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José Luis Cantero Rada, mejor conocido como El Fary, fue un
cantante y compositor español nacido en Madrid el 20 de agosto de 1937 y
fallecido el 19 de junio de 2007 a causa de un cáncer de pulmón. A pesar de que
ya han pasado muchos años desde su partida, El Fary sigue siendo recordado por
sus canciones y también por sus polémicas y controvertidas opiniones. Con su
peculiar estilo y carisma, logró pasar por encima de todas las polémicas y
hacer del políticamente incorrecto un arte que solo él sabía dominar.
Una de las frases más conocidas de El Fary es "Yo soy
un genio y una figura", que se ha convertido en una especie de lema que lo
define. Además, el cantante era famoso por su simpatía, su sentido del humor y
su estilo extravagante, que incluía prendas brillantes, anillos y collares
exagerados y una melena rizada y rubia que se convertiría en una de sus señas
de identidad.
En homenaje a El Fary, queremos recordar algunas de sus
frases más míticas. Una de las primeras frases que destacan es su opinión sobre
los hombres blandengues y cómo la mujer también se aprovecha de ellos:
"Siempre he detestado al hombre blandengue, y además también he podido
analizar que la mujer tampoco admite al hombre blandengue. La mujer es mu’
pícara, valga el sentido de la palabra, porque como bien en otras ocasiones he
dicho, yo lo que más valoro en esta vida es la mujer. Pero la mujer es
granujilla y se aprovecha mucho del hombre blandengue. No sé si se aprovecha o
se aburre. Y entonces le da capones y todo".
Sin embargo, El Fary también destacó que las mujeres tienen
derecho a todo y que los hombres deben estar en su sitio: "El hombre debe
de estar en su sitio y la mujer en el suyo, no cabe duda, porque la mujer tiene
de esos derechos que yo respeto y más tenía que tener porque la mujer se lo
merece todo. Pero, amigo mío, el hombre no debe nunca de blandear. Debe de
estar ahí porque entre otras cosas creo que la mujer necesita ese pedazo de tío
ahí".
El Fary también dejó clara su postura sobre la infidelidad,
diciendo que para él la infidelidad en la mujer debería ser obligatoria:
"La infidelidad en la mujer debería ser obligatoria. Por la parte que me
pertenece, porque considero que me tocarían tres o cuatro más. Creo que de
alguna forma perdonaría los leños porque considero que la carne es débil y
¿Quién es capaz de abstenerse ante un plato tan apetitoso, amigo mío? Pero lo
que sí está claro y cierto es que no podría vivir bajo su mismo techo sabiendo
que esa mujer me ha puesto los leños. Le diría: ‘ahí tienes las puertas, camina
y aprovecha todo aquello que te venga’ porque ya te he dicho que es un plato
muy apetitoso. Yo no soy capaz de abstenerme a ese plato nunca. Yo la perdono y
le doy cuartel para que aproveche aquello que nos está ofreciendo la
vida".
El hijo de El Fary, Javi Cantero, también ha dejado huella
en la música española, aunque con un estilo muy diferente al de su padre. Javi
Cantero es el vocalista y guitarrista de Los Piratas, una banda de rock and
roll que tuvo gran éxito en los años 90 y principios de los 2000.
A pesar de que Javi Cantero se ha mantenido alejado de las
declaraciones controvertidas de su padre, ha hablado en varias ocasiones sobre
su relación con él y sobre cómo ha influido en su carrera musical. En una
entrevista en 2017, Javi Cantero dijo lo siguiente:
“Mi padre fue mi mayor apoyo. Cuando decidí dedicarme a la
música, él me dijo: ‘adelante, hijo, pero tienes que ser el mejor’. Siempre me
animó a seguir mis sueños y me enseñó que lo importante es ser honesto con uno
mismo y con el público”.
Javi Cantero también habló sobre la figura de su padre y
sobre su legado en la música española:
“Mi padre fue un genio y una figura. Fue capaz de conectar
con el público de una manera única y de transmitir una energía y una alegría
que nunca se olvidarán. Su música sigue sonando en las fiestas de barrio y en
los corazones de todos los que lo escuchamos”.
El Fary fue y seguirá siendo una figura icónica de la música
y la cultura popular española. Con su personalidad extravagante, su voz
inconfundible y sus frases míticas, logró conectar con un público que lo sigue
recordando con cariño y admiración.
Sobre los hombres blandengues:
“Siempre he detestado al hombre blandengue, y además también he podido analizar que la mujer tampoco admite al hombre blandengue”.
“La mujer es mu’ pícara, valga el sentido de la palabra, porque como bien en otras ocasiones he dicho, yo lo que más valoro en esta vida es la mujer”.
PERO (siempre hay un pero). “Pero la mujer es granujilla y se aprovecha mucho del hombre blandengue. No sé si se aprovecha o se aburre. Y entonces le da capones y todo”.
“El hombre debe de estar en su sitio y la mujer en el suyo, no cabe duda, porque la mujer tiene de esos derechos que yo respeto y más tenía que tener porque la mujer se lo merece todo”.
PERO (el Fary, genio y figura de las conjunciones adversativas): “Pero, amigo mío, el hombre no debe nunca de blandear. Debe de estar ahí porque entre otras cosas creo que la mujer necesita ese pedazo de tío ahí”.
Sobre la infidelidad:
“La infidelidad en la mujer debería ser obligatoria. Por la parte que me pertenece, porque considero que me tocarían tres o cuatro más”
“Creo que de alguna forma perdonaría los leños porque considero que la carne es débil y ¿Quién es capaz de abstenerse ante un plato tan apetitoso, amigo mío?”.
PERO matiza: “Pero lo que sí está claro y cierto es que no podría vivir bajo su mismo techo sabiendo que esa mujer me ha puesto los leños. Le diría: ‘ahí tienes las puertas, camina y aprovecha todo aquello que te venga’ porque ya te he dicho que es un plato muy apetitoso. Yo no soy capaz de abstenerme a ese plato nunca”.
“Yo la perdono y le doy cuartel para que aproveche aquello que nos está ofreciendo la vida”.
Sobre su hit psicotrópico ‘La Mandanga’
“Deja a los chavalotes, Pablo. Déjalos que caminen como ellos camelen, si los chavales camelan pegarle un poquito a la lejía o camelan pegarle un poquito a la mandanga, ¡pues déjalos!”
“¡Ahí va, Fary! Si esto es un melocotonazo de miedo, no veas la que vas a armar con esto. Esto tiene un tirón enorme”.
Sobre la azafata del ‘Un, dos, tres’
“Suerte la de tu novio”
Sobre su hijo, Javi Cantero
“Yo ya le dije: ‘hijo, yo te puedo echar una mano para que entres dentro del panorama, pero luego me voy a quitar del medio porque el que tiene que cortar las orejas eres tú”.
Para la filósofa, pensar libremente es una necesidad imperiosa. Una obsesión. Casi un desorden de personalidad.
Me resulta casi imposible ir al cine a ver la historia de una filósofa. La vida de alguien que se pasa la vida sentada, fumando y pensando me parece la antítesis del cine, una garantía de aburrimiento pagado.
Pero Hannah Arendt no se pasó la vida sentada. Fue estudiante predilecta y amante de Martin Heidegger, brillante metafísico repudiado por su amabilidad con el nazismo. Como judía, la propia Hannah Arendt tuvo que huir de la Alemania nazi y pasó una temporada en un campo de refugiados francés antes de conseguir un salvoconducto a los Estados Unidos, donde se convirtió en una brillante teórica del poder y sus excesos.

Eso no la hizo precisamente un best seller. Su obra más profunda, Los orígenes del totalitarismo, hereda al estilo denso y riguroso del pensamiento alemán, de Kant a Hegel, lo que significa que, si quieres leerla, necesitarás un doctorado en algo.
Aún así, asisto a ver Hannah Arendt a regañadientes, y con la esperanza de que algún chismecito intelectual, alguna anécdota de guerra, me redima del sopor de una película sobre una idea filosófica.
Y, sin embargo, Hannah Arendt me cautiva. Narra la experiencia de la filósofa en 1961, cuando Arendt viajó a Jerusalén para informar sobre el juicio al genocida nazi Adolf Eichmann. Su reportaje, publicado por The New Yorker con el título Eichmann en Jerusalén, produjo una intensa polémica. Sus enemigos la acusaron de “antijudía” y “pronazi”, a pesar de ser judía ella misma.
Lo que le atrajo las iras de la comunidad judía fue su teoría de la “banalidad del mal”. El estado de Israel quería un monstruo. Necesitaban retratar a Eichmann como una bestia sedienta de sangre y, con ese fin, transmitieron por radio el proceso entero. En cambio, para Arendt, Eichmann no era más que un funcionario que cumplía su trabajo, cegado por el sistema ante el horror de lo que hacía. Nunca mató a un judío con sus manos, y es posible que ni siquiera los odiase de modo personal. Tan solo cumplía con sus funciones. Nada de eso justifica a semejante alimaña, claro. Lamentablemente, el mal en sí radicaba más allá de él, en una estructura estatal sostenida por todos los alemanes, incluso sus víctimas. Él era un sirviente.

Muchos amigos de Hannah Arendt le retiraron la palabra después de leer su reportaje, entre ellos expatriados como ella y antiguos compañeros sionistas. Las autoridades universitarias le exigieron su renuncia, que se negó a firmar. Fue objeto de ostracismo y escarnio público.
Lo único que había hecho fue tratar de explicar a los asesinos, de decir quiénes eran y cómo pensaban. Necesitaba saberlo. Porque ella había amado a un pensador brillante pero diletante que aceptó a los nazis. Y había vivido con gente que los apoyó. Quizá, de haber sido otra persona, habría sido uno de ellos, al menos tangencialmente, como Günter Grass o Ratzinger.
Para Hannah Arendt pensar libremente es una necesidad imperiosa. Una obsesión. Casi un desorden de personalidad. Y por eso, esta película logra lo que pocas cintas sobre ideas: conmover.
La figura de Hannah Arendt es un ejemplo de la pasión por el
pensamiento y la búsqueda incansable de la verdad. Una vida marcada por el
exilio, la lucha contra el nazismo y la reflexión profunda sobre la naturaleza
del poder.
La película Hannah Arendt, dirigida por Margarethe von
Trotta y estrenada en 2012, narra uno de los episodios más controvertidos de su
vida: su cobertura del juicio a Adolf Eichmann en Jerusalén en 1961.
Arendt había estudiado filosofía en Alemania, donde se
convirtió en la amante de Martin Heidegger, uno de los filósofos más
importantes del siglo XX, pero también un ferviente nazi. Como judía, Arendt
tuvo que huir de la Alemania nazi y pasó una temporada en un campo de
refugiados francés antes de conseguir un salvoconducto a los Estados Unidos.
Allí se convirtió en una brillante teórica del poder y sus
excesos, especialmente en su obra Los orígenes del totalitarismo, que denuncia
las atrocidades del nazismo y el estalinismo.
En 1961, Hannah Arendt viajó a Jerusalén para informar sobre
el juicio a Adolf Eichmann, uno de los principales responsables del Holocausto.
Su reportaje, publicado por The New Yorker con el título Eichmann en Jerusalén,
produjo una intensa polémica.
En el reportaje, Arendt explica su teoría de la “banalidad
del mal”. Para ella, Eichmann no era un monstruo sediento de sangre, sino un
funcionario que cumplía su trabajo, cegado por el sistema ante el horror de lo
que hacía.
Según Arendt, el mal no radicaba en Eichmann, sino en la
estructura estatal sostenida por todos los alemanes, incluso sus víctimas. Él
era un sirviente, un engranaje más en una máquina de muerte.
Esta teoría fue muy controvertida en su momento y le valió
las críticas de la comunidad judía, que quería retratar a Eichmann como un
monstruo para justificar su propia lucha contra el nazismo. Para ellos, la
teoría de la “banalidad del mal” era una traición a las víctimas del
Holocausto.
Pero para Hannah Arendt, explicar la naturaleza del mal era
una necesidad imperiosa. Como ella misma dijo: “La lección que debemos aprender
del Holocausto no es que los hombres son malvados, sino que el mal es algo que
se puede hacer por sistema”.
La película Hannah Arendt muestra el proceso de escritura
del reportaje y las reacciones que desató. Arendt fue objeto de ostracismo y
escarnio público, y muchos amigos le retiraron la palabra después de leer su
reportaje.
Pero ella mantuvo su postura y defendió su teoría hasta el
final, incluso cuando le exigieron su renuncia en la universidad. Para ella,
pensar libremente era una necesidad imperiosa, una obsesión casi un desorden de
personalidad.
Hannah Arendt es un ejemplo de la importancia del
pensamiento crítico y la reflexión profunda sobre la naturaleza del poder y el
mal.
La muerte y el peligro siempre han rondado a los toreros, y
si hay dos toreros en la misma familia, el riesgo es doble. Es el caso de la
familia del Cordobés, una familia de apodo pero no de apellido, que ha logrado
sortear la muerte hasta ahora.
El patriarca de la familia es Manuel Benítez Pérez, conocido
como el Cordobés, un legendario torero español de 79 años. El otro torero de la
familia es Manuel Díaz González, también conocido como el Cordobés, de 47 años.
Según él y su madre, María Dolores, su padre es Manuel Benítez Pérez, aunque
nunca lo reconoció.
La historia de la familia del Cordobés es una historia de
amor y desafío. Manuel Benítez Pérez se casó con Martina Freise en 1975,
después de haber tenido dos hijos con ella. Este matrimonio desafió las
convenciones de la España de entonces, ya que Martina era de origen alemán.
Juntos, tuvieron cinco hijos: Maribel, Manuel, Rafael, Julio y Martinita.
Pero antes de Martina, la vida del Cordobés era una montaña
rusa, tal y como recoge Dominique Lapierre en su novela "O llevarás luto
por mí", inspirada en su vida. Fue en esa época cuando conoció a Dolores
Díaz, quien trabajaba en una casa de Madrid. Según cuenta Dolores, el Cordobés
se fijó en ella y la sedujo hasta que sucumbió a sus encantos. Fruto de esa
relación nació Manuel Díaz González el 30 de junio de 1968 en Madrid.
La vida de Manuel Díaz González como torero comenzó en 1993,
cuando debutó en Sevilla. En 1997, se casó con Vicky Martín Berrocal, la hija
de un conocido ganadero, con quien tuvo una hija llamada Alba. Sin embargo, la
pareja se separó en 2001 y Manuel se casó de nuevo, esta vez con una venezolana
llamada Virginia Troconis, con quien tuvo dos hijos más, Manuel y Triana.
La rivalidad entre los dos Cordobeses es evidente, y aunque
comparten el mismo apodo, nunca han tenido una buena relación. Se dice que se
encontraron una vez cara a cara en el AVE, se pararon, se miraron y continuaron
su camino sin saludarse.
Pero más allá de la rivalidad entre los dos Cordobeses, la
vida de los toreros está llena de peligros y riesgos. La muerte siempre está
presente en la arena, y aunque han tenido suerte hasta ahora, la familia del
Cordobés sabe que en cualquier momento, la tragedia puede golpear.
La vida de Manuel Benitez Pérez ha sido una montaña rusa.
Desde su infancia humilde en Palma del Río hasta convertirse en una figura
legendaria de la tauromaquia, ha experimentado todo tipo de emociones. Pero su
vida también ha estado marcada por la polémica. Su matrimonio con Martina
Freise fue muy criticado en la España de entonces, ya que se casaron después de
haber tenido dos hijos juntos, desafiando las normas sociales de la época.
Pero la vida de los Cordobés ha estado marcada por la
tragedia. En 1984, uno de los hijos de Manuel Benitez Pérez, Manuel Jr., murió
en un accidente de tráfico. Y en 1996, uno de los hijos de Manuel Díaz,
Francisco, también falleció en un accidente de tráfico.
No son pocos los casos de toreros que han perdido la vida en
el ruedo. El más reciente fue el de Víctor Barrio, un torero español que
falleció en 2016 tras sufrir una cornada en el pecho durante una corrida en
Teruel. También está el caso de Paquirri, el padre de Francisco Rivera Ordóñez,
quien falleció en 1984 después de ser corneado en la plaza de toros de
Pozoblanco.
La vida de los toreros siempre ha sido una mezcla de
emociones, éxito y tragedia. La fama y el reconocimiento público son el precio
que tienen que pagar por su profesión, pero también conlleva un alto riesgo.