontar a los países exitosos del capitalismo, enfocándose en la distancia entre los más ricos y los más pobres, y utilizando las estadísticas como arma de guerra ideológica, pues les permite fabricar mitos tenebrosos como que el 20% más rico es dueño del 80% de la riqueza. Claro que nunca explican que ese 20% es casualmente el grupo que generó esa riqueza que antes no existía. De este modo la desigualdad fue adoptada como el nuevo concepto sociológico y económico fundamental por el socialismo, y hoy se aplica a todo. Es el principal aderezo de las políticas en todos los países y la idea fuerza en el discurso de todos los políticamente correctos.
La moneda más valiosa del socialismo moderno tiene dos caras: la igualdad y la desigualdad. En estos días se ha puesto de moda la llamada "ideología de género" que predica la igualdad entre los hombres y las mujeres, e incluso entre las casi infinitas variantes de la sexualidad humana que van más allá de esta dicotomía sexual básica, por lo que han optado por emplear el vago concepto de "género", el cual alude en realidad a las formas culturales de entender el rol del hombre y de la mujer. Pero dado que el género es un producto cultural, resulta maleable y puede entonces ser manipulado ideológicamente. Así es como han mezclado el género con otra cosa muy diferente que es la atracción sexual o romántica. Entonces tenemos tres cosas bien diferentes como son el sexo, el género y la atracción sexual, mezcladas en una sola cacerola donde el progresismo cocina su receta favorita que es el igualitarismo social. El salto dialéctico consiste en reformar todos los conceptos en aras de la igualdad de los llamados "géneros" desde la óptica socialista, como un generoso concepto en el que caben hombres, mujeres y lo que venga. En este empeño, el socialismo ha echado mano de dos grupos que llevan una larga lucha reivindicativa como son las feministas y los homosexuales, y adicionalmente han tomado para sí los elevados índices de homicidio de mujeres a manos de sus parejas, vinculándolo al llamado "machismo del patriarcado", y convirtiendo todo esto en argumentos a favor de la causa igualitarista. Se trata, una vez más, de tres cosas muy diferentes pero han sido echadas en el mismo saco a favor del rollo progresista de la igualdad de géneros. Como puede verse, todo este menjunje de la ideología de género es una verdadera ensalada rusa bastante indigesta. Una prédica enmascarada, una vez más, como lucha por el logro de la justicia social. El discurso incorpora así los conceptos de machismo, feminismo, patriarcado y género, entre otros de difícil digestión por parte de las masas.
Desde luego que al progresismo le tiene sin cuidado la complejidad de la sexualidad humana y hasta los estereotipos sociales que influyen en la concepción de los géneros. Todo lo que desean es imponer sus propias definiciones a base de la ideología de la igualdad. Con este objetivo obsesivo han arremetido incluso contra los concursos de belleza en donde, a su entender, se glorifica una sola idea de belleza que se busca imponer como un estereotipo a todas las mujeres. Es decir, otra vez, todas las "bellezas" valen igual. Como es evidente, toda esta gente de izquierdas ha reemplazado la verdad por el mito y sustituido la ciencia por la ideología. Así es más fácil adoctrinar a las masas porque la igualdad se vende bien. De modo que la cuestión de ser hombre o ser mujer o cualquier otra cosa queda convertido en una simple "opción sexual". Está prohibido sospechar siquiera de que las desviaciones sexuales a la norma biológica macho-hembra, único sentido del sexo como función reproductora, se deba a algún tipo de anomalía o enfermedad. En tal sentido, el desarrollo evolutivo de la compleja estructura orgánica del ser humano puede estar afectada de trastornos en cualquiera de sus órganos o funciones menos en la que atañe al sexo. Cualquier cosa que desencadene el fino entramado evolutivo de la sexualidad humana a niveles tan disimiles como el embrionario, gonadal, endocrino o cerebral, entre otros, quedará convertida automáticamente en normalidad y "opción", adquiriendo los mismos "derechos sexuales" en la sociedad, en base a la sacrosanta doctrina de la igualdad.
Si a estas alturas alguien está medio confundido con todo esto no lo culpo. Así de confuso es el mundo que nos propone el progresismo. Hay que tener en claro que la visión de izquierdas parte de un severo cuestionamiento de la realidad humana. En principio el mundo es malo, a la luz del entendimiento progresista. El mundo está mal hecho. Para empezar, les resulta "injusto". De modo que en el progresismo no se trata de asimilar la realidad tal cual es sino de cuestionarla para transformarla, a fin de que quepa en los moldes ideológicos fundados en sus conceptos de justicia social. Y el pilar central de su concepto de "justicia social" es el igualitarismo, el cual debe aplicarse a todo, desde las clases sociales hasta los géneros u opciones sexuales, pasando por las culturas, comunidades, etnias, lenguas, derechos, etc. En buena cuenta estamos hablando de la imposición de una ideología a la realidad. Algo que para cualquier mente sensata debería sonar a disparate.
En el pasado, los delirios reformistas llevaron a las izquierdas a emprender grandes revoluciones políticas, a cargo de regímenes despóticos liderados por delirantes tiranos que practicaron cruentos genocidios, para dejar sus países convertidos en prisiones miserables. Conocidas son las historias de la URSS, China maoista, Camboya y los aun sobrevivientes Cuba y Corea del Norte. Fracasos absolutos en todos los sentidos. Con el fin de la Guerra Fría y el derrumbe del comunismo mundial, la ideología de izquierdas no desapareció. Quedó esparcida entre una casta de intelectuales que nunca abandonó las ideas del socialismo, sino que las promovían disimuladamente desde organismos internacionales y ONGs locales. Así fue como estas ideas pasaron del ámbito político al académico. De este modo la penetración ideológica solo cambió de estilo, y han logrando triunfos que no conseguirían mediante revoluciones a cargo de partidos políticos identificados abiertamente con objetivos socialistas. En estos tiempos ya no se trata de ganar el poder mediante revoluciones sangrientas y emprender las transformaciones sociales mediante la fuerza de un Estado totalitario de partido único. Ahora es más fácil lograr estos mismos objetivos infiltrado las democracias débiles, parasitando sus instituciones y guiando sus políticas públicas desde ONGs o cuerpos técnicos que proponen las leyes y los objetivos.
El punto es que, aunque muchos problemas sociales sean reales, la izquierda no tiene ninguna solución. Ninguna. Todo lo que tienen como propuesta es su relamido igualitarismo. La pregunta es si todo esto tiene sentido y alguna posibilidad de funcionar. Pues me temo que no. Y ya lo hemos visto antes. Todas las leyes igualitaristas y proteccionistas de "sectores vulnerables" solo han servido para empeorar las cosas, crear burocracias anodinas e incrementar el gasto público sin resultados. La creación de nuevas figuras delictivas como el feminicidio, el incremento de penas y la imposición de cuotas de mujeres no han dado resultados. La razón del fracaso reiterado de las políticas sociales de izquierda es siempre la misma: la realidad no cabe en los moldes ideológicos. Al final la realidad siempre se impone. Eso ya deberían haberlo aprendido en la izquierda. Pero si así fuera, ya no habría más izquierdas. Los seguidores de quimeras sociales continúan.
Como ya se dijo, la igualdad no existe más que en la imaginación. Es solo un concepto. En la realidad humana no existe ningún tipo de igualdad. Ni siquiera entre hermanos. La diversidad, la variabilidad y la aleatoriedad son los elementos fundamentales de la existencia humana. El solo hecho de que cada individuo sea capaz de tomar sus propias decisiones ya impone una gran carga de arbitrariedad, diversidad y aleatoriedad a la sociedad. Las visiones socialistas tienden a imponer el criterio colectivista por encima de las realidades del individuo concreto. Ven sociedades donde solo hay individuos tomando decisiones individuales. Este es el primer error conceptual de la izquierda. El segundo es la burda creencia de que es posible diseñar y dirigir la sociedad mediante políticas públicas, y desaparecer las diferencias individuales para llegar a la sociedad perfecta. No es posible. Debemos adecuarnos a la realidad y no al revés. Debemos sustentarnos en la realidad y no en la ideología. Y mucho menos en la aberrante "ideología de género".
Al fin llegó la noticia que millones de cubanos esperaban: murió Fidel Castro. El suceso ocurrió con demasiada tardanza, pues una muerte más temprana podría haber salvado a Cuba de la miseria absoluta a la que Fidel la condenó por su arrogancia y fanatismo ideológico. En el comunismo, la muerte suele ser el único mecanismo para liberarse del tirano. A veces también del régimen, pero no es el caso de Cuba, por desgracia, pues Fidel tuvo el descaro de transferir el poder a su hermano, unos años antes, asegurándose la permanencia del régimen. De modo que la muerte del tirano solo es una satisfacción moral, pero no implica cambio alguno en la isla prisión de los Castro.
Por supuesto, la muerte de Fidel Castro ha servido para que el progresismo entero, desde España a Latinoamérica, proclamen su admiración y lamento por la muerte del sátrapa caribeño. Ni siquiera los penosos resultados visibles hoy en la isla prisión castrista, moderan la adulación del progresismo, incluyendo a muchos presidentes. Bastaría el solo hecho de tratarse de una dictadura de 58 años para guardar distancia prudente de ese vergonzoso régimen. No hace falta siquiera mencionar los crímenes de la dictadura castrista. ¿Qué se necesita para que el progresismo tenga la decencia elemental de condenar a esa dictadura castrista? Resulta imposible adivinar. Los dos hermanos Castro acumulan todos los méritos para ser declarados personajes nefastos de la humanidad.
Fidel Castro representa al clásico embaucador de izquierda latinoamericana, charlatán y mentiroso hasta el cinismo más descarado, solo comparable con Hugo Chávez. No hay una sola promesa que Fidel Castro haya cumplido. Desde sus declaraciones tempranas en Nueva York, mientras recolectaba fondos para iniciar su revolución asegurando que no era comunista y que solo quería liberar a su pueblo de la tiranía de Fulgencio Batista para proclamar a elecciones libres, nunca cumplió una sola de sus promesas. Su revolución salió triunfadora en una isla sin ejército regular y sin ningún apoyo de fuerzas extranjeras, como más tarde denunciaría Fidel para acrecentar su triunfo. Derrotó fácilmente a una dictadura desprestigiada que tenía cinco años en el poder pero luego inició otra dictadura, mil veces peor en todos los sentidos, que perduró por 58 años y aún continúa.
Lo primero que hizo Fidel Castro, luego de adueñarse del poder absoluto, fue confiscar las propiedades y repartirse las mejores entre su gente. No respetó nada. La ley y el Estado de derecho fueron dejados de lado y reemplazados con la palabra y voluntad de Fidel Castro. Se hacía lo que él ordenaba o sufría la muerte por fusilamiento. Él mismo redactó una nueva Constitución para hacer su voluntad. Todo, absolutamente todo, pasó a manos de Fidel Castro y de su banda de asaltantes constituidos como el nuevo Estado. Los asaltantes del poder se repartieron casas, yates y ministerios como si fueran naipes. Fidel Castro dio inicio a sus primeras promesas apelando a la más pura demagogia y charlatanería. Anunció que en solo diez años Cuba sería una potencia en muchos campos, incluso mejor que los EEUU. Creyó que bastaba con dar órdenes y amenazar a los campesinos con severos castigos si no cumplían las cuotas de producción que él establecía. Paulatinamente todos los índices de producción fueron decayendo inexorablemente, pese a sus imprecaciones y rabietas.
Los EEUU se convirtieron en los primeros enemigos del nuevo régimen cubano al empezar a demandar el pago por la confiscación de sus numerosas propiedades, entre inmuebles y empresas. Un pago que no se ha realizado hasta la fecha y dio inicio a las malas relaciones que concluyeron en el embargo económico. Adicionalmente, la CIA estuvo involucrada en el entrenamiento de un grupo de cubanos interesados en derrocar a Fidel Castro, pero el gobierno de Kennedy los abandonó a su suerte a la hora undécima, provocando el fracaso de Bahía de Cochinos. Por todo esto, Fidel se inclinó a buscar el apoyo de los soviéticos tras declararse comunista.
Lo paradójico del régimen castrista es que se hizo del poder con la excusa de derrocar a un tirano que se había adueñado del poder durante cinco años, pero Fidel se quedó 55 años en el poder. Criticó el entreguismo al imperio norteamericano, pero él entregó la isla al imperio soviético. Cuba se volvió la cortesana de la URSS llegando al colmo de permitir la instalación de misiles nucleares en la isla. El entreguismo de Fidel a los rusos se convirtió en parasitismo, pues sobrevivieron durante 30 años gracias a la ayuda soviética. Cuando ocurrió el colapso del comunismo mundial, Cuba se vio en la necesidad de hacer ajustes, como permitir el ingreso legal de las sobremesas de los cubanos que vivían en los EEUU. Por varios años los cubanos prisioneros en la isla sobrevivieron gracias a las remesas que enviaban los cubanos libres de Miami. Luego llegó la época de Hugo Chávez y los cubanos volvieron al viejo parasitismo para sobrevivir de la ayuda venezolana.
Además del parasitismo internacional, Cuba ha sido famosa por no pagar sus deudas. Nunca pagó sus deudas a ningún país que tuvo la insensatez de darles préstamos. La lista de países que le han tenido que perdonar la deuda a Cuba es larga. Tal vez la mayor deuda sea la acumulada con Rusia. Vladimir Putin decidió condonar a Cuba una deuda de US$ 35 mil millones, convencido de que jamás se la pagarán. México se sumó a los países que le perdonaron la deuda a Cuba, condonando unos 500 millones a la isla de los hermanos Castro. También un grupo de países europeos perdonó a Cuba un monto superior a los 7 mil millones de euros, siendo los mayores perdonadeudas España y Francia. Incluso el minúsculo país de Uruguay decidió condonarle a Cuba una deuda de 33 millones de dólares. Posiblemente Perú también se sume pronto a la lista de generosos países que han decidido olvidarse de la deuda que Cuba les tiene porque saben que nunca cobrarán.
¿Qué queda al final de tanta revolución? Casi sesenta años después lo que queda es un país sumido en la miseria. El comunismo de Fidel Castro solo sirvió para vender ilusiones a futuro mediante su exuberante verborragia que le permitía hablar por horas a un pueblo convocado a la mala en la Plaza de la Revolución para escuchar la perorata de Fidel, bajo el sol del caribe durante cuatro o cinco horas. Lo más característico de la revolución castrista fueron las marchas obligadas para cuantas efemérides revolucionarias había que rememorar y glorificar. Marchas para maldecir al imperialismo yanki, para glorificar a Fidel, para fortalecer la mística revolucionaria, para repetir una y mil veces más las relamidas consignas de la revolución: patria o muerte, venceremos.
La revolución no era más que un montón de charlatanería barata repetida hasta el cansancio. Cuanto más se hundía el país en la miseria, más se les pedía resistir al imperialismo. Cuanto más crecía el hambre, más se les pedía patriotismo. Cuanto más crecía el desaliento y la desesperanza, más se les pedía denunciar a los traidores de la revolución. Las balsas partían de las playas cubanas con rumbo a Miami cargados de hombres, mujeres y niños desesperados que retaban a las olas y los tiburones en busca de la libertad y del progreso. Muchos sucumbieron a la travesía o murieron acribillados por la metralla de los esbirros de la revolución castrista. Fidel Castro alentó el odio a los cubanos que habían huido a Miami y los llamaba "gusanos". Las familias de los deportistas o artistas desertores en los viajes de gira oficial, eran estigmatizadas y acosadas por el gobierno.
Nada de bueno hay que decir de Fidel Castro. Nada. Cualquier elogio excedería la realidad para caer en la estupidez de la adulonería fanática. Fidel Castro fue un monstruo que solo provocó tragedias, muertes, miseria y contribuyó a alimentar guerras y guerrillas. Todo elogio a Fidel Castro solo puede tener como origen la ignorancia o la estupidez, o ambas cosas cuando se trata de un progresista, pues ellos combinan muy bien ambas cosas. La muerte de Fidel castro, aunque muy tardía, solo puede llenarnos de alivio, como cuando se murió ese otro gran farsante del socialismo, Hugo Chávez. Son los casos en que la muerte resulta ser un hecho benigno. Hasta nunca Fidel.

Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
¿Se imaginan que el papa Francisco llegue a Lima y vaya a la DIROES a saludar a Alberto Fujimori, sosteniendo una charla salpicada de flashes y poses para la posteridad? Al día siguiente el papa sería linchado por toda la prensa progresista, condenado por los columnistas de izquierda y troleado por la pulpinería, quienes tendrían una nueva causa de protesta para su adolescencia revolucionaria. Ya me imagino el escándalo que armaría la caviarada y el desconcierto de los opinólogos y periodistas de la TV, acostumbrados a posar a favor de toda causa linda. No sabrían si adular al papa o condenar su gesto con Fujimori.
Sin embargo, el papa Francisco va a Cuba a saludar al dictador Raúl Castro, hermano heredero del trono comunista, luego va a visitar al mismísimo Fidel Castro, el dictador que hace más de medio siglo se adueñó del poder absoluto de la isla, imponiendo su capricho a 9 millones de cubanos, quienes han tenido que padecer la opresión totalitaria del Partido Comunista, y no pasa absolutamente nada. No se oye ninguna crítica. ¿No es curioso? ¿No sabe acaso el papa Francisco que Fidel Castro es un dictador, y que no tuvo escrúpulos para desaparecer toda oposición por la vía del fusilamiento, la cárcel, la represión y el chantaje?
Por supuesto que el papa Francisco lo sabe, conoce toda la historia de Cuba y de la tenebrosa dictadura comunista que impera hace 58 años, pero no le importa. ¿Por qué? Pues porque en el mundo hay una curiosa doble moral que encubre a todas las dictaduras de izquierda y admira a los dictadores y genocidas comunistas. Es por eso que el papa Francisco puede ir a Cuba, abrazarse con los dictadores, apretar sus manos manchadas con la sangre de miles de cubanos, latinoamericanos y africanos, y luego salir aplaudido por la prensa mundial, aunque se haya negado a ir a las cárceles a visitar a los presos de conciencia, y haya esquivado sin rubor el saludo a las Damas de Blanco, heroínas que luchan en las calles pidiendo derechos elementales y que son salvajemente reprimidas por la dictadura castrista. Aun con todo eso, el papa es glorificado por su acercamiento con los dictadores caribeños. ¿No es curioso?
¿Ustedes creen que el papa Francisco le pidió a los Castro que tengan la amabilidad de dejar el poder y devolverles la libertad a los cubanos? No. Siguiendo la política de doble moral de Latinoamérica, defendió la dictadura y condenó el bloqueo de los EEUU, el único país que ha mantenido una línea coherente de condena a la dictadura comunista cubana a lo largo de los años, hasta la llegada de Obama. ¿Dónde están los cándidos defensores de la democracia que condenan las dictaduras genocidas de Pinochet y Fujimori? Están callados cuando se trata de Cuba, pero tienen la desfachatez de idolatrar al genocida del Che Guevara y usarlo como ícono y escudo de bandera. Y es que cuando se trata de la izquierda, todo es bueno, incluyendo sus genocidas, dictadores y regímenes de terror y miseria.
En su reciente visita a México, el papa Francisco no ha resistido la tentación de parar a saludar a sus amigos comunistas haciendo una escala en Cuba, para echar, una vez más, su bendición a la dictadura castrista. Resulta fundamental en esta campaña electoral, encarar a los candidatos no solo en su postura frente al híper corrupto régimen chavista de Venezuela, sino ante la dictadura cubana. ¿Cuál es su consecuencia y compromiso con la democracia en el Perú y Latinoamérica? No queremos ver otro presidente peruano yendo a la isla de los Castro a saludar a los dictadores, ni pasando por agua tibia los enjuagues electorales del chavismo. No queremos más esa doble moral encubridora de los fracasos y perversiones de la izquierda.
Por: Dante Bobadilla Ramírez
Una enseñanza básica que debería proporcionarse a los niños es que nosotros somos los autores y responsables de nuestros actos y nuestro destino, y que solo necesitamos un ambiente de libertad para progresar. Pero esta es una idea subversiva, que atenta contra el establishment cultural, político y religioso, el cual enseña justamente lo contrario. No es casual que la gente viva pidiendo más Estado y más control, ni verlos adorando dictadores en espera de su generosidad. Sería mejor si las personas tuvieran una filosofía de la vida en vez de una religión, pues resulta más importante entender cómo funciona este mundo, antes que perderse en ideas de cómo es otra vida o un mundo fantástico con seres imaginarios. Lo que necesitamos es entender este mundo y esta vida, y saber cómo lidiar con la realidad. El marxismo pretendió ser esa filosofía de la vida, pero se degradó por tratar de construir el paraíso terrenal mediante una guía suprema, sin respetar la libertad del individuo.
Una filosofía de la vida debe enseñar a valorar la libertad. Y esto implica eliminar la idea de un guía supremo. La evolución de la vida es un gran ejemplo de cómo se consigue el progreso y la perfección sin ninguna intervención suprema. Lo que se necesita es suficiente libertad para que el esfuerzo individual y la variabilidad lleguen a ofrecer algunos buenos productos, que al final prevalecerán por sus propios méritos. La ciencia es difícil de entender porque contradice el sentido común y hasta la experiencia cotidiana. Cuando se dijo que el Sol no giraba alrededor de la Tierra nadie lo creyó. Tampoco aceptan que la vida resulte de simples copias genéticas mutando todo el tiempo y sometidas a la selección natural a lo largo de millones de años. Pero así es la realidad y no hay método más eficiente y simple que ese.
La idea de que todo existe gracias a un gran creador, y que las cosas ocurren porque alguien misteriosamente las guía, es muy fuerte, natural e intuitiva. Además de conveniente. Surge del sentido común. Esta misma idea, aplicada a la política, nos conduce a la búsqueda de un dictador que, desde un Gran Estado, planifique la vida y se haga cargo de todos. Tener un guía supremo ocupándose de la vida ofrece más seguridad y comodidad. Es un efecto psicológico iluso. En los hechos, el Estado no puede controlar mucho, pero lo que sí hace es cercenar la libertad poco a poco. El resultado final es siempre injusticia y degradación social.
Los enemigos de la libertad abundan. Andan disfrazados y engañan con melosos discursos de justicia social. La principal ofensiva ideológica contra la libertad es el igualitarismo. Nos quieren convencer de que la igualdad equivale a justicia. La relamida “lucha contra la desigualdad” es el nombre moderno de la vieja pobretología que ya aparece en la Biblia y es, por un lado, una descontrolada e ineficiente filantropía con dineros públicos y, por otro, la excusa perfecta para otorgarle poder al Estado que, en nombre de la “justicia social”, limitará a los más eficientes otorgando privilegios a los considerados “vulnerables”. Este accionar es alabado por altruista, pero los resultados son invariablemente negativos. Y no pueden ser de otra manera porque se está falseando la realidad y anulando a los más productivos. El maquillaje y las prótesis inventadas por los políticos para equilibrar la sociedad nunca han logrado mejorarla sino todo lo contrario: llevan a la mediocridad y miseria general. Las pruebas abundan.
Lo único que logra generar progreso es la libertad, con el accionar de los individuos tomando decisiones personales. A más libertad, más desarrollo. Es una ecuación simple que parece una fórmula matemática, pero curiosamente muchos no la aceptan. ¿Han visto la cantidad de enemigos del libre mercado? Adoptan poses de gurús académicos para decir panfletadas como “el mercado no es perfecto”, como si algo lo fuera. El mercado no es otra cosa que la sociedad misma. Los enemigos del libre mercado son enemigos de la libertad. Es cierto que la libertad tiene sus riesgos. ¿Qué cosa no tiene riesgos? Pero es mucho mejor correr los riesgos de la libertad que sucumbir ante la esclavitud abrazando la ilusión del Gran Estado regulador.
Preocupa el hecho de que no exista en nuestro sistema educativo nada que le permita a la gente valorar la libertad ni adoptar una filosofía realista de la vida. De hecho la ciencia anda relegada. Solo tenemos diferentes doctrinas de dirigismo supremo, empezando por el implacable adoctrinamiento religioso desde el nido hasta el último año escolar, para pasar luego al marxismo cultural en la universidad. Mientras no brindemos una adecuada formación científica y filosófica para entender la vida y el mundo de un modo realista, valorando la libertad y la acción humana, las personas seguirán sucumbiendo ante la irresponsabilidad, y abrazando doctrinas iluministas, salvadoras y totalitarias.
Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Amigo: las recomendaciones que damos aquí te permitirán perfilar una carrera política exitosa, sobresaliendo en tu medio hasta ser considerado un hombre inteligente y sabio, pudiendo incluso, si tu constancia es suficiente, acceder a la presidencia de la república. No es broma. Ya se han visto casos. Las fórmulas que presentamos en este post han sido probadas repetidas veces y han demostrado su valía para llegar a la presidencia, más allá de lo científicamente demostrable. Van pues nuestros tips o recomendaciones para ser un progresista de éxito.
En primer lugar tienes que mostrar un pensamiento sumamente progresista. ¿Cómo se logra esto? Es muy simple: solo tienes que pensar igual que las grandes mayorías. Como buen progresista debes interpretar o asimilar el pensamiento generalizado de las masas y luego repetirlo como si fuera tuyo. Esto te asegurará que las masas se identifiquen de inmediato con tus planteamientos, colocándote en el pedestal de la fama. Serás admirado por tu sabiduría y por tus irrefutables ideas, pues provienen de la lógica aplastante de las masas. Si ellas creen que los cerdos vuelan, no te hagas problemas, tu deber es afirmar que ello es cierto. Y no solo eso: promete que siempre habrá suficientes cerdos volando para cubrir el cielo.
Todo tu discurso deberá girar siempre sobre el mismo tópico: el pueblo. Si pretendes ser más específico, menciona a los más necesitados. También puedes utilizar otros términos como pobres, marginados o excluidos. Ese debe ser tu tema central. No te preocupes por abordar otros temas de la política que ni tú ni el pueblo entienden. Sólo ocúpate de lo que el pueblo quiere escuchar. Debes mostrar mucho interés por los pobres, ya que eso te garantiza un perfil de gran sensibilidad social y porque significan muchos votos. O sea que eso es muy importante para tu imagen y para tu caudal electoral. Una manera de mostrar este interés es ofreciendo toda clase de ayudas al pueblo. Obviamente no de tu bolsillo sino del Estado. No estaría mal si dices que llevarás al Estado adonde no ha llegado. Ofrece ayuda del Estado por donde vayas: a los pescadores, artesanos, artistas, camioneros, jóvenes, etc. Ofrece créditos, pensión, becas, seguros, etc. Todo gratis. Lo que se te ocurra. No tienes que preocuparse de nada. Tú solo ofrece.
Paralelamente no olvides renegar del "sistema". Culpa al "sistema" de todos los males y anuncia el cambio. Tu mensaje debe girar alrededor del cambio. Haz del cambio una consigna. Si quieres aparecer con mayor contundencia habla de una revolución. Deberás incluir en tu discurso tópicos de moda como la inclusión social y la lucha contra la pobreza. Ah! y no olvides ser contundente en la lucha contra la corrupción. Afirma que todos los que pasaron por el poder son unos corruptos y que tú los meterás en la cárcel. Esto causará el delirio de las masas, siempre ansiosas por linchar a todos. Consigue asesores progresistas. No es nada difícil porque son los que abundan. Puedes buscarlos en universidades que son famosas por estar infestadas de rojos, progres y caviares. Ellos te prepararán mensajes llenos de contundencia combativa. Tendrás que agregar algunos conceptos misteriosos de imposible elucidación tales como la "redistribución equitativa de la riqueza", "el ordenamiento territorial", la "diversificación productiva". Otra vez, no te preocupes de lo que significa. Eso va dirigido a tus enemigos políticos que así tendrán en qué pensar y de qué escribir. Pero digan lo que digan, ignóralos y sigue repitiendo tus consignas. Acúsalos de corruptos. Recuerda que una mentira muchas veces repetida se convierte en verdad.
Es muy importante emplear un discurso recargado de palabritas sumamente elocuentes y sonoras. A la gente le encanta el floro y algunas palabras producen un efecto mágico. Abusa sin reparos de palabras como dignidad, igualdad, equidad, soberanía, reivindicación, justicia, derechos, pueblo. Hazte una lista de estos términos mágicos que causan un efecto contundente en las masas, y en especial entre los más jóvenes, quienes sin duda te apoyarán ciegamente con canciones y poemas. Marcharán con sus pancartas: "por más justicia y dignidad" y crearán incontables redes sociales con nombrecitos como "juventud rebelde" o "juventud por el cambio". Ah! y no olvides convertir todo en un derecho. Es fundamental hablar de derechos. Acá tienes que ser creativo: inventa derechos. Por ejemplo, derechos para los pequeños comerciantes, derechos para los usuarios de bancos, derechos para los viajeros, etc. Todos pueden tener algún tipo de "derecho". Recuerda que "derecho" es una de las palabritas mágicas. Promete leyes que garanticen estos nuevos derechos. Hasta puedes prometer Ministerios. Nadie podrá superarte si prometes un Ministerio de los Derechos Humanos. Y no olvides el tópico de moda: el medio ambiente. Es cierto que al pueblo le tiene sin cuidado el medio ambiente, y menos si se interpone en su actividad predadora informal. Así que no seas tan meticuloso en este punto. Ataca a las grandes empresas mostrándolas como explotadoras y promete su regulación para que los precios y los salarios sean más justos. Justicia y dignidad para el pueblo. Ese será tu lema. Definitivamente con eso alcanzarás el grado máximo de progresismo y podrás llegar a la presidencia.
Con todo eso ganarás la presidencia. Ya en la cima del poder, si realmente quieres que el pueblo te idolatre como a un dios. tendrás que controlar la economía por decreto, fijando precios y tipos de cambio a tu antojo, siempre en beneficio del pueblo. A esto llamarás con el pomposo nombre técnico de "planificación de la economía por parte del Estado soberano", con lo cual rechazarás ponerte al servicio del mercado. Acuña el mensaje "el mercado al servicio del pueblo y no el pueblo al servicio del mercado". También puedes decir que aplicas "una economía con rostro humano". Bajo esa consigna podrás manejar la economía a tu antojo. O por lo menos darás esa impresión gracias a los subsidios que aplicarás en varios servicios y productos para evitar que suban de precio. Cada vez que algún precio empiece a subir, aplicarás un subsidio y de este modo nadie percibirá lo que ocurre, pensarán que, efectivamente, tienes el control de la economía. Si la cosa sigue amenaza directamente a los empresarios y comerciantes con expropiarlos o meterlos presos si sabotean la economía. Y si siguen subiendo los precios declara que hay una guerra económica contra el pueblo y envía tropas a controlar los precios en los supermercados. Paralelamente debes crear un enjambre de licencias para que los empresarios no actúen libremente y dependan casi para todo del Estado (en última instancia, de ti). Poco a poco irás manejándolo todo con subsidios, regulaciones y amenazas, y así el mundo parecerá un paraíso administrado por ti. Nunca temas estatizar una empresa si no obedece tus dictados. Expúlsalos del país si son extranjeros y muestra que actúas en defensa de la nación. Adicionalmente no olvides maquillar las estadísticas. Esto es muy importante. Con todo esto tus niveles de aprobación en las encuestas subirán. No lo dudes. Hasta podrás ganar una reelección sin hacer trampa.
Busca en el mundo otros progresistas como tú, pues nunca faltan, al menos en Latinoamérica, África y algunos países del Asia islámica. Visítalos o invítalos a visitarte, o ambas cosas, y tómate fotos con ellos para mostrarlas como "apoyo internacional". Cuando alguien cuestione estas alianzas asegura nuevamente que son parte de las "decisiones soberanas de un pueblo independiente" y que tú no sigues los dictados del "imperio" y que estás a favor del "multilateralismo". Luego trata de formar con ellos un club de países progresistas. No tendrán nada que intercambiar salvo palabras, pero eso será lo más importante en sus cumbres: los discursos grandilocuentes donde anunciarán el advenimiento de un nuevo orden mundial, derrotando a los enemigos eternos de los pueblos oprimidos. Siéntanse fuertes y reten al mundo. Aprovecha estas cumbres para atacar sin reservas a cuanto rival político internacional tengas, y muy en especial al "imperio", es decir, al presidente de los EEUU, pues eso te dará definitivamente un perfil de progresista revolucionario valiente. Trata de usar palabras fuertes de grueso calibre. La diplomacia progresista no se supedita a la cortesía ni a la buena educación. Eso no lo entiende el pueblo. La diplomacia progresista revolucionaria se basa en gestos retadores al imperio, desplantes y bravuconadas. No dudes en expulsar al embajador del imperio si emite alguna opinión que no te gusta, y hasta puedes acusar al imperio de cualquier desgracia natural como una sequía o un terremoto. Si te aqueja alguna enfermedad, acusa al imperio de atentar contra tu vida. Usa tu imaginación para dejar al imperio en ridículo.
Si eres algo sensato quizá estés sospechando que hay una gran cantidad de contradicciones y falacias en todo este programa progresista que te recomiendo. ¡Pero eso qué importa! Tal vez ya sepas que es imposible para cualquier Estado soportar el servicio de tanto bienestar social, que eso es como una pirámide que tarde o temprano colapsará. Pero eres progresista y eso no debe preocuparte. No escuches las críticas. Anuncia que "a más crisis más revolución". Ante cualquier observación sobre la economía responderás que es obligación del Estado repartir la riqueza. Nunca retrocedas, al contrario, persevera y avanza más en las reformas. Afirma que aun no se le han cobrado los suficientes impuestos a los más ricos, y que podemos evitar que las empresas extranjeras se lleven nuestras riquezas. Dicho esto podrás subirle los impuestos a los más ricos. También podrás nacionalizar algunas empresas como si hicieras ofrendas al pueblo en medio de una ocasión especial y siempre con un ritual patriótico, y el clásico discurso progresista que asegura haber recuperado la soberanía y la dignidad. Y si deseas mostrar más dignidad puedes ignorar la deuda externa o comprarla a su valor devaluado de mercado, deshonrando la palabra del Estado y defraudando a los inversionistas que apostaron por tu país. Pero esas son consideraciones ajenas al progresismo. Tú podrás afirmar sonriente que aprovechaste las condiciones del mercado para beneficio del pueblo.
Sentirás que el dinero se te acaba cuando ya hayas empleado todas las Reservas Internacionales mediante el control del Banco Central, que obtuviste mediante una ley autoritaria o un amañado cambio constitucional. A esto apelarás solo después de haber echado mano de las pensiones de jubilación del sistema privado de pensiones, el cual liquidaste en nombre de la solidaridad y la igualdad, cosa que habrás hecho solo después de haberte apropiado de las divisas extranjeras de los bancos, acto que será presentado como un control estratégico de la fuga de divisas. Enseguida las empresas no podrán importar libremente, lo que te llevará al siguiente nivel de la planificación progresista estatal de la economía que es el control de divisas extranjeras, que en su grado extremo implica permisos para la gente que quiere viajar fuera del país, los que obviamente no son los más pobres ni los más patriotas, así que... ¡a quién le importan!
Prepárate para ser cuestionado. El progresismo no se puede detener por las críticas. Enfrenta a la prensa convirtiendo a los opositores en enemigos del pueblo, aliados del capitalismo y de los poderes fácticos. En cualquier momento aprovecha una acusación infundada para enjuiciar al medio, clausurarlo o negarle la renovación de su licencia. Trata a todos tus críticos como enemigos del pueblo y agentes de la CIA. Traza tu lema: a más críticas más socialismo. Mantén bajo amenaza a tus críticos, utiliza el Poder Judicial para enjuiciarlos y apresarlos, expropia sus empresas bajo la sospecha de acaparamiento y especulación, y asegúrate de tener el control de todos los poderes mediante la coerción, el chantaje, la usurpación, la destitución arbitraria y el cambio constitucional. De hecho, puedes mandarte hacer una nueva constitución progresista, con lo cual todas tus acciones tendrán legalidad.
A medida que surjan los problemas económicos siempre puedes pedir prestado a los países progresistas empeñando el futuro del país, vende las riquezas del país por adelantado, cede el control de algún recurso a un amigo progresista y poderoso a cambio de liquidez. Crea nuevos organismos públicos que se ocupen de controlarlo todo, cada segmento de la vida. Inventa un organismo para cada problema y dale un nombre rimbobante. Con todo ese panorama de control férreo de la economía y de la sociedad, consolidarás tu imagen y perfil de progresista. Nunca dejes de ser un progresista exitoso, aunque todo el sistema creado colapse sobre tu cabeza. Recuerda que la culpa de los males y problemas siempre será de otros. Prepárate para culpar a la oligarquía, al capitalismo y al neoliberalismo, a los poderes fácticos, a los grandes intereses de las transnacionales, a la CIA y a los EEUU, al "imperio", etc. El progresismo nunca pierde.
Después de que alguien arregle el desastre, siempre se puede volver a empezar.
Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Tratando de evitar las vaporosas discusiones teóricas sobre el origen de los derechos, iremos directamente a sus orígenes fácticos. La idea de los derechos va tomando forma a partir de las disputas entre el monarca y sus súbditos, o entre el gobierno y el pueblo, para decirlo de manera más actualizada, y giraba en torno al grado de libertad del que podían disponer los gobernados. Una referencia obligada es la famosa "carta magna" que los nobles le hicieron firmar al rey Juan Sin Tierra en 1215 y que se llama literalmente "magna charta libertatum" (carta magna de las libertades). Han sido grandes momentos de tensión real entre gobernantes y gobernados los que dieron lugar a este tipo de documentos concretos que legitiman los derechos de los ciudadanos, y no frondosos y enredados debates ideológicos alrededor de conceptos abstractos, como ocurre en nuestros días. Los documentos que consagran los derechos son simples y siempre han surgido a partir de algún tipo de disputa concreta del pueblo con el poder. Nunca desde la imaginación brillante de un intelectual. Esto hay que dejarlo claramente establecido: los derechos surgen por necesidad real y no por diseño ideal.
El siguiente documento sobre derechos no se concretó sino hasta 1776 a raíz de la disputa entre las 13 colonias norteamericanas y la corona inglesa en torno a unos impuestos al té que los colonos consideraron abusivos. Ante esto no tuvieron más remedio que declarar su independencia de la Gran Bretaña. También hay que dejar en claro que Norteamérica no se independiza por ideas líricas en torno a la libertad sino por la necesidad concreta de comerciar libremente. De hecho, los colonos apelaron primero a las negociaciones puntuales con la corona inglesa acerca de tales puntos antes de optar por la independencia. Sin embargo, esto los enfrentaba con otro gran problema: un nuevo gobierno general que manejaría a todas las colonias. El remedio podría resultar peor que la enfermedad. Los asentamientos de colonos pretendían seguir gozando su autonomía, por lo que admitir un gobierno general los ponía nerviosos. Esa discusión corrió en paralelo a las batallas por la independencia contra los ingleses. Una guerra que se libró por años pero que no fue de ninguna manera una obsesión idealista por sueños ilusos acerca de la soberanía nacional, el orgullo patrio, la dignidad nacional o la independencia de los pueblos oprimidos por un poder colonial, que fue, en cambio, el trasfondo delirante que primó en la independencia de Latinoamérica.
Tras la guerra de independencia surgen los Estados Unidos de Norteamérica con una Constitución que no es más que una declaración de derechos fundamentales de los pueblos ante el gobierno. Si bien parece estar dirigido a los abusos sufridos ante la corona inglesa, se aplicará inmediatamente para darle forma al nuevo gobierno federal. En buena cuenta se admite un gobierno en tanto y en cuanto este se comprometa a respetar los derechos del pueblo que son básicamente tres: la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Más nada. A continuación se sostiene que todo el sentido de un gobierno es garantizar estos derechos, que un gobierno debe gozar del consentimiento de los gobernados y que si no respetara los derechos señalados, el pueblo que lo nombró puede destituirlo. No solo puede sino que tiene el deber de destituirlo. Además aclara que los funcionarios públicos son sirvientes del pueblo y responsables ante él por lo que hacen.
Poco después de la independencia de los EEUU, al otro lado del Atlántico, en Francia, sucedió una revolución que enfrentó a un pueblo harto de las hambrunas con la monarquía decadente de Luis XVI. La Asamblea popular convocada de emergencia por Necker ante el tamaño de la crisis, se reunió en Versalles y decidió, por si y ante si, refrendar la declaración de los derechos del hombre, o sea, de los ciudadanos, limitando los poderes del monarca. Una vez más, en el caso francés, fue la necesidad la que llevó a la firma de un documento cuya finalidad era defender las atribuciones del pueblo frente a los excesos del monarca, limitando el poder de este.
La revolución francesa fue básicamente una sucesión de errores espontáneos que desembocaron en el caos generalizado, y acabó convertida en una gigantesca y espantosa carnicería por varios meses. El terror finalizó con la llegada de Napoleón, quien restituyó el poder imperial coronándose a si mismo emperador, en una escena que marcó el inicio de la comedia humana de la era moderna, signada no solo por la realidad geopolítica y los intereses imperiales sino todo eso camuflado con nobles ideales por parte de ilustrados intelectuales que anunciaron una nueva era de esplendor del pensamiento y la razón. La supuesta nueva era comenzó cuando los promotores de los "derechos del pueblo" acabaron entronizando en el poder a un general ambicioso, quien renovó el despotismo con una nueva clase social en reemplazo de la aristocracia. Fue tan solo el cambio del despotismo clásico a un despotismo ilustrado, a cargo de un dictador que se rodeó de intelectuales a sueldo encargados de presentar la escena como una nueva era. Años después Hegel asumiría ese papel en Alemania. Lo cierto es que la nueva era se limitó a la incursión de intelectuales en la política, quienes reemplazaron los intereses reales por objetivos ideales. La caída de los imperios tardó un siglo, hasta la muerte de Nicolás II en Rusia, a manos de los bolcheviques, con la incursión de los intelectuales del marxismo.
De vuelta a nuestro continente, la independencia de Latinoamérica tuvo dos frentes: uno idealista al norte, liderado por Miranda y Bolívar, y el otro realista o pragmático al sur, comandado por el general San Martín siguiendo las órdenes del gobierno de Buenos Aires. Para desgracia de los países de Sudamérica, fue el idealismo bolivariano el que se impuso finalmente, lo que determinó a la postre el carácter idílico de estas naciones. Don José de San Martín era un auténtico militar de formación que al ver sus fuerzas limitadas para consolidar la independencia del Perú, por la negativa de apoyo tanto por parte de Buenos Aires como de Bolívar, decidió regresar a su país dejando el escenario libre para que Simón Bolívar continuara su empresa independentista sudamericana, básicamente para su gloria personal, pues carecía de una real motivación; solo esgrimía una idílica escusa: libertad. Trazaba límites a su antojo, creaba repúblicas y redactaba constituciones como si estuviera realizando un sueño infantil. Algunos biógrafos afirman que su obsesión era imitar a Napoleón, de quien fue un ferviente admirador. La improvisación política, el gesto lírico, el discurso inflamado, el caudillismo, la utopía como meta y justificación total, características dominantes en Sudamérica, tuvieron su inicio en la tarea de Bolívar, una empresa carente de sentido.
Lo único que ganaron en los hechos las nuevas repúblicas sudamericanas inventadas a principios del siglo XIX, fue una larga era de caos y anarquía a cargo de una corrupta casta militar sin formación profesional, la que se disputaba el poder a balazos, cual simples bandoleros al asalto de la casa de gobierno. La nueva república peruana nació debiéndole a fuerzas extranjeras el favor de su existencia, y la deuda nunca dejó de crecer. El país era un teatro donde se representaba la farsa de la república a partir de un guión importado, pero interrumpido constantemente por improvisados que saltaban a la escena con su propio libreto. La Constitución y las instituciones republicanas no eran más que decorados artificiales y fachadas de cartón que nadie entendía. Cada gobernante acrecentaba la deuda pública en un saqueo sin fin de recursos. Pero esta parte de la historia queda siempre oculta. La independencia se sigue enseñando a los niños como la más grandiosa gesta del heroísmo nacional, como un acto de dignidad en defensa de la soberanía con la que nos ganamos una patria libre. De este modo se preparan las mentes para que más tarde acojan toda clase de ideas líricas como justificación de cualquier empresa política.
Desde entonces el delirio idealista se apoderó de buena parte de Latinoamérica preparando el terreno para lo que vendría después. Los fracasos acumulados desde la independencia se convirtieron en frustración a principios del siglo XX, y luego en combustible para las revoluciones que sacudieron la región a lo largo de todo el siglo, con un mismo denominador común: siempre se luchaba para expulsar a un enemigo externo señalado como culpable de la miseria. Los intelectuales hablaban de la "segunda independencia". Al igual que en la revolución francesa, el caos de las revoluciones latinoamericanas era explicada y alentada por una casta de intelectuales narrando historias sobre el "rescate del pueblo" de un malvado ogro que lo tenía secuestrado cual doncella de cuento de hadas. Una larga lista de intelectuales y artistas conocidos como "progresistas" se encargaron de narrar la historia trillada de la "liberación del pueblo", como el objetivo más idílico y fantasioso de la política. Los muertos se fueron apilando, especialmente a partir de la posguerra, cuando las revoluciones marxistas se desataron como una plaga continental. Para entonces el combustible de la revolución pasó a ser la ideología marxista, leninista y maoista.
El fin de la segunda guerra mundial dejó un nuevo orden planetario en el que las viejas potencias europeas pasaron a un segundo plano. Por primera vez habían dos súper potencias que no giraban en torno a los caprichos de un rey o de viejas familias de la aristocracia imperial disputándose pequeños territorios con alegatos históricos medievales. Ahora estaban frente a frente los EEUU y la URSS disputándose el mundo. Por primera vez había un enfrentamiento que tenía un extraño componente moral: por un lado se privilegiaba la libertad y por el otro la igualdad social. Había nacido un mundo en el que la ideología estaba presente como un componente de la política. Esto era una novedad.
Una ideología es una doctrina de carácter laico, que opera exactamente igual que una doctrina de fe cuya función es explicar la realidad y establecer códigos morales. Quienes acogen esta ideología redentora de la humanidad son considerados justos, santos y salvos, señalando a los contrarios como apóstatas, pecadores y traidores, indignos de la nueva sociedad creyente. La política asumió caracteres mágicos para justificar la dominación social. Las dictaduras comunistas se sustentaban en la bondad de sus fines. Cualquier cosa era aceptable para alcanzar la tierra prometida de la justicia social. En aras de ese delirio se desataron los genocidios más atroces de la posguerra, muy similares a los ocasionados por las cruzadas y otras guerras religiosas.
Otra novedad de la posguerra fue la aparición de organismos internacionales. La creación de la ONU y sus organismos satélites empezaron a funcionar como autoridades que dictaban pautas de acción a los países que firmaban los convenios o acuerdos. La primera norma de carácter mundial fue la Declaración Universal de los Derechos del Hombre que fue aprobada con la lógica oposición de la URSS y sus satélites, además de Sudáfrica, donde se practicaba el apartheid. Paulatinamente fue apareciendo la jurisprudencia internacional con base en los acuerdos logrados por la amplia red de organismos internacionales especializados como la FAO, UNESCO, OMS, UNICEF, etc. Hoy suman más de un centenar los organismos de diverso nivel adscritos a la red de organizaciones internacionales dependientes de la ONU. Con la existencia de estos organismos llegó una nueva plaga que la humanidad jamás había visto antes: los abogados. Verdaderos magos de la palabra capaces de convertir en texto cualquier cosa que la imaginación pudiera generar. Todo esto trajo como consecuencia la incesante aparición de novedosos derechos, más declaraciones y variados convenios.
El primer golpe de gracia a los derechos humanos lo dieron los rusos. La URSS nunca admitió la validez de los derechos humanos porque atentaba contra su sistema totalitario y absolutista. Después de mucho meditar en la forma ideológica de confrontar el asunto de los derechos humanos, los rusos apelaron, una vez más, a la eficaz estrategia de pervertir el significado del término, tal como ya lo habían hecho antes con el concepto de democracia. Así dieron a luz la genial idea de inventar una serie de nuevos derechos humanos. Se trataba de justificar el régimen totalitario comunista bajo el novedoso enfoque de los "derechos sociales" que eran provistos por el Estado. Es decir, ya no eran derechos propios del pueblo que el gobierno debía respetar sino "derechos" que el Estado le concedía a sus gobernados. Se planteó que por encima de los derechos individuales estaban los de la sociedad en pleno, tales como la educación, la salud y la vivienda, los que debían ser satisfechos por el Estado, tal como ocurría en los países comunistas. Más tarde la inteligentzia comunista introduciría estos conceptos en la burocracia internacional y en la academia, llamándolas cándidamente "derechos de segunda generación". No se trataban de derechos sino de dádivas que el gobierno comunista concedía a sus esclavizados ciudadanos, y siempre en pésimas condiciones.
Así empezó la Guerra Fría de los derechos entre Occidente y Oriente. Se puso frente a frente a la libertad contra la igualdad. Ejércitos de ideólogos escribían toneladas de artículos y libros para defender unos y otros. La izquierda mundial se alineó con los nuevos conceptos de "democracia participativa" y "derechos sociales" para oponerse a las elecciones libres y a la libertad. Poco a poco las constituciones latinoamericanas empezaron a reflejar el caos de los nuevos conceptos. Ese fue el caso de la Constitución peruana de 1979 inspirada por la revolución velasquista. No le faltaba un solo derecho. Saliendo de todos los cánones inició su primer capítulo con una lista interminable de derechos. Luego la declaración de derechos se convirtió en una pauta común de la política y un signo de creatividad a la hora de las campañas electorales. Cualquier cosa podía convertirse en un derecho que se le podía exigir al Estado, yendo incluso más allá de sus reales alcances y posibilidades. Así fue como la Constitución de 1979 estableció que el trabajo era un derecho; peor aun: declaro que la estabilidad en el empleo era un derecho, lo que llevó al país al subempleo, el desempleo y al 75% de informalidad laboral, junto con el caos de regímenes especiales en la legislación laboral.
La demagogia y la charlatanería de los políticos, junto al ejército de abogados y académicos que les sirven de comparsa, convirtiendo cualquier disparatada idea en propuesta ideológica coherente y de vanguardia, han generado el patético escenario de derechos que hoy tenemos como telaraña global. La última gran idea del progresismo mundial, insistiendo en la estrategia de manipular los conceptos y pervertir sus significados originales llamando a eso "evolución de los conceptos", ha dado en crear los derechos de "tercera generación" para encubrir su insistencia en frenar el desarrollo industrial de los países capitalistas bajo el pretexto de defender el planeta. Hoy resulta que el planeta también tiene derechos. Aunque lo del ambiente limpio solo vale para detener la industrialización, no para limpiar los ríos y bosques convertidos en vertederos de basura y aguas servidas. Es evidente que para cuidar el medio ambiente no se requieren tantas declaraciones, conferencias ni campañas. Todo eso es parte de la estrategia mundial del progresismo para adoctrinar a los pueblos en una patética cultura del subdesarrollo y rechazo a la industrialización.
No es extraño que la campaña mundial por los nuevos derechos de tercera generación haya surgido de la burocracia de la ONU y se sustente en el catastrofismo ambiental, generado a partir de modelos computacionales convenientemente alimentados con data seleccionada para tales fines. A mayor temor mayores son los presupuestos para sustentar los nuevos ejércitos de investigadores que se suman a la tarea de predecir catástrofes y montar estrategias de prevención. La propaganda intensiva es parte del complejo entramado que incluye películas y libros de terror ambiental. Pero esto es otro tema que tal vez abordemos en otra ocasión.
Como corolario final debemos anotar que los seres humanos hemos transitado de una condición de sujetos de la realidad, encarando situaciones reales para convertir nuestras necesidades en conquistas políticas, a otro escenario en que eran las ideas y propuestas ideológicas atractivas las que determinaban nuestras decisiones políticas. En estos tiempos hemos ingresado a otro escenario en que ya no son solo las ideas sino los temores del futuro los que determinan nuestras acciones. Desde los tiempos en que era el mismo pueblo el que ganaba sus derechos en la lucha, hasta los días en que los ideólogos al servicio de un régimen definían los nuevos derechos a ser reclamados, hemos terminado en una situación en que son los burócratas armados de tecnología virtual los que dirigen nuestras necesidades.
Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Los analistas discuten diversas hipótesis que expliquen la política internacional de los EEUU al mando del presidente Barack Obama. La más preocupante de todas es la de quitarse los enemigos de encima concediéndoles todo. Es lo que parece suceder ahora en su relación con la dictadura cubana. Sin duda en los momentos actuales y desde hace buen tiempo, Cuba dejó de ser una amenaza para los EEUU, especialmente desde el desplome del bloque soviético que llevó a la isla de los hermanos Castro al borde de la inanición. Eso sumado a la inhabilitante decrepitud de la jerarquía mayor del Partido Comunista Cubano y a la cada vez más penosa ruina económica de la isla, que ha logrado sobrevivir a costa de no pagar sus deudas y depender de la ayuda venezolana.
Pero una cosa es que Cuba no sea una amenaza hace más de veinte años, y otra que EEUU tienda la mano a una dictadura que ha conculcado todos los derechos en la isla que tomó por asalto hace más de medio siglo. El gobierno de Cuba sigue estando en manos de una banda de asaltantes del poder que hace 56 años se adueñó del gobierno por las armas montando la peor dictadura de su historia, eliminando la libertad y la propiedad privada, expropiando, encarcelando y fusilando a los opositores. El actual gobierno de Cuba tiene un largo historial de atropellos a los DDHH y nunca se lavó las manos manchadas de sangre.
La pregunta es cómo el gobierno de un país que representa a la democracia y a la libertad en el mundo, y que ha peleado guerras por defender estos valores, puede hoy extenderle la mano a una dictadura casi septuagenaria y criminal sin exigirle nada a cambio. ¿Qué gana EEUU con esta movida si admite que Cuba no es ninguna amenaza? Es difícil entenderlo.
Una hipótesis fuerte dice que EEUU trata de minar la amplia red de apoyo internacional que logró consolidar Hugo Chávez mediante su política de petrodólares en la década de los altos precios del petróleo. No solo se trata de Cuba sino también los países que conforman Petrocaribe los que estarían en la mira de la diplomacia yanki. Aislar diplomáticamente a la delirante dictadura chavista conducida a la deriva por Nicolás Maduro en estos días, es una buena hipótesis de trabajo. Es verdad que Hugo Chávez logró constituir su propio cartel internacional siguiendo el estilo de Vito Corleone, rodeándose de ahijados que dependían económicamente de su generosidad. Luego, usando su red de países satélites, se dedicó a fundar organizaciones internacionales con la idea de reemplazar la injerencia yanki por la bolivariana, creyendo que eso bastaba para convertirse en un imperio mundial.
Pero la muerte sorprendió a Hugo Chávez en medio de sus sueños de opio, al mismo tiempo que el precio del petroleo le quitaba a Venezuela su principal sustento y herramienta de chantaje. Hoy Venezuela es un país quebrado en todo sentido, incluso moralmente. Todavía cuenta con el apoyo de los presidentes que llegaron al poder ayudados por la chequera chavista, como Cristina, Correa y Humala. Pero eso está por cambiar en poco tiempo. La propia realidad se encargará de eliminar a los fantoches. No hace falta más que un poco de paciencia china para ver caer por si solos a los experimentos socialistas cual endebles castillos de naipes. Todos acaban en la inanición y el endeudamiento.
El acercamiento de EEUU y Cuba será un duro golpe para la retórica de la izquierda continental acostumbrada al doble discurso de condenar la injerencia de los EEUU y a la vez el bloqueo a Cuba. Obama ha dicho que mantienen sus diferencias y esperemos que eso signifique no avalar a la dictadura comunista y mantener la exigencia por el respeto a los más elementales modales democráticos del mundo civilizado. El ingreso oficial de Cuba a una cumbre americana no debe significar un aval a la dictadura más longeva y vergonzosa de la región, donde el hermano menor del dictador Fidel Castro asumió el trono como heredero de una familia real.
El dictador Raúl Castro dijo en la cumbre de las américas que ya era tiempo de que él llegara allí para hablar en nombre de Cuba. Alguien debió preguntarle ¿quién lo eligió para hablar en nombre del pueblo cubano? Raúl Castro solo puede hablar en nombre de la banda de asaltantes comunistas que se adueñaron del poder a pistoletazos hace 56 años. En todo ese tiempo los barbudos dirigentes solo pudieron llevar a Cuba de ser uno de los países más desarrollados de Latinoamérica a ser hoy uno de los más miserables y atrasados. El brillo intelectual, artístico y cultural que Cuba irradiaba a toda Latinoamérica en los años 50 del siglo pasado se apagó tristemente bajo la férula del comunismo.
El discurso de liberación que enarbolaron los barbudos guerrilleros al entrar a La Habana a principios de enero de 1959, fue aplaudido con entusiasmo por una población cansada de la dictadura batista de 5 años, sin imaginar que le daban la bienvenida a sus nuevos dictadores por los siguientes 56 años. Los supuestos liberadores se convirtieron en los captores de todo un pueblo al que sometieron a su voluntad e impusieron los caprichos delirantes de una sola persona: Fidel Castro. Aun cuando en un principio la izquierda continental aplaudió a los revolucionarios, paulatinamente ese apoyo fue convirtiéndose en desencanto al ver las tropelías del régimen. La capa más pensante de esa época le quitó el apoyo a la nueva dictadura cubana pero la mayor parte de la izquierda la defendió sin tener el menor rasgo de vergüenza.
Cuba fue el pretexto de la izquierda continental en su eterna "lucha antimperialista", que no es otra cosa que usar a los EEUU como el cuco para posar como defensores del pueblo ante una supuesta agresión yanki. La mitología progresista funcionó muy bien al principio y encandiló a los jóvenes que no dudaron incluso en abrazar las armas en los 60 y 70, siguiendo la prédica del Che Guevara sobre el odio a los EEUU y la necesidad de crear muchos vietnams en Latinoamérica. Pero todo ese delirio ideológico perdió fuerza ante el descalabro final del comunismo y el desastre cubano. Solo sirvió para llenar de muertos varios países de la región. El comunismo latinoamericano inspirado en la dictadura castrista llegó a acumular medio millón de cadáveres en Latinoamérica. Ese ha sido todo el aporte concreto del Partido Comunista Cubano y sus seguidores en la región.
El cambio de escenario actual significa que los autócratas cubanos agradecen a Barack Obama por el fin del bloqueo (que aun está por levantarse legalmente en el Congreso norteamericano y no es nada seguro que sucederá) y dejan sin piso a quienes inventaron y defienden otras organizaciones como la CELAC, solo para ver a la dictadura cubana representada en una cumbre sin los EEUU. El doble discurso del progresismo continental que condenaba la injerencia de los EEUU y a la vez su bloqueo a Cuba tendrá que cambiar. Habrá que tener un poco más de paciencia china para ver caer la ominosa dictadura cubana de los Castro, aunque sea por la gracia de la muerte. Esperemos que este gesto de la diplomacia norteamericana sea un viento de esperanza para el pueblo cubano, prisionero en su propia tierra de la más funesta dictadura de la historia.
Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Lo que ocurre en Venezuela en estos días y desde hace una década y media es simplemente una vergüenza. No hay otra manera de calificarlo. Es una vergüenza en muchos sentidos y no solo para América Latina sino hasta para la humanidad en pleno, pues se trata una vez más de la claudicación de la razón, la exaltación del delirio, el triunfo de la prepotencia, la majadería del totalitarismo con toda su arrogancia, cinismo y estupidez. Y además de todo eso, Venezuela es hoy, como lo fue Cuba en el siglo pasado, el empeño más burdo de cierta intelectualidad para justificar el caos y la sinrazón en aras de un ideal utópico que agoniza en el desastre más patético.
Podemos señalar las razones puntuales por las que Venezuela es una vergüenza. Lo es en primer lugar porque se trata de otro régimen de oprobio que, desde sus orígenes con Hugo Chávez, se fundó exclusivamente en la prepotencia personal y totalitaria de un clásico personaje mesiánico y delirante. El régimen de Hugo Chávez no fue más que simple voluntarismo autoritario y narcisista de un típico líder todopoderoso, uno de esos típicos dictadorzuelos latinoamericanos y caribeños tantas veces retratados por la literatura latinoamericana, y de los que vanamente pensamos que nos habíamos librado ya y que eran cosa del pasado. Pero no. Latinoamérica y el Caribe son tierras fértiles para el surgimiento de esta clase de líderes de pacotilla que a base de retórica encendida, posturas retadoras y con la misma lógica barata de luchar contra los tradicionales fantasmas señalados por la charlatanería de la izquierda, son capaces de llevar a todo un pueblo a la debacle. Realmente nos avergüenza que Latinoamérica no haya superado esa trágica costumbre de caer en los embustes de un titiritero.
En segundo lugar, Venezuela es una vergüenza porque siendo uno de los países más ricos del planeta ha sido llevado irresponsablemente a la ruina económica, precisamente por los delirios y caprichos ideológicos de Hugo Chávez, quien a despecho de las enseñanzas de la historia, pretendió reinventar el fracasado socialismo tomando como modelo nada menos que la miseria cubana. El absurdo camino de la estatización compulsiva de empresas no obedecía a estrategia económica alguna sino a las locuras y caprichos del dictador. El montaje de industrias socialistas y la elección de aliados comerciales tampoco se fundaba en razones económicas y ni siquiera en la racionalidad sino en meras afinidades ideológicas. Todo lo que regía en la mentalidad de Hugo Chávez era un antiamericanismo enfermizo que lo llevaba a buscar aliados entre la escoria más raleada del planeta.
La inmensa riqueza petrolera de los venezolanos fue simplemente saqueada por el régimen de Hugo Chávez, quien luego de apoderarse de PDVSA se dedicó a regalar petroleo para formar su grupo de países adeptos. Los fondos públicos de Venezuela, aparentemente infinitos, se despilfarraban en toda clase de proyectos disparatados a sola firma del dictador. La economía de Venezuela se sujetó a la voluntad de una burocracia corrupta e inepta que se hizo cargo de todo gracias a una de las leyes más absurdas de la historia y de la economía: la ley de costos y precios justos. La consecuencia de más de 1700 empresas estatizadas, miles de fincas enajenadas, casi diez mil empresas cerradas por voluntad propia a falta de posibilidades de subsistencia, generó la pavorosa situación de desabastecimiento que hoy padecen los venezolanos.
En tercer lugar, Venezuela sigue siendo una vergüenza para la clase intelectual porque aun hay una amplia legión de escribas defendiendo el desastre bolivariano como lo hacían el siglo pasado con Cuba, pese a su evidente condición de dictadura totalitaria y fracasada. Es todo un reto para las ciencias humanas descubrir qué lleva a los intelectuales a tratar de defender el desastre, el oprobio, la dictadura, la irracionalidad y el fracaso absoluto de un régimen. La mayoría de ellos, como el celebrado escritor norteamericano Noam Chomsky, solo se fundan en sus viejas rencillas contra los EEUU al que consideran el origen de todos los males de la humanidad. Para ellos solo hace falta que un régimen se declare antinorteamericano para gozar de sus simpatías. Es una alianza patológica. La clase intelectual de Latinioamérica ha perdido otra brillante oportunidad de condenar la locura.
En cuarto lugar, Venezuela también representa una vergüenza para la clase política del continente, pues han callado en todos los idiomas convalidando los atropellos que antes Chávez y hoy Maduro han cometido y cometen impunemente. Con la excepción solitaria de los EEUU y unos cuantos líderes como Sebastián Piñera y Andrés Pastrana, la clase política le ha dado la espalda al pueblo de Venezuela y ha preferido la hipocresía diplomática. La mayoría de países de UNASUR son de algún modo clientes del chavismo y le deben algo, si es que no son simpatizantes y promotores directos del despotismo chavista, como los miembros del ALBA. En ese concierto, Perú, bajo el régimen de Ollanta Humala, ha hecho el papel de cortesana. Siendo presidente pro tempore de UNASUR el Perú avaló las amañadas elecciones donde Maduro se alzó como triunfador en medio de una dudosa contienda y en medio de un clima enrarecido. Los tibios intentos de revisar la situación política en Venezuela, fueron acallados de inmediato por el propio Maduro, quien se tomó la libertad de insultar y amenazar al canciller del Perú, Rafael Roncagliolo, sin que el gobierno de Ollanta Humala se atreviera a asumir una postura decorosa en defensa de la dignidad del país.
Por último, Venezuela es una vergüenza para la democracia y para todos los organismos políticos de la región, que en cada cumbre firman declaraciones líricas de apoyo a la democracia. Ningún régimen puede reclamar el título de democracia solo por haber surgido o refrendado su legitimidad en unas elecciones. La democracia no es solo elecciones. Es fundamentalmente respeto a la división y separación de los poderes públicos, respeto y defensa de la libertad, en especial las libertades de expresión y de prensa. Es el respeto de las minorías y especialmente de la oposición. Es el respeto a la propiedad privada, al Estado de derecho y al debido proceso. Nada de esto se observa en Venezuela desde hace más de una década.
Venezuela es gobernada por una dictadura de partido único que ha copado todos los poderes públicos con sus militantes, sin mostrar el menor escrúpulo. Ha cerrado diversos medios de expresión como diarios y canales de TV, ha amenazado a periodistas y encarcelado a líderes de oposición. Han golpeado cobardemente a una líder de la oposición como la diputada María Corina Machado en el propio recinto del parlamento, por parte de huestes chavistas que nunca fueron procesado por esa vil agresión con daños físicos. Antes peor, fue María Corina Machado la que resultó desaforada y expulsada del parlamento en una muestra más de la canallada del régimen. Con líderes de oposición en la cárcel y estudiantes asesinados por la guardia bolivariana, Venezuela es una vergüenza para la especie humana que aspira a vivir en condiciones dignas. Nuestro apoyo al pueblo venezolano que no se ha vendido a las dádivas del chavismo, nuestro apoyo incluso a esos seis millones de empleados públicos que viven comiendo de las manos ensangrentadas de la dictadura y que son obligados a marchar y apoyar al régimen bajo amenaza.
No falta mucho para que este régimen caiga. Ya no es mucho lo que pueden hacer. Están quebrados y nadie está dispuesto a darles más créditos. La última gira mundial de Maduro lo ha confirmado. No se puede esperar nada de los gobiernos latinoamericanos comprados por el chavismo como los de Argentina, Ecuador o Bolivia, y tampoco en los que tienen, como Ollanta Humala, rabo de paja y techo de vidrio frente al chavismo. Solo la presión de los EEUU por fuera y la presión popular interna sumadas a la crisis económica harán que el chavismo tambalee. No será fácil. El cáncer ha carcomido las instituciones sociales y la batalla será dura. La dictadura cubana ya ha superado el medio siglo, esperemos que el chavismo de Maduro no llegue a culminar su mandato. Debe irse ya.
Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Podría parecer absurdo referirse a una decadencia de la izquierda cuando Latinoamérica está regida en su mayor parte por gobiernos de izquierda. Pero eso es solo parte de las muchas paradojas de la humanidad. La ciencia cognitiva nos da pistas para entender los diferentes planos del razonamiento humano y sus desajustes entre lo teórico y lo práctico, como cuando aprobamos las normas que nos rigen pero en los hechos decidimos esquivarlas. Algo por el estilo puede explicar por qué la izquierda fracasa en los hechos pero encandila a las masas en el discurso, ganando apoyos electorales. Acaso podríamos comparar esta situación a la que viven las mujeres que siguen vinculadas con un hombre que las maltrata y que, eventualmente, acabará por asesinarlas.
Basta comparar la realidad de Cuba con la de Costa Rica o Puerto Rico para hallar la evidencia del fracaso marxista. Podríamos también comparar a las dos Coreas. En otros tiempos servían de ejemplo los desarrollos desiguales de la Alemania capitalista y la comunista. En todos los casos el capitalismo ha demostrado ser infinitamente superior al socialismo. La crisis actual de Venezuela debería ser la prueba final de que el discurso de izquierda es una fantasía, aunque se grite con la elocuencia y desplante de un líder extravagante como Hugo Chávez, digno representante de ese clan de gobernantes de izquierda que desde su delirio personal pretendieron crear un nuevo orden social.
Los hijos y viudas de Hugo Chávez han usado la tradicional demagogia de izquierdas para poder ser reelegidos hasta la perpetuidad, al mejor estilo de los Castro en Cuba, modelo e inspiración del socialismo del siglo XXI. En otros casos se han dado maña para pasarse el poder como si fuera una herencia personal, y en todos ellos, los fabricantes de sueños del progresismo continental no han tenido ningún empacho en manosear la Constitución a su antojo, incluso repetidas veces, para incorporar su charlatanería grandiosa asegurando de paso su permanencia en el poder, llamando luego a toda esa descarada maniobra "democracia". Sin duda el rasgo más evidente de la decadencia de la izquierda Latinoamericana es su falta de compromiso real con la democracia y la facilidad con que están dispuestos a ultrajarla para preservar su poder. En Cuba llaman democracia a su dictadura de 56 años y en Sudamérica, aspiran a lograr lo mismo mediante elecciones dentro de un régimen que ya no tiene nada de democrático desde que no hay división de poderes ni alternancia.
Más allá de la captura fácil del poder aprovechando la falta de institucionalidad o aniquilando la poca que había para erigirse como un poder permanente y absoluto, la izquierda latinoamericana no ha sido la gran solución esperada para los males sociales. Por el contrario, ha llevado a Venezuela al desastre económico, pese a la gran oportunidad que significó la época de los más altos precios históricos del petroleo. En todos los países regidos por el socialismo chavista la institucionalidad de la democracia ha sido sistemáticamente debilitada mediante el manoseo de la Constitución, el copamiento de las instituciones con militantes partidarios y el ataque a la prensa libre.
La izquierda del siglo XXI dejó las armas y llegó al poder mediante los votos, pero ha sido una gran decepción, pues ha repetido los mismos vicios que le fueron criticados en el pasado. Es obvio que todo esto deriva de una forma de pensar propio de izquierdas. En consecuencia, no podemos decir que existe una nueva izquierda o que la izquierda haya evolucionado y se haya democratizado. Nada de eso. Apenas ha dejado las armas y la violencia, pero su meta utópica de transformación radical de la sociedad, imponiendo el igualitarismo y aplastando todo atisbo de libertad sigue en pie.
En el siglo pasado la izquierda no creía en la democracia porque, de acuerdo a los dogmas de su doctrina, la democracia era parte de la superestructura ideológica diseñada por las clases dominantes para detentar el poder sin compartirlo. Una crítica que iba a la par de su propuesta de una dictadura del proletariado. Para vender sus delirantes ideas apelaron a la charlatanería. Llamaron "democracia burguesa" a la que tenía carácter representativo y se sustentaba en la libertad del individuo para elegir su gobierno, proponiendo una nueva y "verdadera democracia directa", de carácter asambleísta y participativo, regida por el partido único que determinaba todo. Los líderes de esta curiosa democracia envejecían en el poder y solo eran reemplazados tras su muerte, como ocurrió con Hugo Chávez, o tras su incapacidad física, como ocurre con Fidel Castro.
Como todas las discusiones teóricas planteadas por la izquierda para refutar lo que consideran un "mundo injusto", el asunto del modelo de democracia fue solo una artimaña. Era un pretexto para sabotear las elecciones y/o justificar sus permanentes derrotas electorales. La metodología de la izquierda ha sido siempre la misma: minar las estructuras de nuestra cultura introduciendo una especie de cuñas por varios lados para tratar de desestabilizarla y arruinarla. Paralelamente trataron de destruir nuestra sociedad mediante la violencia de los fusiles y la dinamita, los asesinatos selectivos y masivos, el secuestro y el chantaje. Aunque en el presente siglo la izquierda ha dejado de lado su estrategia violenta apelando más al aprovechamiento de la debilidad de las instituciones y la estupidez de las leyes dadas en favor de los derechos humanos, nunca han dejado de lado el combate ideológico para destruir el mundo. Son expertos en plantear debates absurdos y en inventar problemas teóricos ridículos como el de la desigualdad o la distribución equitativa o los derechos.
Fue así como esta gente de izquierda ganó fama de intelectual, y hasta de intelectuales profundos, con solo escribir tonterías respecto de seudoproblemas teóricos y conceptos rimbombantes como el de "exclusión social". Por otro lado, quienes nos colocábamos al frente, como críticos de esa ridícula moda intelectual progresista, éramos tachados como "anti intelectualistas". Hasta hoy se percibe esa falsa impresión de que solo en los mares de la izquierda navegan todos los intelectuales con las velas infladas, mientras que en la derecha hay apenas unas voces acalladas y tímidas sin ideas, o un frente de anti intelectuales. Lo cierto es que toda esa intelectualidad extendida por la izquierda termina siendo tan solo una rémora improductiva de la sociedad que no sirve para nada en el terreno de los hechos, que es donde realmente importan las cosas. Sus ideas llevadas a la práctica solo han causado el colapso económico y la crisis social.
El mero hecho de cuestionar o criticar no convierte a nadie en un intelectual ni su mamotreto en obra. Pero la izquierda es la cuna de todos los insatisfechos con el mundo y su pasión es escribir largos mamotretos denunciando todo lo malo, desde la existencia de los pobres hasta los abusos bancarios. Por supuesto, nada mejor que señalar a los malos de la película y combatirlos. Si quieres ser de izquierda solo tienes que buscar algo que no te guste en el mundo, después de todo hay tantos problemas en las sociedades humanas que será sumamente fácil hallar algo que criticar. Luego solo debes atribuir ese problema al "sistema imperante". Pero si el tema elegido aun no es percibido como problema por la sociedad, entonces puedes apelar al miedo despertando sospechas. Nada es más efectivo que alimentar el miedo o el odio. Para ello solo basta con montar un psicosocial tenebroso en donde hay un grupo de interés que busca beneficiarse a costa y riesgo de la gente. Por lo general este grupo de interés es una o un grupo de empresas "poderosas". Y si son transnacionales el asunto funciona mucho mejor, pues se añade el chauvinismo y la xenofobia. Esa ha sido y sigue siendo toda la estrategia de la izquierda intelectual, si puede llamarse así a la charlatanería.
El fracaso de la izquierda se gesta precisamente en esa actitud primaria de dinamiteros del mundo a partir de sentimientos de frustración e insatisfacción profunda con la realidad. Más que una actitud intelectual, la izquierda es una condición psicológica contra la realidad que busca una expresión racionalizada, al punto que incluso la violencia está ideológicamente justificada. El mundo no me gusta y, por tanto, lo destruyo. A eso se resume la posición de la izquierda. Y es por eso que prende rápidamente y de manera natural en los jóvenes, que son personas en maduración en las que los procesos corticales prefrontales, propios del análisis complejo y del autocontrol, no están plenamente consolidados. El choque de la juventud con el mundo consiste precisamente en adecuarse a un orden social existente. Ese proceso de adaptación resulta para muchos perturbador, y es cuando la prédica de izquierda prende con facilidad. Ser rebelde es natural en la juventud, y la izquierda ha utilizado esa rebeldía para ponerle su sello. No hay nada mejor que ofrecerle a los jóvenes las excusas ideológicas para enfrentarse al mundo. La izquierda siembra en los jóvenes la utopía de un mundo mejor proponiendo, como primer paso, la destrucción del orden existente. Esta es una postura moralmente cuestionable. Nada tiene de intelectual. Es una burda manipulación de voluntades.
Tanto las estructuras sociales y económicas que rigen a la sociedad, así como su dinámica propia, son producto de las relaciones que los seres humanos han realizado libremente a lo largo de los años y siglos. Son productos de la evolución natural de la sociedad que ha generado una cultura dentro de una civilización. No es pues, como han llegado a sostener muchos teóricos de izquierda, el diseño perverso de grupos de poder económico que confabulan para mantener pobres a los pobres y generar riquezas a expensas de otros. Toda esa es basura ideológica que solo puede encajar en mentalidades inmaduras, incautas y carentes de educación es el alimento de la izquierda. Dinamitar el mundo, en términos literales, no les dio muchos resultados a los extremistas de la izquierda latinoamericana, pero hacerlo teóricamente en estos días les ha dado los mismos malos resultados. No importa cómo lleguen al poder, la izquierda carece de sustento real para dirigir el mundo.
La lógica de la izquierda contradice la realidad, por cuanto las estructuras sociales así como la dinámica social y económica no responden a diseños ni pueden ser sujetas a control. No hay manera de dirigir el mundo desde un súperpoder que planifica, dirige y controla la sociedad. Nadie es capaz de conocer todas las variantes de la realidad, y menos una burocracia. Sin duda el principal factor del fracaso de la izquierda es su ilusa pretensión de controlarlo todo. Llevados por su tesis conspirativa de base, pretenden reemplazar a los supuestos diseñadores del sistema perverso imponiendo un nuevo diseñador que es el Estado en manos de la izquierda, ellos planificarán un nuevo sistema "justo" que garantice el bienestar para todos. En buena cuenta, la izquierda pretende convertir al Estado en el nuevo dios diseñador del mundo. Si lo vemos bien, todo este delirio izquierdista sigue siendo el mismo que empujaba a las hordas salvajes en los tiempos más remotos y primitivos de la humanidad. Solo que hoy han inventado el discurso que lo justifica y manejan mejores conceptos.
Pero lo peor de todo es que el juego retórico de la izquierda no termina cuando se encuentra al final con el fracaso y la debacle. Frente al fracaso llega la hora de generar justificaciones teóricas que lo expliquen y hasta lo transformen en un éxito. La retórica de la izquierda no tiene límites. Ellos pueden llamar éxito al fracaso y triunfo a la derrota, así como llaman democracia a su dictadura. La izquierda navega con total libertad en el mar del cinismo y la hipocresía. Son dueños de la palabra. La verdad que los guía permanece siempre a salvo. Ellos no se equivocan sino que son los enemigos quienes actúan impidéndoles el éxito. ¿Qué hicieron mal? ¡Nada! Ellos siguieron el manual del buen socialista al pie de la letra. Dieron las leyes adecuadas prohibiendo todas las acciones negativas para el pueblo y montaron los organismos de control y vigilancia de cada movimiento económico. Si nada de eso dio resultados es por el sabotaje de la derecha, por el accionar subversivo de los enemigos de la patria y de los contrarevolucionarios. Al final será EEUU y otros fantasmas eternos que persiguen los sueños delirantes de los socialistas quienes carguen con la culpa de sus fracasos.
La respuesta automática de la izquierda a la debacle total será profundizar las medidas y endurecer la revolución. Hay que seguir combatiendo a los enemigos. Más leyes, más organismos, más control con más vigilancia y castigos más severos. Toda duda en sus dogmas sería vista como un acto de flaqueza, un pecado contra la revolución, una debilidad reprochable y una excusa para confinar a cualquiera en las mazmorras. Los críticos del modelo serán declarados enemigos de la patria y llevados a la cárcel, al mismo estilo de Stalin. La Santa Inquisición revolucionaria empezará a actuar en defensa de la revolución para castigar a los medios de prensa y opositores que serán vistos como aliados de los enemigos de la patria. Solo la verdad de la revolución será oficialmente aceptada. Esa es finalmente la posición de la izquierda dogmática, hundiéndose en su miseria y fracaso, drogada con su ideología, incapaz de ver la realidad.
El típico gobernante de izquierda es un líder arrogante y estúpido que surge de la inmadurez y la ignorancia, con graves conflictos de personalidad, incapaz de controlar su ego, propenso a las explosiones emocionales y a las expresiones altisonantes; es intolerante y amenazador, hace gala de su poder y se deleita enfrentándose a los más poderosos (empresas, bancos, medios de comunicación, incluso gobiernos extranjeros, especialmente a los EEUU, país que simboliza el poder máximo en el mundo) asumiendo las poses típicas de un patán o matón de barrio con lenguaje de camionero. Con ello causa efectos positivos en las masas que lo ven como el macho alfa de la nación. El líder mesiánico de izquierda monopoliza la opinión en las reuniones de coordinación, es él mismo quien habla mientras los demás asienten sin atreverse a decir nada. Puede pasarse horas enteras hablando frente a los micrófonos y las cámaras sin sentir apremios biológicos. Lo sabe todo y lo puede todo.
Por donde se le mire, la izquierda es el sector político que representa el delirio humano y el abuso del poder desde que la especie empezó a organizarse sobre este planeta. Toda la diferencia es que ha ganado argumentos teóricos y un ejército de charlatanes académicos que los justifican. Pero deberían ser juzgados más por sus obras que por sus palabras, como lo sentenció Jesús.
Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
La realidad es insobornable. No importa el cúmulo de retórica que se invierta en su diagnóstico ni cuántos esfuerzos se malgasten en el ridículo intento por controlarla o transformarla. Ella siempre sigue su propio curso ignorando a los iluminados que propugnan cambios revolucionarios, vanos intentos que solo dejan penosos fracasos por todos lados. Pero ni la rotunda derrota del comunismo a escala mundial (el más grande intento de transformación) ha mermado el anhelo humano de cambio y control de la realidad. Todavía se navega en ese mar de la estulticia con la misma retórica y las mismas pretensiones transformistas apenas maquilladas. La historia política de la humanidad es una repetición sin fin, pero para entenderla adecuadamente hace falta quitarle el exceso de retórica y falsas imágenes montadas en cada psicosocial.
A inicios de siglo el Perú vivió una petit revolución, pero no a cargo de los típicos iluminados de izquierda, sino de simples saltimbanquis que se llenaron la boca con la palabra "cambio" y otras frases de cliché que se repiten hasta hoy, tales como "recuperar la democracia", "derrotar la dictadura" y "luchar contra la corrupción". Aquella mini revolución no fue más que una farsa montada a partir de una sola imagen: la de Vladimiro Montesinos sobornando a un congresista para pasarse a las filas del fujimorismo. Imagen que solo confirmaba lo que era un rumor a voces, pues el escandaloso espectáculo de legisladores pasándose al oficialismo no dejaba lugar a dudas. El video lo confirmó. Y fue suficiente para que saltaran a la arena una serie colorida de saltimbanquis de diverso pelaje que alborotaron el escenario tratando de ganar protagonismo y aprovechar el desconcierto.
Como si el transfuguismo no fuera una práctica común en los políticos peruanos hasta el día de hoy, el "vladivideo" fue hábilmente utilizado por una banda de farsantes de la moral como pretexto para montar una supuesta "lucha contra la corrupción". En tanto que los demagogos llamaban "dictadura" al régimen fujimorista, de inmediato surgió la ridícula expresión "recuperar la democracia". Así fue como se montó uno de los más patéticos psicosociales de la historia. El Perú se convirtió en un circo de barrio pobre, con una gran cantidad de malos payasos peleándose por hacer su propia gracia ante una tribuna anhelante de espectáculo.
El preludio del movimiento fue la llamada "marcha de los cuatro suyos" convocada por Alejandro Toledo tras su derrota electoral, un papelón montado como berrinche de mal perdedor. A las cuatro de la tarde del domingo 9 de abril del 2000 se dieron los resultados preliminares de las elecciones generales. Los sondeos a boca de urna de la empresa DATUM dieron como ganador a Alejandro Toledo por un margen de 5%, cifras que fueron cambiando a medida que avanzaba el conteo oficial hasta que el resultado final dio como ganador a Alberto Fujimori por un estrecho margen, cosa que no es nada extraordinario en los resultados electorales en el Perú. Pero esto fue asumido por Toledo como un fraude (reacción electoral muy común en nuestro medio) y convocó al pueblo a marchar por las calles, como también es ya una costumbre en política. No fue un millón y medio de personas como suele ocurrir en Buenos Aires o Caracas. La llamada "marcha de los cuatro suyos" convocó apenas a unas 25 mil personas, pero bastó para darle a Toledo un perfil de líder de masas. La verdadera revolución vendría tres meses después, tras la difusión del video Kouri-Montesinos.
Toda revolución surge con un psicosocial que sirve para justificar las acciones y además ganar aceptación popular. Una circunstancia cualquiera sirve como detonante y pretexto para encender la chispa de esa mezcla explosiva que son las muchedumbres exaltadas junto a una variopinta banda de arribistas y demagogos, trepados en la tribuna liderando el descontento popular. Desde la revolución francesa de 1789 hasta la mini revuelta antifujimorista en el Perú del 2000 las cosas solo se repitieron iguales. Allí está el rey tratando de huir y exiliarse, los panfletarios creando suspicacia y alimentando el odio con mentiras, los improvisados líderes salidos de la nada arengando las marchas con sus propias consignas, la toma del poder, el linchamiento de los derrotados y el triste espectáculo de cabezas rondando. En el Perú también se dio paso a la más abyecta cacería de militares y ex ministros del régimen fujimorista condenados sumariamente por corrupción y otros delitos. La cereza del pastel siempre es la costra de intelectuales que se alquilan como prostitutas para legitimar el nuevo régimen desde el plano ético, jurídico e ideológico, pero sobre todo, para contar la historia a su manera, la que rápidamente será convertida en verdad oficial a ser enseñada a generaciones posteriores. Todo eso ocurrió en Francia en 1789 como en el Perú del 2000.
Vayamos por partes en esta revisión. En primer lugar el régimen de Fujimori no fue una dictadura. Esa es una exagerada generalización hecha a partir del breve lapso en que gobernó sin Congreso luego del golpe del 5 de abril de 1992. El Congreso Constituyente se instaló al año siguiente y en él estuvo representada toda la clase política, con la solitaria excepción voluntaria del Apra que pretendía defender "la Constitución firmada por Haya". Error histórico que luego los impulsaría a cuestionar la C-93 intentando restituirla con la de 1979. Actualmente el Apra ha abandonado ese despropósito y solo sectores radicales del antifujimorismo salvaje, de izquierda y derecha, insisten en ello.
Salvo el APRA, toda la clase política, incluyendo la izquierda, formó parte del Congreso de 1993, y en el de 1995 estuvieron representados todos los partidos. Así que ese epíteto de "dictadura" es realmente ridículo. No se puede confundir autoritarismo con dictadura. El gobierno de Fujimori tuvo todos los vicios comunes a los gobiernos peruanos, anteriores y posteeriores. Hubo una dosis de autoritarismo facilitado por la votación popular que le concedió al fujimorismo la mayoría absoluta en el Congreso de 1995, existieron las clásicas malas artes políticas e incluso corrupción descarada de parte fundamentalmente de Montesinos. Además el régimen se llenó de los típicos cortesanos de siempre, y en especial de esa nube de adulones de poca monta que siempre están dando vueltas al rededor del poder en la política peruana. Algunos se presentan solos con la excusa ya tradicional de "apoyar la gobernabilidad". Tocan las puertas de palacio y se ofrecen como pajes al régimen.
El control político de las instituciones es algo a lo que aspira todo gobierno por naturaleza. Se vio también en la gestión aprista previa y nadie ha llamado dictadura a ese gobierno. Por otro lado, la mayor cantidad de atropellos a los DDHH ocurrieron en los gobiernos de Belaunde y Alan García, pero a ninguno de ellos se los ha satanizado como al fujimorismo ni se les ha cargado delitos de lesa humanidad como ocurrió con Alberto Fujimori. La corrupción, ya se dijo, ha sido una constante en la política peruana a todo nivel. No llegó con el fujimorismo como se ha pretendido hacer creer. Tanto el gobierno anterior de Alan García y el posterior de Alejandro Toledo navegaron en escándalos de corrupción que se investigan hasta el día de hoy o que han sido tapados convenientemente.
La caída de Fujimori obedeció a una imagen infidente que mostró corrupción en el régimen pero además en toda la clase política y mediática. Estaban todos metidos allí. Se horrorizaron al verse en el espejo. Y los que quedaron fuera lo estaban solo por circunstancias ajenas a su propia naturaleza, pero aprovecharon el momento para salir disfrazados de luchadores anticorrupción y defensores de la ética y la democracia. La revuelta antifujimorista se llenó de personajes improvisados, charlatanes de plazuela y vendedores de cebo de culebra que se convirtieron en defensores de la moral. Tan delirante era el escenario que el líder de la comparsa resultó ser un arribista de baja estofa que ya había estado tratando de introducirse en la política desde hacía más de una década: Alejandro Toledo.
La primera aparición de Alejandro Toledo ocurrió en la campaña de 1995 cuando apenas logró sacar el 4% de los votos. Más tarde inscribió otro partido con firmas falsas obtenidas en una verdadera fábrica de firmas falsas montada por su hermana y un notario corrupto, encubiertos más tarde por su propio régimen en una nueva etapa de corrupción política. Alejandro Toledo volvió a participar en las elecciones del 2000. Aparecía en la TV en un spot publicitario agradeciendo al presidente Fujimori por todo lo bueno que había hecho por el país y le pedía ceder la posta. Aseguró que él continuaría la gran obra de Fujimori haciendo el segundo piso. Pero ese perfil de admirador adulón de Fujimori y conciliador amable se transformó de pronto en odio satánico tras el cargamontón antifujimorista orquestado por el Apra y la izquierda. A falta de competidores, Toledo había quedado en segundo lugar en las elecciones y se sintió llamado a liderar el reclamo y asumir el mando de la revolución.
Una vez en el poder, Toledo le entregó el país a la izquierda intelectual, la conocida "izquierda caviar", quienes se encargaron del relato oficial de la historia del fujimorismo y de la lucha antisubversiva a través de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. En este relato el fujimorismo fue convertido en la época más nefasta de la historia y la izquierda fue reivindicada sacándola de su lugar de postración, luego de su aventura violentista. Al mismo tiempo se procedía al ritual de purificación nacional construyendo el cadalso donde rodarían un sin fin de cabezas. Se montó el operativo más perverso de la historia para perseguir a funcionarios del régimen fujimorista y a los militares que participaron en la lucha antisubversiva. A su vez se anularon los juicios a terroristas por considerarlos ilegales y otros fueron liberados sistemáticamente. Se desmontó el Sistema de Inteligencia Nacional considerado símbolo de Montesinos y lentamente se borró todo rastro del viejo régimen, incluyendo la Constitución del 93. Al menos eso intentaron.
De pronto, el primer día del 2005 el Perú se enteró de que nacía una nueva revolución. Esta vez el revolucionario era el comandante Ollanta Humala y su hermano Antauro quien atacó la guarnición policial de Andahuaylas apoderándose de la ciudad tras la muerte de cuatro policías y dos insurgentes. El cabecilla de la revuelta, el comandante Ollanta Humala, se comunicó a los medios para leer desde Seul una proclama a la nación exigiendo la renuncia de Alejandro Toledo porque este había traicionado al pueblo. Finalmente la asonada fracasó y los sublevados fueron apresados. Sin embargo, misteriosamente, el cabecilla regresó al Perú y se libró de toda culpa. Años después sería elegido presidente de la República confundida del Perú. No solo eso. Para completar la escena el primero en correr a felicitar a Ollanta Humala fue Alejandro Toledo, mas no como un acto de mera cortesía democrática sino para ponerse a sus servicios como un aliado por la gobernabilidad. De este modo ambos posaron para la foto como un gesto que resguardaba la democracia.
Ollanta Humala había aparecido en la escena política siendo aun capitán del ejército, sumándose al cargamontón de farsantes luchadores por la democracia durante la caída de Fujimori. Su aporte fue una ridícula asonada golpista conocida como "el locumbazo" por haberse producido en la localidad de Locumba, al sur del Perú, donde condujo con engaños a una pequeña guarnición de reservistas de la milicia para asaltar un campamento minero y dar una proclama radial exigiendo la renuncia de Alberto Fujimori, quien para entonces ya había convocado a nuevas elecciones. El resultado fue su captura y procesamiento, pero luego fue rehabilitado por Alejandro Toledo, quien lo premió además con un cargo en el extranjero. Precisamente el día en que Ollanta pasaba al retiro decidió dar un golpe de Estado contra Alejandro Toledo acusándolo de "traición a la patria", patética acusación empleada por todos los farsantes de la política latinoamericana.
De esta clase de personajes está repleta la historia del Perú. Al día de hoy ambos han convertido sus respectivos psicosociales, es decir, la marcha de los cuatro suyos y el locumbazo, en "gestas heroicas" que son conmemoradas en sus fechas respectivas como un hito de la democracia. Pero además ambos luchadores anticorrupción están siendo procesados por la justicia debido a evidentes actos de corrupción. Por su parte, la costra intelectual de izquierda que barnizó ambos regímenes con su retórica, acabó en el desprestigio y su informe de la CVR, en el descrédito. Mientras tanto, el fujimorismo parece consolidarse como la principal fuerza política del Perú. De este modo se demuestra que la realidad es insobornable. La retórica, los farsantes de la moral, los saltimbanquis de la política y sus psicosociales son solo aves pasajeras que no alteran el rumbo de la historia.
Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Al cabo de casi 40 años del fin de su gobierno, que fue llamado oficialmente "el gobierno revolucionario de la Fuerza Armada", Juan Velasco Alvarado sigue siendo objeto de conmemoración en el Perú. Su recuerdo no es nada grato para la población que padeció aquellos acalorados días de libertades recortadas y fiebre estatista, cuando la vida era muy similar a lo que hoy pasa la Venezuela chavista. Entonces el Perú estaba cubierto de consignas en pancartas y banderolas, himnos e íconos políticos, y se vivía en medio de la constante agitación social, confrontaciones entre diversos sectores gremiales, largas colas para comprar los productos básicos que escaseaban y con todos los medios capturados por el gobierno dedicados a hacer propaganda al régimen, mientras el país rodaba cuesta abajo. Sin embargo, aun hay un reducido sector que sigue celebrando la memoria de Velasco Alvarado: un diario casi clandestino le dedica todos los días su portada, grupos en Facebook publican la imagen del dictador con alabanzas, y el propio presidente Ollanta Humala, declarado admirador del general, lo evoca en sus discursos tratando de copiar sus poses nacionalistas. Eventualmente se desata en los medios y en las redes el debate en torno al significado final del general Velasco en la historia nacional. Siempre es un debate encendido que lleva a unos a magnificar los nobles ideales del velasquismo soslayando cómodamente sus fracasos y, por el otro, a señalar con frialdad los resultados contundentes del desastre que produjo. Vale la pena echar una mirada a esa época.
Para un sector de la izquierda Velasco Alvarado se ha convertido en emblema de sus aspiraciones políticas. El solo hecho de haber realizado cambios radicales tratando de transformar las estructuras sociales por decreto, lo convierte en símbolo de una izquierda siempre anhelante de transformaciones, ansiosa por cambiar el mundo según sus planos celestiales y sus conceptos de justicia social. La historia de la izquierda en todas sus variantes ha sido siempre la misma: obsesión por los cambios y reformas políticas con nobles ideales pero desastres y miseria en los hechos, incluyendo devastadores genocidios que es mejor no recordar. El gobierno del general Juan Velasco Alvarado de 1968-1975 tuvo un abierto sesgo de izquierda y fue sin duda un factor importante para que la violencia de los grupos de izquierda se postergara por casi una década en el Perú, hasta fechas muy posteriores al resto de la región. Sin duda el velascato fue la antesala de la peor época de la historia peruana, signada por la violencia política de los 80, la crisis económica iniciada en 1972 y que se agravó sin remedio por la inacción de los gobiernos posteriores, hasta el colapso final de 1990. La debacle nacional provocada por las apresuradas reformas de Velasco, guiadas por la ideología más que por la realidad, nos llevó a una profunda crisis en diversos aspectos, incrementando la pobreza y la recesión, lo cual generó a su vez las migraciones tanto del campo a la ciudad como de los peruanos al extranjero. Nunca en toda nuestra historia emigraron tantos peruanos como en las décadas de los 70 y 80, desesperados por la falta de futuro en su patria.
Si bien en los años 90 logramos derrotar al terrorismo y recuperarnos de la crisis económica girando el timón en 180 grados, es decir, reimplantando la racionalidad y la cordura en la política, reduciendo el tamaño y el rol del Estado para otorgarle primacía al mercado y la realidad, quedaron muchas otras secuelas en la sociedad peruana que los gobiernos no lograron curar. Y es que se puede modificar rápidamente la estructura del Estado, deshacerse de empresas públicas quebradas y respetar a los agentes económicos estableciendo nuevas reglas de juego, pero lo que no se pudo hacer tan rápido ni fácilmente fue recuperar los tejidos sociales destruidos por el plan de ingeniería social desarrollado por el velascato, mediante la constante prédica política a través de medios confiscados, así como el accionar de los agentes de izquierda en organismos públicos, comités barriales y sindicatos. Peor aun, luego de la dictadura ni siquiera se intentaron restablecer los valores democráticos, sociales y culturales previos. Durante veinte años el Perú vivió sumergido en ideas e instituciones estandarizadas que la izquierda importó con su "ciencia social". Las estructuras sociales fundadas en añejas instituciones naturales que sustentaban nuestra idea de nación y nuestra identidad, que involucraban valores, usos y costumbres, formas de interrelación, respeto por nuestras autoridades y sus símbolos, sus tradiciones y, en general, el modelo de sociedad y de existencia que los peruanos habían edificado durante toda la República fue destruido por el gobierno de Velasco y sus asesores de izquierda, fundados básicamente en el odio al éxito empresarial, el trauma histórico, el resentimiento social contra "la oligarquía" -signada como la bestia negra a combatir- y orientados por la ideología antimperialista que era el cliché de la época. Las transformaciones sociales del velascato se inspiraron en el modelo comunista aunque predicaban un no alineamiento retórico. Lo cierto es que el Perú fue otra víctima de la ola mundial del comunismo, y el encargado de imponerlo fue Velasco Alvarado.
Las reformas de Velasco fueron excesivamente ambiciosas y, por tanto, delirantes; al extremo que no hubo casi un aspecto de la vida social que no resultara afectado por el régimen. El mensaje diario del gobierno militar se centraba en una misma frase: "transformaciones profundas". Las ansias reformistas traspasaron la esfera del Estado y la economía para llegar a la escuela, al deporte, al hogar y a la mente del individuo. Fue una auténtica "revolución cultural" que pretendía transformar la mentalidad de las personas creando un "nuevo hombre peruano" a partir del cuestionamiento de todo lo existente, empezando por lo que llamaban el "orden tradicional", "la estructura de poder" o la "jerarquía de dominación social". La tesis era que vivíamos en una sociedad diseñada para favorecer a unos a costa de otros, estábamos manipulados por oscuros y misteriosos poderes fácticos que nos imponían una forma de pensar, hábitos y costumbres para perpetuar su poder y privilegiar sus intereses. Todo eso debía ser aniquilado y cambiado de raíz para crear un nuevo mundo más justo. Por tanto la revolución suponía la destrucción de todo lo existente, la eliminación de la burguesía vista como los enemigos de clase y traidores a la patria, es decir de toda la clase empresarial y terrateniente. Esto era simple. Bastaban miles de confiscaciones. Pero eso no era todo.
A diferencia de cualquier partido político que aspira al poder para crear y administrar bienes y servicios comunes para la población, el socialismo buscaba el poder para transformar el mundo. Combatía a un enemigo idealizado y proponía un nuevo modelo desconocido de sociedad. La realidad era dejada de lado para prestar atención a la doctrina. No era necesario atender la realidad pues la explicación del mundo y sus problemas -así como las soluciones- estaban escritos en textos sagrados. Estos llegaban en panfletos y se repartían como pan en las universidades con la etiqueta de "ciencia social". El comunismo había inventado la explicación total, la solución definitiva y el pensamiento único y verdadero. Como todo pensamiento sectario, el comunismo señalaba a un "enemigo de clase" al que había que odiar y destruir, no porque nos hubiera hecho algún daño directo sino porque eran lo que eran: capitalistas. La izquierda afirmaba tener la ciencia de su parte y, por tanto, los demás no solo estaban inevitablemente equivocados sino en pecado mortal, por tanto eran acusados de traidores, vendepatrias, lacayos del imperialismo, agentes de la CIA.
La izquierda luchaba contra una imaginaria "estructura de dominación" la cual buscaba destruir para imponer su ilusoria "justicia social". Tal estructura tenía además una "ideología de dominación" que también debía ser eliminada de las mentes con un intensivo adoctrinamiento que se iniciaba en la niñez. En realidad ellos eran los únicos que tenían una ideología. Nunca hubo en el mundo ninguna ideología que manejara la existencia humana sino hasta que el socialismo empezó a aplicar la suya. En medio de ese delirio ideológico para luchar contra los poderes invisibles, el gobierno de Velasco le declaró la guerra a todo, desde la historia hasta las ideas y creencias vigentes, también a los partidos políticos llamados "tradicionales", así como a las demás instituciones "tradicionales". Todos los valores tradicionales debían ser eliminados pues habían sido impuestos por el imperio norteamericano colonialista y decadente. Lo tradicional y anterior pasó a ser sinónimo de malo, y lo nuevo se convirtió en lo bueno. Y todo lo nuevo venía con el sello de "revolucionario". El Estado fue declarado antimperialista, anticolonialista y nacionalista. Es decir, en lugar de Constitución el Estado tenía una ideología y señalaba a unos enemigos de la patria, enemigos externos e internos, no porque amenazaran la paz sino porque la doctrina política de odio social lo requería. El pueblo debía unirse para luchar contra los enemigos de la patria: el colonialismo norteamericano y sus transnacionales, así como los grupos de poder oligárquico. Cada golpe contra la oligarquía (típicamente una confiscación) era celebrada como un triunfo de la patria. El pueblo tenía una misión: odiar y derrotar al enemigo. Había que unirse en torno al gobierno salvador de la patria. Nadie notaba que esa forma de "salvación" era más bien una destrucción de la patria.
Desde luego que Velasco también puso en la mira a la Iglesia, aunque cierta familiaridad con el cardenal y el apoyo de un sector de la Iglesia a la revolución redujo las fricciones. La construcción del "nuevo hombre peruano" se planteaba como la mayor aspiración de la revolución, sin nada que envidiar a otras revoluciones comunistas de iguales objetivos. De esa lucha frontal contra la dominación ideológica del imperio no se salvó ni la Navidad. Se cuestionó el uso del árbol de Navidad y la imagen de Santa Claus. Tampoco se salvaron los superhéroes. Supermán fue combatido por ser un símbolo evidente del poder del imperio norteamericano. Hasta el ratón Mickey acabó proscrito. Había que salvar la mente de los niños, por lo que ciertos programas infantiles de la TV fueron vetados.
En medio de esa guerra ideológica se combatieron los "mensajes ocultos" de la publicidad de Coca Cola, obligándolos a eliminar la frase "toma Coca Cola" porque escondía un "mensaje subliminal". La limpieza cultural afectó incluso al himno nacional cuya primera estrofa fue censurada por derrotista. En su lugar se ordenó cantar la última estrofa y con la mano derecha sobre el pecho, mientras se alentaba un patriotismo chauvinista. Se decretó entonar el himno en momentos específicos, las emisoras de radio y TV debían propalar el himno nacional 3 veces al día, y una vez el Himno de la Revolución que, dicho sea de paso, era tan motivante como La Marsellesa. Ni las calles se salvaron. Se cambiaron de nombre las avenidas que tuvieran nombre de algún norteamericano como Pershing o Wilson. En suma, para no cansar, porque podríamos llenar páginas con los delirios reformistas del velascato, lo concreto es que la revolución de Velasco fue la época más delirante de la historia. La vida se llenó de consignas, himnos, iconos, símbolos y el gobierno se iba apoderando de todo lentamente: la prensa, la radio, la TV, las empresas, los supermercados, etc. Por todos lados aparecían marcas que llevaban el nombre de Perú: Aeroperú, Petroperú, Enturperú, Siderperú, Mineroperú, Pescaperú, Entelperú, etc.
Queda claro pues que la revolución velasquista no fue solo una especie de socialismo del siglo XXI. Fue mucho más que eso. No se centró tan solo en el aspecto económico estatizando tierras, haciendas, medios y empresas. Tampoco se interesó demasiado en implantar una estructura partidaria que garantice su poder y la legitime formalmente. La revolución velasquista se concentró muy seriamente en la tarea de transformar la cultura nacional, en crear una sociedad diferente con nuevos valores a partir del descarte y repudio de todo el pasado. La retórica de condena al pasado incluía a la "democracia tradicional" y a los "partidos políticos tradicionales" que fueron responsabilizados por el subdesarrollo de la nación, se les acusó de "entreguistas" por haber firmado contratos con las compañías transnacionales que explotaban nuestros recursos. Se trataba de un auténtico lavado cerebral, un experimento de ingeniería social tan común en esos tiempos en el mundo comunista. Por ello se desplegó una amplia propaganda ideológica que no descuidó ningún medio. De hecho se le dedicó especial atención a la educación creando el Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Educativo -INIDE- donde se fabricaban los textos de reeducación para los maestros y estudiantes. La tarea de transformación mental había que iniciarla con los maestros, por lo que estos debían ser reeducados en la nueva ideología revolucionaria. Todo un ejército de ideólogos marxistas estaban abocados a la tarea de confeccionar la literatura de la revolución. Fue la gran época de los sociólogos.
Los primeros cambios en la educación estuvieron encaminados a implantar el igualitarismo como el núcleo central de la nueva cultura. Se modificó el sistema de calificación eliminándose las distinciones entre los que sabían más y los que menos. De tal modo se implantó la tesis de que todos estaban en un mismo proceso y que el logro de las metas era tarea de los profesores y no dependía de las diferencias entre los estudiantes. Se prohibió el uso de uniformes distintivos de cada colegio implantándose el uso obligatorio del "uniforme único" de color gris para todos. Los maestros fueron obligados a asistir a seminarios de capacitación en donde se les enseñaba la nueva ideología de la revolución aplicada a la educación. Había que desterrar esa mala costumbre de generar distinciones basadas en méritos. Extirpando las distinciones en la escuela sería más fácil implantar un igualitarismo social, primera fase del comunismo.
Recuerdo la molestia de mi madre en esos días. Como maestra debía asistir a esos talleres y luego volvía con sus compañeras para comentar en tono indignado la experiencia. Los capacitadores ya no eran los atildados y enternados maestros de buena dicción que usualmente se ocupaban de dar esos talleres en las épocas previas. La revolución enviaba tipos en blue jean y zapatilla que entraban mascando chicle y se sentaban sobre el escritorio, tuteaban a todos y les exigía a los maestros tutearlo. El trato igualitario era uno de los primeros cambios que había que implantar, tirando al tacho el tradicional trato reverencial del pasado. Tampoco debían preocuparse en vestir bien ni en buenos modales ya que eran taras culturales destinadas a venerar a los poderosos y distanciarse de los humildes creando falsas diferencias sociales. Había que volver a lo natural y auténtico. La moda debía ser proscrita por alienante y generadora de distinciones. Había que admirar a pueblos como China, donde todos vestían igual. Para entonces por lo menos los escolares de todo el país ya vestían igual. Me consta el espanto que generaban en las maestras aquellas ideas predicadas en los talleres de reeducación, aunque hubo un sector en el gremio sindical educativo que apoyó todas esas reformas. De ese núcleo surgiría más tarde el grupo terrorista Sendero Luminoso.
Las reformas velasquistas en lo político, social y económico nos llevaron a una crisis sin precedentes en la historia durante la década siguiente. Más allá de estos críticos resultados económicos, en lo político la izquierda alcanzó a hacer realidad su prédica de 20 años: la guerra popular. Aunque de popular no tenía nada. Fue tan solo el accionar terrorista de dos bandas de criminales armados que le declararon la guerra al Estado. Unos se dedicaron a abusar de los campesinos asesinándolos si no los apoyaban, mientras que los otros se dedicaban a secuestrar empresarios para financiar sus acciones armadas al estilo FARC. La izquierda en su conjunto giró en torno al terrorismo en los 80.
La deuda externa sumada al peso que representaba mantener un Estado sobredimensionado, además de cubrir las pérdidas de las empresas públicas, la baja productividad y merma de la recaudación fiscal hicieron colapsar la economía. Redondeando cifras en 1990 se calculaba la deuda externa en unos US$ 23 mil millones, las pérdidas acumuladas de las empresas públicas rondaban la misma cifra y las pérdidas ocasionadas por el sabotaje terrorista superaban los US$ 25 mil millones. Todo esto quiere decir que el peso de la deuda total del Perú en 1990 se acercaba a los US$ 75 mil millones.
Todos estos problemas se enfrentaron radicalmente en los 90 bajo el gobierno de Alberto Fujimori, logrando detener al terrorismo como la hiperinflación. Luego reestructuró el Estado y modificó las bases de la economía. Con eso el país empezó a recuperarse, al menos económicamente. Pero muchas secuelas del velascato perduran hasta hoy, como la crisis de las empresas agroindustriales azucareras. La situación de un agro parcelado y anacrónico, sin tecnología ni administración moderna, no fue un problema de rápida solución. La inmensa deuda generada por las confiscaciones de la reforma agraria quedarían como un pasivo permanente. Pese a las rápidas reformas de Fujimori, la sociedad seguía en un deterioro inexorable. Algo había que no marchaba en el país. No fue fácil recuperar la confianza en la moneda nacional ni en los ahorros, pero además se perdió el sentido de la autoridad y todos se creían con derecho a reclamarle al Estado por su bienestar, la clase política pasó a la categoría de paria social y la política pasó a manos de aventureros. Quedó en la sociedad la idea de buenos y malos en lugar de ciudadanos y compatriotas. La vieja costumbre de culpar a otros por nuestros males parecía al fin haberse detenido, pues era evidente que habían sido los propios peruanos los causantes de su desgracia. Sin embargo, los viejos asesores del velascato pasaron a ser una costra intelectual que desde sus ONGs, predicaban recetas políticas de bien social, siguiendo las pautas de lo políticamente correcto, con aire de autosuficiencia y falsa independencia ideológica. Para colmo, en unos años volvieron a asesorar al Estado.
Como se dijo, es fácil recomponer una economía quebrada. Toma un tiempo muy corto. Sin embargo no lo hicieron los gobiernos posteriores a Velasco (como el del general Morales Bermúdez, Belaúnde y mucho menos Alan García). Pese a la crisis estos gobiernos no emprendieron la recomposición de la nación. Mientras que Morales Bermúdez (1975-1980) y Belaunde (1980-1985) apenas se limitaron a detener la fiebre reformista del velascato, Alan García (1985-1990) volvió a encender la pasión por los cambios radicales de izquierda: guerra al imperialismo y al FMI con el cese del pago de la deuda externa, nacionalización de la banca, control de precios y de divisas, manejo descontrolado del Banco Central, etc., lo que acabó generando el colapso total del país. Entonces cabe preguntarse ¿por qué no restituyeron el esquema político y económico previo a la revolución velasquista en lugar de insistir en la ruta a la debacle? La pregunta es válida hasta el día de hoy cuando vemos varios países retomando el camino fracasado del socialismo con mucho vigor y demagogia, pero con los mismos inevitables resultados catastróficos ya visibles. Veamos el caso peruano.
Los gobiernos que sucedieron a Velasco no cambiaron los fundamentos socialistas de la economía por dos motivos básicos. Primero porque la izquierda se aseguró, a través de la propaganda ideológica, de imponer nuevos valores sociales e identificar los cambios de la revolución con el patriotismo. Una estrategia típica del comunismo que funciona muy bien en Cuba de los Castro y la Venezuela chavista. En un gobierno de izquierda, atentar contra el gobierno y su accionar es atentar contra la patria. No se puede disentir del modelo porque significa traición y, por tanto, condena. Pretender ir contra los cambios impuestos por la revolución velasquista significaba ofender a la patria. El régimen de Velasco incluso se tomó el trabajo de envolver todas sus empresas estatales con la etiqueta de "Perú", creando así la idea de que estaban íntimamente vinculados a la patria, eran un activo de la nación y debían ser defendidas. Se sembró la idea de que estas empresas habían sido "recuperadas" para el país y que eran algo muy similar a los símbolos de la patria, que se ocupaban de actividades etiquetadas como "estratégicas" para promover la idea de que tenían que estar en manos del Estado sin ninguna duda. Todas estas estrategias se puede apreciar hoy mismo en Venezuela y Argentina, además de Cuba, países donde el gobierno se ha recubierto con las banderas de la patria y con frases de cliché que evocan la patria: "Hay patria", "Tenemos patria", etc.
Por todo ello Belaunde solo se atrevió a devolver los medios confiscados y restablecer las libertades cívicas. Casi todo el esquema estatal y económico quedó intacto. Apenas se atrevieron a retirar en silencio las imágenes de Túpac Amaru que se lucían por todos lados, pero nunca se emprendió la tarea de restablecer el orden social, devolver las haciendas a sus propietarios anteriores o pagarles lo adeudado. Tampoco se intentó cambiar los valores e ideas de izquierda institucionalizadas, es decir, el país se mantuvo con el lavado cerebral que la izquierda realizó durante 12 años, por ejemplo, contra la "oligarquía" identificada con la clase empresarial. Tampoco se confrontaron los íconos ideológicos implantados por la izquierda tales como la nefasta estabilidad laboral, los llamados "derechos sociales", la gollerías sindicales que fueron enmarcadas como "conquistas laborales", el igualitarismo como ideal social, el paternalismo del Estado en todos los ámbitos de la vida, la pobretología como ideario político, etc. Nada de eso se cambió. Nunca le importó a nadie combatir estas ideas. Peor aun, todos agacharon la cabeza ante ellas y acabaron comulgando con el catecismo de izquierda, asumiendo que era el modo correcto de pensar en política. Así fue como se puso de moda lo "políticamente correcto" como una forma amanerada de pensar al margen de la realidad y los costos económicos. Para colmo, esa élite intelectual engendrada por la revolución velasquista pasó a conformar la red de ONGs desde donde salían los estudios sociales para la academia, las fuentes de referencia para los columnistas de diarios, y para las consultorías al Estado. Lo "políticamente correcto" era el pensamiento oficial del velascato convertido en verdad suprema y ciencia social. En añadidura, la casta intelectual de izquierda llegó a los cargos más altos en instituciones internacionales como la ONU y sus satélites. Desde allí venían los dictados de políticas de Estado y los planes y programas a desarrollar en el terreno social, laboral, ecológico, etc.
La segunda razón por la que no se emprendieron los cambios para revertir las transformaciones velasquistas fue porque los militares impusieron a la clase política una nueva Constitución que asegurara el modelo de izquierda impuesto. La consigna militar fue muy clara a la hora de convocar a la Asamblea Constituyente: "redactar una nueva Constitución que consolide las transformaciones profundas de la revolución". De este modo la clase política asumió el encargo de institucionalizar todo lo actuado a la fuerza. Había que legalizar el despojo en nombre de la justicia, el abuso en nombre de la autoridad, la mediocridad en nombre de la igualdad, el controlismo estatal en nombre de la equidad y la demagogia como método y fundamento político. Había que perpetuar la división de peruanos entre buenos y malos, patriotas y traidores, nacionalistas y vendepatrias, explotadores y explotados, pueblo y oligarquía. Como cabía esperar, la Asamblea Constituyente de 1978 tuvo una importante presencia de izquierda, además del ala más radical del APRA, un partido de izquierda no marxista que durante el velascato andaba pregonando que los militares hacían "aprismo sin el APRA". En efecto, muchas de las reformas fueron reclamadas por el APRA como pertenecientes a su programa, en especial la colectivización del agro y el carácter antimperialista del Estado, cualquier cosa que eso fuera. Así la Constitución se redactó en medio de ese ambiente viciado de ideología caldeada, demagogia bullente, poses patrioteras, ansiedad de lucir como los transformadores más radicales proponiendo las fantasías sociales más delirantes convertidas ya en programas políticos. La Constitución de 1979 fue el producto de todo ese ambiente ideológico delirante y bullente que fue el preludio de la peor década de nuestra historia.
En síntesis, podemos decir que el Perú estuvo manejado por las ideas de izquierda desde 1968 hasta 1992, cuando Alberto Fujimori, tras un golpe de Estado, cierra el parlamento y convoca a un nuevo Congreso Constituyente. Fueron casi 25 años en que estuvimos regidos por un esquema político y económico de orientación socialista, pese a la pequeña apertura económica vivida durante el gobierno de Belaunde. Es falso entonces que la izquierda pregone que jamás gobernaron. No lo habrán hecho de forma partidaria pero si a través de los militares y una Constitución que instauró un país con un régimen izquierdista en todos los aspectos. Como ya se dijo, el Perú no se pudo salvar de la gran ola mundial del socialismo. Para los años 80 casi un 75% del mundo estaba en manos de regímenes de izquierda de orientación comunista o socialista. Esta tendencia terminaría con la muerte de Mao Tse Tung en China a fines de los 70 y el colapso de la Unión Soviética a fines de los 80. Fue una pesadilla que sacudió gran parte del mundo dejando más de cien millones de muertos, de los cuales el Perú puso su pequeña cuota de 25 mil seres humanos caídos por culpa de una utopía infernal.
Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Jean Francois Revel decía que la libertad se halla en peligro cada vez que se empieza a hablar de ella, en especial cuando se exigen definiciones de libertad. Y cuánta razón tenía el viejo luchador francés. Siempre que aparecen los teóricos y retóricos tratando de enseñarnos lo que es la "verdadera libertad" y cómo protegernos de los peligros contra la libertad, lo que resulta invariablemente es la pérdida de la libertad. Lo hemos visto tantas veces que parece la saga de una misma película: "Defendamos la libertad", parte I, II, III, etc.
El recurso es bastante simple y hasta pueril. Alguien -que puede ser el gobernante, la dictadura, un lobby de poder como las ONGs- pretende ejercer el control anulando a sus enemigos, entonces apela a la conocida y relamida estrategia: empieza cuestionando el verdadero sentido de la libertad, luego señala como enemigos de la libertad a sus opositores y enseguida propone defender la libertad con medidas preventivas que garanticen la libertad y la defensa de los derechos ciudadanos. Estas medidas, en el caso de la libertad de expresión, van desde la confiscación de los medios hasta una ley de restricciones diversas. Que no nos cuenten el mismo viejo cuento ahora. Ya lo conocemos.
El peor peligro para la libertad son justamente los autodenominados "defensores de la libertad" y sus leyes protectoras con que pretenden garantizar la "auténtica libertad". Recordemos a los barbudos que llegaron a La Habana gritando "libertad" el 1 de enero de 1959 y acto seguido montaron una dictadura que ya lleva 55 años de opresión. Ese fue el primer acto de esta gastada película socialista que se va extendiendo por el continente como una peste de sífilis. Hoy mismo los regímenes que más hablan de libertad de expresión son los que han acallado a la prensa y censurado a los medios, siempre con los mismos melosos argumentos. Así que cuando escuchen hablar de libertad, prepárense a perderla o a defenderla, lo que significa rechazar a los farsantes de la libertad.
Lo que se vive por estos días en el Perú con la cantaleta de la "concentración de medios" no es más que otra versión de la vieja amenaza progresista contra la libertad, en sus variantes de libertad de empresa, libertad de prensa y libertad de expresión. Amenaza camuflada obviamente con un colorido y emotivo discurso a favor de la auténtica libertad de expresión y la defensa de los derechos del ciudadano. Todos los farsantes se disfrazan de Robin Hood. Ocultan sus verdaderas intenciones, sucios intereses y hasta sus bajas pasiones, para mostrarse como defensores de la patria, del humilde, del pobre y del ciudadano. Así que nuestra primera tarea es quitarles la máscara. Acá nadie actúa en función de valores o principios, solo hay intereses, ambiciones, revanchismo y mezquindad.
El pleito empieza justamente cuando el grupo La República (GLR) pierde la ocasión de comprar acciones de EPENSA a manos del Grupo El Comercio (GEC). ¿Por qué es tan importante esta compra? Porque EPENSA cuenta con diarios que se venden bien. Sumando las ventas de los diarios que ya tiene el GEC con los de EPENSA alcanzan al 78% de las ventas de diarios. Hay que recalcar que estamos hablando de ventas. Es decir, de algo que en última instancia decide el ciudadano libre al elegir qué diario comprar. A partir de este traspié empresarial el GLR empieza su pataleta y acusa al GEC de acaparador de medios. Así es como empieza todo este cuento al que luego la progresía se ha sumado muy alegremente, retomando su viejo discurso a favor del control de los medios.
Para cualquiera que tenga dos dedos de frente es obvio que no se trata de ningún acaparamiento de medios. En el Perú hay más de 60 medios impresos y pueden haber más. No hay límite para el ingreso de nuevos medios. De hecho, a cada rato aparecen nuevos medios y la suerte de cada uno depende finalmente de las decisiones que tomen individualmente los ciudadanos libres. Las empresas editoriales están en libertad (al menos por ahora) de lanzar nuevos productos al mercado cuando lo estimen conveniente y alterar, según su calidad, la distribución de las ventas. ¿Dónde es que está pues el supuesto "acaparamiento de medios"?
No hay nada de eso. Detrás del discurso hueco y sin sustento podemos distinguir a dos sectores muy claramente definidos. Por un lado un grupo de perioditas que se sienten afectado por el GEC, y por el otro, el progresismo que atiza el fuego y prepara la ley de intervención de los medios. Se han dado cuenta de que el cuento de la "concentración de medios" no va a funcionar y han cambiado de estrategia. Ahora ya no se habla del falso "acaparamiento de medios" sino de riesgos, del posible peligro que podría representar un oligopolio para la libertad y el derecho a la información de los ciudadanos. Así que pretenden curarnos en salud con una ley regulatoria. Es triste ver a distinguidos y antes respetados periodistas haciendo el papel de tontos útiles del progresismo. La izquierda hace su propio juego, que es el mismo juego de siempre, el eterno propósito de la izquierda: acallar a sus enemigos utilizando la ley, combatir el éxito y resguardad la mediocridad general.
Está claro que lo que la izquierda anquilosada añora es traerse abajo al GEC y derribar así al gigante de los medios y baluarte del liberalismo en el Perú. Un viejo sueño de la izquierda setentera y velasquista. Esto es lo que hay en el fondo del asunto: el añorado sueño de la izquierda de controlar los medios de expresión para controlar las ideas de la gente, tal como lo han hecho en Cuba. Si alguien quiere tragarse el sapo de los supuestos riesgos a la libertad de expresión y del ridículo cuento de la concentración de medios es cosa suya; pero el único riesgo para la libertad empieza cuando se permite que el Estado intervenga en un asunto que solo debe competir a los ciudadanos libres, quienes regulan el mercado todos los días mediante su sabia decisión de comprar o no comprar, criticar, cuestionar, opinar y publicar.
Ciertamente el asunto por ahora está en manos del Poder Judicial, pero sabemos de sobra cómo actúa el progresismo. Nunca aceptarán una sentencia desfavorable. Apelarán y apelarán de instancia en instancia hasta llegar a la CIDH, donde al final siempre se salen con la suya de alguna manera extraña. Su ansiedad es tal que han pretendido saltarse todas las etapas apelando al recurso de la consulta a la Corte IDH. Esta ya respondió con una ambigüedad que no sorprende en el mundo del derecho en estos tiempos: ha dicho que puede dar una opinión, la cual no es vinculante pero que tiene "indudables efectos jurídicos".
Lástima que el Perú esté por sumarse a la ominosa cadena de opresión de la libertad de prensa que el socialismo del siglo XXI viene imponiendo en Venezuela, Argentina y Ecuador. Lástima que el Perú se vea en una situación de amenaza real a la libertad de expresión, de empresa y de prensa por un lobby de ONGs de izquierda, que han empezado a jugar el juego que les ha dado mejores resultados en los últimos tiempos: las leguleyadas con el disfraz de la defensa de los DDHH y las presiones en el ambiente judicial, donde coquetean con los jueces a través de conocidas prebendas como becas, cursos y viajes de capacitación, docencia universitaria y promesas de empleo post jubilación. Y es una lástima también que existan tontos útiles en el periodismo nacional, que no saben perder y terminan prestándose al juego de los verdugos de la libertad.
Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
En los últimos años se ha venido reportando la reaparición del grupo terrorista Sendero Luminoso, bajo su moderna fachada y denominación: "Movimiento por Amnistía y Derechos Fundamentales", MOVADEF. Una agrupación que por ahora está centrada en pedir la liberación de sus principales líderes, pero que no ha abandonado su ideología ni ha dejado de crecer infiltrándose en diversas organizaciones. Su existencia es cada vez más activa y notoria. La Asociación Nacional de Rectores ha denunciado la presencia del Movadef en ocho universidades, en donde ya han causando estragos, como ocurre en la Universidad Santiago Antúnez de Mayolo, de Huaraz y nuevamente en La Cantuta, de Chosica.
Pero además de las universidades, Movadef está presente en lo que fueron sus bases matrices en el siglo pasado: el sindicato de maestros, donde hoy tiene su propia facción conocida como CONARE, que puso en jaque al Ministerio de Educación el año pasado. Así pues podríamos decir que la historia empieza a repetirse. Incluso por el hecho de que muchos tienden a minimizar la presencia de este nuevo senderismo.
Debemos tomar en cuenta que la mayoría de terroristas capturados el siglo pasado ya están libres, unos porque fueron alegremente excarcelados por ministros de justicia como Diego García Sayán, y otros porque simplemente cumplieron su condena. El hecho es que el senderismo está recuperando sus cuadros y, para colmo, algunos han llegado a ganar elecciones regionales, como es el caso del presidente regional de Tumbes. Otros conforman movimientos de diversa fachada como frentes de defensa, el activismo antiminero y ecológico, o son miembros de connotadas ONGs. En suma el senderismo está de vuelta y empieza a crecer.
Frente a esto debemos hacernos una pregunta crucial: ¿Cuál es la responsabilidad de la Comisión de la Verdad y Reconciliación frente al resurgimiento de las bandas terroristas y en sus mismas fuentes tradicionales como las universidades y el sindicato de maestros? La CVR fue creada, entre otras razones, para "recomendar reformas institucionales, legales, educativas y otras, como garantías de prevención, a fin de que sean procesadas y atendidas por medio de iniciativas legislativas, políticas o administrativas" (1).
El objetivo principal de la Comisión de la Verdad y Reconciliación fue precisamente proponer los cambios esenciales para asegurar que la ideología de la violencia política no siga regándose entre los jóvenes y que nunca más vuelva a suceder la pesadilla del accionar terrorista. La CVR debía pues recomendar cambios para evitar que vuelva a ocurrir la predica ideológica nociva que vivimos desde los años 60 y 70 del siglo pasado y su estallido macabro en los 80. ¿Cumplió? Evidentemente no. A pesar de la exagerada defensa de su informe final por parte de sectores de izquierda, quienes precisamente utilizaron la frase "para que no se repita" como eje de su campaña, la película de la violencia política parece repetirse, al menos ya en sus capítulos iniciales. ¿Por qué ocurre esto?
Esto ocurre porque -tal como ya lo habíamos advertido en estudios anteriores- la CVR tuvo grandes vicios que no solo la hacían inviable sino incluso ilegítima. Reseñemos brevemente estos vicios, antes de proseguir con el análisis de su fracaso frente a las evidencias del resurgimiento senderista.
a) Su inesperada e inconsulta creación por parte del ministro Diego García Sayán, en medio de un gobierno transitorio cuya única misión era convocar a elecciones y restituir la normalidad institucional del país. Luego se sabría que Diego García Sayán era dueño de la ONG "Comisión Andina de Juristas" cuya labor es precisamente asesorar a los gobiernos en materia de DDHH y este tipo de comisiones. Es decir, había un evidente conflicto de intereses por parte de García Sayán, y para colmo, varios miembros de su ONG terminaron como integrantes de la CVR.
b) La conformación de la CVR fue la peor que pudo darse, pues había un importante sesgo ideológico de corte precisamente marxista en la mayoría de sus miembros, quienes eran connotados líderes de izquierda, además de miembros de facciones radicales involucradas en violencia política, a lo que cabe añadir amistad personal con Abimael Guzmán. ¿Cómo pues podían dirigir la investigación de sus aliados y amigos ideológicos? De hecho no lo hicieron. Más bien se dedicaron a investigar al Estado, las FFAA y especialmente al gobierno de Fujimori.
c) Durante su labor, la CVR se focalizó en la búsqueda afanosa de víctimas de violaciones de DDHH por parte de las FFAA, como lo han señalado diversos testigos y periodistas investigadores. Además ignoró el testimonio de policías y militares, como luego lo reconocieron algunos miembros de la CVR, admitiendo incluso que ello fue un craso error. Por tanto su informe está sesgado.
d) Como era de esperar, el informe final de la CVR señala al Estado como un actor más en la violación de los DDHH, al mismo nivel que los grupos terroristas, considerándolo incluso más responsable. Además acusa un evidente sesgo antifujimorista, empleando un lenguaje poco digno. Está demostrado mediante análisis de texto el tratamiento diferenciado que la CVR hace entre Alberto Fujimori, a quien llenan invariablemente de epítetos, y a Abimael Guzmán, a quien tratan con guantes de seda. El informe está repleto de condenas a Alberto Fujimori y su gobierno, pero no hay una sola condena a los grupos terroristas, a quienes ni siquiera se les llama terroristas.
Larga es la lista de críticas que se han hecho a la CVR y su informe final en estos diez años. Es evidente que no ha logrado su cometido de reconciliar al país sino todo lo contrario. El sesgo ideológico y político de la CVR acabó polarizando a la sociedad. El informe final de la CVR solo ha servido para generar un antifujimorismo militante. Lo cierto es que solo los sectores de izquierda, especialmente los influenciados por las diversas ONGs de DDHH de tendencia izquierdista -e incluso de origen subversivo- defienden el informe de la CVR. El resto del país lo rechaza o lo ha dejado de lado discretamente. A estas alturas no se puede ya negar el descrédito en el que han caído la CVR y su informe final. Pero el último puntillazo se lo está dando la propia realidad, con el reaparecer de la subversión como si nada hubiera ocurrido en el Perú.
No es raro pues que la subversión reaparezca tras la labor de la CVR puesto que esta solo se preocupó de cuestionar al Estado, las fuerza policiales y fuerzas armadas. Es por esto que los sectores de izquierda deliran ante el informe y lo defienden con marchas y lemas como "para que no se repita". Lo que ellos no quieren que se repita es la respuesta del Estado. Han criticado a sus hermanos terroristas por desviados y extremistas pero no han renegado de su ideología marxista. El mismo informe de la CVR reivindica lo que llaman la "verdadera democracia", es decir, la "democracia participativa" fundada en organizaciones populares de base y en asambleas populares. Nunca hubo un deslinde con esa ideología.
Frente a todo esto sería conveniente echar una mirada directa a las recomendaciones que la CVR hizo. Debemos saber cómo pensaban enfrentar el futuro a fin de precaver la reaparición del fenómeno terrorista. El capítulo 2 de la cuarta parte del informe final de la CVR contiene estas recomendaciones. Están divididas en 4 puntos: reformas institucionales, programa integral de reparaciones, plan nacional de intervenciones antropológico-forenses, y mecanismos de seguimiento. Como se puede observar a simple vista hay un mayor énfasis en dar recomendaciones destinadas a mantener el trabajo de las ONGs de DDHH casi ad infinitum, en especial con un pretencioso y delirante plan de excavaciones de fosas por todo el territorio nacional e identificación de huesos. Tres de los cuatro puntos se preocupan por mantener la labor de las ONGs prácticamente para los próximos 20 años.
Lo que en realidad era la misión más importante de la CVR, es decir, sus recomendaciones "para que no se repita", está contenido bajo el título "Reformas Institucionales". Sería de suponer que allí encontráramos las reformas destinadas a evitar que la historia de terror se repita, pero lo que en verdad encontramos es una retórica sutil destinada a cambiar la historia para convertir a los villanos en héroes y a los héroes en villanos. Leamos:
"La Comisión de la Verdad y Reconciliación hace estas recomendaciones, que se desprenden de su examen de la violencia, con el propósito de desterrarla como medio para resolver nuestros conflictos, y establecer un nuevo pacto social de modo que el Estado sea realmente expresión de todos los peruanos. Dos de las dimensiones de la reconciliación que queremos resaltar aquí es la del Estado con los peruanos más afectados por la violencia, víctimas también del abandono y la indiferencia, y también la de la sociedad peruana con los muchos héroes de la derrota de la subversión y el logro de la paz, presentes en todas las regiones, todos los sectores sociales, expresión de lo mejor de la peruanidad, que merecen ser reivindicados". (2)
Como ya hemos analizado en otros estudios, el enfoque de la CVR está sutilmente orientado a señalar al Estado como el principal responsable de la violencia, por ello nos plantea que la reconciliación debe darse entre "el Estado con los peruanos más afectados por la violencia" que además han sido "víctimas también del abandono y la indiferencia" del Estado. Por su parte la sociedad debe reconocer a los verdaderos héroes de la derrota de la subversión ¿quiénes son? "todos los sectores sociales, presentes en todas las regiones". Este ninguneo de la labor del Estado y sus FFAA y policiales como agentes activos de la pacificación, cambiando su rol de defensa de la población al de agentes del terror, es el eje del pensamiento CVR. Es por ello que sus recomendaciones nunca apuntarán a las verdaderas raíces del mal sino hacia el maquillaje burocrático estatal con objetivos idílicos.
Las recomendaciones de la CVR se resumen en 4 grandes rubros que están orientados textualmente a:
- lograr la presencia de la autoridad democrática y de los servicios del Estado en todo el territorio, recogiendo y respetando la organización popular, las identidades locales y la diversidad cultural, y promoviendo la participación ciudadana.
- afianzar una institucionalidad democrática, basada en el liderazgo del poder político, para la defensa nacional y el mantenimiento del orden interno.
- la reforma del sistema de administración de justicia, para que cumpla efectivamente su papel de defensor de los derechos ciudadanos y el orden constitucional.
- la elaboración de una reforma que asegure una educación de calidad, que promueva valores democráticos: el respeto a los derechos humanos, el respeto a las diferencias, la valoración del pluralismo y la diversidad cultural; y visiones actualizadas y complejas de la realidad peruana, especialmente en las zonas rurales.
A partir de estos cuatro pilares se arma el andamiaje de las recomendaciones de la CVR. Como se puede observar hay un gran derroche de lirismo. Proponen nuevas leyes y cambios constitucionales, incluyendo la creación de nuevos organismos burocráticos. Se propone por ejemplo:
- Inclusión de derechos individuales y colectivos en el texto constitucional.
- Definición del Estado Peruano como una Estado multinacional, pluricultural, multilingüe y multiconfesional.
- Interculturalidad como política de Estado. En función de ello debe quedar establecida la oficialización de los idiomas indígenas y la obligatoriedad de su conocimiento por parte de los funcionarios públicos en las regiones correspondientes.
No vale la pena adentrarnos más en el detalle de estas recomendaciones que buscan incluso poner la inteligencia militar bajo el control civil, cambiar el plan de estudios de las FFAA para que se incluyan los DDHH y la defensa de la vida como pilares de su accionar, y modificaciones en la estructura judicial y penitenciaria. La gran mayoría de estas recomendaciones son tan líricas que han sido ignoradas, empezando por ese ridículo "compromiso" que se pide firmar entre todos para rechazar el uso de la violencia. Algunas leyes, como la de partidos políticos, se han dado por la propia inercia de la política peruana antes que por acatamiento de las recomendaciones de la CVR.
Lo que debe llamarnos la atención es que el enfoque de la CVR esté orientado única y exclusivamente al Estado, como si el fenómeno subversivo y terrorista se hubiera iniciado en el Estado. Más allá del Estado la CVR no distingue nada. En realidad la subversión se inició en los sindicatos, en especial en el sindicato de maestros, y luego en las universidades abandonadas a su suerte con el desgobierno implantado por las reformas velasquistas. Pero sorprendentemente la CVR no hace una sola recomendación en estos campos. No nos dice absolutamente nada de cómo enfrentar la influencia de ideologías extranjeras y universales que conquistan mentes para ponerlas al servicio de intereses foráneos y regionales, como las que movieron a los grupos políticos de izquierda en el siglo pasado, respondiendo a los dictados de Cuba, URSS o China.
¿Qué ha recomendado la CVR para evitar que las universidades sigan siendo el eje del adoctrinamiento? ¿Qué ha recomendando la CVR para impedir que los maestros sigan siendo utilizados como bases del fundamentalismo político subversivo de izquierda? ¿Qué ha recomendado la CVR para impedir que las potencias extranjeras con pretensiones imperiales ejerzan su influencia en nuestro país solventando grupos y partidos políticos? ¿Qué ha recomendado la CVR para impedir que las ONGs sean instrumentos del accionar subversivo tras la fachada de la defensa de los DDHH o del medio ambiente, en un accionar coordinado internacionalmente? ¿Qué ha recomendado la CVR para que los terroristas excarcelados por cualquier motivo no vuelvan a la función pública ni a la política? Nada. Absolutamente nada.
Entonces no debería llamarnos la atención que el monstruo del terrorismo vuelva a levantar la cabeza y empiece a respirar nuevamente. No nos extrañemos pues si la subversión terrorista emerge al cabo de 20 años y una nueva generación de adeptos a esas viejas ideas de izquierda marxista empieza su accionar. Esa izquierda defensora de la CVR que se solaza en la condena de Alberto Fujimori debe explicarle al país por qué el senderismo regresa a pesar de la maravillosa labor de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. El Perú merece una explicación.
Notas
1.- Decreto Supremo N° 065-2001-PCM, art. 2, d)
2.- Informe Final de la CVR, Tomo IX, Cuarta Parte, Cap. 2.1
Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Una vez más la historia y la realidad se encargan de arrojar al tacho de basura un proyecto de izquierda. En esta ocasión no ha tardado tanto. La nueva aventura bautizada como "socialismo del siglo XXI" llega ya a su fin en medio de un mar de petrodólares y con toda su retórica estridente y sus líderes de pacotilla elevados a la categoría de dioses. Lo que estamos viendo ahora en Venezuela es la debacle de la más moderna versión de la izquierda delirante. Aunque cargaba con las mismas perversiones mentales de antaño lucía la única novedad de haber llegado al poder por los votos y no por las armas, como dictaba su programa original.
Hace medio siglo la izquierda inició su camino de locura empuñando las armas, dispuesta a destruir lo que llamaba el "Estado burgués". Intoxicados por ideología aberrante, no solo despreciaban al Estado sino al sistema democrático, y prácticamente a todo lo que había en este mundo, desde la empresa privada y la iglesia hasta la cultura del consumismo. Todo era malo y nefasto, fruto de una cultura del pecado que había que incinerar en el fuego purificador de la revolución para fundar un nuevo mundo con un nuevo hombre. Ese lírico objetivo lo justificaba todo, incluyendo el asesinato masivo, pues las vidas humanas no significaban nada comparado con el paraíso de la tierra prometida del socialismo redentor. Había que pagar el precio.
La demencia de izquierda consistía en creer que la lucha armada era la gran solución para lograr el establecimiento de un nuevo orden económico y social que, según su trasnochada visión, sería el mundo perfecto, donde reinaría la justicia social. Así fue como empezaron la carnicería salvaje de las guerrillas, el sabotaje y el terrorismo a gran escala, llenando de sangre y muerte varios países del continente, incluyendo el Perú. Todo estaba plenamente justificado por una ideología abstrusa que giraba en torno de entelequias como "pueblo", sustentada en una retórica barata repleta de palabrejas repetidas hasta la náusea, como "justicia social". Entre tanto los grandes genocidas de izquierda, como el Che Guevara, eran endiosados y convertidos en objeto de culto. Todo eso fue parte de la epidemia más grande de imbecilidad y estupidez que haya dominado jamás el continente latinoamericano.
También hubo otra izquierda que, sin renegar de su doctrina de violencia, decidió "hacerle el juego a la burguesía" e infiltrarse en el "Estado burgués" para combatirlo desde adentro. Así fue como varios líderes de izquierda se hicieron diputados y senadores. La izquierda infiltrada no hizo más que obstaculizar la misión de las FFAA en el combate a las guerrillas y al terrorismo, así como interceder por terroristas o promover leyes que entorpecían la acción policial y el tratamiento judicial de los terroristas bajo la excusa de los derechos humanos. Por fortuna estos desquiciados fueron derrotados en todos lados y muchos de ellos encarcelados. Sin embargo, poco después la debilidad de los nuevos estados democráticos facilitó que muchos fueran excarcelados para disfrutar de una nueva vida de lujos en el exilio dorado. En el Perú formaron rápidamente la CVR con el objetivo fundamental de limpiar la imagen de la izquierda, tergiversar la verdad del terrorismo y enjuiciar al Estado y al gobierno de Fujimori convirtiéndolos en los "verdaderos terroristas".
La izquierda tuvo mucho éxito entre los jóvenes con el argumento falaz de que somos esclavos del capitalismo, de las empresas privadas y del "imperio norteamericano". Más que un aporte del marxismo esto fue una maquinación del comunismo soviético, montado hábilmente en medio de la Guerra Fría. Así fue como esa gran masa de idiotas que configuró la izquierda latinoamericana, ansiosa de "revolución histórica" y "lucha por la liberación del pueblo" se tragó el cuento de que la lucha era contra los EEUU, y se convirtieron en soldados del imperio soviético que realmente esclavizaba países enteros sin mostrar ningún respeto por la especie humana. Ya habían construido el vergonzoso muro de Berlín para impedir que la gente huyera del paraíso comunista y ametrallaban sin escrúpulos a los que osaban cruzarlo. Las personas del bloque socialista quedaron apresadas en sus propios países y sometidas a una dictadura feroz, sin derechos elementales.
Cuba se sumó a la lista de países esclavos del bloque soviético. No necesitaron construir ningún muro pero la gente igual se lanzaba al mar infestado de tiburones para escapar de ese infierno maldito del comunismo. Se hizo común que los artistas y deportistas cubanos de gira internacional desertaran pidiendo asilo, por lo que esas giras se redujeron a lo indispensable y siempre acompañadas por seguridad del Estado. Además el régimen castrista recurrió al chantaje para evitar las deserciones: los parientes del desertor eran sometidos a "tratamiento especial" en Cuba, tanto por parte de las turbas adiestradas por el régimen para delatar y castigar la disidencia, así como por el propio gobierno. La casa de los disidentes o desertores era cubierta de pintura y basura, los familiares eran llamados "gusanos" y cambiados a los peores empleos.
En lo único que fueron buenos los comunistas fue en montar espejismos. El país era cubierto de gigantescos carteles que pregonaban el éxito del socialismo, mostraban a sus líderes como dioses y el lenguaje se llenaba de clichés revolucionarios. Sin embargo la realidad era insobornable. Todos los países comunistas sin excepción decayeron hacia la miseria. Cuando la URSS, la madre nodriza del sistema, reventó como una pompa de jabón, el bloque entero se vino abajo. En la China solo la muerte de Mao Tse Tung permitió dar un giro hacia la racionalidad y abandonar la locura del comunismo. Para mediados de los 80 el 60% del mundo estaba gobernado por un régimen socialista de algún tipo, incluyendo modelos tribales africanos hasta los islámicos de oriente medio.
La pesadilla del comunismo acabó formalmente el 9 de noviembre de 1989 cuando la gente derribó el muro de Berlín. Una fecha que la historia ya ha registrado como un hito de la existencia humana. Entonces pareció que al fin el mundo recuperaba la cordura. Los principales países eran gobernados por gente sensata que rectificó sin miedo los errores de la izquierda delirante. Tanto Ronald Reagan como Margaret Thatcher se convirtieron en líderes indiscutidos del mundo. También Mijail Gorvachob, el último jerarca soviético jugó un papel fundamental con las reformas radicales que impuso en la URSS. Algo tan simple como la libertad de expresión fue suficiente para que la URSS estallara por sí sola. Por fin parecía que el mundo entraba en razón y superábamos una era absurda de enajenación mental ideológica.
Pero como la estupidez humana es infinita y Latinoamérica es el paraíso de los idiotas, poco después salió a la luz un nuevo experimento socialista conocido como "socialismo del siglo XXI". La iniciativa surgió de un esperpento humano llamado Hugo Chávez, digno representante de la casta de lunáticos gobernantes que han hecho famosa a Latinoamérica. Una mezcla de cómico ambulante y dictador caribeño con uniforme militar y delirios de grandeza histórica, un charlatán empedernido que llenaba su ignorancia con frases de cliché. Saltó a la fama tras un intento de golpe a un gobierno democrático en un país con una larga tradición democrática como Venezuela. Liberado de la cárcel se presentó a las elecciones y gracias a sus encendidos y desaforados discursos ganó la presidencia jurando no ser socialista, respetar la empresa privada y no pretender quedarse en el poder. Al final hizo todo lo contrario.
Hugo Chávez Frías se inscribe en la linea de gobernantes típicos de una Latinoamérica de fábula. A partir de la intrascendencia real de su persona y sus limitaciones intelectuales, pero gracias a la incandescencia de su verbo y una mente delirante como únicos recursos, supo erigir un mito y una marca política que trascendió sus fronteras. La suerte estuvo de su lado en todo momento. Ya dueño del poder y como todo buen militante de izquierda desató sus delirios y las emprendió contra todo y contra todos. Nadie quedó libre de su crítica feroz ni de sus odios clasistas. Todo lo que había estaba mal y había que eliminarlo o cambiarlo. Todos eran enemigos del pueblo, desde los empresarios hasta la Iglesia. Pero sus delirios iban más allá de Venezuela pues también el mundo estaba mal y había que reformarlo. El enemigo, para variar, era EEUU.
Rescatado por sus compañeros de armas tras un intento de golpe empresarial, Hugo Chávez retomó el poder con más furia. El alza desmesurada del precio del petroleo que pasó de 9 dólares a 180 le dio la solvencia económica que necesitaba para hacer lo que le venía en gana. Y así lo hizo. Emprendió su locura socialista sin control. Se alió con Cuba para recibir asistencia política y fue armando su imperio socialista a base de apoyos económicos y petroleros a países de la región. No tuvo escrúpulos para comprar aliados con dinero en efectivo. Total, dinero era lo que le sobraba. Desde el principio se encargó de capturar a la gallina de los huevos de oro: PDVSA. Con la chequera en mano Hugo Chávez estatizaba cuanta cosa le venía en gana, desde empresas hasta tierras.
Las estatizaciones fueron usadas como parte del show y propaganda política. Lo hacía en vivo, durante su programa televisivo llamado por teléfono al director de un banco para darle el ultimátum. También paseándose por las calles y señalando los edificios a estatizar. Hizo famosa su frase: ¡exprópiese! Su objetivo era tener el control absoluto de toda la economía en sus manos, para lo cual fabricó la ley más absurda de la economía: la ley de costos y precios justos. Inició la construcción de viviendas para repartirlas entre la población, abrió hospitales con médicos cubanos para atender gratuitamente a los pobres, incorporó millones de personas a la planilla del Estado como pensionistas o empleados parásitos. Con todo eso aseguró una amplia base social que lo empezó a idolatrar y le aseguraba los triunfos electorales.
Como discípulo aplicado del castrismo, Hugo Chávez aplicó la receta cubana de control total del Estado. Convirtió al Partido Socialista Unido de Venezuela, PSUV, en réplica del Partido Comunista de Cuba y lo utilizó para copar todos los poderes del Estado con sus militantes, desde el Congreso hasta el Tribunal Supremo de Justicia y el Concejo Nacional Electoral. Era realmente ridículo que la dictadura cubana fuera el modelo a seguir en una supuesta democracia, como se empeñaban en llamar a lo que había en Venezuela. De hecho la democracia dejó de existir. Lo único que valía en Venezuela era la voluntad de Hugo Chávez, como ocurrió en Cuba cuando Fidel Castro se impuso como dictador absoluto y como ocurrió en la URSS, en la China de Mao, en Corea del Norte y en cualquier país gobernado por un demente del socialismo.
El resultado final de ese esperpento llamado "socialismo del siglo XXI" no podía ser otro que el desastre. Las miles de empresas estatales no rinden. Algo que cualquiera con dos dedos de frente sabe bien, sobre todo luego de haber observado la caída del comunismo mundial y el desastre cubano. La espantosa burocracia generada se convierte en una incontrolable plaga de corrupción generalizada. Los rígidos controles de la economía estatizada asfixian al país en trámites absurdos, escasez de divisas y desabastecimiento. Pese a la garantía económica que ofrece la inagotable riqueza petrolera, el aberrante esquema de una economía estatizada y controlada hacen inviable la existencia y el desarrollo del país.
Llamar democracia a lo que hay en Venezuela es tan falso y ridículo como llamar democracia al régimen cubano cuya dictadura ya superó el medio siglo. Pero la izquierda ha perdido hace tiempo el sentido del ridículo y de la realidad. Apelan al relativismo para estirar los conceptos hasta que les cubran la desnudez y la vergüenza. En la última cumbre de la CELAC (ese adefesio inventado por Hugo Chávez para eludir a los EEUU y meter a Cuba, pese a su condición de dictadura) no han tenido empacho en afirmar que cada país es libre de montar su experimento social y político sin que nadie se entrometa, pase lo que pase. La doble moral no les impidió entrometerse en Paraguay y en Honduras cuando los presidentes monigotes del chavismo fueron removidos de sus cargos mediante procedimientos constitucionales, pero ahora exigen en voz alta respeto por la autonomía venezolana invocando la no intervención en asuntos internos. Llaman golpismo a las legítimas protestas de un pueblo harto de miseria, controlismo estatal, falta de libertad y cansados de burocracia corrupta.
Por ahora puede que el socialismo del siglo XXI en Venezuela logre mantenerse en pie gracias a dos factores clave: la represión brutal a cargo de la GNB y las bandas civiles armadas como los tupamaros; y la indiferencia y cobardía de los gobiernos de la región, sobornados por dinero chavista, como Argentina, Bolivia, Ecuador y Perú. De otro lado, EEUU es un país dependiente del petroleo venezolano y difícilmente se atreverá a montar un bloqueo económico como lo hizo con Cuba alegando falta de democracia. En tales condiciones el pueblo venezolano está realmente solo. No queda más que esperar un milagro como que algún sector de la FANB deponga al dictador mediante un golpe de Estado, algo que es poco realista dado el nivel de dependencia que los militares tienen de la corrupción del régimen.
En el peor de los escenarios Venezuela podría mantener su actual situación de crisis indefinidamente, como ha ocurrido en Cuba. Poco importa ya que las empresas empiecen a cerrar e irse de Venezuela. En los últimos doce años han cerrado o se han ido de Venezuela cerca de diez mil empresas. Mientras tengan el dinero del petroleo y la complicidad de los militares, el régimen puede mantenerse a tiros. Los muertos se irán sumando y pronto empezarán a ser ocultados. Ante la pasividad internacional el régimen de Maduro cobrará más fuerza y nada impedirá que inicien una represión masiva incluyendo campos de concentración. Los líderes de oposición serán defenestrados de sus cargos y encarcelados uno a uno. Finalmente quedará una dictadura sin máscara. Y entonces veremos si Latinoamérica se indigna o le sigue el juego con retórica barata de corte diplomático, como la que que ha permitido hasta ahora la sobrevivencia de la vergonzosa dictadura cubana.
Lo cierto es que el pueblo venezolano, por lo menos esa mitad que no vive de las dádivas del chavismo, está a merced de la represión. Los guardias chavistas no tienen escrúpulos para disparar a los edificios desde donde suenan los cacerolasos y se escuchan los insultos contra la dictadura. El lumpen chavista motorizado actúa con total impunidad contando con la complacencia del régimen y la GNB. Ellos son los que disparan a mansalva asesinando a cualquiera solo para dejar el mensaje claro de que no tolerarán oposición ni marcha alguna en contra de Maduro. Igual que en Cuba, la sociedad venezolana acabará acostumbrada a la miseria, la escasez, las amenazas y dádivas del gobierno, sometida a un régimen totalitario liderado por un lunático. Es decir, la imagen propia de cualquier socialismo.
Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Latinoamérica, más que ningún otro lugar del planeta, ha sido un territorio fértil en la producción de líderes que emprendieron la tarea mesiánica de conducir pueblos, pero -sobre todo- en la de apropiarse del poder para implantar un régimen personal, autoritario y corrupto, con pretensiones de eternidad, dejando incluso como legado una dinastía o una legión de fanáticos seguidores. Muy larga es la lista de dictadores que se lucen en la vitrina de la historia política latinoamericana, que es a su vez una vitrina del delirio y la locura. Es imposible no reconocer demencia en el escenario político latinoamericano donde a menudo se lucha contra fantasmas retóricos y se idolatran iconos que no significan absolutamente nada en la realidad. Y lo peor de todo es que no son conscientes de sus errores y fracasos, por lo que no cesan en repetirlos una y otra vez.
Venezuela es hace más de una década escenario del último drama de demencia política latinoamericana. La llegada de Hugo Chávez al poder significó el inicio de esa especie de locura colectiva que suelen llamar "revolución". La única auténtica revolución que ha existido en América fue la de los norteamericanos cuando expulsaron a los ingleses en busca de su independencia, luego fundaron una democracia ejemplar donde los derechos de las personas se pusieron delante de todo. En hispanoamérica la independencia fue producto de la debacle de la corona española, básicamente, aprovechada por Bolívar quien se subió a un caballo disfrazado de militar, dando inicio así al típico estilo latinoamericano del caudillo que procura un proyecto personal, y que es proclamado revolucionario y salvador de la patria. Desde ese momento solo hemos visto la llegada de pistoleros uniformados asaltando el poder a punta de balazos. Desde México hasta Argentina, pasando por Cuba, durante el siglo XX, los revolucionarios latinoamericanos han sido solo asaltantes del poder y luego dictadores sempiternos.
Para terminar el siglo XX al mejor estilo latinoamericano, Hugo Chávez intentó asaltar el poder mediante una asonada golpista que fracasó. Y como ya es costumbre en Latinoamérica engrandecer la figura de estos asaltantes uniformados, Hugo Chávez fue sacado de la cárcel para ser idolatrado como héroe y convertido en presidente gracias a su retórica barata invencible. Por supuesto que Chávez no perdió la oportunidad para convertirse en dictador. Y lo hizo con todos los ingredientes de delirio y barbaridad que ya es tradicional en las revoluciones de Latinoamérica. Y todavía más, pues acabó convertido en dios de Venezuela e ídolo continental. Antes de su muerte designó a su heredero, y hoy su legado de locura, autoritarismo y prepotencia sigue vigente gracias a la exaltación permanente de unas masas idiotizadas con la verborragia y escenografía revolucionaria, en medio de un país que se cae a pedazos.
Venezuela es por estos días el mejor ejemplo del fracaso en todos los escenarios. La barbarie chavista no tuvo peor idea que adoptar el modelo político más fracasado de Latinoamérica: el castrismo. De este modo la miserable isla de los hermanos comunistas Fidel y Raúl Castro, dictadores perpetuos de la isla e inspiradores de la insania continental desde hace 55 años, fue la madre nodriza del proyecto bolivariano. Con asesoría cubana se montó la escenografía completa que requiere una revolución. Bolívar pasó a ser lo que es Martí en Cuba. Se inventó una novedosa terminología revolucionaria y así todo pasó a ser "bolivariano", incluyendo las fuerzas armadas y hasta el mismísimo nombre del país fue cambiado sin rubor. Se señalaron a los enemigos de la patria: el imperialismo yanki y las empresas privadas. El patriotismo se identificó con la revolución y esta se vistió con los colores patrios hasta en el más mínimo detalle, de tal modo que estar en contra de la revolución significaba estar en contra de la patria, es decir, ser un traidor. La "patria socialista" fue impuesta como el único pensamiento político en Venezuela, y así la libertad de pensamiento y de expresión quedó anulada. Solo había libertad para adorar a Chávez. El país entero fue cubierto con la imagen del líder supremo.
Tal vez debido al fracaso mundial del comunismo y al desprestigio de este concepto, Hugo Chávez prefirió bautizar su modelo como un "socialismo", aunque tipificado como "del siglo XXI", tratando de maquillar las gastadas tesis de izquierda como algo moderno. Pero lo cierto es que no pasaba de ser mero chavismo. Todo lo que pasaba en Venezuela durante el mandato de Hugo Chávez salía de su delirio personal y no de una teoría política o económica. El único poder era la voluntad de Hugo Chávez. El chavismo se apoderó de las masas, todas, absolutamente todas las instancias del poder fueron copadas por el chavismo, desde las fuerzas armadas, corrompidas con cargos y libertad para delinquir, hasta el Congreso de la República, a lo que luego sumaría descaradamente el Ministerio Público, el Tribunal Supremo de Justicia y hasta el Concejo Nacional Electoral, manejados exclusivamente por militantes del Partido Socialista Unificado de Venezuela, el PSUV, comandado por el propio Hugo Chávez Frías. Más que un partido político, el PSUV es una iglesia donde se idolatra la imagen y el mensaje de Chávez. El chavismo se convirtió en la nueva religión de Venezuela. Lo que hoy domina Venezuela es una maquinaria perversa y bien organizada de poder absoluto en manos de un partido y de una camarilla que usufructúa la herencia política de Hugo Chávez.
¿Qué es lo que tiene de socialista el régimen chavista? Casi nada. Durante la gestión de Hugo Chávez no fue más que una dictadura personalista y prepotente que utilizó el poder del Estado para someterlo todo a su sola voluntad. Hoy no ha cambiado nada ya que Nicolás Maduro pretende ser una copia fiel de su maestro. ¿Que tiene el chavismo de democracia? Absolutamente nada. La democracia se fundamenta en la división de los poderes del Estado, mientras que el chavismo consiste en el copamiento total del poder. La democracia consiste en la tolerancia y en la convivencia de diversidad de ideas, mientras que el chavismo se basa en la imposición fanática de una sola idea: la patria socialista. La democracia se funda en la alternancia del poder, mientras que el chavismo se las ha arreglado para mantenerse en el poder durante 15 años, apelando a toda clase de artimañas, desde modificar la Constitución hasta convertir a millones de venezolanos en dependientes del Estado. La democracia defiende las libertades básicas de la sociedad, como la libertad de expresión en todas sus formas, mientras que el chavismo ha sido siempre un enemigo de la libertad de expresión, atacando a todos los que piensan diferente, incluyendo a la Iglesia. Al final Venezuela es un país sin medios independientes de expresión, pues todos han sido censurados y se han bloqueado las señales de medios extranjeros.
No existe pues manera razonable de llamar democracia al régimen chavista, como tampoco lo hay para llamar así a la dictadura cubana de 55 años que le sirve de inspiración. El régimen que hoy preside Nicolás Maduro, heredero designado por el mismo Hugo Chávez, mantiene todos los rasgos autoritarios y delirantes del chavismo. Su lucha es contra fantasmas de toda clase, desde el imperio norteamericano y la derecha fascista hasta el ex presidente de Colombia Alvaro Uribe, quien según Maduro, sería quien está financiando la desestabilización de su régimen. Fantasmas y enemigos de la patria sobran en el delirio chavista. Todo lo malo que ocurre en la economía no se debe a las malas políticas sino al sabotaje de los empresarios. Estos ya han sido amenazados por Maduro con ser expropiados si siguen atentando contra la patria. Cualquier rasgo de oposición ciudadana es una maquinación del imperialismo norteamericano.
El estado patológico del gobierno venezolano en estos días es alarmante. Ya no distinguen la realidad. Para ellos, los jóvenes universitarios que protestan por la inseguridad en que viven son mercenarios de la ultraderecha financiados por la CIA, grupos fascistas armados que buscan acabar con la revolución y la patria venezolana. Sin embargo los manifestantes son solo jóvenes universitarios cansados de la situación de inseguridad. Iniciaron su protesta en Táchira y Mérida debido a una violación sufrida por una estudiante en la universidad, lo que colmó su paciencia e indignación. Y, lo que es peor, es un movimiento estudiantil sin liderazgo alguno. Henrique Capriles se ha desdibujado como líder de la oposición y han surgido otros. Nicolás Maduro ha enfrentado las protestas con la máxima brutalidad posible, no solo con el empleo de la policía nacional bolivariana sino con los cuerpos de choque del chavismo, financiados por el Estado bolivariano y la asesoría y entrenamiento cubanos. La represión ha sido cruenta y seguida de discursos delirantes con amenazas a los típicos fantasmas de siempre: la CIA, los EEUU y la ultraderecha. No podía faltar la ya clásica expulsión de funcionarios norteamericanos para "demostrar" que todo es una maquinación urdida por el imperio. Para el chavismo es imposible que el pueblo venezolano sienta un grado mínimo de insatisfacción ante el gobierno. Todo tiene que ser un intento de golpe tramado por los enemigos de la patria.
Para nadie es un secreto que el chavismo mantiene sus grupos de defensa diseminados entre los barrios de Caracas y otras urbes. Son mantenidos con dineros públicos y gozan de prerrogativas para actuar con total libertad, por lo que no dudan en atacar negocios y empresas que consideran antirevolucionarios. El empleo de esta clase de escoria social como elementos de apoyo del gobierno ha disparado la delincuencia a niveles siderales, resultando un problema imposible ya de manejar para el gobierno. La delincuencia se ha desatado y el chavismo es parte central de ella. Pero eso es solo un aspecto de los logros de la revolución bolivariana. Todo lo que hoy se puede observar en Venezuela, se mire donde se mire, es decadencia. La demencia chavista consiste en un afán enfermizo de controlarlo todo a través del Estado. La gigantesca burocracia ha generado uno de los estados más corrupto del planeta y la tramitología asfixia a los ciudadanos que deben esperar meses para las cosas más elementales. Una patética expresión de esta enfermedad mental es la funesta Ley de Costos y Precios Justos. Su objetivo es controlar desde el Estado cada precio y movimiento comercial en toda la república. Las Fuerza Armada Nacional Bolivariana se ha prestado a servir de agente de control fiscal en cada supermercado y negocio.
Bastaría conocer el desastre ocasionado por el control de las divisas en manos del Estado bolivariano, que ha logrado que las principales aerolíneas dejen de operar en Venezuela y que los pasajes alcancen niveles alucinantes jamás soñados. En otro escenario, muchas empresas como la ensambladora de autos Toyota han tenido que paralizar su producción por falta de divisas para importar piezas. Desde luego, no hace falta explicar la razón por la que Venezuela no es nada atractiva para las inversiones internacionales. La petrolera estatal PDVSA ha registrado caídas en su producción, junto con una serie de problemas de gestión que incluyen incendios de refinerías e innumerables accidentes ecológicos. Casi la mitad de las exportaciones petroleras de Venezuela ya no reportan ingresos al fisco pues son parte de convenios o de pago de deuda.
La época dorada del precio del petroleo fue aprovechada por Hugo Chávez para comprar lealtades en varios países -incluyendo Perú- intervenir en sus políticas internas financiando candidatos, y también para ayudar a sus amigos del caribe, principalmente Cuba, tratando así de montar un imperio personal convencido de su grandeza personal e inmortalidad. Hoy no queda nada de ese delirio idiota excepto un país en la ruina y una serie de organizaciones internacionales inútiles, creadas para eludir la presencia de los EEUU y dominar la escena con los monigotes del chavismo continental. Probablemente Maduro pueda balear a los jóvenes y hacerlos retroceder, podrá censurar a todos los medios de expresión para ocultar el descontento popular y el fracaso de la revolución, podrá llenar las plazas con los millones de parásitos sociales creados por el chavismo que hoy son dependientes del Estado, podrá dar discursos durante horas de horas en sus canales adictos y gozar de las sonrisas y aplausos de sus compinches, pero lo que no podrá evitar Maduro es el colapso de su economía, la inflación, la escasez y la crisis. Tal como ya ha ocurrido antes, la realidad es insobornable y se encarga de barrer los delirios humanos sin misericordia. Solo hay que sentarnos a esperar para ver cómo cae y se hace trizas el chavismo, la última gran demostración de la inagotable estupidez humana.
Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
La situación en Venezuela se torna cada día más insostenible para el gobierno de Nicolás Maduro. Por un lado tiene el crítico panorama de la economía sumida en la inflación, la baja producción, el desempleo, el endeudamiento galopante, la escasez de productos básicos, todas ellas lógicas y naturales consecuencias de la estupidez socialista, empeñada en combatir a la empresa privada y controlar los precios y las divisas. Frente a esto emerge otro panorama oscuro, pues parece ser que ya se desató el descontento social con manifestaciones abiertas en las calles. Aunque por lo pronto se trata solo de jóvenes, cabe esperar que esta ola de indignación popular crezca, sobre todo si los líderes políticos de oposición saben dirigir a las masas.
Como era de esperar, el régimen de Maduro y toda su camarilla de empleados chavistas en los medios oficiales, no se han demorado en llamar "ultraderecha fascista" a los jóvenes que protestan hartos de vivir en un país que se hunde cada vez más en la miseria y la crisis. Maduro y sus acólitos a sueldo ya hablan de intentos de golpe y hasta han llamado a los países vecinos a defender la democracia. Incapaces de reconocer algún grado mínimo de error y concederles un ápice de razón a los jóvenes manifestantes, Maduro y sus genios chavistas tampoco han tardado en señalar la mano negra de la CIA detrás de estas protestas, una acusación que ya es casi un acto reflejo de la izquierda latnioamericana.
De inmediato han empezado a trabajar los agentes del chavismo como la fanática Eva Golinger, editora del meloso Correo del Orinoco, y se ha puesto en marcha toda la maquinaria progresista latinoamericana para salir en defensa del régimen socialista. Los parecidos con la asonada de abril del 2002 que culminaron en el fallido golpe de Estado a Hugo Chávez son ridículos. Hoy en Venezuela casi no existe prensa libre. La única emisora independiente fue acallada de inmediato para impedir que transmita imágenes de la protesta. Hoy en Latinoamérica existe una cofradía socialista, montada por Hugo Chávez con dinero de todos los venezolanos en la época dorada de los petrodólares. Pero además, luego de la experiencia del 2002, el chavismo supo asegurarse la sobrevivencia comprando a las FFAA y convirtiéndolas en las FFAA bolivarianas, es decir, chavistas.
No seamos ingenuos. Los únicos que pueden dar un golpe de Estado son los militares. En Venezuela esto ya es imposible porque han sido comprados por el régimen. Desde la llegada de Hugo Chávez, cerca de dos mil militares han pasado por cargos públicos. Maduro aprendió las lecciones de Hugo Chávez en todos los terrenos. Desde su llegada al poder, hace ocho meses, Maduro ha nombrado a casi 400 militares en importantes cargos del gobierno, empezando por varios ministerios. A esto hay que sumarle los miles de militares que hoy están a cargo de las miles de empresas expropiadas por el chavismo en la última década. Pero a todo esto hay que añadirle la total y absoluta corrupción que en estos días existe en la milicia chavista. La corrupción militar va desde el contrabando hasta el narcotráfico sin que nadie se atreva a investigar.
Así las cosas es imposible pensar en un golpe en Venezuela. ¿Qué queda? La represión. Nada más. Ya han sacado a las fuerzas del orden junto a sus cuerpos de sicarios chavistas conocidos como tupamaros, lumpen que se moviliza en motocicletas con los rostros cubiertos y disparando a mansalva. Se trata solo de uno de los varios grupos chavistas formados para defender la revolución, completamente financiados por fondos públicos a manera de programas sociales. Son organizaciones sociales conformadas a imagen y semejanza de las CDR cubanas, especializadas en el espionaje barrial, la delación, el bullying y, finalmente, el asesinato. Después de todo, en estos días, la vida en Venezuela no vale nada. Un muerto más a nadie le importa. Ese es el paraíso socialista al que aspira la izquierda latinoamericana.
Es difícil creer que un grupo de jóvenes ilusos logre detener la insanía mental del chavismo. Hay más de 4 millones de personas que dependen de la generosidad del Estado bolivariano. La Venezuela chavista es un país de novela ficción, tiene de tragedia, de comedia y mucho de estupidez humana. Ese mundo de ilusión y fantasía que Hugo Chávez montó gracias a la inesperada alza del petroleo, que de 9 dólares por barril al momento de su llegada al poder trepó hasta los 180 dólares por barril, no podía sostenerse eternamente. No solo el petroleo bajó sino que el mismo Hugo Chávez sucumbió al cáncer. La fabulosa fortuna que Venezuela obtuvo en la primera década de este siglo, no gracias al socialismo chavista sino al capitalismo que elevó los precios de las materias primas, fue estúpidamente dilapidada por el fantoche de Chávez que se creyó eterno y que se ocupó más en formar su propio imperio personal que en desarrollar su nación.
Hoy Venezuela es un país paralizado, irónicamente sin reservas, empeñado a la China y Rusia, dependiente de Cuba, sumido en la inflación, el desempleo y la escasez. La sociedad está harta de las colas y de la falta de futuro. Los que pudieron se largaron del país hace rato y formaron una colonia en Miami, al igual que los cubanos y argentinos. Así como existe la pequeña Habana que empezó en Brickell y hoy se extiende ya por toda la calle 8, así como la pequeña Haití en el NE de la Second Avenue, así como se formó en la última década la pequeña Argentina en Miami Beach, hoy existe ya la pequeña Venezuela en El Doral. Estas formaciones de inmigrantes son una señal clara de la decandencia de un país. Ocurrió también con los peruanos que emigraron en la década de los 80 y llegaron a Patterson en New York.
La reacción internacional a la crisis de Venezuela no ha sorprendido en lo más mínimo. Los huérfanos de Chávez han salido a condenar la violencia callejera y a proclamar su apoyo a la democracia, es decir, al régimen de Maduro, aunque no es lo mismo. No se puede llamar democracia a un régimen en el que el partido de gobierno, el PSUV, controla con sus militantes a todos los poderes del Estado, incluyendo el Concejo Nacional Electoral, el Ministerio Público y el Tribunal Supremo de Justicia. Claro que todos estos rasgos de la democracia chavista no llaman la atención de los demócratas latinoamericanos, quienes incluso acuden a Cuba para firmar proclamas a favor de los derechos humanos. Tampoco la izquierda peruana ha tenido un ápice de honestidad para condenar en Venezuela todos los rasgos de autoritarismo y dictadura que no se cansan de condenar en el fujimorismo.
Las protestas callejeras en Venezuela protagonizadas por los jóvenes, al margen de cualquier liderazgo político, son la última esperanza de la verdadera democracia latinoamericana y del pueblo venezolano. Es una llama que se ha prendido y que convendría mantenerla encendida hasta que incendie la pradera. Si las fuerzas legales e ilegales del régimen chavista logran acallarlas y apagar esa flama, ya nada podrá detener la locura socialista, salvo, claro la propia realidad, cuando todo finalmente colapse.
Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Mario Vargas Llosa dice en su último artículo (Liberales y liberales) que las personas y los conceptos varían en el tiempo y lugar. De eso no cabe la menor duda, sobre todo observando las variaciones que ha ido sufriendo en el tiempo, pero también en cada lugar, el Nobel de Literatura peruano. De ser en los 60 uno más de los incontables ilusos que aplaudieron la revolución cubana creyendo que los barbudos "liberaban" un pueblo, pasó a ser un crítico de la dictadura castrista. Hasta allí podríamos decir que tuvo una actitud valiente al ir en contra de la corriente general del idiotismo progresista latinoamericano, que durante los últimos 30 años del siglo pasado solo tuvo una fanática actitud de adoración infantil hacia la felonía castrista. Mario Vargas Llosa llegó así a convertirse, por un lado, en una de las voces más respetadas, y por el otro, en uno de los personajes más odiados del progresimo, hasta hace poco.
Tal como ha reconocido al decir que las personas y los conceptos cambian en el tiempo y según el lugar, Mario Vargas Llosa ha ido perdiendo su brillo en esa noble tarea de combatir la tiranía de la estupidez ideológica, que es la peor de todas pues subyuga las mentes y engaña generaciones enteras. Desde hace unos pocos años viene haciendo concesiones al progresismo, pero fundamentalmente en el Perú. Nuestro Nobel ha perdido el brillo intelectual porque ha mezclado la lucha de las ideas con las broncas personales, en un afán de lucimiento individual en el que procura deslindar con quienes han hecho el trabajo sucio de combatir al progresismo y al comunismo en el mismo campo de batalla, ganándose con ello una mala reputación, como son los casos que menciona de Augusto Pinochet y Alberto Fujimori, personajes que no enfrentaron a un inocente progresismo citadino y académico en el mero campo de las ideas desde la distancia de un foro, como acostumbra Mario Vargas Llosa, sino que combatieron a verdaderos regímenes comunistas armados que estaban ad portas de apoderarse del país, o ya lo habían hecho. Lo que al ilustre pensador le falta descubrir es que las cosas no solo cambian en el tiempo y lugar sino también cuando se pasa de la idea a la praxis. Hay una gran diferencia entre ser un teórico lírico y pisar tierra firme, es decir, que hay mucha distancia entre vivir en el mero mundo de las ideas y tener que actuar en los hechos reales.
Por supuesto que es más cómodo mantenerse alejado del hedor que despiden quienes sacan la basura y hacen todo el trabajo sucio en un mundo que está infectado de toda clase de males y alimañas. Es mucho más cómodo condenar desde una torre de marfil la falta de ética y moral que estos personajes tuvieron que asumir en el campo de batalla. Poco importa si al final pacificaron sus países y los enrumbaron por un claro sendero de desarrollo, donde ya es factible hablar de derechos y otras exigencias sociales. Pero resulta aun más mezquino vivir con un odio personal durante más de 20 años como el que Mario Vargas Llosa mantiene hacia Alberto Fujimori desde su derrota electoral en 1990. Esto ya no es una cuestión ideológica y ni siquiera moral sino psiquiátrica. ¿Acaso el Perú no se recuperó de sus males durante los años 90? ¿No superó la hiperinflación? ¿No liquidó al terrorismo? ¿No ordenó la economía colocando al Estado detrás de la sociedad? ¿No es verdad que no ha dejado de crecer desde entonces?
Dice Mario Vargas Llosa en este mismo artículo que a las personas y partidos hay que juzgarlos por lo que hacen y no por lo que dicen. Juzguemos pues a Mario Vargas Llosa por lo que ha hecho más que por lo que sigue diciendo. Ya veremos luego que es, además, un mar de contradicciones en lo que dice. No vayamos tan lejos. Hace solo un par de años, en plena campaña electoral del Perú, Mario Vargas Llosa no tuvo ningún reparo en apoyar a Ollanta Humala en contra de Keiko Fujimori. Es decir, prefirió apoyar al candidato de la izquierda y de Hugo Chávez para oponerse a alguien que tenía el terrible estigma de llevar el apellido Fujimori.
No hace falta decir que un literato como MVLL recubrió su cuestionable decisión con una melosa cháchara en torno a la moral, refiriéndose a la gente que estaría detrás de Keiko Fujimori, a quien llamó "la hija del dictador". Nadie escoge a sus padres ni tiene por qué cargar con los errores cometidos por sus padres. En el plano personal Keiko Fujimori no tenía nada de qué ser acusada, cosa que no ocurría con Ollanta Humala, un personaje muy cuestionado desde que apareció de la nada montando una ridícula asonada militar que, según todos los indicios, solo sirvió para cubrir la fuga de Vladimiro Montesinos. A eso habría que añadirle las muy graves acusaciones de los pobladores del caserío de Madre Mía, que señalan a Ollanta Humala como autor de delitos contra los derechos humanos en su función militar. Este caso finalizó con la escandalosa compra de testigos. A todo esto hay que añadir el rol de Ollanta Humala como felón del chavismo y finalmente como mascarón de proa de la izquierda delirante.
Mario Vargas Llosa no puede explicar su apoyo a Ollanta Humala con un argumento de moral. Nadie vota por el pasado sino por el futuro. Así que juzgando a Mario Vargas Llosa por lo que hace vemos que tiene unas incongruencias muy grandes, como la que protagonizó al renunciar al diario El Comercio en plena campaña electoral porque este diario apoyaba a Keiko Fujimori. Lo que hizo MVLL fue acusar de parcializado al diario y se fue a La República, un diario progresista que apoyaba abiertamente a Ollanta Humala mediante una guerra sucia y tenaz, plagada de mentiras montadas por todos los sectores de izquierda. Esta fue sin duda la decisión más ridícula de Mario Vargas Llosa, pues no tuvo justificación válida alguna más que el berrinche en contra de Fujimori y una clara intolerancia a la posición del diario. Hoy todavía permanece con esa ojeriza contra el diario El Comercio acusándolo de acaparamiento, y sumándose así al coro progresista que ha montado una campaña contra el principal diario del Perú.
Frente a todos estos hechos debemos preguntarnos si Mario Vargas Llosa tiene autoridad para pretender erigirse como una voz liberal. Al menos podemos ver que ya ha sido retirado de algunos foros liberales. No se puede predicar una cosa y hacer otra. Pero incluso en su prédica MVLL resulta inconsistente. Por ejemplo cuando critica a los liberales:
"De esta desnaturalización de lo que es la doctrina liberal no son del todo inocentes algunos liberales convencidos de que el liberalismo es una doctrina esencialmente económica, que gira en torno del mercado como una panacea mágica para la resolución de todos los problemas sociales".
Este es un típico discurso propio de los críticos del liberalismo. Se trata de un razonamiento infantil según el cual es posible separar lo económico de lo social, como si fueran bolitas de diferente color. No solo creen que es posible sino necesario. Hay un cúmulo de progresistas, a los que Mario Vargas Llosa se ha sumado, que se empeñan en separar lo social de lo económico, señalando en grandes rasgos que todo lo social es bueno y todo lo económico es malo. Ridículo enfoque porque en los hechos reales no existe manera de diferenciar uno de otro. Todo lo que el hombre hace es, finalmente, un hecho económico, incluso cuando no hace nada. Y claro que este es un aspecto fundamental de la existencia humana. Lo económico y lo social son tan solo dos maneras diferentes de llamar a lo mismo. Solo en la mente progresista es posible separar ambas cosas para condenar al mercado y al neoliberalismo. Y ahora el Nobel se suma al coro.
Pero lo contradictorio de Mario Vargas Llosa resalta cuando embiste contra del odiado diario El Comercio porque una compra de acciones "le otorga casi el 80% del mercado de la prensa". Ahora sí el mercado es importante. El problema de MVLL es que él se ha quedado escribiendo, por propia decisión, en un diario que no tiene mayor lectoría. Pero ni siquiera se toma la molestia de analizar que ese supuesto 80% del mercado son las ventas y no la prensa. Los 8 diarios sobre los que El Comercio tiene acciones se reparten entre diarios diversos que son de noticias generales, deportivos, económicos y faranduleros, compitiendo limpiamente con otros muchos medios existentes tratando de conseguir la preferencia del público, en un mercado que por ahora es libre, pero que podría pasar a ser regulado por el Estado si voces progresistas encabezadas por el mismo diario La República, además del propio Mario Vargas Llosa, tienen éxito.
Para redondear la faena de su contradictorio artículo, Mario Vargas Llosa pega este texto general, sacado de alguna enciclopedia elemental de liberalismo:
"Hay ciertas ideas básicas que definen a un liberal. Que la libertad, valor supremo, es una e indivisible y que ella debe operar en todos los campos para garantizar el verdadero progreso. La libertad política, económica, social, cultural, son una sola y todas ellas hacen avanzar la justicia, la riqueza, los derechos humanos, las oportunidades y la coexistencia pacífica en una sociedad. Si en uno solo de esos campos la libertad se eclipsa, en todos los otros se encuentra amenazada".
Así es: la libertad es una sola. No hay manera de separar lo económico de lo social. Es una sola. El gran problema mental de Mario Vargas Llosa es que a lo largo de su azarosa existencia ha llegado a acumular en el Perú tantos amigos y enemigos que ya no sabe en qué dirección opinar, pues en estos tiempos tiene más amigos progresistas que liberales. Su decisión conflictiva de apoyar a la izquierda por oponerse al fujimorismo tirando al tacho medio siglo de convicciones ideológicas por motivaciones psicológicas de odio y resentimiento han terminado por confundirlo mentalmente. Hoy ya no sabe si ser crítico del progresismo o del liberalismo, por lo que termina asumiendo un rol crítico de todos desde una posición moralista, que es, como ya sabemos, el papel más fácil que cualquier persona puede asumir, especialmente cuando nunca tiene que actuar. Mario Vargas Llosa solo pisó tierra en la campaña electoral de 1990 y supo de cerca lo que es la política. Entonces poco le importó que toda la gran prensa lo apoyara abiertamente. De esa corta pero traumática experiencia solo le queda el resentimiento.
Las críticas que MVLL hace contra algunos líderes mundiales -incluyendo a personajes de la talla de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, quienes tampoco se libran de la condena del Nobel- debería dirigirlas contra sí mismo. Una cosa es tener ideas liberales y otra tomar decisiones complejas. Una cosa es ser un académico liberal y otra tener la responsabilidad de conducir una nación, con todas las complejidades que nos plantea la existencia humana. No se puede cuestionar el gran papel que jugaron Ronald Reagan y Margaret Thatcher en la lucha contra las equivocadas ideas marxistas que en su tiempo parecían dominar el horizonte de la humanidad con invencible fulgor. Ambos fueron los artífices de un cambio de mentalidad fundamental y empujaron al comunismo hacia el abismo final para su inanición. Si eso no es un gran logro liberal ¿qué lo es para este Nobel de Literatura andino? Es muy cómodo ser un teórico del liberalismo sin jamas haber tenido que tomar una decisión concreta sobre los destinos de una nación o sobre el mundo entero. Asumir la postura del francotirador universal que desde su torre de marfil de la ética juzga a los demás por sus actos es una postura, por lo menos, cobarde si no infantil. En los últimos tiempos Mario Vargas Llosa ha dedicado su pluma en mayor medida a criticar al liberalismo y a venerar al progresismo latinoamericano, como hizo en su artículo titulado "El ejemplo uruguayo".
Hay que hacer una reflexión final acerca de las posibilidades reales de montar las ideas de la libertad en una sociedad amenazada siempre por el totalitarismo progresista, por sectores convencidos de que el mundo sería mejor controlado por unos pocos iluminados desde las alturas de un Estado poderoso, que se ocupe de repartir la riqueza de manera igualitaria. Esas nobles y dulces ideas que conquistan con suma facilidad las mentes más débiles, deben ser confrontadas con claridad y coherencia. Nadie puede ser un líder del pensamiento liberal coqueteando con el progresismo, apoyando sus campañas y combatiendo a los que defienden las ideas de la libertad. Mario Vargas Llosa ha dejado ya, hace algún tiempo, de representar a las ideas del liberalismo y al ideal de la libertad.
Mario concluye su enrevesado artículo con declaraciones teóricas que sin duda no aplica en sus análisis y acciones políticas:
"Estas y otras convicciones generales de un liberal tienen, a la hora de su aplicación, fórmulas y matices muy diversos relacionados con el nivel de desarrollo de una sociedad, de su cultura y sus tradiciones. No hay fórmulas rígidas y recetas únicas para ponerlas en práctica. (...) la difícil tolerancia ...debería ser la virtud más apreciada entre los liberales. Tolerancia quiere decir, simplemente, aceptar la posibilidad del error en las convicciones propias y de verdad en las ajenas".
Tolerancia que MVLL no practica. En efecto, no hay fórmulas mágicas ni universales. Una cosa es tener ideas liberales y otra, gobernar un país complejo en el que se deben tomar decisiones puntuales. La filosofía liberal puede servirnos de guía general, pero en la política a veces hay que torcer el rumbo para mantener el objetivo, tal como hace un conductor que sabe hacia dónde va pero que debe seguir los vericuetos del camino, a veces salirse del camino y hasta enfrentar asaltantes armados. Lo importante es mantener el objetivo final hacia la libertad y dejar un rumbo firme y duradero de progreso. Siempre es la realidad la que debe marcar nuestro paso. Es lo que hace un liberal a diferencia de los progresistas que prefieren su idealismo dejando de lado la realidad. No podemos juzgar un gobierno por cada decisión tomada, sobre todo cuando se tuvo que desarrollar en las peores condiciones históricas posibles, enfrentando enemigos reales y no solo ideas. A los gobiernos se les debe juzgar finalmente por el rumbo general de progreso o de miseria que dejaron a la nación. ¿Quién se ocupa hoy de las decisiones cuestionables que tuvieron que adoptar Napoleón o Bolívar? ¿Tiene esto sentido? Escudarse en la moral para señalar fallas y sacar provecho político o vivir amargado y envilecido por un trauma electoral es propio de los cobardes que no están a la altura de la historia.
Me parece que Mario Vargas Llosa ha terminado preso de su propia telaraña. Su decisión de apoyar en el Perú a la izquierda por oponerse al fujimorismo lo ha llevado a tener que sostener opiniones discordantes con el liberalismo. Es cierto que los liberales mantenemos divergencias sobre diversos temas como el aborto, la iglesia, el matrimonio gay y hasta la tauromaquia, pero sabemos bien quiénes apoyan la libertad y quiénes apuestan por el control del Estado. Por desgracia MVLL ya ha perdido hasta estos elementales signos de reconocimiento.
Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Para entender a la izquierda debemos acudir a sus orígenes. La izquierda emergió de la mano de Karl Marx presentando una gran novedad en el ambiente intelectual: una rara mezcla de ciencia social con ética, según la cual no bastaba analizar objetivamente la realidad sino que había que enjuiciarla con criterios éticos, de manera que esta acababa siendo "justa" o "injusta". Habría que revisar si los criterios éticos obedecen a cuestiones objetivas o ideológicas, pero pasemos eso por alto. Curiosamente la realidad era siempre injusta a los ojos del marxismo. Así fue como nació esta extraña criatura que se presentaba como ciencia ética social. Claro que esto sucedió cuando la ciencia aun no existía. Todo lo que había era la teoría de Newton y más nada. De hecho Marx no se nutrió de fuentes científicas sino de la enrevesada filosofía de Hegel, filósofo a quien Schopenhauer y Popper tratan como un charlatán sobrevaluado. Lo que quizá explica en parte por qué el marxismo acabó siendo una amalgama informe de tesis antojadizas y pretensiosas que nutrió a los más grandes charlatanes de la academia, quienes utilizaron una y otra vez las mismas fórmulas elementales para explicarlo todo, haciendo gala de sabiduría infinita.
Esta necesidad de imponer a la realidad la obligación de ser "justa" llevó a condenar como nefasto casi todo lo que generaba dicha realidad, lo cual significó señalar diversos enemigos imaginarios como "el sistema", y reales como los propios seres humanos y sus instituciones. De este modo el marxismo resultó siendo una peligrosa idea que no solo condenaba la realidad sino que proponía transformarla siguiendo sus principios éticos y eliminando a los causantes de la realidad injusta. A fines del siglo XIX el marxismo ya era una ideología disfrazada de ciencia social, ética filosófica, doctrina jurídica y teoría económica, que se predicaba como una moral bondadosa y humanista, siendo esta la clave para su fácil aceptación. Es decir, el marxismo conquistaba no a partir de la certeza de sus análisis sino desde la nobleza de sus intenciones que apuntaban a la sensibilidad emocional. Más allá de eso el marxismo se sostenía en un andamiaje de retórica burda y en la sacralización de conceptos mal entendidos como los de objetividad y ciencia. Ninguna teoría manoseó tanto y de tan equivocada manera tales conceptos. El marxismo era una teoría pre científica y entremezcló principios que solo un siglo más tarde serían explicados por la epistemología. No obstante la enorme difusión del marxismo ocasionó que gran parte de las ciencias sociales pretendan hasta hoy fundarse en nociones naturalistas decimonónicas.
A los ojos de esta novedosa "ciencia social" que explicaba los engranajes de la historia y pronosticaba el futuro de la humanidad, todo el esquema de desarrollo alcanzado por los seres humanos durante su evolución cultural, científica y tecnológica hasta principios del siglo XIX era simplemente una injusticia. Llegó al colmo de denunciar que la riqueza se generaba a partir de un robo al que llamó "plusvalía". Bajo esta tesis los ricos surgían a costa de los pobres. Lo que llamó el "sistema capitalista" fue descrito como un modelo de esclavitud que no solo era nefasto sino que estaba condenado irremediablemente a la debacle final, por las imperturbables "leyes científicas" de la historia y la economía que Marx había descubierto, y tras lo cual emergería el nuevo hombre, un ser diferente ya no regido por mezquinos intereses individuales sino guiado por una conciencia social, generando un nuevo estado o sistema social y económico al que llamó "comunismo". Para empeorar las cosas, más tarde los seguidores de esta ciencia-ética-economía-novela-ficción hicieron su pequeño aporte y la convirtieron en religión.
No había ninguna dificultad para hacer del marxismo una religión, pues tenía todos los ingredientes: un pueblo elegido: el proletariado; una tierra prometida: el comunismo; un enemigo: la burguesía, unas profecías: el apocalipsis del mundo capitalista; un dogma de fe: la verdad científica; textos sagrados: el Capital y el Manifiesto Comunista; y por último, profetas: Marx, Engels, Lennin. Sus seguidores, presos de un fanatismo histérico, emprendieron las cruzadas de salvación del pueblo elegido. Se disputaban la verdadera interpretación del mensaje divino, andaban con los textos sagrados bajo el brazo y citaban de memoria sus pasajes preferidos. Aparecieron sectas que pretendían ser los auténticos representantes del marxismo salvador y acusaban a los demás de "revisionistas". Había que ser un estricto seguidor de los dogmas. La nueva aspiración de todo joven era ser un "auténtico revolucionario". Estos anunciaban el fin del capitalismo según las profecías del marxismo, y muchos estaban dispuestos a acelerar el proceso mediante la violencia, pues el culto a la violencia era parte fundamental del marxismo.
La violencia fue señalada por el marxismo como la verdadera "partera de la historia". Según las "leyes de la historia" no había transformación histórica sin violencia, por consiguiente la violencia era un paso necesario e inevitable. De este modo la acción violenta, es decir, la revolución, quedó convertida en un método válido, justificado y necesario para acelerar las transformaciones históricas. No había que esperar siglos para que llegara el paraíso comunista anunciado por Marx. Bastaba apelar a la partera de la historia para apurar ese proceso. Después de todo, estaba de por medio la salvación de la humanidad. El noble fin justificaba los medios. Quienes no lo entendían así eran unos necios, cómplices de la burguesía y por tanto enemigos de clase, lacayos del imperialismo, pecadores y, por último, merecedores del castigo divino. El dogma que más repetían los marxistas era: "no hay cambios sin violencia" y otras frases por el estilo como "el poder nace del fusil". De manera que el camino hacia la hecatombe comunista estaba trazado con maestría. Pero además del culto a la violencia, en la mentalidad del marxismo no había individuos sino masas. En una de las más disparatadas visiones del marxismo el individuo carecía de valor, tenía que supeditarse a los intereses de la sociedad. Era un contrasentido, ya que sin individuos no hay sociedad. Privilegiar la sociedad anulando al individuo era un completo disparate pero sigue siendo uno de los pilares de la doctrina marxista.
En suma, el marxismo era una ideología fundada en el odio de clase, el desprecio del individuo y la justificación de la violencia política con miras a un ideal utópico. Con esas ideas las sectas marxistas emprendieron su cruzada provocando las revoluciones más sangrientas que registre la historia. Se ha calculado que en el siglo XX el comunismo provocó cien millones de muertes. El resultado que consiguieron en los países donde triunfó el marxismo solo fue desolación y miseria. Ese y nada más que ese fue todo el aporte concreto del marxismo a la humanidad. Más allá del debate teórico, los hechos han demostrado que el marxismo no fue más que una fanfarronada intelectual que solo era capaz de captar las mentes más infantiles, débiles y menos preparadas. De hecho gran parte de los marxistas se rectificaban en la madurez de sus vidas, lo cual demuestra lo dicho.
Sin ninguna duda nunca ha existido mayor estafa intelectual que la "ciencia social" fundada por el marxismo. Y por desgracia domina el pensamiento de muchos hasta nuestros días. La tentación intelectual por el marxismo no se debe solo a la nobleza de su ética social (que lo justifica todo, incluyendo la violencia) sino que pretende ser una ciencia totalizadora, la ciencia de todas las ciencias. El marxista se ufana de ser un experto en filosofía, economía, derecho, sociología y política, campos en los que Marx garabateó sus tesis para encadenarlos a su lógica. Junto con el psicoanálisis, el marxismo constituyó la mayor moda intelectual del siglo XX, y ambos resultaron ser pura charlatanería, dando paso a lo que más tarde sería conocido como pseudociencias. Nunca se escribió tanto y repitió tanto las relamidas y disparatadas tesis que emergieron del marxismo y el psicoanálisis, a cargo de un ejército de incautos que se sintieron tocados no solo por el encanto sino por el simplismo de esas ideas, que parecían explicarlo todo de una manera absoluta. Además resultaron tener un gran efecto en las masas.
Todo ese macabro espectáculo de dementes alzados en armas en una cruzada purificadora, no hubiera podido ser posible sin el concurso de dos factores clave: por un lado el auspicio de una pléyade de intelectuales de izquierda alimentando con ideas baratas la fogata diabólica de la revolución, y por otro, la cínica financiación de potencias comunistas que emplearon a los seguidores del marxismo como tontos útiles, en un enfrentamiento de poder con los Estados Unidos durante la Guerra Fría. Mientras el marxismo se extendía como un virus mental que conquistaba con extrema facilidad las mentes de los jóvenes, hablándoles de justicia y redención social, incitándolos a la revolución y al sacrificio con la intensa propaganda que fabricaba mitos como el Che, nadie se preocupaba por mostrar los horrores del comunismo. Estos eran ocultados y maquillados por la prensa oficial para la exportación del modelo. Nunca existieron esas enormes granjas colectivas trazadas con surcos perfectos y verdosas plantaciones cultivadas por felices granjeros que mostraban las revistas soviéticas, albanesas o chinas. Lo que en realidad había era hambre, abusos del Estado, delirios de líderes endiosados a quienes no les importaba nada la vida de sus ciudadanos, crueles experimentos sociales, etc., y todo eso tras una infame cortina de hierro que aislaba a las sociedades esclavizadas por el comunismo del resto del mundo.
La farsa del paraíso comunista se vino abajo en los hechos. Eso ya es historia conocida. Pero lo que permanece en pie son las ideas de izquierda, las mismas que sirvieron para construir esos enormes disparates sociales llamados también socialismo, y que solo sirvieron para probar hasta dónde puede llegar la estupidez humana cuando la ficción se apodera de las mentes disfrazada de "realidad objetiva", y cuando se siguen burdas creencias maquilladas de ciencia y adornadas con dulce palabrería ética. El trabajo del presente es señalar no solo la falsedad de esas ideas sino la debacle total de la moral de izquierda, pues su "ética social" solo pudo generar miseria, degradación y muertes por millones. Trataron de justificar las más horrendas situaciones con una ética social que se pretendía superior en sus fines. Es hora de mostrarlos sin su máscara. Nunca hubo una real ética sino una infantil ensoñación que capturaba mentes incautas, generalmente jóvenes, más afectos a la emocionalidad que a la racionalidad. No hay ética cuando se engatusa a los jóvenes con el discurso de la transformación social, y se le entrega un arma y una ideología que lo justifica todo. También hay crisis moral en esa desfachatez de vender como ciencia algo que no es más que palabrería grotesca y amanerada, así como levantar las banderas de la ética para enjuiciar un sistema económico que genera riqueza en medio de la libertad, mientras se propone como "solución" el totalitarismo, la violencia y la ausencia de libertades que conduce a la miseria generalizada.
En resumidas cuentas, la debacle de la izquierda es total. No solo se revela la falsedad de sus dogmas sino el fracaso de sus ideas plasmadas en los hechos. El socialismo o comunismo, no importan las ridículas distinciones teóricas, solo ha producido miseria. Y que no vengan ahora a decir que nunca hubo verdadero socialismo. En todas las oportunidades en que se ha podido colocar un sistema junto al otro, el capitalismo ha sido superior. Pasemos revista empezando por la URSS y los EEUU, que derivó en el colapso de ese primer gran experimento soviético esperanzador; miremos lo que fue la Alemania Federal y Alemania Democrática donde la miseria del Este provocó la huida generalizada de su población hacia el capitalismo, lo cual motivó la construcción apresurada del vergonzoso muro de Berlín, símbolo cruel y prematuro del fracaso del comunismo. Veamos lo que ocurrió entre el inmenso continente que es China frente a las pequeñas islas de Hong Kong, Taiwan y Singapur. Mientras estas pequeñas islas progresaban en medio de la libertad, el continente chino se sumía en la locura y miseria de la revolución cultural maoista. Para terminar echemos un vistazo a las dos Coreas, donde no hay duda de que Corea del Sur ha superado ampliamente a su hermana del norte en todos los campos. Ya no vale la pena mirar a Cuba, una isla de miseria a la que todos los países le han perdonado la deuda porque es imposible cobrársela, y que ha sobrevivido la última década como una sanguijuela adherida a la Venezuela chavista, otro país que hoy sigue el mismo inevitable derrotero del fracaso socialista.
Las tesis marxistas resultaron falsas en todos los aspectos. La riqueza nunca surgió de la explotación ni del robo sino de la creatividad, del trabajo y del aprendizaje constante. La falsa ética de la izquierda, por su parte, solo produjo mayores abusos y peores condiciones para los seres que cayeron bajo el yugo del comunismo. Latinoamérica se convirtió en un infierno repleto de focos guerrilleros y terroristas. Hoy la izquierda no tiene modelos, su ciencia marxista ha sido descalificada como farsa en todos los campos: filosófico, económico y científico; cargan con una historia de violencia social y tienen las manos manchadas de sangre. ¿No es suficiente para pedir perdón y desaparecer del escenario? Pero por increíble que parezca, tras una recesión de un cuarto de siglo, hoy resucitan brotes de esa nefasta doctrina. Hay que estar advertidos.
El pretendido socialismo del siglo XXI ha fracasado más rápido aun. Las pruebas están a la vista. Nunca en la historia de Venezuela había ingresado tanta riqueza a sus arcas por simple renta petrolera como las que se dieron en los primeros 12 años de este siglo. Tanto dinero ingresó a Venezuela que los especialistas calculan en cinco veces lo que se necesitó para reconstruir toda Europa devastada tras la segunda guerra mundial. Las cifras superan los dos billones de dólares, suficiente para haber resuelto todos los problemas del país. Sin embargo, gracias al socialismo de Hugo Chávez, lo que hay en Venezuela es crisis económica, crisis social, violencia política, creciente deuda externa, inflación, desabastecimiento, una corrupción épica en un Estado sobredimensionado a cargo de la milicia y el partido, dependencia externa (de Cuba, China, Rusia, etc.) y mucho más.
La pregunta que debemos hacernos es ¿por qué permitimos que la izquierda siga sosteniendo la bandera de la ética social? ¿Por qué permitimos que la izquierda aun pretenda darnos lecciones de economía y desarrollo? ¿Por qué permitimos que la izquierda siga engatusando a los jóvenes sin hacer mayores esfuerzos por desenmascarar sus falsos valores? Debemos actuar antes de que el marxismo se recobre de la debacle y los intelectuales de izquierda empiecen a maquillar la historia tergiversando la verdad. No olvidemos que esa es su especialidad.
Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Ver a la izquierda defendiendo los derechos humanos resulta algo cercano a ver a Hanibal Lecter ejerciendo de Ministro de Justicia. La nueva labor de defensa de los derechos humanos es un cambio radical en la estrategia política de la izquierda, pero sobre todo en el discurso que ha abandonado los tópicos clásicos del marxismo para reemplazarlo por una larga letanía de causas nobles y justas, calzando muy bien con las modas culturales del momento. Sin embargo, se trata de la misma izquierda que hace solo 20 años predicaba la justicia social mediante una dictadura del proletariado, paraíso al que solo se llegaba conquistando el poder con la violencia, ya sea en formato guerrillero-militar o simplemente terrorista, violencia justificada y defendida como inevitable, asumida incluso como "necesidad histórica" anunciada por la "ciencia marxista" dominante en la sociología y la academia. Gracias a esa ideología que instauró el odio de clase y la apología de la violencia como requisito de conciencia política, la izquierda fue responsable de la mayor masacre humana de la historia. Por eso me causa un poco de gracia, pero también inquietud, ver hoy a esa misma izquierda defendiendo los derechos humanos. ¿Cuál fue la razón de tan radical mutación? ¿Es sincero este nuevo rol de la izquierda como defensora de los DDHH? En este artículo haré una visión restrospectiva de la izquierda en busca de algunas respuestas y conclusiones.
La memoria que guardo de la izquierda empieza en mis días de universitario. Grupos de jóvenes que repentinamente interrumpían las clases para corear siempre con el puño en alto consignas contra el imperialismo. Un dirigente aullaba su mensaje escupiendo amenazas a la oligarquía, a las transnacionales, a los terratenientes, a los grupos de poder, etc. Ya saben. siempre el mismo cliché y las mismas palabrejas como "enquistados", "explotadores", "lacayos", "revisionistas", etc. Simulaban ilustración y sabiduría citando el marxismo-leninismo, a veces era el maoismo y otras el troskismo. Pero todos sin excepción anunciaban la llegada inevitable de la revolución, la guerra popular, el inicio de la lucha armada y la instauración de la dictadura del proletariado que nos traería justicia y felicidad.
Yo me preguntaba entonces dónde estaban esas masas de las que hablaban estos profetas del apocalipsis, dónde estaban los campesinos y los obreros con los que pensaban hacer la revolución. Conocía de memoria la sierra y nunca había visto nada ni remotamente parecido a una revolución. Por el contrario, el gobierno militar había repartido las tierras luego de confiscarlas a sus legítimos propietarios, aunque las grandes haciendas quedaron en manos de una burocracia estatal, especies de cooperativas o empresas asociativas que fracasaron sin remedio, aunque el Estado las mantuvo vivas absurdamente por unos 20 años. De modo que nunca pude explicarme el delirio de estos jóvenes exaltados de la izquierda universitaria. El progre de izquierda era un personaje de tira cómica caricaturizado por varios escritores. Nunca creí en su discurso, pues bastaba verlos y oírlos para darse cuenta de que eran unos lunáticos. Un análisis apenas superficial del marxismo revelaba sus falencias clamorosas con la realidad nacional. Por último, los modelos comunistas vigentes no parecían estar funcionando desde que la gente hacía lo posible por escapar de allí. Definitivamente estaban equivocados.
Pero unos años después, en mayo de 1980, en efecto, se inició la tan mentada guerra popular. El problema es que no tenía nada de guerra ni de popular. Eran actos aislados de asesinatos salvajes y sabotajes que calificaban como terrorismo, simple y llanamente. Tampoco tenía nada de revolucionario y mucho menos de glamoroso y soñador, como pintaban las guerrillas de los 50 y 60. Más aun, el mundo ya estaba cambiando. En China había muerto Mao Tse Tung y sus delirios y locuras fueron prontamente reformadas por la nueva administración. Rusia se había encaminado por el Glasnot y la Perestroika que conducirían en menos de una década al fin de la poderosa URSS y sus satélites, ocasionando el desplome del comunismo mundial. No obstante en el Perú una banda de lunáticos llamada Partido Comunista del Perú - Sendero Luminoso todavía asesinaba y dinamitaba en nombre de la revolución proletaria.
Frente a los hechos toda la izquierda peruana guardó silencio cómplice. Los que llegaron al Congreso por los votos parecían hallarse en la encrucijada porque eran parte del "sistema podrido" que pretendían dinamitar. Muchos de esos líderes admitieron públicamente que asumían "la farsa electorera para hacerle el juego a la burguesía". Eran infiltrados comunistas en el Estado. El papel de estos diputados y senadores fue vigilar y cuestionar las disposiciones de lucha contraterrorista del Ejecutivo y cuestionar el accionar de las FFAA. Los jefes militares eran permanentemente llamados, investigados y enjuiciados. En ocasiones era cierto que los militares cometían excesos. Después de todo, el nivel de insanía a la que había llevado la confrontación Sendero Luminoso, empujó a los soldados a responder del mismo modo. Cuando se inicia el fuego del infierno cualquier cosa puede suceder, y siempre será tenebroso.
Fue en ese escenario cuando la izquierda empezó a hablar de derechos humanos. La nueva Constitución promulgada en 1980 incorporaba al Perú en el Sistema Interamericano de Derechos Humanos reconociendo la competencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. A partir de allí se abrieron las puertas para que cualquiera acuse al Estado de violar los DDHH, dado que esta Corte solo ve causas en contra de los Estados, pues fue creada para proteger a las poblaciones civiles de los abusos de los estados totalitarios. Su inspiración surgió de la Corte de Nüremberg y se fortaleció con el descubrimiento de los horrores del comunismo en la URSS y en China, así como en Camboya y otros lugares. En Latinoamérica se dieron casos de países enteros capturados por dictaduras crueles y corruptas como en República Dominicana y Nicaragua. Adicionalmente en la mayoría de países habían surgido dictaduras militares para contener el accionar de las guerrillas comunistas impulsadas desde Cuba. Eran pues escenarios diferentes.
En el Perú las cosas transcurrieron al revés. Acá hubo en los 70 una dictadura militar de izquierda que favoreció a los grupos marxistas dejándolos crecer y multiplicarse libremente en las universidades y en los sindicatos, principalmente en el magisterio. Esta dictadura militar complació las aspiraciones políticas y sociales de la izquierda más moderada, la cual incluso sirvió a la dictadura ocupando diversos cargos públicos. Sin embargo, no encajaba por completo con la prédica regular de la izquierda. Luego llegó la democracia, pero al mismo tiempo la violencia terrorista y guerrillera del PCP-SL y del MRTA. Sucedió durante una nueva era democrática que se iniciaba con grandes ambiciones y esperanzas, inspirada en una nueva Constitución de corte muy progresista. El Estado democrático se vio obligado a responder la violencia con violencia. Fue en este escenario convulso cuando los líderes de izquierda vieron la oportunidad de maniatar al Estado llevándolo a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Así fue como se dio el cambio radical de estos líderes de izquierda desde el activismo de la guerra popular a la defensa de los derechos humanos a través de ONGs que empezaron a crearse con ese expreso propósito. De este modo el Estado peruano tuvo que defenderse del acoso izquierdista en el campo militar interno y en el campo jurídico internacional gracias al papel de las ONGs de DDHH. Podría decirse que adoptaron el sonsonete de "derechos humanos" solo por el nombre de la corte adonde llevaban sus casos.
Uno de los primeros grupos que abusó del derecho usándolo a favor de quienes violentaron la ley y el Estado de derecho fue la llamada "Asociación de Abogados Democráticos", un anticipo de las ONGs de DDHH que luego empezarían a surgir como hongos en el prado. Dicha asociación era un frente legal de Sendero Luminoso dedicado a la defensa de los terroristas que eran capturados. No fue difícil darse cuenta que las normas y cortes internacionales de DDHH serían sus mejores aliados, en especial para detener las condiciones extremas de carcelería impuestas. Los juicios en contra no solo del Estado sino del presidente Alan García por casos como los de El Frontón, actuaron como disuasivo legal hasta que los penales quedaron a merced de Sendero Luminoso. Todavía se ventilan juicios contra el Estado en la CIDH como los que promueve la senderista Mónica Feria Tinta, labor en la que instituciones como la Defesoría del Pueblo unida a las ONGs de izquierda han contribuido grandemente en la derrota jurídica del Estado peruano y en el resarcimiento de terroristas.
La labor de la izquierda en el campo de los derechos humanos fue un paso natural a partir de estas ONGs creadas estratégicamente en los 80 para ocuparse de la defensa legal de sus miembros capturados por las fuerzas del orden, o para conseguir reparaciones para sus familiares cuando habían sido ejecutados. Y de hecho fue así también como estas ONGs iniciaron su contacto con el ambiente judicial del que ahora son casi un apéndice oficioso. Una cosa llevó a la otra, hasta que el terrorismo fue definitivamente derrotado y las ONGs tuvieron que asumir un nuevo rol, siendo el principal desmontar todo el sistema jurídico diseñado por Alberto Fujimori precisamente para enfrentar con éxito al terrorismo. Lo hicieron apenas cayó Alberto Fujimori, y cuando un nuevo gobierno les abrió las puertas a los miembros y dueños de estas ONGs.
Para entonces las ONGs tenían una década de acción y estaban muy bien organizadas. Muchos miembros de izquierda que perdieron protagonismo político ante el accionar de Sendero Luminoso pretendieron darle una "batalla ideológica", tarea obsesiva en la izquierda. Dejaron de lado sus micro agrupaciones políticas y se sumaron a los cuadros de escribientes que desarrollaban sesudos análisis de la violencia política desde la academia o una ONG. Para inicios de los 90 y tras la derrota de Sendero Luminoso y el MRTA lo que quedaba de la izquierda era básicamente un frente amplio de ONGs muy activas de diverso cuño. Aunque el mayor protagonismo político fue ganado por la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, buque insignia y madre nodriza de todas las ONGs de DDHH de izquierda.
La máxima obra de estas ONGs de izquierda fue montar la Comisión de la Verdad y Reconciliación, obra del ilustre abogado Diego García-Sayán, dueño de la ONG llamada "Comisión Andina de Juristas" cuya labor principal es precisamente la asesoría en DDHH. Integraron esta CVR connotados líderes de izquierda revolucionaria de viejo cuño, incluyendo amigos y compañeros de Abimael Guzmán, ni más ni menos. Por si fuera poco, la integraron miembros de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos. No hace falta decir el tono que tuvo el informe de dicha Comisión, pero lo más importante es que consolidó el discurso de los derechos humanos como propiedad de la izquierda, convirtiéndola en sinónimo de antifujimorismo. El informe final de la CVR condena al Estado y a las FFAA colocándolos al mismo nivel de los grupos terroristas, aunque menciona que en el caso del Estado el asunto es más grave por su misión de protección de la sociedad. Es decir, el Estado acabó siendo el terrorista. Ese es el enfoque de los derechos humanos desde la visión de la izquierda. Siempre lo fue, pues es una enseñanza de Marx.
El panorama actual, luego de la derrota de Sendero Luminoso y del MRTA por parte de Alberto Fujimori, y la posterior caída de Alberto Fujimori y la derrota del fujimorismo por parte de la izquierda oenegienta de derechos humanos, es que el asunto de los DDHH sigue siendo propiedad de la izquierda y herramienta de lucha contra el fujimorismo. Ese es el rol central de los DDHH por ahora y se saca a relucir cada vez que hace falta. La principal bandera de la CNDDHH es defender el informe de la CVR y exigir el cumplimiento de sus recomendaciones, las cuales incluyen grandes negociados para las ONGs de DDHH como el desentierro de unas 18 mil fosas en todo el país para la identificación de restos. Tarea insulsa al cabo de 30 años que solo tiene sentido como negociado para las ONGs.
Habiendo superado la etapa de guerra popular y lucha contra el Estado, tanto en su forma militar como jurídica, la izquierda de nuestros días ya no recibe financiación de gobiernos comunistas, deseosos de formar cuadros de subversivos que los ayuden en la Guerra Fría combatiendo a los EEUU, camuflados con esa gastada cantaleta del antimperialismo. Ahora reciben financiamiento de ingenuas y algunas no tan inocentes fundaciones con diversos intereses. No importa cual sea el propósito de la lucha actual. Los verdaderos intereses se esconden detrás de una noble causa. Siempre será posible emplear cualquier causa para seguir en el delirio del antimperialismo y el anticapitalismo. Así es como hoy las ONGs de DDHH acogen toda clase de causas, por ejemplo, la causa de los pueblos indígenas para oponerse a las inversiones de todo tipo, incluyendo las obras del propio Estado para beneficio del país, tales como carreteras e hidroeléctricas.
Otra causa muy recorrida es la del medio ambiente, que también resulta ideal para los mismos fines. Las ONGs de izquierda han aprendido a reciclar las causas y llevarlas todas hacia sus propios cauces políticos. El discurso ha variado de la lucha contra el imperialismo a la lucha por el agua y el medio ambiente. Se han sumado una larga lista de derechos a la causa de los DDHH, han aparecido derechos inusitados que van desde los "derechos económicos" hasta los "derechos sexuales". Cualquier cosa puede ser rápidamente convertida en un derecho por los magos de la retórica progresista. Para ello abundan en sociólogos, antropólogos y abogados que conforman un frente eficiente manejando muy bien una pestilente retórica elevada a niveles de "ciencia social", ética política y moral filosófica con trascendencia universal.
Total, lo importante es seguir recibiendo financiación. Luego es fácil dar el salto desde la ONG al partido político, y desde la lucha ambientalista a la campaña presidencial. Así es como los derechos humanos acabaron en manos de la izquierda y utilizados como nuevo instrumento de acción política.