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Cerca de casa hay una peña, que aunque ciertamente tiene una forma fija, en donde generaciones de personas han visto, ignorado y admirado esa forma fija, tupida de árboles y su curioso circulo en la punta despoblado de vegetación. Con el pasar de los días, el sol y las estaciones esa forma fija cambia y aunque uno hiciera el mismo encuadre las fotografías resultantes serían muy distintas entre sí. La lluvia cae, los pájaros migran, las nubes van y vienen cambiando de forma, el sol y su trajín cambia los colores, la sequía vuelve doradas las cosas y la lluvia un tono de verde esperanza. Pero al verla todos los días al salir con la cámara al cuello y la mirada «atenta», mi cerebro, ese adicto a la novedad, parece no darle mucha importancia. Perdiéndose muchas veces de algo digno de atención por buscarlo en otro lado. Al pensar en esa falla de atención en mi mirada recordé la supuesta historia contada a Andre Gide por Oscar Wilde, la cual cito a continuación: «Había una vez un hombre a quien amaban porque contaba historias. Todas las mañanas salía de su aldea, y cuando volvía al atardecer, los trabajadores, cansados de haber trajinado todo el día, se agruparon junto a él y le decían: —¡Vamos! Cuéntanos qué has visto hoy. Y él contaba: —He visto en el bosque un fauno que tañía la flauta y hacía bailar una ronda de pequeños silfos. —Cuéntanos más ¿Qué has visto? —decían los hombres. —Cuando llegué a la orilla del mar vi tres sirenas, al borde de las olas, que con un peine de oro peinaban sus cabellos verdes. Y los hombres lo amaban, porque les contaba historias. Una mañana dejó su aldea como todas las mañanas; pero cuando llegó a la orilla del mar, he aquí que vio tres sirenas, tres sirenas al borde de las olas, que peinaban con un peine de oro sus cabellos verdes. Y continuando su paseo, cuando llegó al bosque vio un fauno que tañía la flauta a una ronda de silfos.Ese atardecer, cuando volvió a su aldea y le dieron, como las otras noches: —¡Vamos! Cuenta, ¿qué has visto?Él contestó:—No he visto nada. Como creadores de imágenes (o historias) debemos tener cuidado con esa autocensura en el acto creativo, cuando hasta a veces un fauno tocando una flauta para unos silfos pierde la novedad hay que volver a mirar.
Las sugerencias de Google son tanto hilarantes como absurdas, la razón es que las personas que usan el motor de búsqueda son un tanto hilarantes como absurdas; tal como lo dijo Jorge Drexler: «la máquina la hace el hombre y es lo que el hombre hace con ella». Lo recordé porque recién me hicieron la gran pregunta, esa qué siempre va acompañada con otro cuestionamiento igual de absurdo «¿Qué cámara me recomiendas?» y su eterno compañero: «¿Cómo ser un fotógrafo?». La respuesta sencilla es: alguien que se apasiona por el medio, por sus temas y por mostrarlos de una manera propia y única. Muchos dirán que como el capital impera en ésta sociedad quién merece la ansiada medalla de «el fotógrafo de verdad» es quién obtiene dinero por hacerlo, pero en esencia es igual de absurdo que buscar en Google «cómo ser un fotógrafo famoso» u «exitoso». Mi respuesta a la dichosa pregunta siempre es: busca el poema de Wendell Berry llamado «como ser un poeta» y NUNCA busques en google «como ser un poeta» sin el autor después. CÓMO SER POETA (recordatorio a mí mismo) I Busca dónde sentarte. Siéntate. Estate callado. Vas a necesitar el afecto, las lecturas, el conocimiento, la destreza (de todo esto, más de lo que tienes), la inspiración, el trabajo, hacerte viejo, la paciencia, pues la paciencia une al tiempo y a la eternidad. Si hay lectores a quienes gusten tus poemas, duda de su juicio. II Respira con respiración incondicional el aire incondicionado. Apártate de los cables eléctricos. Comunica despacio. Vive una vida tridimensional; Aléjate de las pantallas. Aléjate de todo lo que oscurece el lugar donde está; solo hay lugares sagrados y lugares profanados. III Acepta lo que venga del silencio. Haz de él lo mejor que puedas. De las pequeñas palabras que vengan del silencio, como oraciones rezadas de vuelta al que las reza, haz un poema que no perturbe el silencio del que vino. — Wendell Berry Mis propias recomendaciones además de las de Wendell serían: Lleva siempre tu cámara contigo y si es imposible o lo haz olvidado mira el mundo como si cargaras con ella (con asombro y expectación por encontrar algo bello o digno de encontrarse). Aléjate de los spots turísticos y de los boletos de avión, lo extraordinario se encuentra en lo ordinario, tu entorno es lo que te hace distinto a los demás. No pierdas el tiempo leyendo sobre gadgets ni nuevos equipos fotográficos, una novela o un libro de jardinería viene mejor. Siembra unas semillas de cualquier flor y cuídalas hasta que marchiten, cultiva tu paciencia. Cada que puedas observa el cielo. Solo un necio creería que el cielo siempre es el mismo. Aunque te digan lo contrario el dinero no lo es todo: cubre tus necesidades básicas con cualquier otra actividad y dedica tu tiempo libre a hacer fotografías. Es absurdo que las personas quieran monetizar todas sus actividades. Deja de ver «photographers» en Instagram y obsérvalos en libros y publicaciones especializadas, o mejor aún: bota tu celular y sal a hacer un par de fotografías. Hazte el habito del zazen, es decir, meditar. Obsesiónate con temas totalmente alejados de la fotografía, eso te hará mejor fotógrafo. Presta atención a lo que te rodea, ningún atardecer es el mismo, ni ninguna planta es idéntica a otra de su misma especie.
Siempre que veo una o varias de mis fotos publicada por alguien más (robada), recuerdo a Ryokan, un viejo monje que vivía sin compañía humana, sólo rodeado de bosque, un pantano y muchísimos mosquitos. Bien se sabe que un Bhikkhu no tiene muchas posesiones materiales: pocas ropas, una cobija para dormir, un tazón para arroz y quizá algún bastón. Una noche un ladrón tomó lo poco que encontró y se marchó dejando aún más llena la nada material en la que vivía Ryokan.Al percatarse del robo, Ryokan miró a una ventana, en ella se mostraba una luna esplendorosa, más tarde escribió las siguientes líneas: Nusubitu nitori nokosaresimado no tsuki. (Al ladrónse le olvidóla luna en la ventana.) A esas enigmáticas y bellas palabras se les puede dar muchas interpretaciones (en lo poco caben muchas cosas).Desde un «!Qué pena, no se pudo llevar lo más valioso que tengo! se la hubiera ofrecido con gusto…», es decir la vista de aquella luna.O darle un tono más de sermón: «!Hey, muchacho! !Te pierdes de lo esencial!» Pueden robarse alguna de mis fotografías y publicarlas como suyas, pero fallan en lo esencial: qué me llevo a hacer esa fotografía, lo que decidí incluir y dejar fuera. ¡Y ojalá hubieran estado ahí para ver lo que vi!.
“Si estudiamos el arte japonés, vemos a un hombre indudablemente sabio, filósofo e inteligente, que se dedica a qué ¿A estudiar la distancia de la Tierra a la Luna? No. ¿A estudiar la política de Bismark? No. Estudia una sola brizna de hierba. Pero esa brizna de hierba le lleva a dibujar todas las plantas, después las estaciones, los grandes aspectos de los paisajes y, por último, los animales y también la figura humana. Así transcurre su vida y la vida es demasiado corta para hacerlo todo.” –Vincent Van GoghCartas a Theo Van Gogh El budismo, los haikus, la cermonia del té y el arte japones tienen la sencillez como eje para conducirnos sin desvios por la vía de existir y de crear. No he visto un solo educador de la fotografía encaminando a sus escuchas en el camino más sencillo para encontrar su propia voz como autores de fotografías (o arte a secas) que es el prestar atención a lo ordinario y lo que les rodea. Todo es repetir lo ya hecho, formulas baratas para «llamar la atención» y crear replicas del maestro en turno. La atención se centra en los paisajes más remotos e «inalcansables» pero se crea desde el boleto y mirador de turista, la autenticidad se pierde desde lo homogeneo del pasaje de avión, se admiran las millas recorridas pero no el tiempo de conocer lo inmediato, lo que nos rodea en el día a día. El secreto de la creación artistica lo esconde una sola brizna de hierba y no la teoria de un predicador de la unificación. Se esconde en lo cotidiano y no en lo remoto. Una gota de agua nunca es la misma que otra gota de agua.
“Minagawa Shunzaemon, un célebre poeta muy apegado a la rima y adepto del Zen, oyó hablar de un célebre maestro zen, Ikkyu, jefe del Templo de Daitoku-ji, situado en la región de los campos violetas. Quiso ser su discípulo y le hizo una visita. En la entrada del templo entablaron el diálogo.Ikkyu preguntó:—¿Quién es usted?—Un budista —respondió Minagawa.—¿De dónde viene?—De su provincia…—¡Ah…! ¿Y qué ha sucedido por allí en estos últimos días?—Los cuervos graznan, los gorriones gorjean.—¿Y dónde cree usted que está ahora?—En los campos violetas.—¿Por qué?—Las flores, esas glorias de la mañana… arteres, crisantemos, azafrán…—¿Y cuándo están marchitas?—Es Myiagano (un campo célebre por la belleza de sus flores en otoño).—¿Qué sucede en ese campo?—El río fluye, el viento lo barre.Estupefacto al oír estas palabras que tenían el sabor del Zen, Ikkyu le condujo a su habitación y le ofreció té. Después improvisó los versos siguientes: Un manjar delicado quisiera servirle¡Ay! el Zen no puede ofrecer nada… Su visitante le respondió: El espíritu que sólo puede ofrecerme nada es el vacío original, Un manjar delicado entre todos. Profundamente emocionado, el maestro concluyó:” “¡Hijo mío, usted ha aprendido mucho!” La caja de texto al querer publicar algo en Facebook te pregunta «¿Qué estás pensando?», la de Twitter te increpa con un «¿Qué está pasando?». Hay discusiones de moda, eventos de último momento fatídicos e incesantes, linchamientos virtuales, memes, Fake News y Fake Lifes. Abres WhatsApp y la pregunta de amigos y familiares es ¿Qué hay de nuevo? ¿Qué tienes que contar?. Abandonaste tu blog por meses, tecleas un par de palabras en un borrador y después en otro, el tener algo que contar parece cada vez más aterrador y dejas de escribir. Una actividad que te hacía sentir libre y conectado con tu ser, lo que te rodea y con otras personas con intereses similares ahora parece abrumador. A toda novedad respondo: Los Gorriones han vuelvo a mi jardín, se han paseado Pico Gordos, Jilguerillos, Mosqueros y demás aves bellísimas. Se han cosechado algunas semillas, hortalizas y frutos y otros más han sido devoradas por los grillos. Las mañanas son frescas, las tardes soleadas y las noches frías. He hecho más fotos en un casi dos años de pandemia desde mi cotidianidad y alrededores que en muchos viajes. Las arañas siguen tejiendo sus hermosas formas y yo sigo haciendo lo mío. No tengo otra cosa que ofrecer, ni grandes anécdotas ni paisajes remotos de algún país lejano. Eso es todo lo que hay que decir.
Un monje preguntó a un maestro que vivía en la montaña: «¿Cuáles el Camino?». – “¡Qué hermosa montaña es ésta!» Dijo el maestro como respuesta. «No le estoy preguntando sobre lamontaña», si no sobre el Camino». El Maestro replicó: «Mientras no puedasir más allá de la montaña no podrásalcanzar el Camino». Muchas veces se busca en lo externo la propia voz: se asiste a workshops, shootings, photowalks y demás neologismos para aprender de los que saben. No menosprecio tales actividades, pero muchas veces escuchar tantas voces apaga las nuestras, por seguir caminos ajenos o recorrer senderos concurridos nos distraemos de nuestra propia práctica. La técnica se aprende leyendo el manual de tu cámara y practicando, el qué fotografiar, la forma en que lo haces lo dictaran tus intereses, lo que te apasiona o te disgusta. Difícilmente andando por pasos ajenos lograrás encontrar tu voz. Un joven se paseaba por el mercado cuando se encontró con un monje que estaba examinando el tenderete de un comerciante. Como él estaba interesado en el zen, le pidió que se quedara para discutir. El monje le respondió que no era posible, puesto que era cocinero. «Lo siento, pero estoy obligado a regresar al monasterio tan pronto como termine las compras. De lo contrario, la comida no estará lista a tiempo. Y, de todos modos, no tengo permiso para quedarme.»El joven trató de disuadirle de que se fuese. ¿Para qué trabajar tan duramente cocinando? ¿No sería mejor meditar y estudiar los kóans y discutir sobre ellos? El monje se echó a reír. Joven, parece ignorar el verdadero significado del zen. ¡Ah! Y cuál es el verdadero significado del zen? -preguntó ingenuamente el joven. Hacer la comida -respondió el monje.Y se alejó. Puedes pasarte toda la vida discutiendo cuál es el sentido de la fotografía o de cualquier otra cosa, puedes pasar horas en foros de internet dictándole a un amateur cómo según tu punto de vista lograr una buena fotografía, puedes dar charlas, congresos en torno a la «buena» práctica fotográfica, puedes subir videos a youtube de horas explicándolo, pero todas esas cosas ayudan menos a mejorar que simplemente tomar tu cámara y hacer fotos “Chuang Tzu pescaba con su caña de bambú en el río Pu. El príncipe de Chu le envió dos vicecancilleres con un importante documento: “Por la presente os nombro primer ministro”. Chuang Tzu siguió sosteniendo su caña de bambú. Sin apartar la mirada del río Pu, dijo:-He oído decir que hay una tortuga sagrada que fue ofrecida y canonizada hace tres mil años, que es venerada por el príncipe, y se halla envuelta en paños de seda, guardada en un precioso sanitario en un altar en el templo.-¿Qué creéis? ¿Es mejor morir dejando un caparazón como objeto de veneración envuelto en una nube de incienso durante tres mil años, o vivir como una simple tortuga arrastrando la cola por el fango?-Para la tortuga –dijo el vicecanciller-, hubiera sido mejor vivir arrastrando la cola por el fango.-¡Volved a casa, pues! –dijo Chuang Tzu-. Dejad que arrastre la cola por el fango. ¿Qué es mejor, ser venerado por un sólo estilo fotográfico o cambiar de estilo cuando te plazca o cuando tus circunstancias de vida cambien? Ser famoso y perder tu reputación por una mala foto o mejorar cada día con esas malas fotos. Arrastrarse por el fango del olvido suena mucho mejor que ser admirado por las masas que despues pedirán tu cabeza.
No me interesan los pedestales inmóviles de la composición y las reglas del arte (juego). A veces escupirle a los monumentos fijos de las grandes figuras y de lo preestablecido es también pulirlos un poco y sacudirles el polvo de lo permanente. Me gusta llevar a los límites a la cámara y al juego hasta que surja lo improvisto.Los últimos artefactos fotográficos con sus respectivas y predecibles innovaciones, sus grandes megapixeles y el plástico negro con el que están hechas me tienen sin cuidado. Lo que hace el influencer y los drones con su molde absurdo me resulta sin importancia. Decidí alejarme de las grandes ciudades y dejar la fotografía de sociales para el no tan glamuroso arte de mirar al suelo: la hojarasca que es vida y en las ciudades considerada «basura» que afea las aceras grises.No me interesan las fotos ni las cosas perfectas: en la fragilidad del instante y de lo cotidiano suele esconderse la magia. Hay una grieta en todo, así es como entra la luz Esa frase de Leonard Cohen entró de inmediato a mi cabeza al prestar mi atención al forraje del suelo y encontrar una hoja a punto de quebrarse con la luz de la mañana directo en la fisura. El instante en sí era frágil porque la luz no iba a permanecer muchos minutos así, porque si mi atención hubiera estado en otro punto mi bota hubiera terminado de quebrar la hoja, otra mirada hubiera visto en ese instante el árbol de donde cayó la hoja y otra persona hubiera reparado en el azul del cielo de esa mañana, o en el sonido de un ave. Lo frágil, lo herido, lo efímero y agrietado permite que entre la luz y hay que estar listos para verlo.
«Después de leer poemas de Meng Hao-Jan salgo de noche al jardín y veo el sencillo camino de un caracol que se interna entre las plantas» Andrés González Ese sencillísimo poema de Andrés González me despertó bastantes cosas en la cabeza, pocas líneas alcanzaron para mover un engranaje mental y devolverme las ganas de escribir y mirar con mi cámara lo que me rodea. Para muchas personas leer ese poema puede ser una experiencia irrelevante o aburrida, para su autor debió ser un momento de iluminación, sin ser un monje que dedicó toda su vida a meditar a la sombra de un árbol mientras escribía esas palabras fue un ser iluminado. Por unos instantes se convirtió en un Buda, se levantó de su escritorio, fue a su jardín, realizó otras actividades y al despertar volvió a ser Andrés Gonzalez, un Andrés como tú y yo. Esa experiencia se la dio leer a otros iluminados como Meng Hao-Jan y la contemplación de ver las cosas como son, prestar atención para darse cuenta del milagro que es el camino de un caracol. Una persona común (que dedica su tiempo a cosas de adultos serios como obtener dinero, reconocimiento, consumir incansablemente y llenar todos los espacios de ocio con productividad o scrolleando el abismo de las apps) vería como un disparate tomarse el tiempo de ver el lento recorrido de un caracol. Pero alguien con pequeños destellos de iluminación, con algo que llaman mente de principiante (de la que los niños son expertos) de inmediato y gracias al asombro de lo cotidiano sentiría gratificante darse el tiempo para dicha actividad. En una Selección de poetas japoneses menores de 12 años aparece un Haikú que me vuela la cabeza por su simpleza y perfección escrita por alguien que al momento de plasmarlo tenía 6 años: «El camino que recorrió el caracol está brillando» Los niños y los iluminados nos enseñan el sencillo camino de la contemplación: maravillarnos con lo cotidiano, prestar atención con ojos nuevos, la vía para siempre hacer fotografías que resulten satisfactorias no está en viajar al otro lado del mundo sino en ver los milagros de todos los días.
En el lugar en donde vivo y en gran parte del territorio de México se extiende por doquier un arbusto silvestre comúnmente llamado Tepozán, y pomposamente nombrado Buddleja cordata. El Tepozán pasa totalmente desapercibido en los ojos, mentes e historias de la gente local. Los tractores pasan por encima de él para abrir paso a hectáreas de maíz. En los jardines y casas de las personas se le arranca sin más al tener fama de atraer plagas o por ser demasiado común. Al caminar nadie repara en los ejemplares silvestres que crecen en los alrededores. A ésta peculiaridad del cerebro humano en donde las plantas que nos rodean e incluso comemos desconociendo su origen, nombre y usos se le ha denominado plant blindness o ceguera de las plantas. Años atrás tanto en la literatura como en el habla cotidiana se encontraban un sin fin de plantas, historias relacionadas con ellas, remedios caseros, mitologías y/o creencias. Hoy existen memes en donde se evidencia que la mayoría no distingue el común cilantro del igualmente ordinario perejil. La ceguera puede ser como en éste caso para plantas pero el fenomeno de ignorar lo que nos rodea es prácticamente para cualquier cosa o persona. ¿Qué haces para aliviar tu ceguera? ¿Qué cosas de tu entorno cotidiano están ahí listas para una gran fotografía y decides ignorarla y desdeñarla por común? La fotografía principal es de un desdeñado e ignorado Tepozán silvestre en una caminata a menos de 100 metros de mi hogar. Aquella bailarina apareció frente a mi mirada por el simple hecho de prestar atención a lo común. Se extrajo lo extraordinario de lo cotidiano. Los brotes nuevos de la planta se asemejan a puntas de flechas, al llegar por primera vez al lugar en donde se encuentran silvestres mi mente no tenía el nombre, ni el uso que se les da, ni nada relacionado con esa planta. Desde entonces trato de verla con esa mente de principiante y a la vez saber más de ella. Algunas fotografías más con elementos de esa planta de supuesta banalidad:
Alienados totalmente por la cultura occidental en la que impera el capital, la productividad y los propósitos, el ver a alguien hacer las cosas por simplemente hacerlas, sin algún fin ni remuneración genera muchas muecas de desaprobación. Basta ver cómo se le trata al amateur o diletante en el mundillo fotográfico.
Para ver el mundo en un grano de arena,Y el Cielo en una flor silvestre,Abarca el infinito en la palma de tu manoY la eternidad en una hora. Aquel que se liga a una alegríaHace esfumar el fluir de la vida;Aquel quien besa la joya cuando esta cruza su caminoVive en el amanecer de la eternidad. William Blake La cámara: esa caja inerte que puede contener vacío o el universo y su completitud. Un artificio incapaz de controlarse a si mismo, una marioneta pendiente de los hilos de la humanidad. Un cajón que admite todo en su interior, maravillas y desgracias por igual. Un mecanismo simple que captura la luz, un tablero que es nada sin las piezas y movimientos de quien lo opera. Una cámara es un simple artefacto, no es sinónimo de nada, sin embargo hay personas que la equiparan con la fotografía. Pero se vuelve fotografía hasta que alguien activa el artefacto y hasta que alguien la ve. La fotografía se vuelve tal con la mirada de su creador y de sus observadores, cada cual con sus vivencias. Quien crea que una hoja de pasto es igual a todas está subestimando a sus espectadores, está corto de miras, minimiza su propia existencia y la de la naturaleza. La historia del mundo es la historia de la naturaleza, no de la humanidad. El mundo no puede acabarse mañana, la humanidad si. Necios como somos vamos anudando la cuerda que nos ahoga, menospreciando a la naturaleza como un tema menor, como un recurso fácil, talo un árbol más viejo que yo para la satisfacción inmediata pero reduzco mi futuro, disminuyo mis posibilidades de estar vivo. Sin naturaleza no hay humanidad, ni fotografía, ni ninguna lucha a ganar, sin naturaleza no hay nada, sin humanidad en cambio el mundo sigue. Muchos inmersos en el mundillo fotográfico menosprecian la fotografía de naturaleza y la ponen como un tema menor: «las plantitas son para aficionados» pero sólo evidencian su estrechez de miras y pensamiento. Aquél paisaje menospreciado puede no existir mañana gracias a los taladores furtivos o a los monstruos inmobiliarios, aquella planta ha sobrevivido y cambiado más veces que muchas civilizaciones, decir que todas las plantas son iguales es decir no estoy viendo lo suficiente. La caja inerte puede contener el cosmos en una fotografía, años de evolución en una especie de planta se contemplan en una foto bien lograda y una mente lista para verlo. Para algunos se puede tener la intención de fotografiar la eternidad en una gota de rocío y lograrlo desde su perspectiva. El observador podrá interpretar otra cosa o ignorar la esencia de la misma: esa es una de las maravillas de esa caja mágica, la fotografía siempre cambia desde su concepción y en cada uno de los ojos que la miran. La caja que contiene todo y nada.
En épocas de confinamiento y aislamiento obligatorio es una buena oportunidad para reconciliarnos nosotros mismos, con lo que nos rodea incluido lo cotidiano
Para ojos (y mentes) comunes un atardecer puede ser idéntico al del día anterior, pero si se ve desde una mente abierta, con una visión de principiante, se hace evidente lo que el velo de la mente nos oculta: ningún atardecer es exactamente igual al anterior y por lo mismo hay infinitas posibilidades en lo cotidiano
Por defecto de diseño nuestros ojos siempre miran una buena parte de nuestra nariz, o eso es lo que debería de pasar, sin embargo el cerebro aprende a ignorarla por no ser de vital importancia. Basta con cerrar uno de nuestros ojos y el relieve aparece. Hay gente que medita poniendo toda su atención en su nariz y hay quienes por lo antes mencionado jamás se percatan de ella hasta que se miran en el espejo. Ya he hablado antes del fallo de la máquina y ahora quiero centrar nuestra atención en el fallo de nuestra mirada: La filtración de luz inesperada en el cuadro meticulosamente elegido, la sombra inmiscuida en el plano seleccionado. La realidad y el azar colándose en lo retratado. Perderíamos la cabeza o el juicio obsesionándonos todo el tiempo con ver nuestra nariz y seguramente ocurriría un accidente fatal al no ver lo que nos rodea por vernos las narices. Una monja que buscaba la iluminación, hizo una estatua de Buda y la recubrió con chapa de oro. A cualquier sitio que fuera, llevaba su Buda dorado consigo. Pasaron los años, y siguió llevando el Buda. Estaba orgullosa y obsesionada con su figura resplandeciente de Buda. La monja fue a vivir a un pequeño templo en el campo, donde había muchos Budas, cada uno en su altar particular. La monja quería quemar incienso para su Buda dorado pero la idea de que el perfume se extendiese a los otros Budas no le gustaba. Intentó de todo para que sólo su Buda recibiera las ofrendas de su incienso. Llegó a construir una jaula de madera para que el incienso ascendería solo para su estatua. Esto hizo que la nariz del Buda dorado se ennegreciese, haciéndolo particularmente feo. Así oscurecemos y afeamos nuestra mirada por centrarnos sólo en la propia nariz y el ego. Demasiados fotógrafos no ven más allá de su propia nariz y por ello su obra resulta ser nada más que un monumento inútil a su ego. Otra nariz no tan célebre y un poco borrada de la historia es la que se cuela en el famoso retrato del Ché elaborado por Korda. Probablemente es uno de los retratos más reproducidos, todos hemos visto a alguien con playeras o remeras del Ché basadas en esa foto pero nadie vistiendo una prenda con la nariz que se cuela en la foto. Puede ser una idea millonaria o no tanto… El autor de la fotografía ha explicado que no tenía margen de espacio físico para evitar que la persona se colara en el cuadro final, en las reproducciones del cuarto oscuro se dio la licencia de borrar al sujeto y dejar el retrato como lo vio. Éste es un ejemplo del azar en la fotografía: un elemento no deseado que le resta belleza al resultado final, pero hay muchos otros donde ese elemento inesperado le da un toque especial a la obra. La casualidad como un elemento más para el autor. La fotografía química sigue atrayendo personas por esa magia de lo inesperado, pero en digital también hay forma de llamar al azar a contribuir con el resultado. Estar abierto para recibir lo inesperado, ver más allá de nuestra nariz, de nuestros limites y de lo fijo son lecciones que nos tiene el azar y la fotografía.
Lamentablemente hay muchas personas que deciden seguir o dejar de hacer una actividad que los llena orquestados por la absurda e irregular música de los aplausos (o su ausencia).
Si nadie los lee, los escucha o los ve destrozan su impulso creativo para tratar de cazar reconocimiento en otras areas, de personas pasan a convertirse en moscas dispuestas a morir de un aplauso, olisqueando y devorando el desecho humano.
La fotografía es un maravilloso descubrimiento, una ciencia que ha atraido a los grandes intelectos, un arte que emociona a las mentes más astutas — y una que puede ser practicada por cualquier imbecil. — Nadar Desde su invención la fotografía ha estado en lo que el fotógrafo decide importante: desde escenarios de grandes ciudades, bosques y montañas, eventos deportivos, familiares, conjunciones astronómicas, guerras y otras tragedias y también alegrías múltiples. Se muestra lo colectivo y lo privado, la fotografía no es la naturaleza retratándose a si misma sino el ser humano retratándose como tal, con su mirada y las limitaciones (buenas y malas) que eso atañe. En éstos tiempos de incertidumbre y encierro la fotografía me ha servido como una brújula para no perder el camino. He hecho fotografías analógicas que no sé cuándo voy a revelar por incertidumbre económica y por la situación mundial. Hacer fotografías del mundo interior para estar entero en el exterior. Puede parecer mundano, superficial, pero es una balsa que mantiene a flote. Ya he escrito acerca de fotografiar en situaciones de tragedia, sé que hay y habrá mucha gente que sienta necesidad de exponer gente con su lente (y ser fuente de contagio para los suyos y «ajenos») el absurdo afán de querer ser «el primero» en volar su dron en una ciudad vacía por las medidas de contingencia por el coronavirus. El ego de destacar en las situaciones adversas. Un lápiz puede ser usado para escribir un manifiesto de odio, la lista de compras de pánico, un poema acerca de aves y flores que no leerá más que su creador o la próxima novela que sacudirá el mundillo literario. Un lápiz lo puede tomar cualquier imbecil, un ciudadano promedio o u genio y eso no tiene nada que ver con el lápiz. El ilusionista francés Jean Eugène Robert-Houdin usó la siguiente frase: “El mago es un actor que representa el papel de mago”. Cuentan que lo dijo para hacer notar la diferencia con el espectáculo de los malabaristas, equilibristas y demás fauna de los shows de aquella época. Los fotógrafos como los magos ¿cómo representamos ese papel? ¿interpretamos el personaje de un idiota egoísta, un genio, o alguien comprometido con lo que retrata? El lápiz o la cámara no tienen importancia, sino quién hace qué con las herramientas que dispone. ¿Qué somos, qué papel interpretamos con lápiz o cámara en mano?
Inmóvil, en la inquietud del aire, una planta de girasol silvestre yergue sus cabezas amarillas, ¿Qué es ésta planta tan común, tan humilde? Para el pintor Van Gogh es una criatura de Dios y la pinta con detalle casi amoroso. Para un botánico es una muestra de la flora de un lugar determinado, y así, colecta la flor, la prensa entre papeles, le pone una etiqueta con un elegante nombre latino: Helianthus annus y la almacena. Un granjero, en cambio, la considera una planta dañina que le roba agua y nutrientes a su cultivo; así, toma una azada y de un golpe acaba con ella. Manuel Rojas Garcidueñas Se cree sin repasar muy bien el porqué, que la palabra girasol contiene la suficiente información para (re)conocer a aquella planta tan común. Creemos también que si al otro le decimos ¡Mira, un girasol! va a entender lo que vemos, lo que nos llama la atención (su forma, su color, que nos remita a Van Gogh, o a un regalo, etc). Podemos decirle al otro que observe a esa planta en particular señalando con el dedo, haciendo una fotografía o una pintura o de distintas maneras. Para alguien que su lengua materna ha sido el nahuatl al girasol se le nombra chimalxochitl (flor escudo), alguien que se ha empapado con el español jamás pensaría en la frágil estructura del girasol como un escudo. Los campesinos lo llaman «maíz de teja» porque sirve de alimento para el ganado, y el citadino lo usa como escenario: se hace selfies en los campos o con una flor cortada y embarcada. A alguien le puede fascinar su forma y a otra persona hacerle girar los ojos de hartazgo y aburrimiento. Lo que veo y siento no es lo mismo que lo que ven los demás. El reto más grande de la fotografía no es plasmar lo que vemos y sentimos en una fotografía (con trabajo personal se logra) sino hacerle ver al otro eso que nos llevó a fotografiar algo. Sin embargo nuestra obra nunca está del todo terminada: el observador de las fotografías imprime sobre las mismas sus inquietudes, su cultura y su ser. La magia de la fotografía es que cambia cada que alguien más la observa. Una misma y fija impresión es siempre variable.
Al final del libro «Ser escritor» del argentino Abelardo Castillo (editado por Seix Barral) se extraen unas mínimas de lo que el autor supone que necesita una persona si desea entrar en el mundillo literario y que bien pueden ser adaptado al también «selecto» mundillo fotográfico. Una mínima es la versión «modesta» de una máxima: una figura retórica que expresa un pensamiento profundo de manera concisa. Así pues, se citarán algunas de ellas y se hará el absurdo e innecesario intento de adaptarlas a «lo fotográfico». «Un albañil puede habitar la casa que construye, decía más o menos Sartre, un sastre usar el traje que ha hecho, un escritor no puede ser lector de su propio libro. Un libro es lo que los lectores ponen en él. Ningún escritor puede agregar un sentido nuevo a sus propias palabras. Si puede hacerlo, debería escribir el libro otra vez.» Un fotógrafo no puede ser el observador (y lector) de sus artefactos visuales, por lo menos no para encontrarle nuevos significados o sentidos. Un fotógrafo hace sus fotos con lo que ve, hace, piensa y siente y el espectador con ese mismo herramentaje transforma lo que ve en algo totalmente distinto, esa es uno de los aspectos menos abordados en materia fotográfica: se habla tanto de la mirada del creador de las fotos y de su bagaje cultural y poco del poder transformador (para bien o para mal) del observador de fotografías. “No te preocupes demasiado por las erratas. En el Ulises de Joyce hay cerca de trescientas y los profesores les siguen encontrando sentido”. Un poco en broma y otro tanto en serio, estoy harto de los gurús de la fotografía que dibujan lineas sobre las capturas y le dan lecciones a sus «seguidores» de lo que les faltó en su composición o de lo que hacen bien. Menospreciando que el lector de una fotografía ya lo hace naturalmente. Yo prefiero hacer mis propias fotografías y que otros las vean (y le encuentren el sentido que quieran) a aleccionar e imponer estándares de lo que es bueno y malo. Priorizar hacer mis propias fotografías a dibujar flechitas en la de los demás. «Lo mejor que se ha escrito sobre el cuento es lo que Edgar Poe escribió en su ensayo sobre Nathaniel Hawthorne. No pienso facilitarte las cosas reproduciéndolo. Tendrás que encontrarlo solo. Un escritor es un buscador de tesoros. Los descubre o no. Ésa es la única diferencia entre la biblioteca de un escritor y el mueble del mismo nombre de las personas llamadas cultas.» ¿Cuál es la diferencia entre un fotógrafo y alguien con una cámara en la era en donde mayorías tienen cámaras y el domar la técnica es infinitamente más fácil? Un fotógrafo es un buscador de tesoros, los demás son personas con un dispositivo y cuentas en redes sociales. «Podrás corregir tus textos o no corregirlos. Tolstoi escribió siete veces Guerra y paz; Stendhal terminó La Cartuja de Parma en cincuenta y dos días. El único problema es cómo se las arregla uno para ser Tolstoi o Stendhal». Podrás comprar o descargar presets, podrás ir al workshop de tal o cuál, podrás pasar horas con la misma fotografía en tu programa de edición favorito, podrás imitar la iluminación de tu gurú fotográfico o ir a los mismos lugares que pisó Ansel Adams o Cartier-Bresson e imitar sus fotos con el único inconveniente a cuestas de que no eres Adams ni Bresson. «De tanto en tanto recordarás esta historia. Alguien le llevó un manuscrito a Anton Chejov y le preguntó: −¿Qué hago, maestro? ¿Lo publico o lo tiro a la basura? −Publíquelo –dijo Chejov−, de tirarlo a la basura ya se van a encargar los lectores.» Si dudas entre publicar o no una de tus fotografías y si pasa por tus propios estándares y filtros ¡Está bien! ya se encargarán los observadores de hacer lo que les apetezca con lo que ofrendas. «No confundas imaginar con combinar. La imaginación es una locura lúcida. La combinatoria sirve para elegir corbatas». No se debe confundir hacer una gran fotografía (como quien construye algo) que imitar o alinear elementos como dicen los libros. Combinan y cuadran los elementos en alguna regla de composición pero ¿dónde están los elementos distintivos y propios? Personas con corbata: millones, personas que hacen cosas distintas: no tantas. «Los sueños ajenos son invariablemente aburridos. Nunca olvides que tu propios sueños, para el otro, son ajenos». La experiencia de hacer una fotografía vale por sí misma, lo que experimentaste y viviste al hacerla es suficiente premio pero nunca olvides que el otro no ve eso, la fotografía que hiciste subiendo por horas una montaña agotando todas tus fuerzas puede ser muy valiosa para ti, pero tremendamente aburrida para los demás. «Lo que llamamos estilo sucede más allá de la gramática. “No es lo mismo decir: ahí está la ventana” que “la ventana está ahí”. En un caso se privilegia el espacio; en el otro, el objeto. Toda la sintaxis es una concepción del mundo». Toda fotografía y todo encuadre es una concepción del mundo, es una ventana que está ahí para el otro ¿a dónde quieres que vaya alineada? ¿qué quieres que quepa en el cuadro? ¿qué se excluye? «Escribir como se quiere es destreza. Escribir lo que se debe, probidad. El más grande y el peor de los escritores se parecen en una sola cosa: únicamente escriben como y lo que pueden» Para bien o para mal si sigo mi propia voz haré fotografías como yo, no puedo ser Diane Arbus o Vivian Maier… dejar de imitar, empezar a ser. «Un hombre que dedique toda su vida a casi cualquier cosa puede llegar a ser una eminencia de algún tipo. Dedicarse toda la vida a escribir novelas sólo garantiza dolor de espaldas» Dedicar toda la vida a hacer fotografías sólo garantiza un dolor a la economía familiar, no hay garantía de éxito y mucho menos cuando hay más oferta que demanda de fotografías, pero eso no quita las ganas de hacerlo.
«Ser escritor cuando ya se sabe escribir es convertirse en un extraño, en un extranjero: tienes que empezar a traducirte a ti mismo». —Justo Navarro Después de domar la técnica y el uso de la herramienta fotográfica (cualquier persona que se de el tiempo de asimilar el manual de las cámaras puede hacerlo) viene lo complejo: discernir qué fotografiar, qué incluir o excluir, tener presente el cómo y el porqué, seleccionar tu material y saber mostrarlo. Traducir tu mundo interior: inquietudes, molestias y eso que quieres compartir al mundo. Mucha gente viaja porque todo es nuevo, todo se admira por primera vez. Lo difícil e interesante es realizar nuestra práctica fotográfica como extraños de nuestra cotidianidad, ver lo que siempre vemos con otros ojos. Los turistas pagan un tour que los lleva a los mismos lugares que otros turistas. Sólo tú tienes acceso a lo que te es familiar, he ahí la clave para ser distinto. «A veces tengo la impresión de que escribo por simple curiosidad intensa. Es que, al escribir, me doy las sorpresas más inesperadas. Es el momento de escribir cuando muchas veces soy consciente de cosas, de las cuales, siendo inconsciente, antes yo no sabía que sabía.” “Entonces escribir es el modo de quien tiene la palabra como carnada: la palabra que pesca lo que no es palabra. Cuando esa no-palabra —la entrelinea— muerde la carnada, algo se escribió. Una vez que se pescó la entrelinea, se podría arrojar fuera la palabra con alivio. Pero ahí cesa la analogía; la no-palabra, al morder la carnada la incorporo. Lo que salva entonces es escribir distraídamente».—Clarice Lispector ¿Qué explicación más simple y acertada se le otorga al hecho de que alguien decida tomar su cámara, preparar los artilugios, camine largos trechos y busque algo que le parezca digno de atención: ya sea el rostro de una persona o un sabio árbol? La razón es sencilla, la curiosidad mató a la pasividad. Se lanza la carnada y la realidad dispone. Fotografiar distraídamente, con la mente calmada, un tipo de meditación para re encontrarse con nosotros y lo que nos rodea. «Escribir a pesar de todo pese a la desesperación… Escribir es intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos —sólo lo sabemos después— antes, es la cuestión más peligrosa que podemos planteamos. Pero también es la más habitual»—Marguerite Duras Fotografiar es intentar saber cómo se verán las cosas a cierta distancia, velocidad, obturación y encuadre, enmarcar lo que vemos para presentarlo a los demás. El resultado puede variar, no sólo por nosotros y las herramientas usadas sino por el observador. Quien ve cambia las cosas. “Preocupada únicamente por sus grandes mayúsculas (la Obra, el Estilo, la Inspiración, la Visión del Mundo, las Opciones fundamentales, el Genio, la Creación, etcétera) la historia literaria parece ignorar deliberadamente la escritura como práctica, como trabajo, como juego.”—George Perec Quién gana más dinero, quién tiene más premios o publicaciones, quién es profesional. Se desdeña a quien lo practica como hobby y muchas veces se ignora a la fotografía como herramienta de autoconocimiento, de meditación, de contrapeso que te trae eficientemente al momento presente (en tiempos de dispersión e hiperconectividad). «La automatización devora los objetos, los hábitos, los muebles y el miedo a la guerra. Para dar sensación de vida, para sentir los objetos, existe eso que se llama arte. La finalidad del arte es dar sensación del objeto como visión y no como reconocimiento. Los procedimientos del arte son el de la singularización de los objetos, el que consiste en oscurecer la forma, en aumentar las dificultades y la duración de la percepción. El arte de la percepción es, en arte, un fin en sí y debe ser prolongado. El arte es un medio de experimentar el devenir del objeto. Lo que ya está realizado no interesa para el arte.”—León Tolstoi Entrar a las modas del mercado y de los likes es volverse un autómata: sale una nueva cámara con una tecnología «nueva» y te hacen sentir que sin ello no eres profesional. Sale una tendencia en Instagram que parece gustar y se imita por aprobación. La fotografía es un arte para prestar atención, y prestar atención es otorgar respeto a lo observado. Transformar lo observado con lo interior y presentarlo como en un acto de magia.
Hay creencias, formas de actuar y de pensar, modos de ver y demás molduras que se añaden a nuestra idiosincrasia vía la cultura, el país, comunidad y hogar que tenemos y que a veces no cuestionamos. Por mucho tiempo tanto en éste espacio como en conversaciones creía fielmente en que la fotografía era una forma de «contar historias». Lo repetía como un mantra hasta que me di cuenta de que era como esa canción de fuera que se adhiere a tu cabeza por días. No la escucharía ni la cantaría por mi mismo, simplemente se pega por estar en todos lados. Ahora lo veo más como algo más amplio (y por lo tanto ambiguo): como una especie de poema. Con sus propias reglas y excepciones. En el rectángulo de la foto final existen casi infinitas posibilidades como en un tablero de ajedrez. Un rectángulo no cambia más que en la dimensión, pero un juego en un tablero y una fotografía siempre cambian. Las fotografías no alcanzan a «contar una historia» en su totalidad. Son un asomo a la subjetividad de su autor, una llama breve pero que alcanza a iluminar. Están emparentadas lamentablemente con su opresor: el pie de foto, la explicación, la limitación. El esbozo, la revelación que le da al lector de la foto no cuenta lo suficiente. Las llamas incendian distinto a todos los materiales y a algunos ni los transforma. Habrá quien se esfuerce tanto por imitar lo existente que casi lo logre, pero ellos son copistas y no artistas. Los novelistas, los ponentes, los conversantes cuentan historias que pueden existir o no (ahí no hay tanta exigencia de «retratar lo real»). Los poetas en cambio buscan otros modos de expresión, palabras que resuenan por su simpleza y efectividad. Una novela o una historia puede tardar 30 páginas o 30 minutos en empezar a gustar, un poema se termina de digerir mucho más rápido. Wallace Stevens define a la poesía (o al poema) como naturaleza creada por el poeta. Y al poeta como sacerdote de lo invisible. El sacerdote en los absurdos de la iglesia es un intermediario entre lo divino y lo mundano, entre Dios y la humanidad. Difunde la supuesta palabra sagrada y guía los ritos que nos llevarán a la «salvación». El fotógrafo en los absurdos de mi pensamiento es un intermediario entre lo real y lo imaginario, entre lo que existe y el artificio. Difunde hechos pero también lo que para él o ella es importante. Crea sus propios ritos, su propia voz y mirada para salvarse de la mundana existencia. Extrae lo invisible de lo existente. Un poema no necesita tener un significado y, como muchas de las cosas de la naturaleza, a menudo lo tiene. A la larga la verdad no debe importar. La poesía descubre la relación de los hombres con los hechos.” Si se quiere persistir en el absurdo de retratar con absoluta perfección la realidad se dispone de las máquinas, para descubrir y mostrar la relación de los humanos con los hechos está el arte y la fotografía. El fotoperiodista con su hambre de «verdad» se ciega y se cierne por su cultura, sus valores, por la linea editorial, por el estilo, por el formato y por muchos filtros que empequeñecen u oscurecen la supuesta verdad. El artista con su hambre de más, embellece lo mundano (por su cultura, valores, estilo, etc) da nuevas formas a lo establecido, presenta nuevas formas de pensar y sentir un hecho, objeto o ser vivo. Lo invariable lo cambia de forma, se cuestiona y pone en foco lo que otros no pueden o quieren ver. “No se puede perder el tiempo en ser moderno cuando hay tantas cosas importantes que ser. El mundo del poeta depende del mundo que ha contemplado. La imaginación aplicada a la totalidad del mundo es insípida en comparación con la imaginación aplicada al detalle.” No se puede perder el tiempo en la caza de modas y likes, la obra fotográfica no depende sólo del «instante decisivo» sino de lo que somos y consumimos. No podemos retratarlo todo, sólo lo nuestro. Yo sé de nobles acentos, y lúcidos, inevitables ritmos: pero sé, también, que el mirlo está implicado en lo que no sé. Ponerle nombre al mirlo no es conocer al mirlo. La impotencia de un ambientalista al ver cómo le disparan no es tal para el cazador que lo hace por «divertimento». Soy yo y mis circunstancias como lo decía Ortega y Gasset pero también soy lo que sé y lo que ignoro. Todo se impregna en lo que hago. Las casas están frecuentadas por blancas camisas de dormir. Ninguna de ellas es verde, o púrpura con anillos verdes, o verdes con anillos amarillos, o amarilla con anillos azules. Ninguna de ellas es singular, con escarpines de lazo y cintos de abalorios. La gente no irá a soñar con mandriles y caracolas. Sólo, aquí y allá, un viejo marinero borracho y dormido con sus botas, caza tigres en rojo clima Homologarse con las modas (cuál es la cámara más trendy, cuál es el nuevo lente, el nuevo preset, qué lugar no ha sido «visto» desde un drone, cuál es la tendencia en Instagram by Facebook ©, etc) es perder paulatinamente nuestra propia voz, ver lo que todos ven. Centrar nuestra mirada en pantallas en vez del rojo clima equivale a cegarse, hay una linea delgadísima entre inspirarse en las redes sociales y perderse en la nada. Mirar todo es equivalente a mirar nada. Entre veinte nevados montes lo único móvil era el ojo del mirlo.” Entre todas las modas, toda la gente que hace fotografías, lo único distinto es tu propia visión. Es muy extraño que muy pocos reseñistas se den cuenta que uno escribe poesía porque uno desea hacerlo. La mayoría piensa que uno escribe poesía para imitar a Mallarmé o para sumarse a esta o aquella escuela. Es muy posible tener una idea del mundo que provoca una necesidad que nada puede satisfacer salvo la poesía y esto nada tiene que ver con otros poetas o con ninguna otra cosa Hay un menosprecio total por lo que no genera dinero: quien hace fotografías sólo por hacerlas es «menos» que quien cobra por ellas. La foto por gusto puede ser única y la que se genera remuneradamente puede ser igual a millones (y viceversa). El valor no lo da si hay billetes de por medio o no.Hay gente que hace fotografías por ganar dinero y hay gente que lo hace por disfrute, pero en tiempos donde el capital impera es muy importante decirlo: No todos nuestros talentos tienen que ser remunerados económicamente, hay muchas ganancias de por medio en el mero hecho de hacerlas. Todas las citas anteriores son del libro «Domingo a la mañana y otros poemas» de Wallace Stevens a excepción de la última que corresponde al libro «Carta a un amigo» del mismo autor.