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¿Cuál será la sensación
de estarse junto, a tu lado . . .?
Sintiendo cual perfume,
tu calor suave;
juntar a mi pecho
la blandura tierna
de tu cuerpo de ave.
¿Cuál será la sensación
de tomar tu mano?
y al hacerlo,
reparar el alma
del niño que nació desgraciado,
rescatarlo de su camposanto
y pintarle una sonrisa,
si es que, aún, esta llorando.
Cuál será la emoción
de rodearte con mis brazos,
y lentamente,
besar tus labios;
adentrarme en el mar
de tus encantos
y sentir tu corazón latir
aprisa, apasionado,
mientras dejo caer
en un susurro,
lo que ya
me es imposible negar,
(lo mucho que te amo).
Aspiro
ebrio de ansiedad,
tu respiración,
tu aliento sagrado;
¡oh, alcanzar el sueño
mil veces negado!
y beber de tu cántaro
las mieles de tu amor
en silencio,
adentrar mi corazón,
hasta tocar tu alma
y quitar tu nostalgia,
el caótico cielo de tu sufrimiento.
Mi potro piafa
frente al oasis de tu sabana,
¡cabalgar febril
tus dunas, tu desfiladero . . .!
¡rebalsar tu luna, de amor!
¡tu estrella de Belén pagana!;
y ya, crucificada,
en el ariete de mi amor,
perdonar nuestros yerros,
derramando,
una y otra vez, tu alma,
en la corteza viril
de mi ardiente madero.
Cabalgata nocturna,
bajo un puñado de estrellas.
Mirarme en tus ojos,
para con un beso,
calcar todos tus sueños.
Abrazada a mí pecho
se detendrán los adioses del tiempo.
Diré algo, entre besos,
entre nuestras sonrisas
frescas, agitadas;
¡y soltaremos a reír
a carcajadas . . .!
de ver,
cuan cerca estuvimos, siempre,
de la felicidad . . .!
Como minina que lenta se despereza,
te encuentro en tu cubil,
tendida en los repechos.
Preciosa guarida
donde contemplo extasiado
cada uno de tus gestos,
tu sonrisa,
tu mirar dulcísimo de niña;
que, desde aquel día,
enciende esta hoguera
en donde se incendia el alma
con dichosa agonía.
Se ha asomado
un tenue sol vespertino
al cielo, aterido de frío;
se tiñen las nubes
de preciosos carmesíes;
mas, no compiten
con el sol que, gracias a ti,
lumina y calienta esplendoroso
los locos horizontes del corazón.
Cual tibios reflejos de sol
llegaste a mí, este frío invierno,
¡oh, minina de mis ansias . . .!
qué dulce tormento
contemplar
tus pausados movimientos
de felina,
tus amadas contorsiones
para mirar,
y quemar,
en el fuego de mi sangre,
inmóvil,
estas ansias hambrientas
de abrazarte,
de morder tu boca
desesperado
hasta saciar mi
interminable sed de hombre.
Hube de irme callado
hecho un bonzo por dentro,
conteniendo a pulso firme
mis viriles instintos.
Al pasar, se quedaron contigo
mis abrazos,
un beso;
y tú,
mórbida, selena,
acariciarías con la miel
de tu mirada,
esta herida abierta del alma
que no tiene ya,
cuando sanar . . .!
Ay, la dulce hoguera
en que arde el corazón,
desfigurándose
de sublime gozo y dolor;
papel en tinta,
donde yace nuestra historia,
lo que fuimos, lo que somos,
lo que hicimos;
¡Todo!
lanzado a la tormentosa danza
de dolorosas llamas
en que apenas respira el alma
sintiéndose viva cuando,
precisamente,
es divinamente martirizada.
Porque no conozco otra forma
de amar
que pensar en ti
y dejarme desangrar;
porque no conozco otra forma
de vivir,
que ofrendar
cada minuto de estar en la vida,
a tu amor,
mi razón de existir.
Adorable prisión del tiempo
en donde gasto mis días
de víspera y esperanza,
recordándote;
acariciando este encuentro adorable
de amor y casualidad,
en mi camino irreductible
al horrendo instante
de confrontar la realidad;
cuando, el destino,
nuevamente diga
que esta vez, tampoco,
me tocó ganar.
Una catarata de días
me arrastran al abismo
de conocer lo que prefiero ignorar,
soy feliz en la víspera
en el limbo donde no tengo donde llegar;
donde puedo imaginar
lo que yo quiera
siempre con un feliz final.
Ay, adorable presentimiento
en el brillo de tu mirada,
en el espejismo sonriente
que me ofrece tu holograma,
en donde soy parte de tu dicha,
y ambos,
del curso impertérrito
del universo.
Y empezaron
a adornarse las cosas,
de una linda expectativa.
Mi auto, derrapaba
en los giros que hacía
en la autopista,
el ansia al volante,
loco por verte,
yendo por la Costa Verde,
a gran velocidad.
La brisa corría loca
entre las ramas de los árboles,
develando secretos, misterios,
y un precioso ataque
de lindos destellos,
de las luces que artifician,
allá a lo lejos,
toda la ciudad.
Las gentes tornaban
cansadas a sus hogares;
más, llevaban, también,
ese raro halo de magia,
que llevo en la mirada,
cuando decido ir a verte;
cual una dulce nostalgia
que acaricia el alma,
un vívido entusiasmo,
que trasmite tierna paz.
Todo está hecho
para atravesarse
como obstáculo en el camino;
más, mis pasos,
son el destino mismo,
a respiración y galope,
con cada latir del corazón.
Nada impedirá
que me allegue a tu piel de tibia arena,
y que mi alma, con sólo verte,
te respire, te abrace,
se incendie toda de tu luz selena.
En este momento azur
en que divago
por pasadizos mentales,
ebrio de tu recuerdo,
no necesito nada,
salvo seguir mirándote extasiado
a través de la nada,
salvo oír los ecos de tu risa,
la fresca música de tus palabras;
salvo, a medida que
me voy durmiendo,
acercar mi mano a tu mejilla
para fijar tu boca
y beber directamente de ella,
tu hermosa alegría de vivir,
pequeña Cinderella.
¡Ha llegado un audio tuyo . . .!
en medio del fragor.
Es como lluvia menuda
en el desierto del alma,
o la alegría de un viento fresco
corriendo en mis sienes
en medio de la labor.
Se hace la primavera
en la trocha polvorienta
y la miseria irreductible del camino,
tiene su cielo esplendoroso, hoy.
Aún no lo he escuchado,
más, el niño del corazón,
sonríe con entusiasmo,
con ojos llenos de ilusión.
Cual si fuera nochebuena;
cuando con el alma de azul
y estrellas, constelada
esperaba y esperaba,
con el ansia reflejada en la mirada.
¡Oh, que hermosas son las vísperas!
¿no, dilecta?
cuando aún,
después de mil fracasos,
esperamos todavía,
las promesas de la vida;
aquellas que el destino
por alguna razón,
siempre niega.
Hoy camino bajo la lluvia.
Los vitrales del alma se aniegan;
hay algo dulce, sin embargo,
que muere en mi boca,
como un verso que se avergüenza
de ser escrito
y se acomoda, escondiéndose
en las sombras.
Aunque es difícil ver,
tengo conciencia de este
único momento que se va,
¡ah, compartirlo con alguien,
que necesite,
afirmar en el amor,
nuestra pequeña eternidad!
Caminando bajo la lluvia,
esta mañana alegre de sol,
es ridículo sentirse triste
con tanta belleza alrededor;
pues, como dijo San Agustín:
"¡Claro que se puede vivir sin amor!
pero, sin amor,
¿para qué quieres vivir?"
Mejor,
guardaré tu audio
para cuando llegue a casa,
así todo mi día será una víspera
de navidad . . .!
Rebeldía, canta,
desde el espacio
que le ganó al sino.
Canta,
y su voz quebradiza
se ensombrece de romance
hasta conmover
la fiera que soy.
De todos mis días,
no recordaré
ninguno de estos;
sino, aquel momento que,
fortuitamente,
nos juntó.
No recordaré este día
sin sol;
de agobiante calor.
El olor de las plantas sumisas,
exudando petricor.
No recordaré quien soy,
quién hube de ser
hasta que el verano acabe;
y acaben conmigo
mis sueños;
desteñidos, también,
de ilusión.
Sentimentalismo
denso,
cuando vemos a los custodios del orden,
que todos mantenemos hasta enriquecerlos,
extorsionarnos,
apuntarnos con su arma de reglamento.
Jirones
de un atavismo extremo,
cuando la clase que se siente superior,
pugna por esclavizarnos o desaparecernos;
cuando humanos como nosotros,
han olvidado que sentimos,
también.
Es lo que nos causa
empatía de sus marchas,
ver nuestra minusvalía propia
reflejada en sus voces
gritando ¡FUERA! ¡BASTA!
hasta caer áfona
por tiro artero
de un bastardo
agazapado
tras cobarde anonimato.
Renga, entonces,
la marcha,
se dispersa sin aquel,
que quedó tendido sobre
su madero,
con un trozo de sentimiento
igual al nuestro,
atado al cuello.
La marcha canta dialéctica,
tratando de ser buena.
Enfrentada a asalariados de su misma clase,
canta,
sofrenando su bestia;
congénita, canta,
y nos encuentra arrodillados,
escondidos,
con los ojos llorosos;
mirando callados,
cómo sucedió todo,
tras un matorral.
Luego, soldadesca
gana para sus preseas de la nada,
70 muertos inocentes;
y para la emboscada
de nuestro meritorio
segundo lugar
en el negocio del mundo;
soldadesca enmudece,
no va,
apunta hacia otro lado
y busca bravía,
más manifestantes desarmados.
No me gusta Shakira,
pero llevo en andas mis
maldiciones;
en mi pecho,
su angustiante ahogo.
No me gusta Shakira,
pero entre la reminiscencia
y la expectativa,
reconozco su naufragio
y la balsa de esperanza
a la que se aferra cuando canta;
esperanza que,
en la marejada de la vida . . .
es la mía.
Tiempos de ternura
y azules nebulosas,
cuando esperábamos al amor
en el umbral de la vida.
Como entonces,
la mañana está alegre
y bajo ella,
hileras de automóviles
se abotonan de sol
que brilla allá en lo alto,
despertando húmedas melenas
en la arboleda.
Se marchan las nieblas
de las cumbres y edificios.
El cielo,
cerúleo,
sonríe sus arreboles helados
sobre la ciudad.
De los tersos mastuerzos
y sus hojas,
huyen los rocíos
con sus diamantes precisos;
mas,
¿quién sabe
si lo que aseguran nuestros sentidos,
sea ficción o realidad?
En la revolución de las comunicaciones,
ya sabemos, que unos mercenarios
quieren a Ucrania,
como carne de cañón
de la OTAN;
y que existen otras dimensiones,
donde, quizá,
pervivan nuestros seres queridos,
y nuestras amadas mascotas.
Otras dimensiones,
donde,
junto a otras posibilidades,
se hacen corpóreos
nuestros sueños truncos,
regalándonos ése futuro,
que hoy se hunde
en los horizontes de la edad.
Entonces,
-quizá-
esa dicha que sentimos al soñar,
no sea una quimera más;
quizá la dicha vívida
que siente el alma al fantasear,
no sólo vive en nuestra mente,
sino, que hay un mundo hermoso
donde, entelequia,
rompe sus espejos
y se hace bella realidad.
¿Será por eso
que somos,
tan felices al soñar . . .?
La brisa corre
y agita los brazos de las palmeras,
aquí, en Barranco,
como en tu ciudad;
y yo, cierro los ojos
a la acuarela de la tarde
y me tiendo callado a soñar . . .
Loco de ansiedad . . .!
En noches como esta,
solía desatarse
el dulce hechizo del amor.
Un universo distinto
amanecía cada mañana,
justo en esta habitación.
Aún danzan al rededor
un soliloquio de tertulias y chanzas;
risas y miradas,
y esa ansia inacabable
de tocarte
a través de la pantalla . . .
aún palpita en mí
como núbil obsesión.
La piedra del destino rodaba
demoliendo ilusiones y esperanzas.
Nosotros,
ajenos a eso,
juntábamos nuestras historias
para incinerarlas, sin pena,
en la tierna ara del amor.
A espaldas de todo
caminábamos lejos del fin del mundo,
bañados a contraluz,
por un cálido sol . . .
¿Qué importaba
la oscuridad para lo que
nacimos destinados?
si podía verte y podías verme;
si podíamos despedirnos
confiando en que mañana
tú estarías,
yo vendría;
y tendríamos unas horas
para tocarnos el alma
a miles de kilómetros de distancia . . . ?
Pero,
¿quién ama la abnegación del otro
o el querer formar un hogar?
¿Quién ama las emociones
que desbordan en lágrimas,
o lluvia menuda cayendo
tras un cristal?
Aún danzan vaporosas
cada una de las promesas,
que la vida,
a pedradas destrozó;
porque lo doloroso,
no es sufrir constantemente,
sino, el anatema artero
de quien, un día, nos amó.
La noche es la misma de siempre;
es sólo,
esta demencia
que ciñe las sienes;
esta asfixia que se enrosca cual sierpe,
hasta enmudecer al corazón.
Hoy, somos, dos extraños
que pasan sin conocerse;
sin ver que nuestras sombras,
al cruzarnos,
se entrelazan jubilosas
cuál si fuéramos perfectos,
jóvenes;
hechos, el uno para el otro.
Porque hay amores
que están condenados
a no existir jamás en nuestras vidas;
que, sólo pueden, ser felices
en la imaginación.
La noche,
con su pedrería de gala
traza cientos de regresos
a casa.
Un séquito
de topacios gualdas
anteceden, en lo oscuro,
una esmeralda redonda
que desata en el pecho
todas las ansias.
Rubíes al rojo vivo
iluminan mi cara
cuando te recuerdo;
cuando me duelo de ti hondamente,
con un dolor ausente,
mientras
todo el tráfico de la ciudad
se detiene.
La musa
atraviesa la ciudad
en bus o en bicicleta,
regresa a casa;
en un mar de viento
y horizontes caóticos de urbe,
sin mí.
Su mirada de alma buena,
está vacía de mí;
su alegre rebeldía
y sus manos largas,
siempre frías,
huelgan de caricias sobre mí.
Tuve que convertirme en noche,
para verla a todas horas,
tras el cristal del bus que la transporta,
tras la vívida atención
de las personas
que la ven pasar como saeta.
Hube de ser oscuridad azul,
para memorizar sus afanes
y contemplar su olvido
para los que
no tenemos dónde regresar.
Repasar sus cosas,
es ir deshojando
sonrisas tristes sobre instantáneas;
es ver con serendipia
ilusiones
que nunca dejaron el éter;
jugar a ser Dios
mirando el ayer
y decir,
cuál si fuera un vaticinio,
"no puede ser"
Es la posesión oscura
la que me lleva a mirar de lejos,
cómo desatas en soledad,
los nudos de tu sed,
los pliegues de tu amor.
Tus cabellos
se desbordan por tu tibia espalda,
como la arena
donde solía imaginar tendido al sol,
cuál serían tus besos,
delectando el capullo de mi amor.
Más, cuando quise descubrir en tu boca,
la dulce miel que prometió la vida,
me alojaste en ella,
saboreando mi desesperado intento
con lengua mórbida
y labios hambrientos.
¡Ay! tu húmeda respiración
llenado de pasión mis pulmones;
y las quejas en tu aliento,
embriagándome más de sed . . .!
Borrachas ya,
todas mis emociones,
dejé mis manos
aprehender la excitante
carne,
que contemplaba antes
desde mi celda,
a tu celda,
en silencio,
tu lascivia,
fruición núbil de mujer.
¡Ay! el perfume de tu piel
a canela y misterioso incienso;
y el follaje que crepitaba
suavemente,
a la caricia que dabas con tus manos,
y mis pupilas, también.
Intuitiva,
chafaste tus frutos
luminosos,
sorprendidos;
y enajenada,
tomaste por los bordes
tu bóveda celeste
cual un cántaro,
tornándolo indefenso,
vulnerable,
paraíso de manjar
ansioso de pecar.
¡Oh, Dulcinea!
derrama en mí
el néctar dulce de tus sufrimientos.
(Aquél sueño que dejaste
dormido,
esperando un mejor momento)
desata tus amaneceres
a un tiempo
y bendíceme con
tu mirada;
permíte que me acerque
hasta el fondo,
hasta tocar tu alma,
y acariciar hondamente
con mi timidez,
la soledad de tus entrañas;
amolda la sonrisa umbria de tu jardín
a mi tuero enardecido
por sembrar en ti, primaveras;
alójalo bajo tu vientre
hasta que estalle en magma ardiente
y bravía marejada de amor.
Habrá esencias de jazmines
cuando con frenesí
busque mi boca,
el mórbido y exquisito pez de tu boca;
el vapor anhelado de tu aliento,
oloroso de la esencia
de tus adentros,
saciando a grandes sorbos
mi sórdida pasión.
¡Ay! el forcejeo vital
en que la tierna presa en mis brazos,
se desespera;
porque la fiera que crece en mí,
abalanzada,
la muerda,
la hiera.
¡oh! dejarla devastada,
con sólo su respiración,
llenando de fresca libertad de vida
la oblonga rutina de sus pechos,
su delicado tórax,
el rosanieve de su piel
que tras las caricias de mis manos toscas,
se rubora y contorsiona
imprecisa.
Quiero dejar ardiendo
tu pequeña estrella,
encenderla de pasión con mi lengua,
colmarla de loca ternura
con mi ariete,
bajo tus colinas,
llenarla del icor intimo
de mis deseos.
Destruye tus libidinosas fantasías
contra el férreo tesón de mi madero,
quema de "te quieros"
lo imposible de mi amor,
quememos para siempre
nuestros pasados inconclusos,
con desvergonzada lujuria,
con el incienso perfumado
de nuestros sexos.
Ven, acomódate en mí
y destruye todo "no puede ser"
con tu blanda fragilidad de mujer;
yo te llenaré de mi carne,
golpe a golpe,
hasta que palpite dentro tuyo
la sensación de estar siempre en ti,
siempre;
como una flama
como una aureola
como la caricia que te recorre,
bajo la lluvia
mientras miccionas;
que no te deja en paz
¡ah, mujer!
ser la persecusión tenaz,
de tu sombra.
Siluetas
se entrecruzan
en la noche gélida.
Con alegres chispitas,
una llovizna,
cae insistente sobre Lima.
En mi universo de cosas
y tristezas,
reina la soledad indolora.
Fuertes destellos
de la ciudad
estrellan su algarabía
en mis retinas.
Débil llega su resplandor
a la conciencia oscura;
a esta pacífica adicción
de zurcir cada instante
con cada recuerdo que dejaste.
La noche esplende
su ola gigantesca,
tenebrosa y negra;
empero,
un hechizo de amor
repta la lobreguez temible
de las sombras.
Se marchan las siluetas
de las calles, a pie;
otras,
en enormes máquinas
Las avenidas acaban
en un puñado de vehículos,
pugnando por escabuirse.
Rubíes y esmeraldas,
se agolpan
bajo ictericios rosarios
de amatistas
¿ves
la oscura daga que trazan?
¿ves los credos y horizontes
que apuñala?
En los jardines y plazas,
furtivos enamorados
se adentran sin miedos
entre sombras y ramajes.
La vida se torna hermosa
recordando cuando volteaste,
y miraste,
y sonreíste.
Tus manos volaron hacia mí;
y en la despedida,
heriste de claveles mis blasones,
yéndote para siempre,
una noche.
Ahí se hicieron los abismos del alma,
ahí comenzamos a negarnos a vivir
y a sonreír, cada mañana;
porque hay un cielo esperando
que volvamos a caminar juntos;
y una tumba que nos espera,
seguramente,
mucho antes del amor
y antes de conocernos.
¡Pero, hay que ver
cómo llueve en Lima!
esta bella y triste,
noche gélida . . .
Cuando el sol brilla, allá,
en lo alto,
la urbe, se enciende de alegrías.
Esplende a toda luz,
recortando el cielo,
su caótica geometría.
Vívidas pupilas dicen,
ruegan, invitan;
nos miran destellantes,
empinadas,
sobre ominosa mascarilla.
En el pensamiento luminoso de Dios
todo luce esplendoroso;
justo en este momento,
que omitimos el ciclo horrendo
de comernos,
unos a otros.
Imagino a los humanos,
tiernos y queribles,
cuando los veo transitar bajo el éter;
a toda hora,
salir monótonos de las oficinas,
y tú,
arropada hasta la ternura,
en Argentina,
soportas con calefacción,
4 grados de frío,
lejos del amor.
Me hace bien evocarte en tardes de sol,
como ésta.
Mama Cas canta la canción
que Lala, me enseñó.
¿Dónde estará ahora?
¿habrá regresado a Madrid
o a Barcelona . . .?
Recuerdo su selfie posando
al lado de una Inca Kola,
sólo por probarme
que había pasado por Lima, Perú.
La vida es maravillosa ahora,
pero podría ser mejor;
con una esposa esperándome
en casa, a toda hora.
Compartir la vida
y las noches, con su amor.
Muchas almas desasidas,
andan por el mundo,
increíblemente solas.
La noche encendió
su romántico azul.
Miles de zafiros, rubíes y esmeraldas
recorren, inquietos, las avenidas;
y en la rivera,
la gente tornan
sus pupilas y su piel cansada,
al hogar.
"Dulces sueños
hasta que los rayos del sol
te encuentren;
dulces sueños,
que desvanezcan
todas las preocupaciones".
"Dulces sueños"
es lo que nos dedican con ternura,
un destino de muerte
y Mama Cas.
Al esfumarse la bruma de los sueños,
entraron por el ventanal abierto
la brisa fresca y clara,
de resplandor celestial.
En medio de la vida hermosa,
estaba ella,
acicalada y buena,
dándome los buenos días con un “¡Hola!”
mientras doblaba con eficiencia,
limpias sábanas para guardar.
¡Qué bueno es vivir . . .!
sentir su protectora bondad
reafirmarme su amor con una sonrisa,
besándome el alma con su sólo mirar.
A los lejos sentí abrirse la puerta
y frases de papá buscando a mis hermanas;
las llamaba y comentaba algo con ironía
caminando a pasos calmos por la sala.
Entonces . . .
¿toda esa vida de miseria e infortunios
enfermedades e ignorancias
. . .?
Madre tenía el rostro lozano
en sus mejillas se recreaba joven, la luz;
en nadie había signos de sufrimientos
y nada nos impedía ascender peldaños
hacia el fiat lux.
¡No tuve más remedio que sonreír . . .!
En medio del bisbiseo de la ropa de cama,
me incorporé
para besar a mi madre
y mientras la abrazaba,
le dije:
- ven mami que,
quiero contarte lo que soñé -
más,
al pasar mi brazo por sus hombros,
todo se volvió oscuro
y la claridad de la mañana hirió mis ojos
con su luz.
Abrazado a mi almohada lloraba,
y madre había partido
para no volver.
Porque no hay bueno ni malo,
ni odio ni amor;
porque la justicia no existe
en la absoluta matrix de Dios.
Ella siempre anunció que se iría.
Con sus manos de pan un día,
quiso desbaratar de mi rostro
la tristeza amarga de no verla;
pero al cerrarse la puerta,
como esa vez,
en mis pupilas
ha comenzado,
profusamente a llover . . .
En los domingos vacíos de horizonte,
traía enojada un periódico,
entre regaños y malas palabras;
lo traía hasta lo alto de mi cama
para que en los clasificados, buscara
cómo salir al mundo a luchar.
Más ahora
¿Cómo será Navidad sin ella?
Ella, que tanto hizo
para traernos en Noche Buena,
siempre algo de comer;
ella que alumbraba con milagros inesperados
nuestras caritas de sombría espera.
Ella,
nuestra causa y referente,
esta Navidad,
no estará. . .
Últimamente
se dedicó a contemplar cómo iban por la vida sus hijos,
y los hijos de sus hijos.
Últimamente
dejaba que el paso redoblado del tiempo
derrochara sus horas sin ella;
hasta que una madrugada de angustia,
se convirtió en recuerdo.
Este onomástico
por primera vez no me ha llamado.
En vano he esperado todo el día
repasando mentalmente
nuestras horas de charla.
En vano he querido acordarme de lo que decía;
sólo recuerdo su risa;
riendo cómplice de mis bromas;
su risa,
que no resplandece, ahora,
en la honda soledad del alma
cuando tengo miedo
y ya comienza a anochecer.
A través de las calles,
siento la asfixiante bruma
que se ha ido
y apesadumbrado,
regreso a los lugares donde debería encontrarla.
Ya no me espera
a ninguna hora
y un mal presagio
barrunta
sordas campanadas
en el corazón . . .
Mi generación,
que abrió los ojos
en medio de la guerra de Vietnam
y la rebeldía de Casius Clay.
Aquellos días de descubrimiento,
invierno o sol;
de jóvenes colocando flores
en los cañones de las armas,
con su conmovedora alegría
y su seña inequívoca,
de amor y paz.
Mi generación,
que creció recordando a los Beatles
y la presencia buena de Mama Cas;
que se adhirió al rock en castellano
cuando lo de las Malvinas,
sin abandonar jamás
a Michael o Elton John.
Que vio estremecida
el genocidio del World Trade,
pantomima infame,
para invadir Afganistán
y luego Irak;
destruir a la preciosa Libia,
diseminado en Europa
la septisemia musulmán.
Mi generación,
que ha llorado impotente
"las primaveras",
y la osadía de un joven hermoso,
que detuvo armado
con sus bolsas de mercado,
una hilera de tanques,
antes de la masacre
a la libertad.
Mudos estamos ante
el holocausto de Palestina,
sin entender que son
sacrificios humanos
a atávicos dioses,
que desde antes del hombre
nos gobiernan.
Porque ya lo dijo
la buena nueva:
"los reinos de la tierra
le han sido dados, todos,
a Satán".
Mi generación,
hogareña y virtudita,
que la contracultura ha vanalizado,
porque nuestro ideal
no consiguió detener las guerras,
la usura,
ni la mentira que nos informan
día a día,
como si fuera verdad.
Somos un experimento
de una raza que desdeña
nuestros conceptos de bien y de mal;
sólo explicable con la dialéctica,
donde triunfa la selección natural:
el más fuerte
ataca Siria o Yemen,
por expandir su influencia
y transportar a otras lindes,
recursos naturales ajenos
petróleo y gas.
Sentenciados vamos
a ser desaparecidos
o diezmados,
con ideologías trastornadas,
con virus y vacunas,
cual otro diluvio universal.
En la revolución de las comunicaciones,
ya no son necesarias las armas
pues los pueblos de la tierra
aman la paz;
se les cayó la careta,
y la verdad nos empuja
a enfrentar nuestra palabra
contra fuerzas armadas
que gobiernos ceban,
no para defendernos,
sino, para que nos callen
con legislaciones, tortura y muerte,
y que todas nuestras voces
no alcancen para liberar a Assange.
Hemos sido puestos
con nuestros libros y música,
en un archivo del mundo virtual;
porque las redes
imponen otro tipo de goce y de protesta,
porque la contracultura,
ejerce la sinapsis
desde sus celulares;
y tienden a cambiar el sistema
que no pudimos nosotros,
y que gobernó hasta ahora
nuestro planeta.
Porque si hay algo
que no muere con la descarga de metralla,
es el anhelo en el alma
de compartirlo todo,
la dicha del amor,
tu amor, mi amor,
y la convivencia en paz.
Desasido de tu voz
un universo de ficción
nos traga
¿Qué somos en medio
de tantos símbolos
para no perdernos
en lo desconocido?
un destello de conciencia
en la soledad infinita,
un punto de observación
al recuerdo
que se desvanece
para siempre,
entre transparencias.
Nada es ciertamente asible,
ni la geometría de las formas,
ni la textura de las cosas;
nada es cierto,
salvo,
el reflejo de un universo
simbolizado en nuestro cerebro,
salvo mirar tus pupilas
y confundir la eternidad
con ese momento
¿Qué seremos sin amor?
cocuyos de sol perdidos
en la lúgubre pesadumbre del espacio,
reflejo de astros que tiritan
tras el domo inexpugnable.
En la noche constelada y triste,
esclavos de la soledad,
condenados a morir y sufrir,
sin haber conocido la deidad.
¿Qué seríamos sin metas?
sin ilusiones qué acariciar,
sin tristezas qué saborear;
¡Qué seríamos
sin nuestra diferencia animal!
si apenas hemos cambiando
el hambre de las bestias
por el apetito mental.
Podríamos llenar el planeta
de enciclopédicas historias,
consejos, moralejas y ciencias
que eviten equivocarnos,
pero si hacer el bien o el mal
también produce gozo
¿para qué temer o confiar
si hemos nacido para morir?
Construyes tu casa
para que vivan tus sueños,
tu juventud;
pero absorto por lograrlos,
un día descubres
que la vida se ha ido
y estas rodeado de recuerdos
esperando reunirte
con personas que ya murieron.
No queda más que
seguir andando con nuestro legajo de sueños,
no queda más que seguir esperando
a la musa del corazón,
para reflejarnos en sus retinas
cómo quisiéramos,
alegres de alegría
hasta que se apague la luz.
Un día descubrirás
la oscuridad que hay
tras la luz solar
que ríe enredada en tus pestañas;
los motivos de la cadencia del fuego,
cuando en medio de la primavera,
danza al eco lejano
de alaridos del infierno.
Un día descubrirás,
perplejo,
lo que siempre sucedió
tras tus párpados ciegos,
por qué el dolor nace
como un filo cortante
que te abre de muerte el pecho.
En la decepción descubres
que nada es cierto, salvo
que estás solo
y que debes seguir andando.
Que son sólo fantasías
las palabras que tiendes
hacia otros, como tú,
que aparecieron unos instantes
para transformarse también
en recuerdos.
Una anciana ríe contenta,
dicharachera.
Relata sus romances
ufanando cada victoria
hasta ocultar, tras brillo triunfal,
su lascivia enferma
de mil insinuaciones gratuitas,
hasta podrir de tristeza y lodo
lo que creímos era en ella,
reserva moral.
Brillan sus ojos
cuando narra con deleite
cada traición a quienes le
abrieron su hogar.
Para sus gozadores incondicionales,
es el justo premio al ego,
la degeneración que los hice modernos,
la bacinica que,
a cualquier hora
recibe sus miserias
sin recibir prebenda,
en sigilosa y cómplice morbosidad.
Un día descubres
que todos saben
lo que tú ignorabas todo el tiempo.
Disimuladamente
y a espaldas de los demás,
la cortesana urde su dicha
de lágrimas y mentiras,
le siguen todos en coro,
cuando exige se le llame "santa";
cuando su afición es
pervertir sibilinamente,
corromper debilidades,
como lo hace Satanás.
El tiempo,
encargado de poner
cada cosa en su lugar
marca el fin de todo lo actuado.
Ya no hay fornicarios,
y los halagos se han marchado
dejando en el espejo,
la hórrida imagen
de un mundo devastado
por otros de mayor malignidad.
Otros pocos, que rocían o inyectan
sus abyecciones letales;
otros, a quienes siempre obedecímos
y empoderamos
sin llamarlos nunca
apóstoles de Satán.
El adiós no termina
cuando el amor
ha durado toda la vida.
Esplenden los días
radiantes de sol y cielo azul;
más, aquí, en mi alma,
una lluvia insistente
no me deja en paz.
Mientras podíamos reír
o enfadar,
la vida era urdida
mirándonos uno al otro,
sin abandonarnos jamás.
Pero hay que ser sinceros,
más allá de tus rosarios y catecismos,
están ésos,
los matarifes de nuestro tiempo,
que teniéndolo todo,
no dejan de sembrar la muerte
para toda la humanidad.
Cuánto lloraste,
madrecita buena,
la prohibición de no ver a nadie
venir a acompañarte a cumplir
tu hórrida sentencia;
cuánto dolor quebró mi alma
al ver tu carita resignada y con pena,
tras el cristal sin caricias
de indiferente féretro.
Al alba de un lunes ebrio de sol,
tu almita atormentada
no soportó más dolor
y huyó de su cruel martirio
a buscar la misericordia de Dios.
¡Qué dolor! tu imagen de niña inocente
que se quedó dormida llorando . . .!
Te dormiste madrecita
sin poder soportar más tormento
de tus asesinos,
sin poder esperar
el último beso de tu hijo. . .!
Coincidiremos aquí
que Satanás estará de fiesta,
transfigurándose
en los desalmados que,
desquitando su pago,
simulan hacer un bien
cuando sólo nos quieren desaparecer.
Pero, heroína de mis días,
tu sombra es tan grande,
que hasta lo nocivo
te sirve a ti para triunfar.
Así, muerta inmortal,
te habrás ido
olvidando y perdonando.
Por las aceras solariegas de las iglesias,
andarás ahora, jubilosa;
a pasos lentos y contentos,
haciendo una venia sonriente
y llena de gracia
a cuanta persona te llegues a encontrar.
Porque, cuando le tuerces la mano al destino
y le ganas en todo,
vas con tu última llama de vida
a enfrentarte con la muerte
¡¡y la vences!!
sin triunfalismos,
para llenarla de perdón y de vida.
Así, reina entre las reinas,
nos reuniremos todos
una mañana pálida,
al borde de aquella mesa interminable
que heredaras de otra mujer
que llamabas también mamá;
y ya no estarás cansada,
y al eco estentóreo de tu voz
me levantaré como un rayo
para preguntar al infinito
en qué puedo servirte.
Tal como quisiste,
un lunes temprano
el sol pasó por un tamiz
su polvo de oro
y vistió de apacible solaz la ciudad;
sin llantos ni tristezas,
porque así enseñabas
madrecita buena:
"que todos estamos de paso
y que la muerte,
es mejor que sea de sorpresa"
- ¿No es cierto mamá . . .?
Detrás de la belleza
siempre habrá una historia
de fango y de dolor.
Vinimos todos a destiempo
a rescatarte del sufrimiento.
Vinimos todos a besar
las sábanas ya lavadas
de tus excrementos.
En la tardanza está nuestra liturgia
de venerarte cada cierto tiempo.
El adviento de la flor que nace
para ser arrojada a la vorágine
que, desde lejos,
hace espuma de rabia
y va a estrellarse
contra la fantasía de los cines
y las babeles de cemento.
Quedaron contigo
las quejas cárdenas
sobre tu cuerpo;
gritando en silencio, también,
la mágica leyenda de tu creación,
totalmente rota ,
sin decir jamás
su monstruoso padecimiento.
Los afeites,
no pudieron alcanzar tus manos
para la última escenificación.
Sin levar se quedó tu seno,
la última mentira
se quedó sin armar tu sonrisa.
Dejaste un mundo de seres humanos
huérfanos de ti;
ciegos,
sólo con esclerótica,
totalmente consternados.
Se oscureció todo en la habitación,
tus fantasmas atemporales
y tu sed inacabable de amor.
De seguro te sentiste liberada
mirando ausente a tus sicarios,
asegurándose de su daño;
de seguro te viste a ti misma,
irreconocible,
y ya con escalofríos de muerte,
te olvidaste de ti
dejando sin pintar tus labios.
Con los años,
se volvió rica tu empleada,
los testigos desaparecieron
y tus dos últimos amantes,
murieron como corresponde,
asesinados trágicamente.
Cada uno en su momento.
Siempre vengo a tu altar,
bajo el domo del cielo
a dedicarte un pensamiento;
como que algo quedó inconcluso
entre el cristal de la vida
y el paso inexorable del tiempo,
como que algo todavía nos duele
y que sin ti, quedará penando
muy adentro . . .!
Los magnates han ordenado
no ver más gente feliz.
Los únicos felices
sólo pueden ser ellos;
ricos, opulentos
imprimiendo tanto dinero,
como para hacer realidad
todos los sueños del mundo entero.
Por todos lados
hay personas portando y esperando amor,
pero yo recuerdo
esperas convertidas
en años;
miríadas de días sin amor.
Me han traído, de no sé dónde,
a un vergel de humanos,
de zumo y mostos agradables,
sonrisas luminosas
que ahora cubren con tapabocas,
y vívidas miradas,
que buscan con ansia lo prometido:
una vida mejor.
Deambulo por las calles
y por el mundo virtual;
y veo amor desperdiciándose
en gente despreciable
o echándose a la infertilidad.
Hermosos gestos y actitudes,
pero ninguna
que los lleve a despertar.
Un pueblo indiferente
marcha por las calles
sin jamás voltear;
sin jamás advertir
el fantasma que se esparce
ante nuestros ojos,
ávido de sembrar muerte,
miedo, infelicidad.
(Si hay alguien
a quién darle largas,
que sea a mí;
si hay alguien a quién trasmañanar,
que sea a mí;
si hay alguien a quién omitir u olvidar
que sea a mí.)
El dulce zumo
que lentamente destilas
en tu mayor soledad;
la dulce miel
sin destinatario,
que mana cuando amanece el deseo
en el alba sola,
ésa,
la que se va a desperdiciar
ésa, dámela a mí.
De mi propia entrega valiosa
nace mi veste de exclusión,
en mi propio verbo
tengo la frase verdadera
que me aparta
de sus mundos.
Lo que no puedes hacer,
es precisamente
dejar de ser halagüeño,
dejar de ser mendaz;
porque el mundo
es un universo de engaños
en donde triunfa
quien miente diciendo
que es verdad.
Aquí estamos, confinados,
para ver si extendemos la pobreza y el contagio;
y en los rumbos,
nos vigilan, nos multan, nos arrestan
para mantenernos alejados
unos de otros,
y no encontremos por inercia
la unión, la duda, la desobediencia
que destruya
esta dictadura insana
impuesta en todo el planeta.
Ejércitos de humanos
armados y lobotomizados
nos aterrorizan en los televisores,
en los caminos,
al asomarnos a nuestras puertas;
nos encarcelan, nos torturan
y, a su libre albedrío,
nos matan y desaparecen
sin dejar huella;
todo en nombre de "su ley"
de "cuidar nuestra salud"
de este virus que crearon en Wuhan.
Convertidos en un pueblo fantasma
marchamos amordazados
hacia la orden de vacunación mundial.
Pavorosa condena
a enfermedades dolorosas, tristes, crónicas
qué solo buscan . . .
(HAY QUE DECIRLO)
nuestra desaparición total.
El recuerdo fulge en su mental bruma,
como tétrica noche de cuchillos,
sin luceros y sin luna.
Un dolor inmenso
lo atraviesa en medio pecho,
dolor que no sabe de compasión ninguna;
porque enseñaron desde pequeño
cuán sagrada es la madre
como la amada,
por su fidelidad y amor que,
una vez prendado,
con nada trocan
ni se compara.
Atónito la escuchaba gemir,
con esforzados resuellos,
restregando con frenesí,
vellos contra ajenos vellos,
intimidad que día a día
llegáronse a prometer.
A rienda suelta,
corcoveaba con gran concupiscencia.
Ante soflamas ardientes de adúlteros amantes,
respondía halagüeña, guasa, anhelante;
horadaba la blanda hendidura de sus carnes hasta chafar su redondez de luna
contra cimbreantes y babeantes,
perchas cimarronas.
De nada sirvieron ruegos,
ni reclamos airados
de lágrimas llenos.
Ante las mofas y risotadas
de gañanes sorprendidos,
furiosa le gritaba:
"¡que se largue!,
¡qué se vaya!.
¡que no lo amaba . . .!'
Inútil llamar a la cordura,
pues no lo hacía por paga alguna;
sólo era el ánimo de probar
que, si quería,
podía entrar a cualquier hogar
(hermana, madre, amiga)
y en medio de las sombras
y las espaldas,
comprobar que nadie goza fidelidad
cuando se le antoja ser
la reina de las barraganas.
Y, a falta de leyes,
¿qué se puede hacer
ante tamaña bajeza?
¿Perdonar . . .?
¿Callar . . .?
¿Bajar la cabeza . . .?
O apretar su cuello,
hasta que todo signo de vida
desaparezca . . .
Destruyéndome por dentro,
escribo,
perseguido por la razón.
Escribo,
lo que avergüenza mis labios
y que guardo en secreto
en el silencio de mi voz.
Cuántos astros
se habrán encendido y apagado
en la soledad del universo azul;
hasta creer
que todo lo equivocó el destino,
ex profeso,
para conocer a Dios.
En este dictatorial confinamiento,
he aprendido a ver
en las pupilas de las gentes,
su alma presa y transparente;
asomarse etérea con sus sueños,
intencionada, ligera y cristalina,
queriendo escapar en el aliento.
Terminada la labor sólo hay cansancio,
y otra vez tu recuerdo,
vuelve a ser el alma,
mi propio yo,
a ser la dinámica que
orienta mi vida,
la ilusión ambicionada,
la cálida luz del sol.
Imposible que,
luego de haber visto
el terrible fallo,
de donde nace
todo lo malo,
quieras desafiar al sino
anteponiendo tu horizonte
a todo lo torcido.
Es noche
cuando se encienden
esmeraldas en el oscuro regreso;
y rubíes y amatistas,
en las venas negras de la ciudad;
es noche cuando sonríes
en mis sienes
y tu mirar sin restricciones
me llena de una hermosa paz.
La humanidad entera
marcha aterrada,
con tapabocas,
buscando en qué trabajar;
los arrestan, los torturan,
y los multan, y los matan;
utilizando un axioma perverso y falaz.
Ellos roban sus mercancías y sus impuestos,
y los criminalizan en los noticieros,
cuando no se dejan robar.
Algún día recorriendo
el mundo que hay en tus brazos,
olvidaré la mafiosa sociedad
de izquierdas y derechas;
algún día la historia
no será más que una anécdota
y me dedicaré cada noche
a descubrir amaneceres de dicha
en cada comisura de tu piel.
Por ahora,
conjugo mi verbo con tu nombre,
entre líneas,
tu recuerdo se ha vuelto mi cielo,
mi sol;
hay amores
que no pueden estar en nuestras vidas,
pero sí en nuestro corazón.
Cada cosa tiene en sí...
un universo de silencio
palpitando entre risas y tragedias,
adioses y regresos.
Abrazos de consuelos
y tiernísimos te quieros,
se van desvaneciendo
en la lejanía asaz del tiempo
hasta dejarnos ciegos...
¡Cada cosa tiene tanta vida nuestra... !
tanta música de otra época...!
que es mejor,
andar entre ellas
simulando indiferencia;
jamás cogerles ningún afecto;
y jamás, arrojar el alma a su infinito.
Nunca miremos hasta llorar
o enloquecer,
su hondo
precipicio de recuerdos.
Un pasado incalculable
sustenta cada cosa...
y cada una de ellas,
cientos de ecuaciones improntas.
Todas con valor a cero, ahora;
porque a un incierto vacío,
equivale ya ésa gran pérdida;
y a nada, también,
aquella emoción de alegría
que hoy, contemplamos, muerta.
Un triunfo triste
nos acaricia doliente
por haber vivido;
es la nostalgia de contemplar
que no tenemos más tiempo
para pedir
nuevas oportunidades
antes que la vida acabe.
Solitarios
en nuestra agenda monótona
de días,
esperaremos llegar por inercia,
hasta la pincelada final de nuestra historia.
He aquí
que todo lo vivido,
no es más que el tiempo
que dura un recuerdo;
cabalgando siempre,
alejándose constantemente,
hasta desaparecer por completo...
¡Ay, la hórrida conciencia
de saber,
que de aquí,
no escaparemos...!
Tras el correr adorable
de cristalino río,
se alza inalcanzable,
otro horizonte.
La juventud se va alegre
hasta el cansancio;
por una ruta
áurea de sol... !
Detener aquí nuestro reloj,
sobre esta piedra.
El viento gira en lo alto
y borra para siempre
todas nuestras huellas.
Extender los brazos
y sentirse capaz del mundo;
cual riachuelo impetuoso,
con ansias de conocerlo todo.
Si pudiera,
cambiaría mi tesoro de instantáneas,
por ser la lumbre de tu hogar.
Ser contigo la causa
del sonreír del alba;
y entre el frío transcurrir
de la mañana,
dejar que en la habitación callada,
nuestras quedas charlas,
despierten a melifluar.
¡Espejismo
a distancia incalculable
de nuestra sed!
gota de amor en el desierto
que, nos salva,
como luz tocando nuestra frente
en acariciado "tal vez"...!
¡Oh, festival precioso!
el de los sueños...
o, anticuario amado
de bellos recuerdos.
Felices todos,
¡sí!
¡siempre!
Y tempranamente, muertos.
Parados,
en el constante umbral incierto,
elegiremos el adiós
que nos llene el alma de tu perfume,
y nos iremos
a desangrar la tristeza
de nuestra herida ilusión.
Esta es la sangre de amor
que, vertida,
forja los rubíes
de las límpidas facetas
del diamante;
es la noche sin aurora
por donde avanzan indecisos,
ciegos, nuestros pasos;
esperando hallar más camino
bajo mis pies.
Porque, aunque la muerte
resuelve y cancela todo;
tras ella y antes de ella,
existirá amor,
con qué zurcir al alma
esa tierna fe de esperarte,
en cada destino;
brillando como zafir en el infinito;
o sólo,
en lo hondo del corazón...!
Los días del ayer
han quedado estáticos,
grabados bajo tamiz de oro
o velo lúgubre de azul noche.
Tres lágrimas de diamante
corrían perseguidas
por la tristeza de aquellos días;
nuestras pupilas vacías
aceptaron pagar el sacrificio,
sin calcular nunca
cuán inmensa fue la pérdida
que desoló jardines futuros,
dejando marchitas por doquier,
promesas muertas.
Siempre volteo para ver si me esperas;
si el vuelo aún no partió
y se torna milagro la esperanza
de que, por la sala de embarque...
sonriente vuelvas...!
Siempre volteo a mirar,
pero ya es tarde;
y un dolor se asienta
como polvo de olvido
que asfixia,
la agónica resignación del alma.
Más,
siempre volteo a buscarte,
con esa ansia fantasmal de verte,
recogiendo a lloros
nuestras horas muertas;
volteo a contra luz,
frente al umbral
de una solitaria puerta;
busco transido,
el socorro de tu mirar
antes de cruzar;
antes de la oscuridad total,
tal vez,
te vea venir corriendo
a borrar con el alma,
todo lo que hicimos mal;
juntaremos, entonces, los destrozos
que quedó de nuestros sueños;
y bordaremos,
los últimos días de la vida...
¡de ternura!
de senil felicidad...