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Respiraba con dificultad. El esfuerzo que había realizado fue intenso. Se tomó una larga pausa para tratar de reponerse. Soltó un par de botones de su chaleco para ayudarle a respirar mejor. Más calmada procedió a golpear la puerta con la poca fuerza que tenía. Nadie le respondió.
Volvió la vista hacía la calle, miró los caminos para asegurarse que nadie la hubiese seguido. Sintiéndose más recuperada volvió a tocar nuevamente la puerta. Tenía la impresión de que habían pasado varias horas desde que saltó de aquella ventana. La pierna izquierda le dolía y una punzada eléctrica le recorría de rato en rato por el cuerpo.
Tocó nuevamente la puerta, no hubo cambio. Volteó una vez más para mirar a
la calle, algo había cambiado. Una delgada capa de niebla se deslizaba
lentamente al ras del suelo, cubriéndolo a su paso. Venía en su dirección.
Se giró y golpeó con más fuerza la puerta, hasta el punto de lastimarse nuevamente
los ya magullados brazos. Comenzó a gritar.
+++
Marek emprendió el camino al Hospicio en busca de los demás. Las cosas
habían tomado un giro inesperado. Tenía claro que su afán de escalar posiciones
no le iba a ser tan fácil pero no había contemplado verse involucrado en situaciones
tan turbias. Si bien las calles se veían tranquilas, salvo uno que otro ruido
extraño a la distancia, quizás una posible tormenta en ciernes, sabía que no
eran seguras de transitar durante esas horas, pero su experiencia le había
permitido tomar las mejores vías para su seguridad. Hubo un momento en que tuvo
la sensación de que lo estaban siguiendo. Tomó un desvió y se ocultó, esperando
confirmar su sospecha. Esperó por unos minutos y justo en el momento que se
disponía a salir, una sombra se proyectó por el camino por donde caminaba antes.
Una leve capa de niebla comenzó a formarse al ras del suelo. La temperatura
bajó repentinamente, dando paso a un leve vaho con cada exhalación.
Tomó la empuñadura de su arma, preparándose de ser necesario. Las pisadas
en la tierra comenzaron a escucharse como si fuese lo único que se moviese en
toda la zona. Estaba muy cerca. Una figura encapuchada avanzaba sin apuro para
detenerse en medio del camino. Giró para mirar en dirección a donde Marek se
ocultaba. Levantó la mano apuntándole con el dedo índice para finalmente
desvanecerse en el aire. Por una breve fracción de segundo, como si de un
destello se hubiese tratado, le pareció ver otras pequeñas figuras flotando en
el aire, desvaneciéndose en el mismo instante que el encapuchado, escuchándose
múltiples estruendos breves.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Marek. Inconscientemente esperó unos
minutos para asegurarse que nada más aparecería para sorprenderlo. La
temperatura descendió un poco más. La niebla parecía cubrir todo al ras del
suelo. Marek se puso en pie y dio unos pasos hasta acercase al lugar donde
estuvo la figura. La niebla fluía por el suelo como una corriente de agua en un
arroyo cubriendo sus pies y que a cada paso que daba, unos hilillos parecían
trepar por sus pies para desvanecerse al llegar a sus tobillos.
Trató de entender lo que había pasado, pero estaba demás buscarle una
explicación, sería perder más tiempo. Retomó su viaje hacia el Hospicio, cuando
al disponerse a dar el primer paso, el resoplido cálido de un caballo le golpeó
en la nuca. Marek se quedó con el pie en el aire mientras a niebla se elevaba
hasta alcanzar su pie para hacerlo aterrizar con suavidad en el terreno.
Su instinto le decía que corriera despavorido para ponerse a salvó, pero le
fue imposible no querer voltear para saber que era aquello que se encontraba
tras de él. Dio un salto hacia adelante, realizando una pirueta apoyando ambas
manos en el suelo para terminar con un giro en el aire. Esto le permitió
alejarse por lo menos unos tres metros de aquello que había aparecido,
permitiéndole adoptar una mejor posición, facilitándole desenvainar su arma y
ponerse en guardia.
Frente a él, un gran caballo negro azabache agitaba la cabeza con mirada
salvaje y blanquecina, como si quisiera arrancar la marcha, mientras sus cascos
brillaban con fuego cada vez que golpeaban el suelo. Sus grandes fosas nasales
se ensanchaban expulsando humo. Sus labios estaban retraídos por las riendas,
dejando al descubierto sus dientes, dibujándole una macabra sonrisa.
Sobre el caballo, un jinete corpulento vestido en ropajes negros y plata.
Su oscura capa de cuello alto flotaba tras de él. Sus botas color ébano brillaban
junto con sus espuelas y estribos de plata. Con su brazo izquierdo sujetaba las
riendas, en lo alto y tensadas por el movimiento del caballo, conteniendo su
marcha.
El terror se apoderó de Marek al ver que sobre los hombros del jinete no
había cabeza.
+++
La joven trató de calmarla, pero Nicoleta sonaba bastante alterada y no
parecía entender razones. Desde el último ataque recibido en el hospicio
tomaron medidas de que nadie pudiese ver directamente a Larshela. Por lo que,
dadas las circunstancias, no le permitirían ingresar.
Nicoleta volteó a ver nuevamente a la calle, la neblina cubría todos los
caminos, sin embargo, en esta oportunidad logró divisar una figura que se
acercaba a gran velocidad hacía ellas y que conforme se acercaba, se le hacía
particularmente familiar.
- ¡ABRÁN LA PUERTA! ¡DEJENNOS ENTRAR! – Marek corría
desesperadamente hacía el hospicio, viendo una figura de pie en la entrada,
cuya vestimenta le permitió reconocer a Nicoleta. Sentía que las piernas le
quemaban y mientras sus pies se movían lo más rápido que nunca antes en su vida,
lo que le causaba un intenso dolor, pero sabía bien que eso no sería nada si es
que el jinete lo alcanzaba.
Era un estruendo tras otro, como si una tormenta se hubiese desatado
repentinamente frente a ellos. Los ojos de la joven Sulemi se abrieron como
platos al ver que tras aquel hombre a la distancia se aproximaba una leyenda
urbana hecha carne y hueso. El pánico se apoderó de ella retrocediendo con una
expresión de horror en el rostro. Aprovechando la oportunidad, Nicoleta empujó
a la joven y entró en el hospicio, abriendo la puerta lo suficiente para esperar
a aquel hombre. Sin embargo, por la cercanía de la imponente y terrible figura,
no estaba segura de sí aquel hombre pudiera lograrlo.
Por unos segundos se vio tentada a cerrar la puerta y dejarlo a su suerte.
El tiempo pareció ralentizarse frente a sus ojos, viéndolo suspendido en el
aire moviéndose muy lentamente mientras se esforzaba más allá de lo posible para
salvar su vida.
- ¡CONTINÚA¡¡CONTINÚA! – gritaba en su cabeza.
Marek cruzó la puerta como un bólido. Nicoleta dio un portazo y corrió los
cerrojos para asegurar la puerta. Retrocedieron varios pasos, esperando que el
portón soporte y mantenga a aquella criatura fuera. Un silenció mortal cubrió
el lugar.
- ¿QUÉ ES LO QUE SUCEDE AQUÍ? – la voz de Larshela retumbo en el
lugar rompiendo el silencio, lo que hizo saltar tanto a Nicoleta como a Marek,
mientras la joven Sulemi se desmayaba frente a ellos.
De repente unos potentes golpes hicieron retumbar el lugar de tal forma que
el marco del portón de entrada crujió dolorosamente, formándose una nubecilla
de tierra y astillas, lo cual logró sobresaltar a todos los presentes.
La tensión en el aire podía cortarse con un cuchillo y la espera se hizo
casi eterna, pero al final, lo habían logrado y la calma retornó lentamente.
///
Nicoleta ahogó un grito de sorpresa al ver que la habitación en la que había entrado estaba ocupada. Skyp levantó la mano con intención de calmarla mientras que con la otra mano se llevaba el dedo índice a los labios para indicarle que no hiciera ruido alguno y delatase su ubicación.
Marek, se encontraba en una difícil situación, pues de los tres, él era el
único en ese lugar que había sido invitado formalmente. Skypper era un viejo
colega que al parecer requería de sus habilidades y la señorita presente era
una dama en apuros que necesitaba su ayuda. Antes de que pudiese idear algo ingenioso
que lo pusiese en una posición de ventaja, la mujer, que llevaba ambos botines
de tacón sujetos en una mano, se abrió paso entre ambos sin hacer el menor
ruido. Se acercó a la ventana, asomándose sigilosamente para ver si alguien vigilaba.
Skyp y Marek se miraron, asintiendo con la cabeza mientras levantaban una ceja
en señal de inesperada conformidad.
Nicoleta, metió ambas botas en un bolso de tela roja con rayas
entrecruzadas o ¿eran cuadros?, sorprendentemente ambos ingresaron sin mayor
inconveniente a pesar de parecer mucho más pequeña. Abrió la ventana de par en
par. Marek se disponía a darle el alcance con la intención de atajarla antes de
que tome alguna decisión, pero en ese momento, la atención de ambos colegas fue
atraída hacía la puerta, donde la perilla comenzó a moverse nuevamente, traqueteando
insistentemente, como si alguien quisiese entrar a la fuerza.
Al retornar la atención a la ventana, una fugaz figura desaparecía en el
aire. Nicoleta había saltado desde el segundo piso. Marek corrió angustiado, sorprendido
al ver lo que había hecho la temeraria mujer. Afuera todavía estaba oscuro, aún
faltaban unas horas para el amanecer. Abajo, el lugar estaba rodeado de
jardines y fácilmente pudo haber caído en uno de los densos arbustos. La puerta
comenzó a ser golpeada con fuerza.
+++
Sus órdenes eran claras, capturar a la mujer y llevarla a la cámara húmeda
para hacerle algunas preguntas. En su cabeza, le pareció gracioso el hecho que
ni siquiera el presumido de Giovanni podría intervenir esta vez, pero la gracia
se le esfumó al recordar que ella fue capaz de evadirlo. Si se le escapaba,
Lady Fiorentine se enojaría con él.
Le pareció que había ingresado en esta habitación, pero debía asegurarse. Tomó
la perilla y trató de entrar, pero la puerta estaba cerrada. Traqueteó con la
perilla con cierta fuerza ante la frustración. Golpeó fuertemente la puerta,
pero nada. En el momento en que se lanzó para embestirla, la puerta se abrió,
dando paso a un sorprendido Salvio Gravano, tropezando con la alfombra y
cayendo de bruces en el piso. Se puso de pie tan rápido como pudo para hacerle
frente al pequeño hombre que estaba parado al lado de la puerta. Marek
sorprendido se quedó mirando al inmenso hombre calvo que se elevaba por encima
de su cabeza.
- ¿Dónde está la mujer? – bramó con voz ronca y potente, con
aspecto de toro en dos patas.
- Desconozco de que me está usted hablando. Y le exijo una explicación
ante esta intrusión y violencia. Soy un invitado de Don Vito a través de su
hijo Giovanni, para atender negocios importantes y toda esta batahola no me ha
permitido conciliar el sueño como es debido. –haciéndole frente al
enorme sujeto, recriminándole su actitud.
Salvio lo miró desde lo alto y barrió la habitación por encima suyo. Un ligero
pinchazo de inquietud en su nuca le decía que la mujer parecía no estar allí y
que debía darse prisa antes que la situación se ponga mucho peor. Volvió a
mirar a Marek directamente a los ojos, escrutando minuciosamente a un maestro
del engaño, pero, aunque no estaba del todo convencido no debía perder más
tiempo.
Salió a trompicones de la habitación sin mediar palabra alguna. – Don
Giovanni sabrá de este atropello en cuanto lo vea. – recalcó Marek
haciendo uso de sus habilidades para que la voz no se le quebrará por la risa,
azotando la puerta para reforzar su molestia.
Poco le preocupaba a Salvio el tener que lidiar con los amigos de Giovanni.
Ahora tenía mayor prisa en ubicar a la mujer.
+++
Una risita burlona se escuchó entre las sombras – Por un momento pensé que no lo
lograrías – dando dos palmadas en reconocimiento a su esfuerzo.
- Bueno, no debemos perder más tiempo. – replicó Marek. Skyp estuvo
de acuerdo dándole una palmada en el brazo, respondiéndole. - Sus
planes siguen en marcha, pero no tengo idea que será lo siguiente en su agenda,
pero es un hecho que buscaran llamar la atención de Ivan. Lo sucedido con Nicoleta
es muestra de que están cortando cabos sueltos, veré qué más puedo averiguar y
de qué forma ayudarla. Incluso tú mismo podrías formar parte de sus
maquinaciones o ¿pensabas que los ricos eran realmente “nobles” de fiar?
– la mente de Marek evocó el recuerdo de la gran puerta roja y su madre.
- Busca a tus amigos en el Hospicio, vas a necesitar su ayuda si es que
necesitamos hacer frente a toda esta intriga. Y recuerda… No confíes en nadie.
/ / / FIN DEL CAPITULO 3 / / /
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Sabía bien que lo encontraría en este lugar, pero no esperaba ser tan
descuidado como para caer en una de sus trampas. Con dificultad trató de
observar los cortes en sus brazos y piernas, eran de consideración. Las sogas
que lo sujetaban de los tobillos, lo mantenían colgado de cabeza a una altura
de metro y medio del piso, desangrándose, como si se tratase de una simple res
en una carnicería. ¿A esto había llegado?, ¿este sería su final?
Lo que más lamentaba era no poder cumplir con la promesa que le hizo a su
amada antes de partir en esta búsqueda, pero ambos conocían bien los riesgos.
Alguien se acercaba, al parecer pisaba sobre un piso encharcado,
posiblemente sobre su sangre.
- Así que ha esto hemos llegado. Vencido y derrotado por un torpe descuido.
¡Que patético! – la decepción en la refinada voz era notoria. El delgado
y pálido sujeto, de larga cabellera platinada y ojos color purpura, camina
alrededor de Basile. Vestía finas prendas, lo que denotaba su posición adinerada.
- Lamento decepcionarlo Barón, pero entenderá que tenía la cabeza en cosas
más importantes. – mostrándole una sonrisa burlona, para recibir en
respuesta un duro golpe en el rostro, lo cual le partió el labio y laceró su
mejilla, para continuar sangrando.
- Lo mejor de todo esto es que ya no tendré que volver a escuchar tu
burda socarronería. – el sujeto sacó un pañuelo para limpiar su mano y sus anillos.
– Este
es el adiós Basile Vernier. Que tu alma se pudra en el averno.
- Nos vemos pronto Barón -
volvió a sonreírle con los dientes manchados en rojo. Por la expresión de
desagrado del Barón, una fría duda se atenazó en su marchito corazón, ¿se
referirá a verlo en el averno o que lograría escapar de esta situación para
volver hacerle frente? Lo miró por unos segundos más y descartó la absurda idea
para alejarse de él.
Basile no dejaba de sonreírle de forma casi maniaca.
+++
Patrick hizo una pausa, cerrando el libro de lomo azul que estaba leyendo. Por
lo poco que había logrado leer, narraba la historia de una especie de
investigador poco ortodoxo que va tras la pista de unos asesinos.
Este era uno de los libros que le habían dejado en la silla. En su
tapa rezaba “Sonata Nocturna por Pyot Mezznatt”.
Algo le resultaba extraño.
///
Se encontraron de vuelta en su oficina, del otro lado del escritorio, bajo la mirada inquisitiva de Larshela, quien mantenía cruzadas sus manos encima del escritorio. Sus brazos se encontraban vendados hasta las manos. La joven Daleska se encontraba a su lado, asistiéndola en lo que ella necesitase.
Larshela exhaló en notoria señal de zozobra. Sin la cofia que habitualmente
le cubría la cabeza se le veía muy distinta, la cual le disimulaba una larga
cola trenzada de cabello ensortijado, que le caía por el hombro izquierdo. – Me
alegro de ver que se encuentran mejor. Lamentablemente, esta buena noticia se ve
ensombrecida ante un panorama aciago. Los recientes acontecimientos nos han
puesto nuevamente bajo una sombra siniestra, dando pie a constantes ataques
contra los miembros de esta comunidad. Nos vimos obligadas a tomar ciertas medidas
que nos permitan mantenernos seguras, pero desgraciadamente las cosas no resultaron
como esperábamos. – hizo una pausa, llevándose una mano a la frente.
Exhaló pesadamente, juntando nuevamente sus manos en la mesa. - No
paso mucho tiempo para que a ello se sumase la persecución de un grupo clandestino
de fanáticos, seguidores del Lawgiver, guiados por una monja demente que se
hace llamar Hyrwen. Solo buscan erradicarnos a cualquier costo. Intentamos
solicitar ayuda a las autoridades, pero fue inútil, pues los mercenarios que se
hacen llamar agentes del orden, ya habían sido “dispuestos” para apoyar a los
clérigos de Ezra para ayudarlos en sus festividades peregrínales. Es un infortunio
tras otro, que de seguir así nos llevará a todos a nuestras tumbas…y ni así
creo que vayamos a estar tranquilos. Todo Borca es prácticamente propiedad de
los Gemelos y ni los muertos pueden descansar en paz sin desligarse de los
impuestos.
Los cementerios solo mantienen los cuerpos de los difuntos por cinco años,
debiendo renovar el pago de alquiler por el espacio. De no ser así los cuerpos
son exhumados, limpiados y colocados en fosas comunes, colocándose solo su
nombre y fecha de fallecimiento en un poste negro. Por esta razón algunos cadáveres
son enterrados en los mismos terrenos familiares y en el caso de algunos nobles,
se encargan de construir criptas.
Como les comenté en algun momento, este lugar nos fue donado por unos
nobles, incluyendo los terrenos aledaños. La capilla que usábamos para honrar a
Hala antes era utilizado como un mausoleo. Cuando nos entregaron los terrenos,
el mausoleo ya estaba desocupado y nos encargamos de limpiarlo y acondicionarlo.
Sin embargo, no imaginábamos que existieran pasajes secretos que condujeran a
un lugar subterráneo. Encontramos los muros del lugar derrumbados conduciendo a
una serie de cavernas. De esta forma es que logramos dar con ustedes, en muy mal
estado. Procedimos a atenderlos en ese lugar, logrando estabilizarlos para
llevarlos posteriormente al hospicio. Fueron tres largas noches.
Los cadáveres que encontraron en la caverna eran antiguos, posiblemente de ataúdes
que fueron escondidos y abandonados en esta antigua cripta familiar por los
dueños, que al parecer no quisieron asumir el costo de llevárselos. Sin
embargo, la cantidad de cadáveres que encontramos, era mayor al espacio que la
vieja cripta podía albergar, percatándonos que varios de estos cuerpos estaban
relativamente frescos, por lo que se tratarían de víctimas recientes.
El lugar conectaba con el pantano, cerca al puente del portal del Amanecer.
Sin embargo, el rastro de roca fundida nos extrañó a todos al ver que apareció
de la nada para atravesar un muro y salir por la capilla, que fue por donde
ustedes descendieron. – Larshela se detuvo y miró a Daleska haciéndole una señal. Ella salió de
la oficina y regresó unos minutos después con tasas e infusión caliente de
hierbas.
- Los siguientes días nos vimos en la necesidad de enviar a todos los
miembros posibles a otros hospicios para minimizar riesgos, pero los heridos de
los incendios continuaban viniendo pidiendo nuestra ayuda, especialmente
aquellos con bajos recursos. No podíamos dejarlos de lado.
Hace dos noches recibí noticias que se preparaban para irrumpir a la fuerza
nuestro hogar y someternos a juicio público como viles delincuentes. Como verán
las cosas no están bien para nadie en este momento. – la conversación se vio interrumpida con
el ingreso presuroso de otra joven a la oficina de Lershala - Hermana,
disculpe la intromisión, pero hay personas en la entrada que exigen su
presencia.
Larshela los miró con notoria preocupación y algo de culpa – Necesitamos
su ayuda, una vez más. -
///
Dio un sorbo a su bebida, dejándola por unos segundos a la altura de sus labios, como meditando algo. Bajó el tarro para colocarlo con delicadeza sobre la mesa, como tratando de no llamar la atención. La giró sobre su base mientras observaba al resto de la clientela dedicada a sus asuntos.
- Ya hice el contacto, nos esperaran en el cruce con la vía del Hechicero para dirigirnos a Hazlan lo más pronto posible. De ahí haremos el intercambio para continuar hacía el siguiente reino más al sur. Debemos darnos prisa pues hay señales de tormenta y conforme avance la noche se hará más intensa. – miró a los lados acomodando su capucha para que dificultar ser reconocido.
Edmond tomó el mapa donde se encontraba trazado su recorrido. El plan inicial había fracasado y debían escapar rápidamente antes que los agentes del conde los alcancen. Si bien tenían dudas respecto a los gitanos, no les quedaban muchas opciones que considerar.
Gunthaer alertó a los otros miembros del grupo, pero no obtuvo respuesta, lo que le hizo pensar que no lo habían logrado. Sin embargo, debían continuar con el plan. Al menos uno de ellos debía escapar para dar aviso de lo sucedido y poner a salvo el objeto.
Pagaron la cuenta y se arroparon bien para emprender su escape. El viento frio de la montaña arreciaba. Montaron los caballos y se dirigieron al punto de encuentro.
Un vardo vistani se veía estacionado al lado del camino cubierto levemente por la nieve. Un tipo delgado con un fino bigote y pañoleta en la cabeza se asomó al notarlos venir, dando a aviso a alguien más de su llegada.
- Darse prisa, la tormenta no da buena señal y debemos haber partido hace algo de tiempo. - Sus palabras parecían entre mezclarse con un tono que arrastraba las vocales. – ¡Vamos, vamos! –
Conforme se acercaron el vardo lo vieron algo descuidado. Amarraron los caballos junto al que jalaba el carromato para darle mayor celeridad. Entraron en el interior del vardo y se acomodaron para protegerse del frio. El interior no era mejor que su exterior, pues era lúgubre, muy distinto al colorido habitual. El delgado hombre se mantuvo junto con su compañero en el asiento del conductor para ayudarse durante el recorrido. Latigueó dos veces, los caballos relincharon y comenzaron andar.
El viento soplaba fuerte, sibilante, como augurándoles un viaje aciago. El camino parecía hacerse más complicado de transitar pues el vardo se zarandeaba de un lado al otro con fuerza, hasta que pasado varios minutos se detuvieron.
Gunthaer, le hizo una señal a Edmond instándolo a estar alerta mientras él se disponía a salir para averiguar lo que sucedía. Al salir, vio que los caballos parecían confundidos ante el fuerte viento mientras la nieve revoloteaba dificultando la visión.
Pasaron varios minutos, lo que inquietó a Edmond, motivándolo a salir al no recibir señal de su amigo. Empuñó su arma. La visión era difícil, pero a escasos metros se veía a dos hombres atacar violentamente a otro que yacía sobre la nieve, la cual que se iba tornando roja.
Entendió que habían sido emboscados y que los gitanos los habían engañado. Al verlos acercarse, en sus rostros una expresión maligna se dibujaba desfigurando su oscura piel. No eran Vistanis, al menos no los que normalmente conocía, sino parias, gitanos expulsados de su clan por ir en contra de sus costumbres y llevar a cabo terribles actos.
Sujetó su espada y se lanzó a combatirlos. Lamentablemente fue superado y herido de gravedad. Justo cuando se disponían a ultimarlo, un terrible quejido se escuchó en el viento, incrementándose y uniéndose otros más. De repente vio como de entre la nieve y la ventisca aparecieron varios cadáveres putrefactos lanzándose contra ellos.
Su visión se volvió borrosa, cayendo en una absoluta oscuridad, mientras escuchaba al viento aullar sumado con los gruñidos de los muertos.
- Miren, miren, lo que he encontrado. – escuchó una voz siniestra que parecía encontrarse cerca a él, mientras la muerte rondaba cerca masacrando a los parias.
Sintió unas manos hurgando entre sus ropas. Soltó una expresión de sorpresa como si hubiera encontrado algo. – Ya veo. Supongo que aún no es tiempo. – se hizo una pausa angustiosa para escuchar un susurro muy cerca de su oído – Olvida… -
…
Un grito tomó por sorpresa a Naedrik, Keijo y Patrick, viendo a Edmond también despertar sobresaltado. La palidez en su rostro denotaba otro terror nocturno.
Los vio a todos sentados en sus camastros y solo atinó a decirles – Debo matar a Strahd -
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Despertó sobresaltado en su habitación, la cual le habían ofrecido en la casa de invitados de los Ricci. Se encontraba tal cual como recordaba antes de haberse acostado. Un ruido llamó su atención y notó una sombra moverse en la oscuridad para ponerse delante suyo.
- No imaginé encontrarte en este lugar. No puedo dejarte solo por un momento sin que te metas en problemas, muchacho. – aquella voz rasposa y ese tono burlón era inconfundible.
Skypper “Skyp” Redthorne, el viejo Halfling que lo tomó bajo su tutela durante sus primeros años en las calles de Levkarest, alguien en quien aprendió a confiar sus alocados sueños de poder. Era líder de una pequeña banda llamada el Racimo, un grupo de bribones que se ganaban la vida con trabajos particulares, que otros grupos no aceptaban. Con el tiempo Marek decidió seguir su propio camino, separándose del grupo en buenos términos.
Encendió un fósforo para llevarlo su alargada y bien cuidada pipa de brezo, dándole unas caladas rápidas. La trémula luz iluminó por un instante su rostro, vislumbrando los golpes que le habían propinado.
Skyp le contó en breve que había estado siguiendo las actividades de los Ricci por algun tiempo, desde la pequeña maniobra que hicieron con las joyas "perdidas" durante los amoríos de Fiorentine, la hija de Vito; especialmente dado que su contratista, en ese entonces, tenía negocios pendientes que resolver con ellos. Como bien se sabía, muchas familias nobles mantenían muy de cerca a sus "competidores".
Los Ricci buscan tenazmente en convertirse formalmente en una institución bancaria, lo cual le generaría un ingreso mucho mayor a su patrimonio actual y elevando a su familia a un nuevo nivel. Era sabido que sus intereses se habían diversificados apuntando a varios negocios, pero a su vez, se rumoreaba que habían recurrido a uno de los negocios más peligrosos que existían, la guerra.
Con el tratado de las cuatro torres en vigencia, muchos de los dominios circundantes habían adoptado políticas de defensa constante contra las incursiones del sanguinario Vlad Drakov, lo que los había llevado a gestionar contratos con investigadores para que pudieran fortificar sus fronteras. El patriarca, Vito Ricci, vio la oportunidad de extender sus contactos más allá de Borca y establecer alianzas que le permitan afianzar su poder alejado del escrutinio de los Dislisnya. Por lo que a través de terceras personas había estado subvencionando agrupaciones que abiertamente hubieron causado desmanes en diferentes lugares del dominio. Sin embargo, ahora que estas agrupaciones parecieran haber adquirido demasiado poder, vieron por conveniente deslindarse de sus actividades y no dejar cabos sueltos que los relacionen, de tal manera que ahora apoyarían a los Gemelos para hacer frente a esta amenaza interna y ganarse su confianza.
Lamentablemente, durante su última incursión fueron traicionados y emboscados. Perdió contacto con Wreakon y Rowan no teniendo noticias suyas. Pero mayor era su temor al no saber nada de su joven pupilo Preevat.
De repente, el grito de una mujer interrumpió su conversación. Hicieron silencio tratando de dilucidar lo que sucedía. Un traqueteo se acercaba deteniéndose abruptamente, hubo una pausa y de repente la perilla de la puerta donde se encontraban empezó a moverse como si alguien intentase ingresar. Skyp había asegurado la puerta, como era su costumbre. Marek imaginó la expresión de sorpresa en el rostro de su amigo al ver como la puerta se abrió, dando paso a una silueta presurosa y agazapada, mientras cerraba la puerta con cuidado y ponía nuevamente el seguro. La mujer no se había percatado de las dos personas que ya habitaban en ese lugar.
Skypper la reconoció a pesar de la escaza luz. Nicoleta Boqcur, una joven media elfa, hermosa, protegida de Giovanni Ricci, quien encargaba de administrar los negocios de comercio fluviales para el transporte de grano proveniente de Falkovnia, para abastecer las bodegas de algunos nobles. Los rumores indican que era el interés amoroso de Giovanni, pero al parecer ella no correspondió a sus avances. La posición que ocupaba tenía cierta relevancia y la competencia, leal y desleal, la consideraban peligrosa no solo por el hecho de ser mujer sino porque estaba haciendo un trabajo que sumaba puntos a los Ricci. Cada trimestre Giovanni los reunía para revisar los libros, pero algo inesperado requirió su presencia con mayor anticipación, al parecer había llegado a los oídos de la familia que se estaban desviando recursos con otros fines.
Al parecer, se habían tomado medidas para que no llegase a salvo a dicha reunión para exponer su caso.
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- Estos son más despojos que soldados. Es inútil continuar con ellos y especialmente en estas condiciones – la inquieta voz del encorvado ayudante se hizo escuchar por encima de los ruidos del lugar.
- ¿Pones en duda mis procedimientos? ¿mis métodos? – el delgado hombre en traje militar le respondió con cierta parsimonia, haciendo una pausa como esperando una respuesta que sabía no obtendría, pues sabía muy bien que su asistente cuestionaba todo. Los monótonos golpeteos metálicos parecían formar parte de la tortura.
- Sabe muy bien que es lo que piensa el Kingführer de estas cosas. Nos jugamos el cuello si alguno de sus hombres de confianza se enterase de este plan. Ni siquiera el Ministro consideró tomarlo como uno de sus proyectos, antes nos hubiera colgado de lo más alto de la torre radiante. Solo basta con que algún ambicioso soldado raso tome conocimiento de lo que hacemos aquí abajo. Podemos terminar en la celda más putrefacta de la prisión central, en la arena de los gladiadores o peor aún… - estremeciéndose con solo pensarlo - en sus “jardines” para su deleite. - su mirada furiosa luchó contra la expresión de terror que mostraba, sensación que comprendió muy bien, pues con el tiempo él había logrado disimularlo mejor.
Caminó con el paso firme de un soldado, asomándose por la pequeña ventana que daba hacia la sala de adoctrinamiento. - Solo necesitamos que uno de estos miserables lo logré y veremos los frutos de nuestro sacrificio. – apretando los puños que mantenía entrecruzados en su espalda. - Nuestro éxito está cerca. –
En el interior de la sala un grupo de jóvenes soldados se mantenían entrenando arduamente, bajo el ojo vigilante de un maestro exigente, intolerante al fracaso y cruento en su enseñanza. Uno de ellos cayó mientras realizaba una de las maniobras que practicaban al intentar evitar a uno de sus compañeros. Desde el suelo, veía a los demás detenerse alrededor suyo y adoptar posición firme, mientras una amenazante figura se acercó lentamente mirándolo desde lo alto. Una inexpresiva máscara blanca cubría su rostro, varias líneas rojas recorrían su superficie. El joven no fue lo suficientemente rápido, pues el maestro ya le había puesto el pie en su pecho, haciendo presión para que este no se levante. – La victoria no es lo que enseña, se aprende más con las derrotas y los errores. ¿Y qué es lo que no aceptamos en este lugar? – mirándolos a los demás soldados, respondiendo al unísono a la pregunta de su maestro – ¡LA DERROTA! –
- Que esto sirva de lección para todos. – les dijo a sus alumnos mientras levantaba la pierna del pecho del soldado para golpear fuertemente su estómago una y otra vez.
Keijo se mantuvo firme junto a sus demás compañeros, mientras el joven caído era aleccionado. Cuando la sangre comenzó a brotar por la boca de su compañero, Keijo cerró los ojos por unos segundos para no continuar viendo, especialmente sabiendo que fue su culpa por la que su compañero trastabillo y cayó.
...
Abrió los ojos para encontrarse sentado frente a Heinzu en la pequeña cabaña cerca al rio. Tomaba el té en ese momento, por un instante una gran rabia lo embargo, pero, así como llegó se fue. Intentó preguntarle algo, pero la inseguridad lo detuvo. Heinzu se percató y continuando con su ceremonia le dijo. – Si preguntas ahora, sentirás vergüenza tan solo un momento. Si no lo haces podrías sentir vergüenza toda la vida – colocando la tetera en el fuego.
Se armó de valor y articuló su inquietud de la mejor forma que pudo - Maestro, ¿Por qué combatimos? Me enseñas a combatir, pero siempre me hablas de paz. ¿Cómo es posible eso? – dejando la tasa a un lado e inclinándose levemente hacía adelante esperando su respuesta.
- Va a llegar el momento en que va a ser mejor ser un guerrero en un jardín, que ser un jardinero en una guerra. – tomó un sorbo de su té y dejo la tasa a un lado. Se puso de pie y continuó, pero el tono de su voz se tornó sombría. - Sin embargo, cuando hayas de golpear, hazlo de tal manera que tu enemigo no sea capaz de regresarte el golpe. – se giró, dándole la espalda, para mirar el bosque que los rodeaba.
Keijo, aún con el recuerdo del soldado caído y el sentimiento de culpa, replicó – ¿Y la piedad, Maestro? ¿No hay lugar para la misericordia? – un intenso dolor se manifestó en su estómago. La tetera comenzó a hervir, emitiendo un largo e incómodo pitido. El vapor se hizo más y más denso, cubriendo el lugar con una cálida bruma blanca. La voz de Heinzu se escuchó desde la niebla cuyo tono se había vuelto más agresivo y siniestro - La lluvia solo es un problema si no te quieres mojar – una cabeza se asomó entre la niebla, portando una máscara blanca con una mueca burlona, de su boca brotaban dos filas de colmillos y de su frente sobresalían dos cuernos de color rojo – Está en camino y viene por ti. -
...
Keijo se puso rápidamente en pie adoptando posición defensiva. Estaba en desventaja pues no contaba con su equipo habitual, sin armas ni armadura, solo con prendas mínimas y unas cuantas vendas. Tan inexplicable era para él su situación, pues no comprendía como la vieja cabaña había vuelto a cambiar a un amplio salón a mitad de la noche. Naedrik y Patrick lo veían preocupados desde los camastros en los que se encontraban, aunque la expresión en sus rostros le resultaba más comprensiva que de reproche.
///
Una joven parecía oculta entre las sombras, como buscando llamar su atención, saltando de repente a la pálida luz nocturna que parecía enfocarla, como si hubiese salido a un escenario. Elevó una pierna formando una especie de arco apoyando su pie a la altura de su otra rodilla, elevando los brazos para formar un circulo juntando en lo alto las puntas de sus dedos. Estiró rápidamente la pierna arqueada impulsándose hacía un lado, dando un grácil salto digno de un cervatillo, lo que dio inicio a una danza entre luz y oscuridad. Llevaba un traje cenizo ceñido al cuerpo, delineando su bien definida figura, elaborando una serie de movimientos que cautivaron su atención, dejando de lado toda la conversación que se desarrollaba a su alrededor, entre el grupo y la monja. Una leve punzada en la base de la nuca lo distrajo, mirando de vuelta a los demás que parecía no haberse dado cuenta de lo que sucedía delante suyo. Hizo un ademan intentando llamar su atención, pero no tuvo respuesta, hecho que no evitó que se pusiera en pie para dirigirse hacía aquella hipnótica figura danzante. La puerta se abrió dejando salir a la doncella, dibujando un rastro oscuro a cada paso que daba. Él la siguió.
Nuevamente otra punzada en su nuca. Cierta inquietud empezó a deambular en su cabeza, empujando sus ideas tratando con dificultad de ocupar un mayor espacio racional conforme seguía a la doncella, pero no fue suficiente. Lo condujo hacia la Mansión Cooper.
Atravesó el marchito y espinado jardín, llamando su atención la derruida imagen de Ezra, podría jurar que por una fracción de segundo pareció moverse para mirarlo. Cruzó la entrada y se tomó unos segundos en el vestíbulo pensando en la razón por la que lo habría traído hasta aquí. La joven dio un salto sobrenatural atravesando el vestíbulo para entrar en la biblioteca. Lo guiaba a algun lado. Patrick se detuvo en la entrada contemplando el desorden de libros por todas partes.
Un ruido llamó su atención, dirigiendo la mirada hacía el escritorio, algo parecía moverse detrás, como si se estuviese intentando esconder. De unas zancadas se dirigió a ese espacio, no encontrando a nadie. Cuando se disponía alejarse, la silla se movió sola pegándose a la pared y unos brazos pálidos salieron debajo del escritorio extendiéndole un delgado libro de lomo dorado.
Se apoyó sobre el libro y mirando debajo del escritorio la figura de Gwoan se desvaneció. El título del delgado libro era Aerthum El Hombre de Campo de Briers Amber.
- “Narraba la historia de Aerthum un pastor de ovejas que todos los días llevaba a su rebaño a pastar por la campiña, a tomar agua del riachuelo que provenía de las colinas. Daba gracias a Zukala Koth por la buena ventura que le otorgaba, postrándose en su gruta altar. Todos los días tocaba una dulce melodía con su flauta de caña para deleitar a su dios y apaciguar al rebaño. Un día llegaron las lluvias y como si se tratase a de un castigo divino, los ríos se rebalsaron, inundando las tierras y arrasando con todo a su paso.
Aerthum corrió hacía la gruta altar de Zukala Koth para rogar por su ayuda. La lluvia se detuvo, los cielos se abrieron y los ríos se retiraron a sus cauces. Con la llegada del sol, Aerthum salió con su rebaño a pastar como todos los días, pero en el camino contempló la destrucción que las lluvias habían causado.
En su mente no cabía el concepto de la muerte, sumergiéndolo en un profundo pesar, descuidando a su rebaño. Pasaron los días y se sumergió más y más en su oscuridad, hasta que delante de él apareció una cálida y potente luz. Una doncella apareció frente a él extendiéndole la mano transmitiéndole calidez a su corazón. En su rostro llevaba una máscara blanca con una expresión partida de alegría y tristeza congelada. Cuestionó su alejamiento de Zukala Koth más no se lo recriminó, instándolo a ponerse de pie y seguir adelante. Pero la duda ya se había echado raíces en su corazón y no comprendía por que debía adorar a alguien que permitía tanto dolor. La doncella se le apareció en repetidas ocasiones, buscando consolar su dolor de muchas formas, pero al final se alejó al ver que ya no había esperanza, dando paso a que las voces demoniacas susurrasen en su mente.
En recorridos si rumbo, Aerthum encontró a un anciano en una derruida cabaña que necesitaba ayuda, consecuencia de los desastres que azotaban las tierras, en su conversación le explicó que la pérdida de su Fe era la causante de todo este mal. La doncella fue enviada por Zukala Koth, para poner a prueba su determinación como creyente. Él lo sabía pues lo mismo le sucedió y falló, al perder a su familia siendo su fe puesta prueba a través de la doncella dorada.
Ahora se habían encontrado y debía tomar su lugar para esperar a su sucesor y ponerlo a prueba por última vez para saber si podría continuar o no con su camino. Las voces en la cabeza de Aerthum lo confundían, indicándole que el anciano solo quería engañarlo y matarlo, incitándolo a tomar la iniciativa. Aerthum cedió a las voces y se dejó llevar, cegado por la ira mató al anciano lanzando su cuerpo al rio. A la distancia vio a su rebaño alejarse y en el centro la doncella resplandecía mirándolo con su gélida expresión ambivalente de siempre. Aerthum con cierta excitación se dispuso a darle el alcance para darse cuenta que algo lo retenía, impidiéndole alejarse de la ruinosa cabaña. Había fallado.”-
Un extraño símbolo estaba dibujado al final del libro. Una risita como de ratón llamó su atención, viendo a la doncella bailarina asomada por la puerta que conducía al vestíbulo. No estaba muy seguro de querer seguirla, pero algo le decía que no lo hiciera. De repente algo lo sujeto de los tobillos, unos pálidos brazos como de adolescentes, jalándolo debajo del escritorio donde antes había visto a Gweon.
El sobresalto lo levanto del camastro, encontrándose en el Hospicio de la Mano Misericorde. Naedrik conversaba con una de las brujas o monjas, o como quisieran llamarse. Ellas voltearon a verlo, preguntándole si se sentía bien. Él hizo ademán de que todo estaba bien y que no debían preocuparse.
Revisando su lecho, vio una silla a su derecha, bastante cerca, descubriendo dos libros uno encima de otro, uno con lomo dorado, el cual reconoció rápidamente, debajo otro con lomo azul y al final, pasando desapercibido una pequeña libreta de cuero marrón.
Quellandra, le comentó a Patrick que esos libros los había dejado un delgado joven demacrado que durante el tiempo que estuvo en recuperación, se sentaba al lado de su cama y se los leía.
///
Abrió los ojos, contemplando la oscuridad que le cubría, mientras un aleteo lejano se iba desvaneciendo en una cacofonía de graznidos, dando paso a múltiples gritos de terror. Su visión se fue adaptando a la mortecina luz del lugar, la cual se filtraba por los ventanales a medio cubrir, mientras el viento revoloteaba las cortinas conjurando entes fantasmagóricos en el subconsciente. Se sentó en el camastro recogiendo sus mangas, revisó sus brazos, hurgó en su pecho y sus piernas bajo las mantas, buscando las marcas dejadas por las afiladas garras y dientes. Sus heridas habían sido atendidas y sanadas. Sin embargo, la reminiscencia del dolor aún le escocia en la piel como un inconsciente recuerdo de su cercano encuentro con la muerte.
Si bien su cuerpo pareció haber sanado, su cabeza era otra historia, pues en su mente muchos recuerdos se mezclaban como en un torbellino de vidas pasadas y ajenas. Sin embargo, los violentos recuerdos de su fatídico encuentro bajo la capilla de Hala fueron ganando terreno. Atrás quedó el opresivo y deplorable entorno de Sithicus, las carbonizadas estructuras de la espeluznante Fortaleza Nedragaard, su siniestro y escalofriante gobernante, así como sus terribles esbirros y sus deprimentes habitantes. ¿Qué fue lo que había pasado? ¿Todo había sido un sueño o mejor dicho una terrible pesadilla?
Los sonidos de unos pasos le trajeron de vuelto a su sitio, contemplando a una delgada y pálida mujer vestida de blanco que sujetaba una porta velas en una mano y con la otra trataba de proteger la llama evitando que esta se apague inadvertidamente.
Las sombras que se formaron distorsionaron su aspecto de formas grotescas, pero conforme se acercó sus facciones se fueron afinando permitiéndole identificar, con cierto alivio, a la Hermana Quellandra, recordando que ella fue quien los estuvo atendiendo en su momento más vulnerable.
- ¿Están ustedes bien? - les preguntó la débil y algo melosa voz, tratando de disimular la emoción que sentía de verlos reaccionar. – ¿Necesitan que los ayuden con algo? Le voy a dar aviso a la Hermana Larshela, me indicó le avise en cuanto recobrasen el conocimiento. -
///
Las nieblas de invierno descendían sobre la tierra cubriendo el bosque enfermo, lo que ponía en alerta a todos pues las incursiones de las criaturas se incrementaban aprovechando las circunstancias. El viento arrastraba una melodía melancólica sumiendo todo en un ambiente aciago, presionando tanto los corazones, como sus gargantas, como presagiando un funeral.
Naedrik colocó un bloque de madera sobre otro, sumando una cuarta torre en su nuevo intento de levantar un castillo tan imponente como los de las tierras altas, aunque sea pequeño. Levantó la mirada por encima de su rustica maqueta, viendo a sus padres conversar con cierta preocupación. Oghmara vio de reojo a su pequeña, percatándose que los veía. Tomó a su esposo por las manos con la intensión de transmitirle tranquilidad mientras le señalaba con la mirada a su hija.
Ya antes los había escuchado discutir, pero la situación no parecía mejorar con el tiempo. Las sangrientas incursiones eran cada vez más frecuentes y el avance de la plaga se esparcía. Un grupo de sus soldados había avistado la aparición de aquella elusiva aberración que había cobrado varias vidas, pero la frustración en el rostro de Roeghard era obvia. Buscaban la forma de tomar medidas para hacer frente a las constantes amenazas y las cuevas en las montañas no los mantendrían a salvo por mucho tiempo.
Eso sin contar las reiteradas luchas internas encabezadas por Delwrym.
Su Madre era de la idea de hacerles frente directamente y erradicarlos, pero su Padre pretendía continuar con la búsqueda de los Ancestros. Aunque si bien, era el interés de los clanes lograr un equilibrio en la tierra, los medios distaban ampliamente de conseguirlo.
Oghmara se acercó donde ella le tomó de su mano, llevándola a su vientre. La cicatriz en su brazo izquierdo le ardía levemente. Lágrimas negras surcaron su rostro mientras continuaba sujetando firmemente su mano, presionándola a su vientre. Un frio comenzó a recorrer sus dedos, saltando a su mano, luego a su antebrazo, que para su sorpresa parecía estar siendo engullido en el cuerpo de su madre.
La expresión de pena en su rostro cambió drásticamente, distorsionando sus facciones grotescamente. Su boca se abrió ampliamente, dando paso a un oscuro foso, pestilente e insondable, con la intención de tragársela. Era una de ellos, los goblyns habían invadido el lugar, tomado el control de ellos, eran las mismas criaturas que los habían atacado bajo la capilla de los seguidores de Hala, pero que hacían tan lejos, que hacían en estas tierras. El poder de Delwrym era tal que ¿ahora era capaz de controlarlos?, ¿los había enviado para terminar lo que ella no pudo?
Naedrik forcejeó con la criatura mientras del interior de sus fauces algo estaba saliendo entre el crujir de huesos y el desagarro de carne, un conjunto de ramas secas ennegrecidas crecía, unidas a dos delgados troncos, como si se tratasen de dos brazos marchitos con garras alargadas.
Estiró ambos brazos tomándola por el cuello, enredándola entre ramas y enredaderas que brotaron de varias partes. Naedrik, dio un fuerte y extenso grito, que fue apagado al ser enterrada entre montones de ramas y plantas.
De repente un poderoso rugido resonó. Un imponente oso pardo se levantó entre las ramas y enredaderas, arrancándolas con sus poderosas garras. Se abalanzó contra los goblyns destrozándolos sin contemplación. Sin embargo, seguían avanzando contra ella sin detenerse.
La cueva retumbó, haciendo saltar a todos los goblyns, los cuales salieron corriendo espantados.
La cicatriz en su brazo izquierdo comenzó a quemarle intensamente. La abominación con la que se enfrentó hace algunos años hizo su aparición delante de ella.
///
Marek, cayó de rodillas en el ennegrecido, frio y rocoso piso del salón. Extendió los brazos de par en par. - Maestro has despertado por fin. Estamos aquí para servirte. – inclinando la cabeza en señal de sumisión.
- No me cabe duda sirviente, pero, aun así, no han justificado esta
insolencia. Hablen ahora o perezcan sin más para formar parte de mis huestes. –
su voz resonó en todas direcciones para clavarse directamente en su cabeza como
promesa de un castigo por venir.
- Maestro, es un desperdicio para el mundo que alguien de su
magnificencia este contenido en sus propios sueños y pesadillas. El destino de un ser tan poderoso como usted
es gobernar estas tierras, aquellas más allá del horizonte incluso aquellas más
allá de las brumas. Usted debe gobernar a todas las razas, y no solo a esas
patéticas criaturas llamadas elfos. Déjenos ser sus heraldos, proclamaremos en
todos los reinos que Lord Soth de Sithicus ha despertado, oh pueblos sírvanle o
sufrirán su ira. – gotas frías de sudor surcaron la frente Marek, mientras
esperaba que su albur funcione.
Soth, los observó por unos segundos, mientras
los demás se hincaron servilmente imitando a Marek. Sus fulgurantes ojos
naranja se entrecerraron analizando la situación. – Este lugar no merece mi atención,
pues mi permanecía aquí es una afrenta a mi destino. Por mí, este lugar puede
irse al mismo averno con todo y sus habitantes, pero hay cuestiones más
urgentes que requieren mi atención en este momento. – elevó su enguantada mano
en una señal que reconocieron de inmediato, envuelto en llamas y dispuesto a
chasquear una vez más los dedos. El calor se hizo notorio en el lugar y en la piel
de todos.
- Tráiganme a Kitiara y veremos realmente si son tan capaces como
hasta ahora. – el fuego en su mano se extinguió, dejando entrever unos hilillos
de humo esfumarse entre sus dedos. – ¡Escudero! – retumbó el salón con la voz
de caballero oscuro – ve con ellos y asegúrate que mis ordenes se vean
cumplidas. –
De entre las sombras se vio aparecer al pequeño y salvaje enano con
el que se habían enfrentado en un principio al llegar a estas tierras. El
extraño licántropo enano-tejón, con furibunda mirada los repasó a cada uno,
gruñéndoles, mostrando sus ennegrecidos colmillos. Era obvio que no se
encontraba muy contento con la idea de tener que ayudarlos, especialmente sabiendo
que tenían cuentas pendientes entre ellos.
El enano se acercó hacía la escalinata que conducía al trono de Soth,
para hurgar entre los restos de algo (o alguien) que pareció haber sido quemado
hacía algún tiempo. Un medallón cuya forma aparentaba tener la forma de una
flor, una rosa, que colgaba de una cadena ennegrecida. Los restos de bastón de
madera cuyo extremo se bifurcaba en forma de una V, sobresalía de entre esos
restos.
Azrael, tal como decía llamarse el enano, ordenó dirigirse a Har-Thelen
para buscar a los elfos que ellos habían ayudado anteriormente. Al parecer,
habían comenzado a recobrar la memoria y podrían ponerlos en camino a la dama
azul.
Con el despertar de Soth, la destrucción en Sithicus se había
detenido, los temblores de tierra habían cesado y las grietas comenzaron a
cerrarse.
Al llegar a la ciudad, sus habitantes estaban menos desorientados,
pero al verlos llegar su xenofobia permanecía inamovible, mostrándose
evidentemente incómodos con su presencia, que de no ser por la presencia de Azrael,
el escudero de Soth, los hubieran sacado de la ciudad a empujones.
En su recorrido una mujer se acercó al grupo y con notoria renuencia
se dirigió a Marek, quien la reconoció como Hethanna, la Elfa a la que salvaron
de Azrael y sus esbirros.
Con cierta torpeza, le acercó un paquete envuelto en una tela sucia
y mal oliente, que sin esperar más tiempo para que lo tome, se lo aventó prácticamente
a sus manos, para alejarse rápidamente y evitar las miradas juiciosas de sus
pares.
Marek logró tomar con agilidad el paquete evitando que este cayera. Percibieron
la mirada de todos los que se había percatado de la maniobra que había
realizado. Sin mayor consecuencia, guardó el pequeño paquete alejándose de la
vista inoportuna, siendo seguido por los demás para descubrir el contenido del
misterioso obsequio. Un rugido los despabiló a todos, al momento que Azrael
gritó - A correr duendes. A continuar con sus patéticas vidas en otra parte –
Marek abrió el paquete, más con temor que con cautela, para
encontrar una pequeña caja de madera con diseños elfos. En su interior una mata
de pelos negros acunaba unos largos y sucios piezas largas de aparentes cuarzos
blancos.
Una vez a buen recaudo, revisaron con mayor detalle el contenido de
la caja. Naedrik pudo determinar que los restos correspondían a un animal del
bosque, un lobo, pero que por sus proporciones pareciera ser un animal bastante
grande. Al sacarlo de la caja las piezas se encontraban unidas por un delgado y
ligeramente flexible hilo, pero que al tacto se sentía raro. Pareciese ser una
especie de collar tribal. Según las viejas costumbres, el adquirir partes de
estos animales confería al usuario ciertas habilidades afines a la criatura.
Patrick, revisó también la baratija, descubriendo que entre las
piezas se observan antiguas runas, fácilmente confundibles con la suciedad que
las cubría, pero no estaba muy seguro de comprenderlas. El objeto en sí contaba
con propiedades mágicas, dado que desprendía una tenue aura de magia
transmutadora.
Azrael, recogió la tela con la que estuvo envuelta la caja,
revisándola, extendiéndola con ambas manos, mirándola por detrás, delante y a
contra luz, olfateándola y finalmente lamiéndola. Le tomó unos segundos y
apretando el puño, estranguló la tela en su interior. - Esos restos pertenecen
a los lobos que viven en los bosques en las cercanías de Kendralind. De donde
ya antes habíamos tenido noticias de avistamientos de la dama azul. –
Keijo, se acercó a ellos con la caja en la mano, la cual habían
dejado de lado para centrarse en la bagatela de restos de animal. - Esto tal
vez sea importante, miren el interior de la caja. - señalando el fondo negro y
sucio, que con mayor atención pudieron ver que el fondo negro y endurecido
describía la figura en bajo relieve de lo que pudo ser un medallón en forma de
flor, de una rosa.
Azrael, buscó entre sus cosas, sacando el medallón que había
recogido en el salón del trono, contando que se trataban de los restos de un
Kender que su Señor castigó por no cumplir su labor cabalmente. El objeto encajó
con la moldura. El Enano continuó contándoles, muy divertido, que este Kender
buscó el objeto del deseo del Amo, pero intentó sacar provecho de ello, sin
asegurarse que su moneda de cambio no estaba completa. A este medallón le falta
la gema central, un zafiro que según contaba la historia contenía el espíritu
de Kitiara. Por esa razón, sus cenizas decoraron el salón del trono.
Sin embargo, ahora tenían una pista certera de que la joya se encontraba
en los alrededores de esa apestosa villa.
Azrael, dio un grito de emoción, más tétrico que alegre. - Vamos a
Kendralind, de inmediato -
El camino a Kendralind fue tranquilo, sin mayor complicación, lo
cual les permitió contemplar el cambio notorio en el panorama y los efectos
causados por la ausencia de Soth, que, si bien la naturaleza del dominio es de
por sí lúgubre y deprimente, la devastación en el reino fue terrible.
Kendralind, era una pequeña villa de quizás no más de una docena de
hogares Kender, los cuales en mejores tiempos estuvieron rodeados por huertos y
árboles frutales. Las covachas construidas entre los árboles, ahora yacían
derruidas, así como los puentes, escaleras, sogas y plataformas se caían en
pedazos de podridas. Los que alguna vez fueron vivaces jardines y trabajados
huertos, ahora se encontraban abandonados y cubiertos por la mala hierba. A
eso, se sumaban las grietas que se abrieron en el suelo, lo que había tumbado varios
árboles donde se ubicaban, tragándose varias de las covachas. Si bien ahora,
las grietas se venían cerrando, habían dejado cicatrices significativas en el
terreno.
- ¿Qué es lo que desea el Amo de nosotros sus siervos? - una voz
seseante se deja escuchar como si fuese el mismo viento el que estuviese
hablando arrastrando las hojas. Una criatura pequeña, delgada pero esbelta
apareció hincada delante de ellos como si hubiese brotado de la tierra. Su piel
era de tonalidad grisácea y sus ropas eran de cuero de piel de animal. El
cabello en su cabeza era negro y largo, amarrado terminando en una cola de
caballo. Su mano derecha se apoyaba sobre la tierra, mostrando unas garras
oscuras y la mano derecha se extendía sujetando una especie de báculo cuyo
extremo superior se bifurcaba en dos, de cuyos extremos colgaba una especie de
cinta ondulante en cuyo centro un pedazo de cuero viejo los unía.
Azrael interrogó a la pequeña criatura, preguntándole acerca del
paradero de la joya y los lobos. Manteniendo la vista en dirección al piso aún
sin darles cara, el Kender respondió que desconocía el paradero de aquellas
cosas que buscaban.
Algo llamó la atención de los demás pues mientras el Enano y el
Kender conversaban, se dieron cuenta que, en los alrededores, entre los
escombros y los árboles, se movían y asomaban otros Kender que intentaban
curiosear para saber lo que pasaba. Durante ese tiempo, tanto Keijo, como Marek
y Naedrik se percataron de unos cajones alargados y rotos, que sobresalían de
entre las grietas abiertas en la tierra. Patrick al percatarse de esto atinó a
decir, por la forma, interior y disposición que tenían, se trataban de ataúdes
abiertos.
El Kender aún en reverencia, le preguntó al Enano, por alguien
llamada Tickelmop, a lo que Azrael soltó una carcajada socarrona. El Kender
cerró lentamente la mano que apoyaba en la tierra, denotando que perdía la
paciencia. Los otros se mantenían expectantes.
- ¿El Amo ha puesto fin a su labor? – la voz seseante parecía luchar
por contener su amargura – ¿Tickelmop ha muerto? – la mano que sujetaba el raro
báculo, apretaba con más fuerza. A lo que Azrael respondió – Digamos que tu
querida Tickelmop va a estar fuera de servicio por un largo tiempo – soltando
otra risotada burlona.
El Kender finalmente levantó su cara, mostrando sus terribles y
feroces facciones, ojos en blanco, tez pálida y colmillos extendidos, lanzándose
contra el Enano. A un solo grito todos los Kenders desataron su furia contra el
escudero de Soth.
El grupo adoptó posición defensiva, espalda contra espalda, para
cubrir los flancos, viendo como de varias partes se lanzan las pequeñas
criaturas contra Azrael. Desenvainaron sus armas a la espera de un inminente
ataque, pero al parecer se habían ensañado contra el enano.
Marek, de repente sintió que algo se deslizó entre sus piernas, obligándolo
a romper la formación realizando un grácil movimiento para blandir su estoque,
pero se detuvo casi al mismo instante al contemplar que se trataba de Hethanna,
quien los había seguido sin ser notada.
Les hizo señas para que la siguieran y salió corriendo en dirección
al bosque.
Aprovechando que Azrael estaba envuelto en un problema mayor, no
perdieron el tiempo y decidieron seguirla. La elfa era muy ágil, más de lo que
pareció la última vez que estuvieron en la misma situación, según recordaba
Marek. Parecía estar un paso más adelante de ellos, pero cuando estaban a punto
de alcanzarla parecía haber alejarse inexplicablemente. La persecución los
condujo a un claro donde una elevación de rocas negras se extendía hacía lo que
parecía ser una montaña. Hethanna se encontraba de pie señalando la entrada de una
caverna.
Grandes rocas se encontraban rodeando la entrada, como si se
hubiesen desprendido de la montaña por los fuertes temblores. La Elfa levantó sus
sucias manos en señal presurosa para que se acerquen, ingresando al interior
sin esperarlos más tiempo.
Conforme se acercaron manchas oscuras decoraban la entrada, así como
uno que otro resto humanoide explicaba el porqué de las señales de lucha. El
hedor a muerte los recibió con un golpe directo al estómago. Marek y Keijo
encendieron las antorchas y tras unos minutos de caminar, el ambiente cambió a
cálido y húmedo.
En el interior encontraron varios montículos con restos humanoides y
objetos que emitían uno que otro destello casi obsceno ante los ojos avariciosos
de cualquier aventurero. Marek y Patrick cubriendo los flancos, ubicándose
rápidamente para revisar la existencia de algo que pudiera ayudarlos en caso
sea requerido. Naedrik, Keijo y Edmond vigilaban expectantes a lo que sea se
avecine.
Algo llamó la atención de Marek, al ver que Hethanna se había
escabullido dentro de un gran montículo, mirándolo desde el interior. Le hizo
una seña para que se acercase y se ocultó nuevamente para evitar ser vista.
Marek extrañado pensó que le quería mostrar algo, a lo que la invitó a salir de
ese lugar acercándose con la antorcha para alumbrar mejor el espacio. Tal fue
su sorpresa que no pudo contener un leve grito ahogado por su propia mano al
cubrirse la boca por el susto, al descubrir los restos a medio comer de
Hethanna con una expresión de terror en el rostro que lo distorsionaba de forma
muy grotesca. Al parecer estaba muerta desde hace bastante tiempo. Del interior
de su boca sobresalía un trozo de cadena que se le hizo familiar.
Aquel grito había atraído la atención de algo más, algo que se comenzó
a moverse en la oscuridad confiado y cuya respiración comenzó a escucharse casi
a propósito como intentando de instar el miedo en el corazón de los invasores.
Unos grandes ojos brillantes se reflejaron por las antorchas, dando
paso a una gran garra negra. Ante ellos un inmenso lobo negro se hizo presente
dispuesto a demostrar quién era el dueño del lugar.
La lucha fue terrible, cobrando sangre por sangre, pero al final el
grupo pudo imponerse a la feroz abominación.
El espeluznante espectro de la elfa se posó encima del cadáver de la
bestia y como si intentase hacer una mueca siniestra comenzó a señalar con la
cabeza hacía abajo, en dirección al lobo…
…al interior del lobo.
Sin mayor demora se lanzaron a trozarlo sin contemplación, hurgando
entre sangre, viseras y tripas. En su interior encontraron aquello que Soth
buscaba con tanta ansia, un zafiro con forma de un capullo de rosa, el cual
parecía tener una pequeña grieta en el centro.
Recogieron todos los objetos que pudieron y los guardaron en tres
cofres que arrastraron con lo que les quedaba de fuerza hasta fuera de la caverna.
Una vez ahí el cielo ya se había tornado oscuro y Soth se encontraba frente a
ellos.
- Las cosas que encontraron dentro pueden quedárselas, pero lo que es
mío, deben entregármelo de inmediato – ante la notoria orden amenazadora su voz
trataba de disimular un atisbo de emoción de un corazón muerto.
Por un breve instante todos dudaron lo que debían hacer, pues, fuese
cual fuese el resultado traería consigo una oscuridad mayor más allá de su
comprensión. Con un suspiro de resignación y cansancio, tomaron sus armas una
vez más.
- Que así sea – las palabras de Soth hicieron que un escalofrío
recorriese el cuerpo de todos ellos.
En el preciso instante en que se disponían a lanzarse en combate, entre
Soth y ellos apareció el zafiro flotando en el aire, cuya grieta empezó a
extenderse más y más, emanando un intenso destello azul que se extendió velozmente
como una onda, oyéndose una poderosa explosión como si cientos de cristales
estallaran a la vez, quedando deslumbrados por unos segundos. Del suelo brotaron
densos rosales rojos frente a sus ojos, rodeándolos. En el centro de ellos la dama
azul, Kitiara, se había hecho presente.
- Gran Señora de Dragones – dijo Soth con una voz casi como un susurro. –
Acercate, ven a mi lado y ocupa el lugar que te corresponde, Kitiara –
La mujer de rizado cabello negro, era exactamente igual como la recordaban
en las ilusiones de los espejos. De una belleza particular y porte marcial, vestida
en una elaborada armadura azul de piel de dragón. Sin embargo, su mirada
parecía distinta, como si fuese más fría y calculadora.
Miró ambos bandos y lentamente dio sus primeros pasos en dirección
al Caballero Oscuro.
- Sí. Gran Señora Uth Matar. – dijo Soth – Eres mía… para siempre –
Al escuchar esto Kitiara se detuvo. La furia se hizo presente en su
rostro como si de repente le hubiese venido a la cabeza algún conocimiento olvidado.
– ¿Tuya? ¡Me abandonaste hace siglos! Ningún hombre me ha reclamado como su
propiedad. Yo seré quien elija y jamás escogería a un traicionero trozo de carne
carbonizada como tú. – tomó aire y recuperó la compostura. – La gema esta rota y
ahora soy libre, algo que jamás podrás ser. – Volteó a ver al grupo y esbozó
una ligera sonrisa torcida, asintiendo con la cabeza en señal de
agradecimiento.
Un zumbido intenso se comenzó a escuchar como en preludio a una
inminente desgracia. Soth desenvainó su espada y se lanzó hacía el grupo.
Kitiara volteó a verlo y profirió un potente grito. Las rosas rojas
que los rodeaban se tornaron inmediatamente negras desprendiendo sus pétalos al
aire, los cuales se convierten en cientos de cuervos que comenzaron a revolotear
cual enjambre, envolviéndolo a Soth, graznando sin cesar como recordándole sus
pecados.
De la caverna vieron salir volando a Shadow, el grajo mascota de Maga
la errante, graznando – A través del Señor Oscuro – dirigiéndose directamente
hacía Soth para impactar en su pecho. Una potente luz emanó de ese lugar abriéndose
delante de ellos una especie de portal muy parecido al que ya habían visto al
entrar en los espejos.
- A través del Señor Oscuro – se dejó escuchar nuevamente.
Su sequito de Caballeros esqueléticos se hicieron presente para ayudar
a su amo, a lo que el grupo al ver esto y sin pensarlo ni un segundo más,
tomaron sus cosas lo mejor que pudieron y se lanzaron hacía la figura brillante
que era Soth, atravesándolo.
/ / / FIN DEL CAPITULO 2 / / /
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Un ruido llamó su atención. Tomó el porta velas y se puso en pie hacía el salón. Abrió con cuidado la puerta, pues se quejaba más que algunas hermanas que conocía. El mal de la edad le decían. Hacía frio esa noche.
Cubrió la llama con la otra mano para evitar que las corrientes de aire puedieran apagarla, habían dejado nuevamente algunas ventanas abiertas y las cortinas ondulaban libres, casi de forma fantasmagorica. La tenue luz noctura le permitió ver un poco más allá de lo que podía alcanzar su laboriosa vela.
La Hermana Quellandra no dio crédito a lo que veían sus ojos, pero era sabido lo generosa que había sido Hala con ellos.
Habían vuelto...
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Levantaron a sus heridos y se pusieron a buen recaudo, para tener mejor oportunidad de hacer frente a cualquier cosa que intentase atacarlos. Atendieron a los caídos. Pasaron las horas y los escalofriantes ruidos se hicieron presentes, muchas veces cerca, otras veces lejos, mientras los fúnebres canticos de las siniestras elfas se percibían en el ambiente de forma perenne.
La tranquilidad se vio quebrantada al momento que Naedrik despertó gritando, sobresaltando al grupo y, en consecuencia, llamó la atención de los esbirros del Caballero Oscuro.
Tomaron sus cosas y se dirigieron rápidamente hacías los espejos que aún no recorrían, para descubrir que dos de los tres faltantes ya se encontraban desactivados.
Tras
el único espejo activo se vislumbraba una estrecha calle cubierta de humo oscuro. Los edificios cercanos eran iluminados
con una tenue luz roja, formando figuras amenazadoras que surcaban las sombras
que se formaban. Se escuchaba débilmente el choque de metal contra metal así
cómo desgarradores gritos de agonía.
Todos se concentraron en el reflejo en el espejo, siendo transportados a una
estrecha calle cubierta de humo negro, que hizo les ardiera los ojos y filtrándose
en sus pulmones. Una casa cercana se encontraba en llamas, mientras figuras amenazadoras se abalanzan en las sombras. Por encima de sus cabezas, escuchan
el poderosas aleteo de alas. Cerca de ellos el sonido de armas chocando resonaban, dando paso a gritos agonizantes.
El grupo representaba a un grupo de defensores
de Palanthas, con aspecto distinto al de ellos, que debían proteger a los
habitantes de la ciudad, haciendo uso de todas sus habilidades.
Ante ellos, una figura tambaleante se
acercaba. Un caballero medio elfo usando una armadura de placas y malla, con el
diseño en relieve del Kingfisher. Una corona dorada rodeaba su frente. Con
dificultad llevaba una espada en su mano y en la otra una rosa negra.
Suavemente besó la flor – Kitiara, mi
amor – gritó con dificultad – este
día, peleo por ti –
El caballero levantó la mirada y vio al grupo - ¡Mis amigos! - les gritó – Ahí están. Únanse a mi y luchemos o Palanthas caerá sin duda. –
De repente el viento cambió de
dirección, apartando el humo de la calle con rapidez. Un hombre rubio con largos
bigotes, con hombros amplios. En su sobrevesta el emblema de la rosa rosa
resaltaba.
Levantó un puño, retando al medio elfo.
– Tanis – le gritó – ¡Prepárate a morir! ¡La corona del poder y
Palanthas caerán ante mi este día! –
Conforme hablaba, seis criaturas
humanoides aladas aterrizaban detrás de él, en la calle, desenfundando aserradas
espadas.
El medio elfo notoriamente preocupado,
logra mantenerse firme. – Lucharé
contigo Lord Soth, acorde al Código y la Medida –
El otro caballero esbozó una retorcida
sonrisa mientras levantaba su espada. Una gran ave negra pasa por encima de él,
moviendo ligeramente sus cabellos. – Atravesar–
grazna - Atravesar – perdiéndose en
el humo.
Soth avanza.
Tanis
con dificultad se abalanza hacía Soth, para enfrentarlo y poner a prueba su
honor. El grupo dispuesto a ayudarlo es interceptado por las aladas criaturas
reptilianas.
El
cruento choque entre ambos grupos estuvo parejo, incluso cuando descubrieron alarmados
que los llamados Draconianos se convertían en un bullente charco acido verdoso al
momento de ser vencidos, en un ultimo intento de arrastrarlos con ellos. Esto
los desbalanceó en un principio, afectando mortalmente al lobo convocado por
Naedrik, pero lograron mantenerse en la lucha.
Sin
embargo, a Tanis no le iba mejor que a ellos, pues no se encontraba en buen
estado cuando lo encontraron y aún así, decidió hacerle frente a Soth. Razón
por la cual, Marek, optó por ir en su ayuda, rodeando la calle en la que ambos
grupos se enfrentaban, pues bloqueaban la ruta directa.
Tanis
yacía en el piso, mientras Soth reía satisfecho ante su inminente victoria.
Marek buscó flanquearlo, pero Soth logró superarlo.
El
resto del grupo se dirigió también a ayudar a Tanis, mientras dejaban atrás a
uno de los Draconianos sobrevivientes. Otro Draconiano había seguido a Marek para
enfrentarlo aterrizando frente a él.
La
pelea contra Soth no parecía ir a buen puerto. La diferencia de poder era
sobrecogedora, sin embargo, la suerte parecía ocasionalmente ponerse de lado del
grupo, logrado asestar sendos golpes importantes, pero la paciencia del
Caballero de la Rosa pareció llegar a su fin, especialmente al momento que un
descuido le hizo cometer un vergonzoso error en combate. Toda el aura que rodeaba
a un Soth idealizado en brillante armadura y cubierto de encanto, se fue evaporando
entremezclándose con el oscuro humo del lugar, dando paso al escalofriante caballero
de la muerte que es actualmente.
El
caballero murmuró unas palabras mientras estiraba su brazo, para terminar en un
chasquido con sus dedos. Keijo lanzó un agónico y escalofriante grito desplomándose
muerto en el piso.
Sus
compañeros vieron con espanto caer a Keijo, tomándose unos segundos antes de
lanzarse nuevamente en combate con renovado brío.
Soth
miraba a los soldados, atacándolos desesperadamente, incluso Tanis se había
puesto en pie gracias a la atención de uno de ellos. Pero no tenía tiempo para
más, pues algo había buscado llamar su atención y debía saber el por que.
Levantó
una vez más su enfundada mano en llamas y de un chasquido una bola de fuego
recorrió el lugar cubriéndolos a todos.
El grupo recobró la conciencia estando nuevamente en el salón del trono, frente al último espejo cuyo reflejo se encontraba cubierto de niebla remolinante. Al girar la cabeza, el caballero negro se encontraba de pie ante ellos. Su cuerpo ya no era fantasmal ni borroso, sus ojos ardientes se fijaban en los de ellos. Un frío escalofriante emanaba de su carne putrefacta, capaz de congelarles la sangre.
Abrió la boca y habló con una voz profunda de ultratumba – Así que, ustedes fueron quienes arruinaron mis sueños. Será mejor que tengan una buena razón o convertiré sus días en pesadillas –
///
Marek, dio un paso al frente, apuntando su arma hacía el caballero de la rosa. – Lord Soth, te reto a combate – luchando por mantener lo más posible la expresión de seriedad y valentía en su rostro.
Kitiara miró a Soth, apoyando una mano en su hombro izquierdo. Se dio media vuelta, enfundando su espada y se dirigió a su pesado sillón.
El resto del grupo notoriamente consternado, miraba incrédulo la decisión que Marek había tomado, pero en cierta manera también aliviados al no tener que enfrentarlo todavía. Era un suicidio.
Todos tomaron sus posiciones. El dragón azul mantenía la mirada con aburrido interés en los combatientes mientras masticaba los restos del derrotado Lord Pal.
Kitiara levantó la pañoleta azul y descendió la mano sin mediar palabra para dar inicio al combate.
Soth sonreía confiadamente al ver a su contrincante. Marek, dio el primer paso lanzando un golpe, pero no tuvo suerte en atinarle, retrocedió y se alejó haciendo uso de sus agiles movimientos. Soth avanzó imperturbable hacía él.
Los otros soldados coreaban el nombre de Soth, alentándolo a terminar rápidamente con tal atrevimiento.
Marek, concentrado, lanzaba un golpe tras otro y retrocedía alejándose, procurando evitar el contrataque. Poco a poco, la gente parecía impacientarse, abucheando al soldado. La diferencia de poder era inmensa. Sin embargo, la huidiza estrategia del soldado, parecía tener una finalidad, la cual comenzó a dar frutos, pues Soth, comenzaba también a impacientarse. Al parecer se había cansado del juego del gato y el ratón, pues Marek, con cada golpe que fallaba, lo complementaba con sendos improperios e insultos a su persona, a su honor.
Soth lanzó un mandoble que golpeó al soldado, haciendo retener el aliento a todos en su grupo, pero este, tambaleante, se mantuvo aún en pie continuando con las provocaciones hacía su contendor.
Soth ya había perdido la paciencia, especialmente debido a la suerte que ese enclenque soldado había tenido evitando sus golpes. El enfrentamiento duró unos minutos más hasta que Soth no toleró más sus agravios, reaccionando instintivamente con uno de sus devastadores ataques. La enfundada mano derecha se había encendido en llamas, Marek sabía lo que venía a continuación, atinando a solo cerrar los ojos. Con un chasquear de dedos una onda esférica de llamas explotó, cubriendo al joven soldado, dejándolo carbonizado.
El silenció cayó como un bloque de plomo en el lugar, al ver que el aspecto regio de Lord Soth el caballero de la rosa, daba paso a una figura quemada de armadura oscura casi fundida, en cuyas cuencas oculares solo flotaban dos puntos brillantes naranja.
Tanto Kitiara como los soldados se pusieron en alerta al reconocer la espectral figura que se había hecho manifiesto.
El resto del grupo, aún sorprendido con lo sucedido, se alistó para hacer frente a lo que estaba por venir, cuando de repente una densa niebla cubrió todo y se vieron nuevamente en el gran salón del castillo con los espejos al rededor. Al voltear a ver el trono, contemplaron que el caballero oscuro se había puesto en pie, permaneciendo en ese lugar. Su mano esquelética descansaba en la empuñadura de su larga espada mientras sus llameantes ojos naranja escrudiñaban el cuarto. Cuando su mirada se posó sobre ellos, su boca ennegrecida comenzó a moverse, escuchándose débilmente unos susurros incomprensibles.
De repente un par de soldados cadavéricos se hicieron presentes de entre las escaleras, clamando en un escalofriante eco que pretendía ser su voz - ¿Quién vive? -
El grupo sin darles tiempo a mayor cosa se abalanzaron sobre ellos, luchando con avivada pasión al ver que podía superarlos con facilidad y antes de que pudieran dar aviso a refuerzos, pero esa impresión demostró no ser completamente cierta, pues lograron causarles cierto daño.
Antes que los guardias cayeran se hicieron presente dos adversarios más, que si bien, también formaban parte de las huestes de muertos vivos, se veían con un aspecto de ser de un mayor desafío.
La lucha fue encarnizada, pues resultaron más rápidos, agiles y fuertes, para ser un par de cadáveres achicharrados, siendo que parecían formar parte de la guardia personal de Lord Soth por los rastros de los relieves carbonizados en sus pechos de las figuras de Coronas.
Keijo y Naedrik cayeron durante la pelea no sin antes dar muestra de su ferocidad, pero el enfrentamiento concluyo a duras penas con los demás también afectados.
Debian reponer fuerzas, pues ya sabían que estaban ahí y lo que sea que estuviese por venir parecía ser cada vez más fuerte.
///
Continuaron con el siguiente espejo, cuyo marco de hierro negro forjado con forma de rosas y tallos espinados entrelazados, parecían encontrarse ligeramente fundidos. Sin embargo, el espejo en sí se mantenía incólume. En el un amplio pasillo conduce hacía unas puertas dobles abiertas, revelando un brillante sol en un cielo azul. A un lado del sol, una segunda luz se podía ver en el cielo, un brillante resplandor rojo del tamaño de una estrella. Los canticos de alegría y celebración se escuchaban por todas partes.
Se encuentran en un gran corredor como devotos portando túnicas clericales multicolor. En sus jóvenes ojos se logra apreciar el brillo del fanatismo. El corredor conducía a un par de puertas abiertas. Del otro lado el corredor se bifurcaba girando a la izquierda y la derecha. Los graznidos de un ave llamaron su atención. Ubicando en el pasillo derecho se encontraba encadenado de la pata derecha en una pajarera un grajo, el cual les hizo recordar a la mascota de Magda. – Cruzar… – graznó – Cruzar… -.
Flotando en el medio del corredor permanecía un portal ovalado bidimensional de absoluta oscuridad.
Recorrieron el corredor para ver el origen del bullicio. Tras las puertas dobles, contemplaron el azul del cielo. A la derecha del sol, una segunda luz se mantenía en el cielo, una estrella roja brillante. Un hombre con un tocado ornamentado se encuentra de pie en el pórtico. Portando túnicas como las suyas. Un tramo de escaleras desciende frente a él. En la base de las escaleras, miles de personas en un espacio abierto han levantado sus manos hacia el cielo. Cantando al unísono - Rey Sacerdote, escuchamos tus palabras. Rey Sacerdote, hacemos tu voluntad. – El Rey Sacerdote les hizo una señal para que hicieran silencio y lo dejasen hablar.
- ¡Gente de Istar!, ¡Fieles devotos!, Hoy le ordenamos a los mismos dioses. Hoy, desterramos el mal de la faz de Krynn. Únanse conmigo en solemne plegaria mientras realizó los preparativos para concluir con el ritual sagrado. -
Mientras el Rey Sacerdote hablaba, Soth se había desplazado sigilosamente por el templo, dirigiéndose hacía el Sacerdote en el pórtico para exigirle que se detenga. El Rey Sacerdote se negó, señalándolo como hereje y enviado del mal, mientras sus seguidores le gritaban infinidad de improperios. Soth empezó a luchar con él mientras del cielo iban cayendo escombros en llamas, haciendo que la multitud entre en pánico.
EL grupo se lanzó contra Soth en un intento de detenerlo, instándolo a que todo lo que estaba sucediendo era una mentira, que no debía encontrarse en este lugar, que todo era una fantasía enferma que revivia dentro de un espejo.
La multitud se sorprendió al ver a la mujer de cabello negro vestida en armadura azul intentando subir las escaleras, mientras que algunos intentaban detenerla. En una mano llevaba algo que parecía un palo negro con un pomo en un extremo. - Rey Sacerdote – gritaba ella – Presta atención a las señales. Los dioses están molestos. ¡Mira! ¡Todas las flores en Istar se han vuelto negras! –
Un rugido furioso recorrió la multitud. Muchas manos la jalaban de vuelta, desapareciendo entre la muchedumbre. – El campeón de Paladine nos salvará a todos – gritó – La Rosa negra es el símbolo de tu caída y señal de nuestra liberación. -
Marek, Keijo, Edmond y Naedrik se enfrentaron a Soth, interfiriendo en su combate con el Rey Sacerdote, quien aprovechó para realizar un conjuro que aparentemente no tuvo efecto alguno. Sin embargo, segundos después el Rey Sacerdote desapareció en un resplandor de luz.
La furia de Soth era evidente, pues habían evitado que mate al Rey Sacerdote. Elevó su puño derecho al cielo, el cual se había encendido en llamas y conforme lo bajaba a la altura de pecho proclamaba rabiosas palabras, palabras que Patrick no tuvo el tiempo suficiente para comprender, pues cuando chasqueó los dedos, una explosión de fuego lanzó volando a todos, sumergiéndolos en una cálida niebla naranja.
Todos aparecieron frente al espejo cuyo reflejo se había nublado formando un remolino caótico. Al dirigir la mirada hacía el trono, el caballero se encontraba sentado con la espalda muy erguida, sacudiendo la cabeza, como si estuviese tratando de despertar. De repente sus ojos se abrieron revelando dos puntos naranja brillantes en medio de sus cuencas vacías. El caballero miró atentamente a cada uno de ellos, dirigiendo lentamente la mirada hacía otro lado.
El calor de las llamas aún ardía en su piel, como si una criatura invisible reptase por sus piernas y brazos, tratando de escalar hasta su cabeza.
Continuaron con el siguiente espejo, en cuyo reflejo pudieron ver un gran campo de torneo. En el extremo más alejado vieron varias carpas de campaña coloridas. En el amplio espacio entre las tiendas, dos figuras con brillante armadura luchan mientras unos observaban, otros vitoreaban. Solo el ruido del choque de espadas se dejaba escuchar. Al lado de una de las carpas lograron ver una inmensa figura azul, una especie de criatura acurrucada que pareciera estar durmiendo.
Con cierta inquietud sopesaron los riesgos de entrar en este espejo versus los riesgos de permanecer en el salón del trono conforme pasaban las horas. Sin embargo, todo les jugaba en contra y ante la adversidad decidieron continuar, enfocándose en ese reflejo.
Se encontraban en un amplio campo de hierba. A unos cientos de metros, cuatro coloridos pabellones se ubicaban en un claro. Entre las tiendas, dos figuras en reluciente armadura, combatían con espadas mientras otros observan. El choque de espadas resonaba por toda la llanura. Al lado de uno de los pabellones, yacía un gran dragón acurrucado, durmiendo.
El ovalado y oscuro portal dimensional se encontraba detrás de ellos. Sin mayor dilación emprendieron el camino en dirección al campamento.
Dos caballeros se encuentran enfrascados en combate, ajenos de los vítores de los espectadores. Uno portaba una malla de placas y un escudo, su emblema era el Kingfisher con una rosa rojas en su pico. De cabello rubio lacio y bigote largo. El otro caballero llevaba una cota de malla y un escudo azul con un dragón plateado en relieve. Tanto su cabello como su bigote son blancos y su rostro se encontraba zurcado por la edad. Sin embargo, combatía como en sus mejores días.
Una docena de jóvenes escuderos permanecían a un lado del campo de lucha, aplaudiendo conforme avanza la pelea. – Un hurra por Lord Soth – gritaban algunos. – Buena pelea Lord Pal – gritaban otros.
En uno de los pabellones frente al campo de batalla, se encontraba una joven guerrera en armadura azul, sentada en una silla de caoba tallada. En una de sus manos tenía una bufanda bordada, como premio. La levantó ligeramente, llamando a los dos caballeros ante ella. - ¡El vencedor se lleva el botín! El ganador del torneo se llevará hoy mi mano en matrimonio. Solo me casaré con aquel que logre vencer a todos los contendientes. -
El hombre de cabellos blancos, volteó a ver a la mujer, asintiendo con una sonrisa. Es en ese instante, que el otro caballero le asestó un golpe, atravesando su cuello. La sangre salpicó por todas partes. Sus ojos se abrieron como platos por la sorpresa mientras se desplomaba en el piso.
El caballero victorioso, volteó hacia Kitiara – ¡Gané, Kitiara! – gritaba mientras limpiaba la sangre de su espada. – Eres mía –
- No todavía – le respondió la mujer con una sonrisa torcida en los labios. – Mira, más contendientes han llegado – apuntando en dirección del grupo que se acercaba.
Se acercaron mirando a todos los presentes, fijando finalmente su mirada en Soth. Se miraron entre ellos, asintiendo como para dar inicio a una estrategia bien pensada, lanzándose todos ellos contra Soth.
Kitiara al ver este acto deshonroso, se lanzó en combate, que de dos trancos se puso al lado de Soth, desenfundado su espada.
Naedrik lanzó un grito dando pasó a un poderoso rugido mientras todo su grupo contemplaban con asombro como se iba transformando en un gran oso pardo.
Kitiara la observó complacida por la primera movida, lanzó un silbido largo y agudo. El gran bulto azul que se encontraba descansando, empezó a ponerse en pie para tomar parte de la pelea.
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La desolación del lugar les caló en el alma, como si la sensación de desesperación fuese más potente con cada hora que pasa entre los restos de lo que alguna vez fue un lugar que ostentó poder, honor y riquezas. Viejos restos de cadáveres dispersados por el salón y entre otros cuerpos que pareciesen más recientes cerca al trono y a los espejos, mientras las alimañas disponían de lo poco que quedaba para roer.
El caballero etéreo permanecía aún sentado en su trono, augurando un sendero aciago para todos ellos. Sin embargo, no estaban dispuestos a darse por vencidos y con renovados ánimos decidieron a hacer frente a lo que el lugar pudiese lanzarles, emprendiendo la búsqueda desesperada de una salida. Dos escaleras se elevaban por encima del salón del trono hacía una especie de balcón. Otra escalera, en el medio del salón, descendía hacia lo desconocido. Optaron por esta última, internándose en el oscuro nivel inferior. Un amplio ambiente se iba descubriendo delante suyo, donde casi al instante las antorchas se encendían conforme avanzaban.
Investigaron el lugar con cautela, recorriendo las habitaciones valiéndose de las antorchas que disponían de entre sus cosas, mientras las velas continuaban encendiéndose sobrenaturalmente. Las paredes tiznadas les daba escalofriante sensación de encontrarse en el interior de un gigantesco horno. Marek junto con Patrick, revisaban con mucha delicadeza puerta por puerta intentando evitar declarar su ubicación. Una de las puertas les condujo a un almacén donde entre muchas cosas innecesarias se encontraba un estuche cilíndrico de cuero, el cual le llamó poderosamente la atención a Patrick, pues le hizo recordar el primer estuche que encontraron en manos de Eleanor Creedy en Levkarest, evocando en su memoria las palabras de Magda - Los hilos han sido movidos de tal forma para que ustedes se encuentren en este lugar, pues han sido enviados a buscar algo, algo que no estoy segura de que podría ser, pero ustedes lo sabrán en cuanto lo vean. – Se tomó unos segundos más para meditar que acción tomar, dejando pasar la situación, continuando con Marek en busca de una salida.
Otra puerta destartalada se mostraba ante ellos, abriéndola con mucha cautela. Unas escaleras descendían tras ella, dejando entre ver una mortecina luz más abajo. Cuando se deponían a dar aviso a los demás unas lentas y pesadas pisadas se dejaron escuchar, estaban subiendo. Cerró la puerta con prisa, lo que por su antigüedad hizo que se desencaje del marco chocando contra el suelo, crepitando de tal forma que en el silencio retumbo como un cañonazo.
Transcurrieron solo unos segundos para que Naedrik y Edmond escucharan el suave y lúgubre cantico proveniente de uno de los pasadizos que no habían revisado todavía. La figura fantasmagoría de una mujer elfa apareció tras cruzar una puerta, acercandoseles flotando en el aire. Sus harapos vaporosos cubrían escasamente su famélica pero aún contorneada figura. Su rostro apacible cambió dramáticamente en una grotesca mueca de furia salvaje al verlos, lanzándose para atacarlos.
Marek corrió buscando una salida, llegando hasta un amplio balcón al final de un largo corredor, abriéndose hacia el exterior de la fortaleza, contemplando el devastador panorama en el que estaba sumido el reino de Sithicus.
Patrick quedó paralizado, presa del miedo ante la espectral presencia de la mujer. Keijo, Edmond y Naedrik lucharon ferozmente contra ella. A duras penas lograron vencerla, con la ayuda de Patrick quien al final logró superar su miedo y unirse a la pelea.
Tras la puerta delatora, dos caballeros esqueléticos se hicieron presente con sus armas preparadas, mientras el cantico dulzón de otras elfas espectrales se comenzaba a escuchar.
Al verse acorralados, el grupo optó por retornar por donde vinieron, subiendo nuevamente al salón del trono, mientras las criaturas comenzaron a perseguirlos. Las prisas eran para los vivos, pues el paciente y gélido abrazo de la muerte siempre alcanzaba a su objetivo.
El tiempo era critico para ellos y no tenían mucho tiempo antes que les den alcance en este nivel. Debian ser rápidos y evaluar su situacion para buscar una forma de evitar el inminente conflicto. Los espejos tenían algo que ver y tenían la impresión que algo les faltaba ver para encajar en todo este misterio.
En su mente se amontonaron recuerdos que no parecieron ser suyos, sin embargo, lograron reconocer algunas de las imágenes. Una gran fogata, unos carromatos, unas mujeres danzando, una historia siniestra y una música macabra.
La voz de una mujer haciendo eco entre la vorágine de imágenes. - El Caballero Oscuro ha desaparecido y no se sabe nada de él… La única forma de escapar se encuentra en la Fortaleza… Ustedes no son quienes dicen ser… Sabrán que los ha traído aquí ni bien lo vean… - se hizo silencio.
Todo cambia, vislumbran un lugar inmenso oscuro y deprimente, una especie de castillo o fortificación. Un puente colgante cayéndose en pedazos por el paso del tiempo. Un gran jardín marchito. Grandes salones y escaleras en espiral infinitas. Unos desgarradores gritos de mujeres. Las huestes de los no muertos iban tras de ustedes…
Oyeron el golpe en seco de varios objetos pesados deteniéndose, para luego el rechinar de las sogas mecerse.
- ¿Quién vive? – una voz espectral retumbó…
La visión los llevó de vuelta al salón del trono, donde una figura pequeña cubierta con pieles en su espalda, se encontraba inclinada a los pies del trono, una coleta de cabello amarrado sobresalía por detrás de su cabeza. Su piel era pálida y agrietada. Una de sus manos sujeta una especie de báculo de madera cuyo extremo superior se separa en dos describiendo un pequeño arco. De esas extensiones cuelgan unas tiras que se conectan en un pequeño pedazo de cuero negro. El extremo inferior termina en una punta. En la otra mano levanta un medallón por encima de su cabeza, como mostrándoselo al señor del castillo.
Una llamarada naranja lo envuelve. El humo negro cubre la visión.
De entre el oscuro humo Magda salió caminando, dirigiéndose a ustedes. - Deben sacar al Caballero Oscuro de su ensoñación. Solo así podrán evitar la destrucción de Sithicus y salvar a todos sus habitantes. - Las jóvenes gitanas aparecieron de forma fantasmagórica danzando alrededor del trono. - Recuerden la historia del Caballero Oscuro… - la visión se desvanece de sus mentes, volviendo a la realidad en el salón del trono, contemplando al caballero negro sentado en su gran trono.
- Debemos usar los espejos – dijo Patrick, casi susurrando. Se pararon frente al espejo mirándolo para ver si existía algún dispositivo que lo activase, en su reflejo un largo pasillo cubierto de banderolas y estandartes militares. Una lujosa alfombra roja con estampados de espadas, coronas, fisherkings y rosas; se extendía hacía una puerta entre abierta. Del otro lado, se escuchaban voces aparentemente enojadas, sin embargo, no se lograba distinguir lo que decían.
De repente Edmond se había hecho transparente, tal como se encontraba el Señor Oscuro en su trono. En el espejo, la figura de un soldado había aparecido, aparentemente confundido. Miraron sorprendidos al traslucido Edmond, tratando de entender lo que había sucedido. Fijaron la mirada en el espejo buscando alguna otra variación, Naedrik, Marek y Kaijo, uno a uno se fueron haciendo etéreos, apareciendo una nueva figura en aquel ornamentado pasadizo. Patrick escuchó el siniestro cantico de las elfas que se venían acercando, seguido de las pesadas pisadas que subian por las escaleras.
Patrick se acercó hacía el espejo apoyando una mano, mirándolo fijamente.
Se encontraban de pie en medio de un largo pasadizo, cuyos muros se encontraban cubiertos con estandartes y pancartas militares. Detrás de ellos un ovalo de absoluta oscuridad flotaba a centímetros del suelo. De 2 metros de largo y 1 de ancho, sin profundidad alguna, solo en 2 dimensiones. El pasadizo continuaba a partir de ese espejo. Una lujosa alfombra con estampas de espadas, aves y coronas, se extendía hasta una puerta abierta a medias. Tras ella, voces enojadas se dejaban escuchar.
Dentro del cuarto, la voz de una mujer se eleba por encima de las otras, resonando notoria autoridad.
- Escudero Caradoc, ha sido encontrado culpable del asesinato de Lady Gladria, esposa de Lord Soth. Por lo que, es sentenciado a muerte. De acuerdo a lo que dicta la Medida, la ejecución será llevada a cabo mañana temprano con su propia espada. – los vitoreos de los presentes no se hicieron esperar.
La voz de un hombre se escuchó en repuesta por encima del bullicio. – ¡No!, ¡Soy inocente! ¡Yo no la mate! –
- Entonces, ¿Quién? – preguntó la mujer
- No puedo decirlo – replicó el hombre con voz abatida. – Estoy atado a mi Juramento –
- Muy bien – respondió la mujer – Culpable de todos los cargos. ¡Guardias! –
La puerta frente al grupo se abrió por completo, entrando un caballero en cota de malla y una sobrevesta bordada con un ave, un Kingfisher. - ¡Hey Ustedes! - les gritó – ¡Escuderos, cumplan con sus obligaciones y lleven al prisionero a su celda! – El caballero los miró impaciente esperando que ingresen al salón.
El grupo aún confundido, cruzó apresuradamente la puerta. Una gran mesa a la derecha, tras la cual tres caballeros en cota de malla se encontraban sentados. Dos eran hombres, con grandes bigotes largos caidos. Uno lleva una sobrevesta con el emblema de una Corona y el otro el de una Espada. La tercera persona era una mujer, de cabello oscuro rizado, portaba una armadura azul. Su sobrevesta estaba bordada de rosas rojas.
Frente a ellos, un joven y apuesto caballero elegantemente vestido. En su túnica se encontraba bordada la figura de un grajo, como la mascota de Magda la Errante. Sus tobillos se encontraban aprisionados con grilletes.
La mujer de armadura azul, tomó la rosa negra de la mesa y se la lanzó al encadenado, quien mantenía la cabeza gacha en señal de vergüenza. – ¡Llévenselo! – gritó la mujer, mientras una sonrisa torcida se formaba en sus labios.
Tras el joven caballero, una serie de bancas se ubicaban frente a la gran mesa. En una de ellas, un hombre de amplios hombros, cabellos rubios y un largo bigote arreglado. En su sobrevesta se mostraba el emblema de la rosa roja. Una leve sonrisa se dibujó en su rostro, mientras su mirada se mantenía imperturbable.
Caradoc fue puesto a disposición de los guardias para que sea escoltado a su celda y de ahí esperar la hora para su inminente final. Patrick estuvo dándole vueltas en su cabeza la historia del Caballero Oscuro que les narraron en el campamento de gitanos. Marek miró a Patrick – Esto no es lo que sucedió en la historia que nos contaron las gitanas – voltearon a mirar al resto del grupo. Naedrik, parecía seguir en su misma línea de pensamiento. – Debemos corregir lo que esta sucediendo aquí – volteando a mirar a Keijo, quien miró hacía la puerta de la carceleta donde otros dos guardias se mantenían apostados. – Debemos hacer que Caradoc confiese quien mató a Lady Gladria – volviendo a mirar a sus compañeros.
Marek se dirigió hacía Caradoc instándolo a que les cuente lo sucedido y si realmente era él culpable de tan execrable hecho. El resto del grupo se unió a la suplica de Marek, hasta que Caradoc con lagrimas en los ojos les confiesa, que él amaba a Gladria y que era su culpa que haya muerto. Sin embargo, él no la había matado, sino alguien más. Caradoc parecía tener algo pequeño en sus manos, protegiendo con delicada atención. Lo tomó entre sus dedos y les enseño un anillo que Gladria le había dado, en muestra del amor que ella le profesaba. Pero la noche en que ellos iban a escapar, él los descubrió y todo terminó, obligándolo a ver como la asesinaba con su espada sagrada. Soth dio desató su terrible justicia sobre ella.
Sin embargo, no podía entregarlo, su juramento era más importante que su vida y no podía perder tambien su honor, pese a tener que asumir el peso de un crimen que no cometió.
El grupo al escuchar esto deliberó su siguiente acción, acordando que debían llevar esto hasta los jueces para que reconcideren su dictamen. Sin embargo, era la palabra de ellos contra la de un caballero reconocido. Debían tener pruebas que puedan demostrar la inocencia de Caradoc.
Todos cayeron en cuenta que la única cosa que podían utilizar como evidencia era el anillo que Gladria le había dado a Caradoc en muestra de amor.
Le explicaron el plan al escudero solicitándole el anillo para presentarlo como evidencia. Caradoc aceptó y salieron en búsqueda de la magistrada.
Lograron encontrarla justo antes de que partieran en su caballo. Sus guardias les detuvieron, pero ella permitió concederles esa informal audiencia. Le contaron lo que habían descubierto y le mostraron el anillo del compromiso. Soth quien se encontraba presente trató de alguna forma desvirtuar esas acusaciones sin fundamento alguno, pero Kitiara lo mantuvo a raya, recordándole que ella era quien tomaba las decisiones dentro y fuera de la corte.
La expresión en el colorado rostro de Soth solo denotaba el más puro odio hacía el grupo de soldados.
- Si bien sus argumentos no son lo suficientemente fundados como para inculpar a alguien de asesinato, este anillo es muestra como para re evaluar el veredicto dictaminado el día de hoy contra el escudero. Déjenmelo y revisaremos el caso mañana. Gracias por sus servicios nobles soldados – Kitiara los mira asintiendo con la cabeza, guardando el anillo en uno de sus bolsillos.
El lugar se nubló completamente y aparecieron de vuelta en el salón del trono, frente al espejo del juicio. Su reflejo se encontraba cubierto por una cortina de humo gris revoloteando suavemente. Un escalofrió recorrió su cuerpo al sentir una poderosa presencia en el lugar.
Si bien el fantasmagórico caballero permanecía sentado en su trono, parecía haberse movido ligeramente. Sus manos ahora sujetaban la espada que descansaba en su regazo. Su ceño parecía fruncido. Si bien sus ojos permanecían cerrados, sus parpados temblaban ligeramente.
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El ruido de caballos acercándose los despertó. El verde claro rodeado de arboles en el que se encontraban los sorprendió por unos minutos. El sol brillaba en lo alto y no había señal de los gitanos, ni de su caravana donde se suponía se encontraban al momento antes de dormir.
Un sendero se abría entre los arboles conduciendo hacía un camino amplio que cruzaba el bosque. Sin embargo, otro ruido atrajo su atención. Los sollozos de unas mujeres en aparente angustia.
El grupo recogió sus cosas dirigiéndose hacia los sollozos. Marek se adelantó sigilosamente para poder observar lo que sucedida. Avanzó un par de minutos, viendo un claro extenderse frente a él. Un grupo de criaturas grandes y brutales comían pedazos de carne cruda, mientras en el centro de ellos un conjunto de mujeres elfas permanecían asustadas llorando. Una de ellas, que resaltaba entre las demás por su fortaleza y belleza, se puso en pie animándolas – No teman – les decía tratando de calmarlas – Paladine nos protegerá – mientras trataba de tomar con sus manos a las más cercanas a ella.
- ¡Silencio! – bramó una de las criaturas – Vuelve a hablar y tus compañeras pagaran el precio – arrancando otro pedazo de carne cruda.
Marek decidió volver, pero el grupo ya lo había seguido, delatando su posición inadvertidamente, llamando la atención de las criaturas que se encontraban muy cerca pero que no habían logrado ver.
Del árbol donde ellos se ocultaban, se asomaron dos de esas criaturas a las que Patrick logró reconocer, gracias a sus conocimientos, como Ogros.
El ataque fue feroz, pues las grandes criaturas utilizaban sendos troncos como garrotes y aporreaban brutalmente al grupo, quienes al verse superados emprendieron la retirada hacía el claro donde habían despertado.
Los ogros los persiguieron aumentando su número y por ende la amenaza. Pero ante lo inevitable de verse atrapados, un grupo de caballeros aparecieron con sus caballos a darles pelea a los ogros. Keijo arrastró el cuerpo de Naedrik, quien había sido derribada por un golpe certero. Al ver que el peligro continuaba, dejó su cuerpo a buen recaudo entre los arbustos.
El grupo salió al camino, donde se veía una gran carroza de buena manufactura. Un grupo de caballeros permanecía en el rededor protegiendo el lugar. De repente un grupo de ogros salió de entre los arboles para hacerles frente y atacar la carroza. Los gritos desesperados de una mujer se hicieron escuchar.
Los caballeros se vieron superados por los ogros, comenzando a aporrear la carroza. Marek, Keijo, Edmond y Patrick se dirijieron a ayudarlos.
Era inevitable, la violencia con la que atacaban los ogros era brutal, logrando destruir la carroza. Asi mismo, Edmond y Patrick habían caído durante el combate.
Cuando Keijo y Marek, estaban a punto de emprender la retirada apareció el grupo de caballeros de vuelta al camino, para hacer frente a los ogros restantes.
El caballero que lideraba esta tropa era un hombre de casi dos metros de alto, hombros anchos, rubio y de gran bigote arreglado que caía, portando una armadura de placas y una sobrevesta con el diseño de una rosa roja.
Este hombre se dirigió hacía los restros de la carroza, con notorio miedo en su rostro. Cogió varios trozos, lanzándolos para descubrir una terrible escena, lo que lo hizo caer de rodillas al piso entre lagrimas.
Todo frente a ellos se hizo brumoso, para aparecer frente a un espejo en un gran salón, dentro de algún lugar que desconocido.
Al fondo de gran salón circular se encontraba un pesado trono, tallado en mármol veteado de negro y con gemas color rojo sangre incrustadas. El trono se ubicaba sobre un estrado de cuatro niveles. Un balcón se elevaba a su espalda, mientras por ambos lados unas escaleras conducían hacia el lugar.
El salón que en algún momento estuviese cubierto de lujos, ahora se mostraba en decadencia, consecuencia de un incendio infernal. Las alfombras se encontraban ennegrecidas y manchadas de moho. Las vigas de madera tallada del techo se encontraban carbonizadas y manchadas con excrementos de murciélago. Fragmentos de cristales y velas rotas se encontraban por el piso, provenientes de un enorme candelabro que se había estrellado contra el suelo.
Los únicos objetos en la sala que parecian estar en buen estado eran una serie de seis espejos, tres a cada lado del trono, montados en las paredes. Los espejos eran de forma ovalada y medían aproximadamente unos dos metros de alto y un metro de ancho. Cada uno encerrado en un marco de hierro negro forjado en forma de rosas entrelazadas, rematadas con espinas afiladas.
Sentado en el trono, un caballero con una cota de malla negra deslustrada. Las manos del Caballero, se encontraban apoyadas en los brazos del trono, siendo más que piel quemada y llena de ampollas estiradas sobre huesos secos. Su rostro, visible sin el casco, era una ruina espantosa, quemada y podrida. Sus ojos se encontraban cerrados, pero una amenazadora luz naranja resplandecia bajo sus traslúcidos párpados.
La armadura del Caballero parecía antigua, un estilo del que Edmond dijo no haber existido en siglos, o tal vez ni siquiera haya existido. Tanto la malla como el acero estaban cubiertos de vetas de hollín. El olor a humo se percibía en el aire. En su peto, abollado y fundido como si hubiese sido golpeado por una potente ráfaga de calor, tenía grabado en relieve casi imperceptible, una rosa.
La figura estaba completamente quieta sobre el trono, excepto por su boca, que parecía musitar palabras incomprensibles. Las manos permanecían quietas como la muerte, mientras su larga espada permanecía inerte sobre su regazo.
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Corrieron por el negro bosque, esquivando y saltando entre raíces que sobresalían de la tierra, mientras gruesas y extensas ramas parecieron extenderse como en un intento de atraparlos. No tan seguros de cuanto tiempo recorrieron en el bosque, sino es hasta que a unos metros delante lograron divisar la luz de una gran fogata.
Marek, se adelantó sigilosamente, con intención de observar quienes se encontraban allí reunidos. Una caravana colorida de tres carromatos se encontraban al rededor de la gran fogata, mientras un grupo de personas con curiosas vestimentas se encontraban atendiendo sus labores, mientras unos hombres delgados y altos resguardaban el campamento. Sus bigotes ensortijados llamaron tu atención. No parecían ser una amenaza.
Se dirigió hacia sus compañeros para ponerlos al tanto de lo que había encontrado. Esperaron unos minutos más para observar la conducta del grupo encontrado y asegurarse que nadie los haya seguido.
La elfa que Marek había salvado, se presentó como Hethanna y continuaba llorando por haber abandonado a su esposo y hermano. Mientras continuaron esperando, ella se calmó y los miró a todos preguntándoles ¿quiénes eran?, ¿qué hacía ella en este lugar?, que debía volver a su casa, pero ¿dónde estaba su casa?.
Al notar eso Marek concluyó que debía dejar ir, siendo un habitante de es lugar, encontraría el camino de vuelta.
El graznido de un ave, los sobresaltó. Un pájaro negro más pequeño que un cuervo se había parado frente a ellos, mirándolos juiciosamente.
La voz de una mujer se hizo notar, invitándolos a acercarse y a compartir el fuego con ellos.
Se puso en pie acercándose, mientras un sabueso negro se planta a su lado como en señal de protección. El grajo voló de vuelta hasta donde ella se encontraba, posándose en la cornisa del carromato de Magda, vigilando.
- Bienvenidos sean, viajeros, siéntanse libres de acompañarnos sin temor, pues esta es una zona segura. Nadie nos molestará mientras nos encontremos reunidos al rededor del fuego. Mi nombre es Magda, la Errante y ellos son mi familia - extendió los brazos tratando de abarcar a todos los presentes.
Marek, se presentó ante Magda contándole la situación de su grupo y las extrañas circunstancias que los trajo hasta aquí. - Buscan escapar de ese lugar, al igual que nosotros - le respondió Magda con delicadeza. - Sin embargo, ustedes no deberían encontrarse en este lugar, ninguno de ustedes. Ustedes no son quienes deben ser - la expresión en su rostro había cambiado, con notoria consternación al no entender el mal que se cernía sobre ellos.
- El mundo esta por llegar a su fin pronto, cuando Sithicus se desmorone por completo. Sin embargo, podría haber una salida pero no creo que sea posible. Escuchen con atención... - cerró los ojos y cruzando los dedos de ambas manos a la altura de su pecho, proclamó:
Con el tiempo, el garrote se mostrará a la luz otra vez,
Y una nueva tribu se reunirá a su alrededor.
Las endechas resonaran por todos lados,
Y terrible será su canto.
Pero en el año de la destrucción, los extranjeros llegarán,
Y guiarán el camino de salvación a través de las fauces de la bestia.
Solo con su ayuda el errante escapará.
Y los extranjeros serán también liberados,
Cuando la rosa negra florezca.
Magda abrió los ojos, los cuales parecieron por un par de segundos estar en blanco, parpadeó un par de veces y miró con normalidad al grupo - La única forma de escapar esta en la Fortaleza Nedragaard, hogar del Caballero Oscuro. Durante mis años de cautiverio con él, he aprendido mucho de su historia, la que considero importante conocer, ya que alguna ventaja nos podría brindar al momento de hacerle frente. - bajó la cabeza mientras se frotaba la manos denotando cierta ansiedad y tristeza - Tomen asiento al rededor del fuego y escuchen con atención la siguiente historia... - una de las dos bellas jóvenes que formaban parte de la familia, se puso en pie y caminando al rededor del fuego levantó una especie de pandereta haciéndola sonar como si fuese la antesala a una épica historia y proclamó:
Había una vez, un poderoso guerrero, cuyas pasiones y negligencia al deber, lo condujeron a perder todo lo que amaba, su amor, su vida, su espíritu. Su historia, es un descenso a la profunda oscuridad que habita en el corazón humano.
Su nombre era Loren Soth, y esta es su historia. Hace mucho tiempo, Lord Soth, era mortal. Hace más de cuatro décadas, luchó del lado del bien en la lejana tierra de Solamnia.
En aquellos días, Lord Soth era un Caballero de Solamnia, que, a través de actos de gran valor y caballerosidad, obtuvo cada uno de los honores de su orden: Corona, Espada y Rosa.
Construyó la imponente Fortaleza Dargaard y desposó a la bella Lady Gladria de Kalaman. Orgulloso estaba de su esposa, pese a que fue solo el deber lo que lo obligó a casarse con ella. Orgulloso estaba del poderío de su fortaleza.
Orgullo. Como los Vistanis decimos, “A más grande el orgullo, más alta la caída”. ¿Y qué fue lo que hizo caer a este orgulloso caballero?
- La joven hizo una pausa y extendió la pandereta a Marek, agitándola levemente como en espera de un incentivo para continuar. Marek, sacó una moneda de plata y la lanzó dentro del instrumento. La joven continuó caminando unos paso más mientras que con un movimiento grácil guardó la moneda para continuar con el cadencioso ritmo de la pandereta. Ella tomó asiento mientras la segunda joven se puso en pie y dando un giro sobre la punta de su pie izquierdo, continuó con la historia. -
El deseo por una mujer que le estaba prohibida. Poseerla convirtió sus votos matrimoniales en una burla. Poseerla era una afrenta a la promesa que le hizo a los dioses. Pero, como los Vistani decimos “El más dulce fruto yace tras la valla más fuerte”.
Lady Isolde era su nombre. Era una doncella elfa de Silvanost, que viajaba con otras trece doncellas hacía la poderosa ciudad de Palanthas. Allí, se ofrecerían al dios Paladine, el valiente guerrero, padre de todo lo bueno, dragón de platino del cielo nocturno.
Las doncellas fueron asaltadas y tomadas prisioneras por bandidos. Eran docenas de bribones, cientos quizás. De alguna manera, sabían cuándo y dónde atacar.
Lord Soth enfrentó a su líder, un temible ogro, en combate singular. Luchó con brutal enemigo de acuerdo a las reglas del combate justo, superando al ogro, pese a que recurría a engaños y tácticas injustas. Los bribones huyeron, y Lady Isolde cayó en los brazos de Lord Soth. Una chispa inocente de amor fue encendida. La cual se convirtió rápidamente en una lujuriosa flama.
La doncella elfa había hecho sus votos para servir a su dios, pero no había hecho la promesa formal ante un sacerdote, por lo que, no tenía un juramento que romper. Sin embargo, Lord Soth, estaba unido a su esposa por el sagrado voto del matrimonio. Sus votos lo ataban “hasta que la muerte los separe”. Por lo que solo había una forma de romper esos votos. Y…
- La segunda joven se detuvo frente a Naedrik, estirando su mano mientras movía lentamente sus dedos en señal de un incentivo para continuar con la historia. Naedrik sacó una moneda de plata y se la entregó gentilmente. La joven giró y giró sobre sus pies para terminar en un pequeño salto estirando levemente ambas piernas, para sentarse al otro extremo de la fogata. La primera joven se puso en pie y comienzó a caminar nuevamente al rededor del fuego, continuando con la historia. -
Y de esa manera Lord Soth llevó a cabo el más grande de los pecados. Ordenó a su senescal, un hombre vanidoso y malvado, llamado Caradoc, asesinar a Lady Gladria. Lo que debió ser un lecho de rosas, se volvió un lecho de muerte. La sangre en sus sabanas mostraba que el asesinato se había llevado a cabo, aunque su cuerpo nunca fue encontrado.
Con increíble prisa y sin lagrima de pesar alguna por la muerte de su esposa, Lord Soth llevó a Lady Isolde a vivir con él a la fortaleza Dargaard. Su sangriento secreto parecía a salvo, pero las doncellas elfas que acompañaban a Isolde tenían oídos afinados y vista aguda. De alguna manera, se enteraron del crimen de Lord Soth. De alguna manera, sus habladurías llegaron a los oídos de los Altos Caballeros.
Fue llamado a un concejo de pares, siendo encontrado culpable de asesinato, adulterio y deshonrar los votos de su orden. Fue arrastrado por las calles de Palanthas, humillado y sentenciado a muerte. La ejecución se realizaría al día siguiente; que, de acuerdo con la tradición, Soth debería morir bajo su propia espada.
- La pandereta seguía sonando agitada por la joven, acercándose donde Patrick, poniéndose en cuclillas frente a él,. Le sonrió dulcemente y alargo la mano libre hacia él. Patrick sacó una moneda de plata y se la colocó en la mano. La joven se sentó en el piso apoyándose sobre sus brazos, arqueando la espalda y moviendo lentamente la cabeza de un lado al otro. Rápidamente dio un giro sobre sus piernas poniéndose en pie para alcanzar a la otra joven que ya se había puesto en pie para darle el alcance, entregándole la pandereta, continuando con el relato. -
Esa noche, trece caballeros que permanecían leales a Lord Soth, lo sacaron de la prisión. En la oscuridad de la noche, fue llevado a la fortaleza Dargaard.
Los caballeros de Solamnia sitiaron la fortaleza, exigiendo que Soth se entregue para enfrentar su destino. Levantaron el asedio el tiempo suficiente para que Lord Soth desposara a Isolde en una triste ceremonia con escaza concurrencia.
El asedio fue largo y duro, pero la fortaleza Dargaard resistió. Y justo cuando las cosas no podían ser más oscuras, el dios Paladine le habló a Lord Soth. Los pecados del Caballero serían perdonados si emprendía una última tarea heroica. Lograrlo significaría su muerte, pero también sería su salvación.
Paladine ordenó viajar a Lord Soth a la ciudad de Istar, donde el Rey Sacerdote de aquella ciudad estaba a punto de exigir a los dioses el poder de erradicar todo el mal de Krynn. A menos que el Sacerdote sea detenido, los dioses destruirían la ciudad por completo en represalia. Solo Soth podría detener el cataclismo.
Lord Soth partió hacia Istar. Sin embargo, nunca llegó a la ciudad. ¿qué lo detuvo?
- La joven se detuvo frente a su compañera ayudándola a ponerse en pie. Tomadas de la mano, ambas se proyectaron estirando una pierna mientras se mantenían de punta con su otro pie. La joven sin pandereta soltó a la otra quien cayó con gracilidad al piso y giró sobre sus piernas para quedarse sentada mientras la otra joven de un brinco, se acercó a Edmond, estirándole la pandereta. Él sacó una moneda de plata, colocándola en la pandereta. -
Soth nunca llegó a Istar debido a que la fiera garra de los celos había apresado su corazón. Una de las doncellas elfa susurro en su oído que Isolde le había sido infiel y que el hijo que había dado a luz, no era de él.
Enfurecido, Lord Soth retornó a casa para confrontar a su esposa por sus crímenes imaginarios. En el mismo instante en que levantaba su enfundado puño contra su esposa, el Rey Sacerdote de Istar elevaba su voz a los cielos. Los dioses enfurecidos lanzaron una montaña sobre Istar, mientras fuego sagrado caía sobre la fortaleza Dargaard.
Consumida por las llamas, Lady Isolde le rogó a su esposo salvase la vida de Peradur, su hijo recién nacido, pero Lord Soth se alejó. Ese día perdió a su esposa, a su hijo, su vida y su alma. Sin embargo, algo maligno sobrevivió en su vacío pecho. Desde ese momento Lord Soth renació como un Caballero de la Muerte (Death Knight). Una criatura oscura, un despiadado servidor del mal. Un despojo de hombre, con voz escalofriante y toque gélido. Un desalmado demonio capaz de matar con tan solo una palabra, de sumirte en el más terrible dolor con tan solo una mirada. Una criatura capaz de congelarle la sangre al más valiente guerrero, de incendiar hasta las cenizas al más santo de los sacerdotes con solo pensarlo. Una criatura capaz de controlar las sombras a voluntad y reírse en la cara de los dioses.
Junto con la Dragon Highlord Kitiara Uth Matar, sirvieron a la diosa del mal, Takhisis, Reina de la Oscuridad, el dragón de cinco cabezas del cielo nocturno. Juntos, pusieron de rodillas a la gloriosa ciudad de Palanthas. Juntos, pensó Lord Soth, debían permanecer eternamente.
Pero Kitiara, la de la sonrisa torcida, murió ese día en la Torre de Alta Hechicería de Palanthas. Su espíritu cruzó el espejo de cinco cabezas y fue reclamado por Takhisis.
Se dice que Lord Soth esbozó una sonrisa al momento de encontrarse con el cadáver de Kitiara, pues ya estaba preparado para una situación como esta. Una vez caída la ciudad….
- La joven sin pandereta se acercó a su compañera y la abrazó. Ambas tomaron la pandereta y se estirando los brazos la pusieron frente a Patrick. Las miró ciertamente complacido con la historia y la danza ofrecida, sacando una moneda de plata, depositándola en la pandereta. Ambas continuaron al unísono la historia, mientras caminaba en sentido opuesto al rededor de la fogata -
Una vez caída Palanthas, el fantasmagórico senescal de Soth, Caradoc, entró al yermo Vacío, llamado Abismo, para ingresar al reino infernal de la Reina Oscura. Una vez ahí, levantó su medallón de oficio por encima de su cabeza y ordenó al espíritu de Kitiara ingresar en el. Con esto, Lord Soth podría levantar a la Dragon Highlord como un muerto viviente. Con ella a su lado, la corte de su Fortaleza estaría completa.
Pero Lord Soth no recibió el espíritu de Kitiara. Caradoc lo había ocultado, exigiéndole a cambio lo devuelva a la vida para entregárselo.
Lord Soth respondió a esta traición como siempre, con incendiaria pasión incinerando cualquier pensamiento racional. Buscó venganza contra su senescal, siguiéndolo entre las brumas, no una sino dos veces. Una vez en Barovia, reino del Conde Strahd Von Zarovich. Y una segunda vez, hacia Sithicus, la tierra que Lord Soth ahora rige.
Lord Soth está buscando solo una cosa, la cual es crucial en cada uno de sus pensamientos, en cada una de sus acciones. Esa cosa es regresar nuevamente a su tierra. No se detendrá ante nada ni ante nadie, en sus esfuerzos para lograrlo.
Nosotros, sus reacios sirvientes, rogamos para que algún día lo logre. Pues ese día veremos por fin el final de esta larga y oscura noche.
Magda se puso en pie mientras las dos jóvenes retomaron su ubicación inicial al rededor del fuego.- Vengan conmigo, debemos saber lo que les depara el destino - extendiéndoles la mano, invitándolos a pasar a su carromato. Era un lugar pequeño, bastante abarrotado pero colorido, con un sin fin de objetos extraños entre cajas, cajones, estantes y muchas otras cosas colgadas del techo. Cosas raras e inexplicables.
Magda se puso tras una pequeña mesa, poniendo un pequeño paquete envuelto en una colorida tela azul con hilachas doradas. Murmuró una palabras, posando ambas manos sobre el envoltijo. Procedió a desenvolverlo hasta mostrar un mazo de cartas antiguo, de superficie amarillenta, con crípticos dibujos en tinta negra.
Estiró la tela sobre la mesita donde empezó a colocar las cartas que iba sacando al azar del mazo. Primero tres cartas, las cuales vio con inquietud. Las recogió, las barajó y sacó nuevamente tres cartas y nuevamente las recogió con inquietud. Repitió el proceso tres veces más, hasta que decidió cambiar la configuración y cantidad de cartas, formando esta vez una extraña forma de cruz. Sus ojos denotaron preocupación y a la vez cierta resignación.
- Los hilos han sido movidos de tal forma para que ustedes se encuentren en este lugar, pues han sido enviados a buscar algo, algo que no estoy segura de que podría ser, pero ustedes lo sabrán en cuanto lo vean. Sin embargo, solo veo muerte para ustedes, no parece haber escapatoria de ello, es inevitable. Podrán extender su tiempo pero nadie podrá escapar de tan nefasta invitación. - barajó nuevamente el mazo con gran habilidad y sacó una carta con un parca portando una guadaña sobre un caballo esquelético, se titulaba "El Jinete". Insertó la carta en el mazo y volvió a barajarlo rápidamente para sacar nuevamente la misma carta. Mezcló nuevamente el mazo y esta vez lo desplegó en abanico invertido sobre la mesa, escogiendo una carta al azar, "El Jinete", otra vez.
- Una terrible espada se cierne sobre sus cabezas y no hay nada que podamos hacer al respecto. Sin embargo, algunas vidas terminan en favor de otras. Así que procuraremos que cuando llegue ese momento no sea en vano. Descansen esta noche y no se preocupen de ello por ahora. - Magda reunió las cartas y las cubrió con la tela azul.
Marek se acercó a ella pidiéndole pudiera brindarles cualquier tipo de ayuda. Ello lo miró directamente a los ojos, como si por un instante reconociese su propia mortalidad en su reflejo, a lo que ella con cierta resignación asintió. - Descansen, que mañana será otro día y hay un largo camino que recorrer hasta la Fortaleza de la Rosa Negra.-
Esa noche, el peso de esta carga fue monumental, sin embargo, a pesar de esto, algo en sus corazones les hacía sentir que su última noche no estaba tan próxima como la Vistani les había presagiado.
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Un bosque oscuro de gigantes arboles los rodeaba, entre abetos y pinos, cubiertos por un moho gris que recorría sus cortezas dándoles un aspecto enfermo y agonizante. Un quejido grave se escuchó, proveniente de algún lugar en lo profundo del bosque, como si se tratase de alguna enorme criatura moribunda. Un temblor sacude el lugar y a unos metros de donde se encontraban descansando, la tierra se abrió en un gran forado. Una niebla gris se elevó de la reciente abertura, arremolinándose en el aire, mientras el hedor a muerte recorrió el lugar.
Un silencio absoluto cayó sobre ellos para dar paso al crepitar de madera, el árbol cuyas raíces habían sido expuestas por la fosa recientemente formada, había comenzado a quebrarse. Por lo masivo del árbol sus raíces habían cedido, cayendo en dirección hacía el campamento.
Con destreza, todos lograron escapar de la mole de madera que cayó entre ellos.
Al revisar la oscura abertura, les dio la impresión de ser bastante profunda, como si fuese un pozo sin fondo.
Todos se encontraban muy inquietos, pues para Keijo y Edmond, no hace mucho que habían caído bajo las garras de las nefastas criaturas que habitaban bajo la capilla de la Hermandad de la Mano Misericorde.
Para Patrick el recuerdo era más extraño, pues posterior a ser masacrados, se arrastra en su memoria una macabra epifanía, que con tan solo evocarla le escarapelaba el cuerpo.
Para Naedrik el recuerdo era más reciente, solo hacía instantes en que se recostaba para descansar bajo el cuidado de la Hermandad de Hala y en tan solo un parpadeo apareció en este siniestro bosque sin mayor explicación.
Marek, que recién se había recostado, le emocionaba saber que era lo que le ofrecería mañana Don Giovanni. Al parecer, tenía un negocio entre manos y esa expectativa no lo iba a dejar dormir. Parecíó muy complacido con el éxito de la misión, invitándolo a quedarse en una de las habitaciones de invitados.
Un escalofriante grito de terror atravesó el aire, sacándolos a todos de sus cavilaciones. A escasos metros, proveniente del bosque algo parecía moverse en dirección suya, saliendo abruptamente de entre las ramas. Un hombre corría hacia ellos, su delustrado cabello plateado se alborotaba al viento, mientras un destello de locura se dejaba entre ver en sus ojos color ámbar. Sus orejas puntiagudas denotan su origen élfico. Se encontraba cubierto de lodo, su ropa estaba rasgada y sin zapatos. Jadeante pasó entre ellos gritando – ¡Corran, Corran por sus vidas! ¡Los Treants se acercan y nos aplastaran a todos! ¡Huyan por sus vidas! –
Marek, intervino interponiéndose en su camino para tratar de calmarlo y así pueda explicarles lo que sucedía.
Ningún Treant apareció para atacarlos. Lo cual le permitió al elfo calmarse con mayor facilidad, pero se mantuvo en guardia a la espera de cualquier acto sospecho o movimiento consciente de algún árbol.
El elfo se presentó como Quallan, contándoles que él y su grupo intentaron escapar del reino mientras las fronteras se mantenían cerradas. Sus compañeros se vieron forzados a retornar por los canticos demenciales que llenaban sus cabezas. Sin embargo, él logró cruzar la frontera a Valachan, cayendo víctima de la locura. Eventualmente su paranoia lo hizo retornar al reino.
Quallan les cuenta que estas tierras están siendo invadidas por un ejército de Treants malignos, liderados por el Varon Urik Von Kharkov de Valachan. Esta más que convencido que los bosques han sido invadidos por estas criaturas y por esa razón es que está huyendo de su avanzada. Se dirige hacía el sur, a la frontera con Kartakass. El más mínimo movimiento de una rama lo hace saltar de nervios. Y los ruidos en el bosque lo ponen nuevamente en alerta.
Una vez calmado, continuo contándoles, los canticos escuchados en la frontera eran causados por los Treants invasores en un intento de sacar a los elfos del reino, facilitándole al Baron Karkhov tomar control de la tierra. De la misma manera, piensa que las grietas que se han estado abriendo son consecuencia de los Treants que han extendido sus raíces por debajo de la tierra.
Ahora que ha vuelto, se ha percatado que su memoria pareciera estar fallando, hablando vagamente y enredándose en sus oraciones..
Siendo que el grupo le había ofrecido ayuda, el ofreció compensarlos guiándolos a la ciudad más cercana, mientras se encontrase de camino a la frontera con Kartakass.
Sin embargo, la pregunta principal seguía pendiente de responder, ¿dónde se encontraban?. Marek se dirigió a Quallan preguntándole directamente por el nombre del reino donde se encontraban, a lo que el elfo mirándolo con sombría expresión le dijo - ¿No saben donde se encuentran? Aquí es donde mora la desesperanza y la desolación. Son los reinos donde muere toda esperanza, es la tierra de los espectros... estamos en Sithicus -
Marek y Patrick sabían que Sithicus era una tierra al sur de Borca, habitada casi en su totalidad por elfos. Según recordaba Marek, estos elfos vivían aislados del resto de los reinos, manteniendo cero relaciones diplomáticas y comerciales, principalmente por la xenofobia de sus habitantes.
El ruido de ramas moverse llamó nuevamente la atención de todos, pues por el mismo camino por donde vino Quallan, apareció una criatura cornuda de casi tres metros, con el aspecto de una especie de insecto, como si se tratase de una cucaracha gigante.
El grupo le hizó frente a la criatura, mientras que Quallan entró en pánico al no tener idea de donde esconderse.
Con algo de esfuerzo lograron someter al gran insecto. Sin esperar mayor tiempo, empacaron sus cosas y tomaron a Quallan para que los guiase por el camino a través de este bosque nocturno.
Transcurrido un par de horas, delante suyo, escucharon una voz grave y rasposa maldecir. Los gritos de un hombre eran escuchados por encima de los gemidos y suplicas de misericordia. Y a su vez, un extraño traqueteo estaba repicando.
- ¿A que se refieren con que no recuerdan haber visto al fantasma de la mujer? La última vez que hablamos, parecían estar bastante seguros del lugar donde la vieron. Y ahora de repente, lo han olvidado. Bueno, quizás esto les refresque la memoria. - el sonido de metal golpeando la carne se hizo presente, al mismo tiempo en que una mujer gritó aterrorizada.
El grupo con cierta inseguridad decidió intervenir, contemplando una terrible escena. Un grupo de esqueletos se encontraban golpeando lo que debió ser un elfo, mientras otros dos, una mujer y hombre, gritan aterrorizados.
Un Enano fornido de aspecto salvaje se encontraba de pie frente a ellos, mirando con placer el ensañamiento contra el elfo. El Enano se percató de la presencia del grupo y les vociferó mostrando sus afilados dientes - ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hacen aquí? Si lo que buscan son problemas, los acaban de encontrar - haciendo una señal a los esqueletos que lo acompañaban, apuntó con una de sus afiladas garras al grupo.
Con cierta facilidad lograron someter al grupo de esqueletos, quedando solo el Enano salvaje, quien rugía de frustración al ver derrotado a sus esbirros.
El grupo se acercó para hacer frente al jefe, mientras Marek ágilmente rodeó un árbol para posicionarse en terreno que lo favorezca, ubicándose detrás del Enano.
El primer golpe asestado contra el Enano fue brutal, Marek lanzó un certero y poderoso golpe por la espalda, atravesando al fiero adversario. Keijo y Edmond hicieron lo propio lanzando letales golpes directos al cuerpo del enemigo.
El Enano cayó de rodillas al piso y rugió con furia al cielo nocturno como si estuviese exigiendo ayuda al siniestro bosque. Bajó la mirada, contemplando a los enemigos que tenía frente suyo, dando paso a una abominable transformación. Sus rasgos se volvieron más salvajes, como si se estuviese convirtiendo en un animal, un hibrido entre enano y tejón. Las heridas causadas por los ataques empezaron a sanar rápidamente y el panorama se puso más nefasto para el grupo.
Patrick, lanzó una ráfaga de energía hacia la criatura, lo que sí pareció causarle algo de daño, pero no tenía el suficiente repertorio como para hacerle frente.
Marek, tomó rápidamente a la elfa y la arrastró en dirección al grupo, mientras ella gritaba por su esposo y su hermano.
Edmond y Keijo retrocedieron al ver que sus armas no le causaban mayor daño, mirando en todas direcciones buscando la mejor ruta de escape.
Naedrik tomó a Quallan por el brazo y lo puso en pie de un tirón para emprender la huida. La licantropía era algo contra lo que uno debía estar mejor preparado y en este momento no tenían forma de como hacerle frente a este adversario, sin embargo, intentaría detenerlo lo suficiente como para facilitarles el escape. Invocó el poder de la madre Tierra para que acudiese en su auxilio, extendiendo sus ramas hacia el enano, enredándolo.
Naedrik fue la primera en verlo, otro esqueleto con aspecto más amenazador que los que enfrentaron inicialmente, se encontraba de pie a varios metros de ellos, por el camino que pensaban seguir, mirándolos desde sus vacías cuencas, como si estuviese evaluando la situación de intervenir o no en ayuda del Enano.
Keijo y Edmond, vieron a otro esqueleto con armadura y espada aparecer a algunos metros de ellos, como si saliese de entre las sombras.
Patrick, sintió la gélida presencia de otro esqueleto guerrero aproximarse hacía él.
Estaban siendo rodeados. Se agruparon casi al centro de dicha intersección y tomaron todos la vía que les pareció libre, internándose en la oscuridad del bosque.
///
El dolor en su cuerpo iba y venia, hecho que indicaba que estaba sanando, al menos eso era lo que decía alegremente la hermana Quellandra, quien los venía atendiendo. Era una joven delgada, de rasgos finos, pero aspecto demacrado. Miró de lado a lado desde su camastro, entre la oscuridad nocturna del lugar, logrando ver a los demás que se encontraban descansando. Apoyó la cabeza sobre una improvisada almohada hecha con telas enrolladas, descansando después del esfuerzo que acababa de hacer, mirando absorto aquel techo desconocido.
Frente suyo, una fila de alargadas ventanas recorría de un extremo al otro de la pared. Solo la ventana que se ubicaba justo frente suyo se encontraba descubierta, mientras que las demás tenían las cortinas cerradas. Por fuera, una rama sin hojas oscilaba proveniente de algún árbol cercano que no podía ver en ese momento. De esa rama se proyectaban otras cinco ramas más, como si una mano marchita le estuviese saludando. Sintió un extraño impulso de devolver el saludo, pero se contuvo al pensar bien lo ridículo que sería. Algo se iba deslizando por el suelo, reconociendo que se trataba de la sombra que proyectaban las ramas de la ventana, que se arrastraba de forma extraña, deteniéndose repentinamente como si se hubiese dado cuenta que había sido descubierta. Sintió alivio al ver que nada sucedió y solo se trataba de sus nervios… Hasta que vio que la sombra comenzó a agitarse, despegandose de la superficie del suelo para elevarse en el aire como una siniestra garra cadavérica formada de humo negro. La garra cerró los dedos, dejando extendido solo el que sería el dedo índice.
Al ver esto, trató de sentarse en el camastro, logrando solo apoyándose sobre sus brazos y poder levantar el cuerpo, estirarndose lo suficiente como para poder ver de que se trataba. El espectral dedo apuntó hacía una zona de oscuridad absoluta. Todo su ser gritaba que algo terrible estaba apunto de emerger de ese lugar. Los segundos pasaron estirándose de forma casi infinita, pero nada sucedió.
Se desplomó sobre el camastro, aguantando el dolor y apretando los ojos. Exhaló largamente aliviado. Abrió los ojos y contempló el mismo techo desconocido. El sueño empezaba hacer más y más pesados sus parpados, abriendo y cerrando los ojos, repetidamente. Lentamente el techo pareció desvanecerse con cada parpadeo. La temperatura del lugar descendió drásticamente, dando paso al ruido de insectos y de animales agazapados entre los extraños y grandes arboles frondosos que parecían tapar el cielo de nocturno. Una terrible sensación de tristeza y dolor invadió repentinamente su ser. La luz de una fogata llamó su atención, sentándote rápidamente espantado al darse cuenta que ya no estaba en el hospicio y todos los demás se encontraban descansando alrededor del fuego.
///
Se despertó confundida, con la visión borrosa y la boca amarga. Los brazos le dolían por el peso de haber tenido la cabeza apoyada encima de ellos. Estaba sentada y apoyada sobre una mesa larga cubierta con un mantel de tela roja corriente. Si bien la silla se veía indudablemente cómoda, las piernas las sentía medianamente entumecidas por el tiempo en que se encontraba en esa posición. El pesado frio en los tobillos la alarmó, especialmente cuando trató de mover las piernas escuchando el sonido metálico de cadenas que se lo impedían. Frente a ella un hombre en la misma situación, recostado sobre sus brazos encima de la mesa. Miró la habitación en la que se encontraban, parecía un salón, cubierto por gruesas y extensas cortinas color gris oscuro que cubrían en mayor parte las paredes. En el techo un candelabro forjado colgaba con trece velas encendidas. La mesa se encontraba vacía, no había nada que pudiera ayudarla a escapar. No tenía idea de lo que sucedía o a que se debía que estuviera en ese lugar. Se estiró tratando de alcanzar a la persona que estaba frente a ella, pero estaba unos centímetros más lejos. Le gritó, sintiendo el dolor en su garganta como si le hubiese sido apretada con fuerza. Carraspeo tratando de aclarar la voz y volver a intentarlo. Levantó la voz con dificultad pues el dolor se hacía más intenso a mayor el esfuerzo. Golpeó la mesa para llamar su atención, jalando el mantel rojo, percatándose que la tela estaba húmeda. Tanto sus manos como sus brazos se encontraban manchadas de rojo, un rojo de la consistencia de la sangre. Nuevamente intento gritarle a la otra persona, con mayor insistencia.
Empezó a reaccionar.
Sacó la cabeza de entre sus brazos,
mostrando las marcas en su piel enrojecida.
Lo reconoció, era Algier, su esposo.
Ilse, lo llamó por su nombre tratando
de hacerlo reaccionar y ver si es que tenía idea de donde se encontraban.
Un espantoso sonido resonó en el
lugar, como si arañasen una superficie algo afilado. Las velas se apagaron.
Ilse gritó el nombre de su esposo sin
importarle el dolor lacerante que sentía en su garganta.
El sonido se detuvo y las velas se
encendieron. Diez velas ahora alumbraban el lugar. Ilse y Algier se miraron
fijamente con expresión de terror en sus rostros. Algier tenía una mordaza de
metal en la boca con un pequeño candado a un lado de la cabeza, lo que le
impedía hablar. Dos abrazaderas se extendían por su espalda hasta conectarse
con una especie de chaleco de cuero duro. Dos cadenas descendían hasta el piso
para conectarse con una base laminada, anclada en el suelo. Como si estuviesen
sincronizados giraron la cabeza para ver a la persona que había aparecido en el
extremo de la mesa más cercano a ellos. Otra persona en la misma situación, con
la cabeza recostada sobre sus brazos, inconsciente.
Ilse, gritó amargamente pidiendo
explicaciones a quienes estuviesen haciéndoles esto, pero no obtuvo respuesta.
Maldecía repetidamente mientras se agachaba por debajo de la mesa para revisar
las cadenas que apresaban sus lastimados tobillos. Sin embargo, la impresión de
que algo parecía moverse en la oscuridad debajo de la mesa, la hizo volver a
sentarse nuevamente para sentirse ingenuamente a salvo bajo la luz de las
velas.
Algier, tanteaba con sus manos la
mordaza que tenía puesta, sintiendo una placa metálica dentro de su boca. Le
hacía señas a su esposa tratando de comunicarse, pero no se daba a comprender,
hecho que lo frustraba aún más. Giró la cabeza a la derecha y se dio cuenta que
las cortinas grises se habían separado en ese extremo, mostrando una pared morada
tornasolada. En ella se encontraba colgado un gran cuadro en marco
aparentemente de madera dorada, con un diseño de ondas entrecruzadas entre sí.
La pintura era totalmente negra, sin embargo, daba la apariencia de que la
oscuridad plasmada fluía como si se tratase de alguna especie de líquido
espeso. Debajo del cuadro, un altar se mantenía sombrío y abandonado.
- ¡Algier! ¡Mira! – le gritó su
esposa, volteando asustado a verla, quien le señalaba en dirección a la otra
persona.
Patrick Jane, levantó la cabeza. Un
dolor en la nuca le hizo llevarse una mano a esa zona para ejercerse
ligeramente presión como si intentase darse un masaje, mientras trataba de
estirar el cuerpo para liberar la tensión de los músculos. Cierta incomodidad
le hizo darse cuenta que tenía una especie de cofia metálica encima. Esta se
encontraba conectada a unas barras curvadas de metal que descendían por ambos
lados hasta conectarse a una especie de anillo metalico que rodeaba su cuello.
Una cadena y un cable se conectaban por detrás cayendo hasta el piso,
perdiéndose en la oscuridad del lugar.
Algier e Ilse se miraron con expresión
desencajada, pues no daban crédito a lo que veían. Y si su esposo no hubiera
tenido esa mordaza bloqueándole la boca, hubiera expresado al unísono con su
esposa la misma palabra. - ¿Hijo? -
+++
Patrick aún confundido miró al
rededor, sintiendo la presión en su cuello. No podía dar crédito a quienes veía
frente suyo. Apoyó ambas manos encima de la mesa con más fuerza de la que esperaba,
poniéndose en pie de golpe sintiendo el tirón de la cadena que lo retenía desde
su cuello - ¿Qué sucede aquí y que hacen ustedes aquí? – gritaba
mientras se concentraba para conectar su mente con la de ellos, pero nada pasó,
solo un peculiar zumbido en sus oídos. Extrañado, se tomó un momento para
aclarar su mente y pensar en lo que sucedía. Un recuerdo violento golpeó su
conciencia, una marea de garras y dientes rasgaban su carne. Recordó haber
estado en una situación imposible de la forma más inverosímil, cayendo por un
pozo hasta llegar a enfrentar un nefasto destino. - ¿Estoy muerto?
– diciendo ello para sí mismo, en voz muy baja. Sin embargo, los ecos resonaron
en el lugar preguntando lo mismo, pero las voces que escuchó replicantes no
eran la suya sino la de los otros, de Keijo, de Naedrik, de Edmond y de muchas
otras personas que no reconoció.
+++
- Hija,
¿qué es todo esto?, ¿por qué estamos aquí?, ¿por qué nos haces esto? –
Naedrik volteó al escuchar gritar a Roeghard, mientras lágrimas negras surcaban
las pálidas mejillas de Oghmara, cayendo sobre el rojo mantel que empezaba a
motearse de manchas oscuras. Al otro extremo Delwrym se mantenía frente a un
recién nacido.
Naedrik miraba angustiada sin
comprender lo que sucedía, mientras la sangre le escurría por los brazos, la
cual brotaba de los surcos abiertos en su carne, consecuencia de los ataques
violentos que había sufrido en aquella caverna. Se cubrió el rostro con ambas
manos como tratando de obligarse a despertar de esta pesadilla tan aterradora.
+++
Bajó sus manos ensangrentadas, sin
comprender que hacía el detestable de su padre y su indefensa madre en el mismo
sitio frente a él. Keijo no entendía lo que venía pasando, especialmente porque
no reconoció a la mujer que se encontraba frente a ellos sujetando a su
hermano, Denlon.
+++
Por encima del pequeño altar se abrió
un agujero en el medio del gran cuadro, lanzando una gran cantidad de papeles,
lienzos y bosquejos, sobrevolando por el salón, cayendo encima de la gran mesa.
En ellos podían ver escenas de la vida de cada uno: la pira del sacrificio de
Naedrik y la vaharada de niebla que los cubrió a todos; las alcantarillas
abarrotadas de alimañas lanzándose para devorar a Patrick justo en el instante
en que un banco de niebla se arremolinó para salvarle, la espada del verdugo
que caía inexorablemente para ajusticiar a Keijo por haber asesinado a su medio
hermano justo en el momento en que fue tragado por la bruma que exhaló el
terreno donde se encontraba arrodillado, el circulo de guerreros asesinados y
el preciso instante en que Edmond caía al vacío brumoso de un precipicio, el
incendio en la gran ciudad, el rescarte de los infantes y todas las cosas que
han venido sucediendo una vez reunidos. Es como si, todo lo que ha venido sucediendo
hubiese sido orquestado por algo con algún propósito, conduciéndolos al lugar
en donde están precisamente ahora.
El agujero se cerró cuya superficie
aún parecía moverse, como si las fauces de una bestia se estuviesen relamiendo
los colmillos al ingerir o expulsar algo. En la parte inferior derecha del
cuadro se vislumbró a una joven en medio de un terrible incendio.
Un estridente ruido de llantos llenó
el lugar, tan fuerte que los obligó a taparse los oídos. En el centro de la
mesa tres bebes aparecieron, como si hubiesen brotado de entre los pliegues del
mantel rojo. Lloraban inconsolables. Reconocieron a los pequeños que salvaron
del albergue en llamas. Sus colorados rostros denotaban una agustiosa desesperación,
sin asomo de consuelo ni calma.
+++
Una figura oscura se elevó del piso
entre el gran cuadro y la mesa, mientras los goblyns se acercaban por ambos
lados, habían tomado a los bebes, llevándoselos a la figura oscura, colocándolos
de tal forma que daban la impresión de estar presentando una ofrenda en un altar
profano. La oscura figura levantó un largo puñal de hoja senoidal con extraños
símbolos que brillaba ligeramente por la luz de las velas.
+++
La expresión en su rostro congeló a
Patrick, al reconocer a Gwoan era quien sujetaba la hoja y estaba a punto de
realizar un acto tan abominable y perturbador. Mayor fue su sorpresa al
reconocer que el niño que sujetaban se trataba de Gilen Bluntchard, el hijo
recién nacido por el que fue inculpado de su desaparición. La mueca burlona en
el rostro de Gwoan era perturbadora en extremo, fijando su mirada directamente
a la de Patrick.
Bajó la mano que sujetaba el puñal sin
contemplación, asestando un golpe tan potente que todos, en cualquier instancia
en la que se encontrasen, sintieron el impacto.
+++
Todos gritaron con desesperada
frustración al no poder hacer nada. Mayor fue su terror al sentir en sus manos
un líquido caliente escurriendose entre sus dedos. Al bajar la mirada, su mano
empuñaba el arma asesina mientras la sangre chorreante recorría la hoja. Al
levantar la mirada se paralizaron al ver que eran ellos mismos quienes habían
asestado el golpe, encontrándose en el lugar donde estaba inicialmente el
victimario.
Mientras del otro lado, donde antes se
encontraban sentados, se hallaba mirándolos maliciosamente el asesino,
asintiendo una y otra vez con la cabeza, aplaudiendo en señal de aprobación lo
que habían logrado.
Keijo había asestado el golpe a Denlon
mientras la mujer lo miraba, así como Patrick a Gilen mientras Gweon le
aplaudia y Naedrik a un niño que desconocía mientras Delwrym se carcajeaba. Los
instintos de Naedrik le gritaban lo peor, pues al ver los rizados y rojizos
cabellos solo le hicieron suponer que se trataba de su hermano no nato.
Los pequeños bultos enrollados se
encontraban en la mesa, en silencio, con un semblante cadavérico, sobre un
amplio y húmedo telar rojo.
Las luces nuevamente se apagaron por
unos segundos, para volver a encenderse solo siete velas.
Los infantes habían desaparecido, asi
como los goblyns y la figura oscura. De repente unos bultos cayeron del techo deteniéndose
de golpe en el aíre por encima de las otras sillas. Cuerpos humanoides encapuchados
colgaban del cuello, oscilantes, zarandeándose y pataleando desesperadamente buscando
tierra firma para evitar se les escape la vida. Algunas cuerdas se rompieron,
dejándolos caer violentamente contra el piso, levantándose ya aprisionados de
alguna manera.
Las luces se volvieron a apagar, para
volver a encenderse solo cuatro velas.
En la gran mesa rectangular, todos se
encontraban sentados, Naedrik, Patrick, Keijo, Edmond, Marek y varios de los
aún encapuchados, unos inconscientes sobre la mesa, otros aún tirados en el
suelo.
Las luces se volvieron a apagar para
solo volver a encenderse una vela.
Una mortecina luz iluminaba el salón,
dando paso a la luz de un cielo nocturno que entraba por un inmenso tragaluz
que había aparecido en el techo del salón, mientras el candelabro permanecía imperturbable,
colgado en su centro. Las oscuras nubes se iban despejando para dar paso a una
luna llena en todo su esplendor, en la cual, se parecía delinear un rostro siniestro.
Lentamente la luna se iba haciendo más y más grande, como si la cosmología en
este lugar se hubiese quebrado, dando la impresión que estuviese cayendo sobre
ellos. La luna empezó a girar sobre su eje, sin control, tornándose en un
borrón entre amarillo y rojo, que tras varios minutos de girar frenéticamente fue
desacelerando, hasta detenerse en un el último giro, oscureciendose todo el
cielo por una fracción de segundo como si algo hubiese parpadeado, parpadeado...
Un gigantesco y grotesco ojo sanguinolento cubrió todo el cielo, cuya encendida
pupila había tomado el lugar de la luna, cambiando de forma y tamaño en un iris
tornasolado, como si estuviese aguzando la vista para poder verlos a todos.
La ultima vela se apagó, dejando todo
en tinieblas y una voz escalofriante se dejó escuchar por todas partes:
- Estoy jalando sus hilos, retorciendo
sus mentes y destrozando sus sueños… -
///
FIN DEL CAPITULO 1 ///
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- ¡Ey!, mira, mira, mira. Parece
que está abriendo los ojos. – la alegría en la voz de la mujer era
notoria, casi al borde de las lágrimas. – Estábamos muy preocupados,
pensábamos que no lo ibas a lograr. La gravedad de tus heridas era mortal, pero,
gracias a Hala pudieron sanar. – se detuvo por unos segundos,
sollozante, mientras secaba sus lágrimas.
Tu visión era brumosa, sin poder
identificar exactamente quien se encontraba frente a ti, agradeciéndole a un
presunto poder superior por tu milagrosa recuperación. Sin embargo, entre toda
la confusión, tus últimos recuerdos aún golpeaban en tu cabeza, era terrible al
verte caer por un hoyo oscuro hacia la nada, siendo arrastrado por un sinfín de
garras inhumanas. Sacudes la cabeza, colocando la palma de tu mano izquierda en
tu frente, como tratando de ayudar a despejar estas imágenes. Logras ver los
vendajes que cubren tu cuerpo, nunca antes te viste de esta manera.
Lentamente tu visión va mejorando,
llegando a distinguir a Daleska quien se encontraba sollozante a un lado de tu
lecho. Y conforme te ibas esforzando, más y más podías ver a los demás que se
encontraban cerca tuyo siendo atendidos.
Sin embargo, como si todo lo que
habías vivido hasta el momento no se te había hecho lo suficientemente extraño y
escalofriante, no esperabas que la siguiente sorpresa fuese tan rápida. La
puerta del lugar se abrió abruptamente, azotándose con fuerza al cerrarse. – Lo
lamento, continúen, continúen. – una voz suave se escuchaba disculpándose con los demás por el descuido. Unos pasos presurosos se acercaron
a ustedes. No solo fue el hecho de escuchar su acentuada y exagerada voz casi
musical, sino el hecho de verlo pararse delante de ti, como si se hubiese hecho
manifiesto un espectro de ultratumba para reclamarte de vuelta al inframundo. Tomó
a Daleska por los hombros – Que alegría que vuelvas con nosotros. Te
abrazaría, pero creo que no sería el momento adecuado. – las lágrimas surcaron
su blanca piel, mientras apartaba sus largos cabellos rubios de la cara para
enjugar sus mejillas con un pañuelo turquesa de encaje.
///
Había preocupación en el rostro de Daleska, que les hablaba con cierta dificultad mientras miraba cada cierto rato por encima de su hombro, como si le preocupase la reacción de Larshela. Basile la tomó nuevamente del brazo pidiéndole le muestre el lugar preguntándole por las actividades que realizaban como tratando de despejarla un poco.
Keijo y Naedrik caminaron por el lugar contemplando la situación, mientras que Marek se alejó buscando un lugar fuera de la vista de los demás para revisar el Escrito que le habían enviado a conseguir. – Maximiliam Robsperrier – leyó una vez más el nombre del titular, pensando ¿dónde lo había escuchado?, mientras levantaba la vista para asegurarse que nadie lo estuviese viendo. Y, aunque si bien se encontraba determinado a completar esta encomienda para seguir escalando de posición, cierta inquietud se encendió en alguna parte de sus entrañas. Volvió a guardar el documento y sin mediar palabra con nadie salió del Hospicio.
Keijo logró identificar a uno de los heridos, tenía un aspecto particular, distinto al de cualquiera de los que se encontraban siendo atendidos, muy parecido al de uno de los barbaros que irrumpió con un oso en casa de Patrick. Era uno de los que habían ido a buscar a Naedrik. Se acercó para asegurarse que no pudiese escapar, para luego dirigirse donde ella para contarle su hallazgo.
Ante la noticia, Naedrik se dirigió rápidamente donde su hermano tribal, mientras Keijo continuó deambulando por el lugar, indiferente ante todo lo que venía pasando, pensando que esto no era lo que debería estar haciendo, pues debía estar ayudando a los inocentes, a los necesitados. Se iba perdiendo en sus pensamientos en medio de las víctimas del fuego, del caos y la desesperación.
Cuando Naedrik lo vio, lo reconoció, su nombre era Dormak, uno de los jóvenes guerreros, siempre dispuesto a prestar servicio. Sus heridas se veían de gravedad y a pesar de los intentos de las Hermanas, no hubo mucho que pudiesen hacer. Se puso de rodillas y trató de hablar con él. Este la reconoció de inmediato, tomándola de uno de sus brazos, pidiéndole perdón por lo sucedido. Oghmara, la madre de Naedrik, había enloquecido al enterarse que no había muerto en el sacrificio y al darse cuenta que las cosas habían dado un giro inesperado, atacó a varios miembros de la tribu que se le opusieron, quedándose solo con los que la apoyaban, ya sea por convicción como por miedo. Los que sobrevivienron a su ira, escaparon con rumbo desconocido. Al final, durante sus cavilaciones, envió a un grupo a esta ciudad para buscarla, mientras al resto los guió hacía el bosque, al oeste, para prepararse para lo siguiente. Le apretó fuertemente el brazo y le pidió perdón una vez más por lo sucedido, desplomándose en su sitio. Había fallecido.
Un grupo de soldados irrumpió en el salón, levantaron la voz exigiendo la presencia de la persona a cargo. Detrás de ellos un pequeño contingente de guardias de aspecto distinto permanecían esperando sin hacer mayor aspaviento. Al parecer eran miembros de la iglesia de Ezra, reconocibles por el símbolo de la espada larga sobre el escudo y la rama que los adornaba. Una mujer vestida en túnicas grises se abrió paso parsimonioso entre ellos, con las manos juntas por delante a la altura de la cintura, como en señal de plegaría, mientras contemplaba con frialdad tras sus anteojos a tantos heridos. Una de ellas, percatándose de su presencia se puso en pie torpemente para caer de rodillas frente a ella, extendiendo sus brazos en señal de súplica, gritando le sea perdonado. Los guardias de Ezra adoptaron postura defensiva a lo que la mujer levantó su mano derecha en señal de no tomar acción. Ante eso, más personas se acercaron pidiendo a la sacerdotisa les conceda la misericordia y salvación de Ezra.
Los guardias públicos continuaron exigiendo la presencia de Larshela, quien se hizo presente con toda calma, mientras que con tan solo la mirada les indicabaa a sus protegidos no intervinir.
- Buenas tardes, ¿a qué debemos el placer de tan noble visita? Me alegra ver que cuando nos encontramos en problemas, la Hermana Mary viene con nosotros a compartir su sabiduría, rodeada de sus guardias. – la expresión de Larshela se endureció, mirándola con serveridad directo a los ojos.
Soreana, se acomodó las gafas, tratando de disimular su incomodidad – Hermana Larshela, hemos venido a visitar el lugar debido a los incidentes ocurridos en la ciudad. Y ver de que manera podemos ayudarlos en estos momentos de oscuridad. – haciendo una señal con la mano izquierda, los guardias se separaron en dos grupos para revisar el lugar por los flancos, mientras ellas conversaban.
Al ver esto, los seguidores de Hala se dispusieron a prestar oposición, pero Larshela, levantó la voz – No intervengan, déjenlos ser, que hagan su trabajo – manteniendo su lugar y firmeza. - Veo que las “misiones” de caridad los tienen bastante ajetreados, supongo que esto debe estar sobrepasando sus libros de contables. Talvez su Praesidius no está arreando a sus ovejas como debería. ¿Cómo sigue de salud? Podríamos prestarles ayuda si la necesitan. – en el rostro de Larsela pareció formarse una genuina expresión de congoja tras sus palabras, pero contrastaba con la sórdida mueca burlona que luchaba contener.
Soreana inclina la cabeza, moviendola ligeramente de lado a lado en señal de desaprobación.
Uno de los guardias gritó rompiendo el tenso momento. – Mi Señora, hemos encontrado esto – levantando en una mano un paquete cuadrado medianamente del tamaño de uno de los tomos de oración que sabía revisar en la biblioteca de la catedral, solo que este contenía unos símbolos extraños en la cobertura y amarrado con una soguilla simple por los cuatro lados.
- Vaya, vaya, vaya, que interesante. Veo que las actividades de este lugar se han extendido más de la cuenta querida Hermana – mirando de soslayo a Larshela sin perder la atención de lo que le habían acercado.
Keijo quien estuvo revisando el lugar, se percató que el paquete lo encontraron ubicado bajo una de las columnas. Al parecer la persona que ocupaba ese espacio había desaparecido.
Patrick se hizo presente en ese momento, junto con otras personas a las que Keijo reconocido de inmediato, los Padres de Henmas, a quienes se le veía bastante preocupados. Junto a ellos un sujeto en armadura, algo de uso poco habitual en la ciudad. Keijo se acercó donde ellos para averiguar que sucedida, enterándose que Henmas no había vuelto a casa desde anoche. Esto se le hizo extraño pues no hace mucho que lo habían visto y los había ayudado a encontrar el albergue de los niños. Al enterarse que Keijo estaba en la ciudad lo fueron a buscar, llegando a casa de Patrick, quien los condujo a este lugar, pues en lo que averiguaron les indicaron que había sido visto con una de las “brujas” del Hospicio.
La discusión entre Larshela y Soriana, llamó la atención de Patrick, quien al ver los símbolos en el paquete que portaba el guardia, se dio cuenta que se trataban de símbolos de abjuración y evocación. El paquete parecía dañado soltando finos hilos de polvo amarillento que se iba espaciendo en el aíre, dejando una ligera nubecilla. Sin aviso alguno los simbolos emitieron un brillo naranja intenso, encendiéndolo, deflagrando en medio de todos ellos. Un circulo de fuego se extendió en un radió de 4 metros, pero la explosión pareció haber sido contenida por algo antes de suceder.
Varios de los guardias habían caído, mientras Soreana sujetaba a Larshela, casi como abrazándola, mientras una especie de delicada neblina las rodeaba como si de una especie de escudo protector se tratase.
Las llamas empezaron a extenderse por el suelo de madera del lugar, mientras Patrick, Naedrik y Keijo, asi como la congregación y los guardias, por indicación de Soreana, ayudaban a las personas a salir del Hospicio. Daleska se encontraba inconciente en el piso, pues era una de las personas que se encontraba cerca del lugar de la explosión. Sin embargo, a Basile no lo veían por ningun lado. Fue sino hasta el momento en que Soreana comenzó a preguntar si alguien conocía a uno de los fallecidos por la explosión. Al parecer esa persona había contenido la fuerza de la explosión con su cuerpo, lanzándose sobre el paquete antes de que explotara.
Naedrik reconoció el cadáver tendido de Basile, quien, al parecer habría prácticamente lanzado a Daleska lejos de ese sitio, para luego hacer a un lado a quien estuviese frente suyo y lanzarse en medio de todos para evitar otra tragedia, recibiendo de pleno el impacto de la explosión.
…
Larshela les contó la verdadera razón del por que había venido al Hospicio. Su Orden había dispuesto enviar un contingente armado más grande para tomar control del lugar, pero ella pudo intervenir solicitando, casi suplicando, un trato más benévolo ante los recientes eventos. Como era de esperarse, el “aquelarre de brujas” había sido visto como responsable de los incendios en la ciudad. Soreana había tomado conocimiento de los rumores del incendio ocurrido en el Hospicio, siendo que este era un lugar bastante alejado de los incendios mayores, debía ser necesariamente investigado.
Ambas se dirigieron a la capilla acompañadas por Naedrik, Patrick, Edmond y Keijo. La pequeña capilla era el lugar donde se congregaban a rendir culto a Hala. El intenso olor a quemado era notoriamente más fuerte conforme se acercaban. El lugar se encontraba, a primera vista, sin daño, pero al ingresar se percataron de la realidad que estuvieron trantando de ocultar. A la altura del altar, en la esquina derecha, un gran forado se había abierto entre las paredes. Las oscuras quemaduras se hacían notar por el lugar, mientras los escombros daban muestra de que algo terrible se había abierto paso en este lugar a través del suelo. Naedrik, Patrick y Edmond se acercaron para revisar la zona con mayor detalle. Por esa esquina faltante de la capilla, lograron notar oscuras quemaduras en el terreno que se iban alejando erráticamente del lugar, resultando ser las marcas que Marek logró vislumbrar por la calle cuando llegaban al Hospicio y la razón por la cual otras personas habían estado esparciendo más rumores desde entonces. Keijo permaneció en la entrada de la capilla aún absorto en sus conflictuados pensamientos.
Bajo los escombros, descubrieron un tunel que parecía haber sido abierto por debajo de la capilla. Sin embargo, no se veía señal de haber sido excavado, sino daba la impresión como si la piedra hubiese sido fundida. Se pusieron de acuerdo para descender por el túnel y ver a donde conducía. Sin embargo, era estrecho y solo permitía bajar a una persona a la vez. Amarraron a Edmond por la cintura, le entregaron una antorcha y descendió por el túnel. Le tomó unos minutos poder llegar hasta el final del túnel, desembocando por una pared a casi a metro y medio del suelo. Una caverna subterránea se abría delante de él. El piso estaba fangoso, algo resbaloso, pero le tomó un momento afirmar su paso. El hedor a putrefacción era intenso y restos de varias criaturas se podían ver esparcidos por diferentes lugares. Aguzo la vista lo más que pudo hasta lo que le permitió la antorcha que había llevado.
Se mantuvo por varios minutos contemplando el lugar, vislumbrando dos posibles tuneles por los que se escuchaban ruidos chapoteantes. Algo parecía acercarse. Entre el tenue reflejo de la antorcha que llevaba y las sombras que esta formaba, en la oscuridad aparecieron un conjunto de pequeños y brillantes puntos, multiples ojos y dientes que se venían acercando, mientras un borboteo empezó a hacer eco por todas partes. Estaba siendo rodeado.
Varias criaturas escualidas de un mortecino color verdozo, se acercaban con cuiriosidad para ver quien estaba invadiendo su espacio, pronto sus feroces y amenazadores rasgos dieron paso a siniestras y aberrantes criaturas que lo veían con malignas intenciones, lanzándose contra él. Los escazos mechones de cabellos daban paso a fauces llenas de dientes ennegrecidos por la pútrida carne de sus victimas, mientras largas y mortales garras se extendían para alcanzarlo y despedazarlo brutalmente. Girones de ropa amarradas a su cuerpo cubrían aquellas partes más delicadas de su anatomía.
Edmond desenvainó su espada y encaró con valentía oleada tras oleada los frenéticos ataques de garras y dientes, pero se vió superado. Mientras tanto en la capilla, lograron escuchar el grito final de dolor del guerrero. Naedrik se avalanzó por el túnel, mientras Keijo reaccionó ante la amenaza que parecía cernirse sobre ellos. Soreana y Larshela los miraron sorprendidas ante los desesperados intentos de entrar por el túnel entre los escombros. Keijo, le siguió y continuación Patrick. Sin embargo, la disposición del túnel no les fue propicia para poder manejar una estrategia adecuada y hacer frente a esta ominosa amenza.
Conforme iban saliendo por el túnel, veían con terror que su antecesor ya había caído antes de que llegasen a ayudar. Hasta que al final, todos cayeron victimas de la blasfema maldad que habitaba debajo de la pequeña capilla.
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Keijo, Naedrik y Marek, salieron de casa de Patrick a buscar a los padres de los tres bebes, partiendo bajo la premisa de volver a la casa donde los salvaron, con la esperanza que los padres se acerquen a buscarlos habiendo pasado todo este caos incendiario en la ciudad, dejando a Patrick en casa, continuando con la investigación de la pintura que habían encontrado.
Keijo no estaba muy familiarizado con las calles, optó por seguir el rastro de humo de las casas afectadas por el fuego. Durante el camino un gran grupo de personas furibundas habían rodeado a unas mujeres en túnicas blancas, las cuales se veían bastante superadas por la situación. – ¡Brujas!, ¡Brujas!, ¡Quemen a las brujas! – gritaban, mientras unos levantaban los puños y otros levantaban objetos que podrían ser utilizados como armas, con la clara intención de agredirlas.
Un grupo de guardias realizaban su recorrido en la zona, contemplando el jaleo que se había armaba. Al parecer no tenían la mínima intención de intervenir.
La gente seguía avanzando amenazadoramente arrinconándolas contra un pozo que se encontraba en medio de la plaza.
Viendo que la situación estaba a punto de salirse de control, Marek tomó la iniciativa, dirigiéndose hacia uno de los guardias más cercano para instarlo a tomar acción, deslizándole sutilmente una moneda de plata. El guardia lo miró con desdén y haciéndole una seña con la mano le ordenaba continuar su camino, mientras se dirigía hacia la turba. – ¡Basta de este alboroto!, sigan su camino y dejen de estar causando escándalo en la vía pública. – sus compañeros caminaban por el lugar ahora con una mano en la empuñadura de sus espadas, observando a la gente. Esto fue suficiente incentivo para que las personas se desbanden, dejando a las mujeres tranquilas.
Una de ellas, la que estuvo haciendo frente a la turba protegiendo a las otras dos más asustadas, se acercó con cautela donde Marek para agradecerle su intervención. La joven se presentó como Daleska Yermont, miembro de la Hermandad de la Mano Misericorde, seguidora de Hala.
Marek y Patrick sabían que las congregaciones devotas a Hala no eran bien vistas por la población, especialmente en lugares donde la Orden de Ezra tenía fuerte presencia. En Levkarest se erigía la gran catedral de esta Orden, llamada el Hogar de la Fe, siendo la fuente principal de las tres vertientes existentes en el continente. La devoción a Ezra fue creciendo con el tiempo, catalogando a las comunidades de Hala como seguidores de lo oculto y sobrenatural, que, si bien tenían diferencias ideológicas, nunca llegaban a la violencia, al menos que ellos sepan. Sus seguidores, era otra historia.
Keijo le comentó la intención de buscar a los padres de los bebes, para lo que Daleska se ofreció a ayudarlos, enviando a Oerleen y Durlena de vuelta al Hospicio, debiendo informarle a Larshela, su maestra, lo sucedido. Ambas salieron de inmediato, no sin antes extender la bendición de Hala a todos.
Retomaron el camino y mientras seguían buscando el lugar, la una voz de un niño llamaba a Keijo, reconociendo a Henmas que se acercaba corriendo a abrazarlo. Él y su familia se encontraban bien, agradeciendo a Ezra por la bendición de su protección. Keijo con cierta alegría le revolvió el cabello al recibir la noticia. Le contó lo que estaban haciendo, a lo que Henmas conocía el lugar que mencionaba y muy emocionado, al ver que lo podía ayudar, lo guio. Una vez ahí, Henmas se despidió de todos y prometió llevar a su familia los buenos deseos de Keijo.
La casa se encontraba tal como la habían dejado anoche. Keijo procedió a contarles lo sucedido y de cómo rescataron a los niños. Hasta el momento, los padres aún no aparecían. Con cierta duda, decidieron ingresar a revisar el lugar, dejando a Daleska y Naedrik con los bebes, encontrando prácticamente todo igual, incluso los cuerpos del matrimonio seguían en el mismo lugar.
Tres guardias se acercaron a la puerta de la casa preguntando a que se debía su presencia en este lugar. Antes de que empezaran a realizar más preguntas, Basile apareció acercándose a cada uno tomándolos de las manos, agradeciéndoles sus servicios prestados y deslizándoles unas monedas a cada uno.
Una vez que los guardias se retiraron, Basile se disculpó con todos por su repentina ausencia sin haberles comunicado nada, debía atender algo con suma urgencia. Sin embargo, su alejamiento no fue en vano, pues les dio la noticia que había dado con los padres de los niños y ya se encontraban en camino. Había vuelto a casa de Patrick para avisarles, pero no los encontró, asumió que habrían regresado a este lugar, recordando que lo habían propuesto durante la noche.
Ingresó con ellos a la casa para revisar la habitación donde encontraron a los pequeños y en el foso aún los cuerpos en descomposición. Basile bajó a revisar los cuerpos, tapándose la nariz y boca con un pañuelo que parecía fino protegiéndose del olor y la contaminación. El hedor que salía del agujero era intenso, siendo por ese túnel que escapó la criatura que los había atacado. Inesperadamente, Basile metió la cabeza por el agujero, intentando ver si descubría algo más pero no logró ver nada. Sin embargo, logró Marek y él reconocieron el olor de aguas estancadas. Las alcantarillas que recorren bajo la ciudad, no parecían coincidir con la zona con estos túneles. Sin embargo, olor les era más intenso como las aguas purulentas que rezumaban por las alcantarillas en las zonas más pobres de la ciudad, cercanas al puente del pantano. Esto requeriría mayor investigación.
La suave voz de Daleska los llamó desde fuera, anunciando que los padres de los bebes habían llegado a recogerlos. Entre lágrimas y agradecimientos, los padres abrazaron y besaron a sus hijos, alabando a Ezra por el milagro concedido. Marek se puso entre ambos grupos ofreciendo un extenso discurso glorificando la loable y valerosa labor realizada por Él y sus compañeros, estrechando manos con todos ellos y despidiéndose efusivamente de los pequeños.
Basile, lo miró sorprendido al ver lo rápido que había aprendido de él. Una vez se fueron las familias, volteó a conversar con sus compañeros, percatándose recién de la joven Daleska, acercándose rápidamente donde ella, haciendo con exagerada parsimonia un saludo, tomándole de una de sus manos para besarla, presentándose como Basile Vernier, cantante, compositor, poeta, defensor de inocentes y protector de doncellas.
Pasado ese incómodo y desconcertante momento, acordaron acompañar a Daleska al Hospicio de la Mano Misericorde para hablar con su maestra e investigar acerca de los incendios y las aberraciones tentaculares a las que habían enfrentado.
Daleska les comentó que el lugar que actualmente utilizaban para su congregación era una antigua taberna que les fue otorgado por uno de los devotos, en agradecimiento por el servicio que le brindaron a su familia. Al llegar al lugar, un amplio local se extendía rodeado de jardines. El lugar se notaba afectado por el fuego, pero algo más llamó la atención de Marek, percatándose de unas oscuras marcas que se alejaban por la calle, provenientes del Hospicio.
Al ingresar, el lugar estaba abarrotado de camas improvisadas al ras del piso, para lo que muchas de las mesas habían sido retiradas, para recibir y atender a todas las personas que se habían visto afectadas. Varios miembros de la congregación recorrían por todas partes atendiendo a la gente.
Daleska los condujo donde Larshela Rosseur, la líder de esta congregación, quien hacía uso de la oficina del anterior administrador. Ella los recibió de pie, detrás de un abarrotado escritorio, con el acostumbrado saludo de la congregación – Bienvenidos sean a la casa de Hala, bienaventurados aquellos que obran en su nombre pues sus acciones son muestra de su misericordia - mientras trataba de disimular el cansancio y dolor en su rostro. Tomó asiento y continuó – Primero, agradezco la ayuda que le han brindado a nuestras hermanas. Entenderán que dada lo ocurrido, los ánimos en general se encuentran bastante alterados. Sin embargo, no hemos mantenido ocupadas sin descanso toda la noche, e incluso hasta este mismo instante. Díganme en que les podemos ayudar. – recorriendo con la mirada a cada uno de ellos como tratando de descifrar sus intenciones.
Con la finalidad de no quitarle mucho tiempo, fueron directo al grano describiéndole las criaturas a las que habían enfrentado, así como si tenía alguna idea del origen de los incendios. Larshela, una mujer de unos 60 años que en un principio se le veía imponente por su altura y sus penetrantes ojos azules, con semblante severo pero gentil de alguien de su edad, permanecía sentada cubierta entre los pliegues de su blanca túnica con bordes azul, dándoles la impresión de haberse encogido de repente por el peso de aquellas preguntas. Sin embargo, les respondió calmadamente negando tener conocimiento de las criaturas que describían y mucho menos de los incendios. Sin embargo, tal vez haya sido por su estado actual, pero algo les dio la impresión que parecía ocultarles algo.
Marek le soltó sin más acerca de las aparentes huellas en la calle provenientes del interior del lugar, dejando ver consternación en su cansado rostro ante la sorpresa de los demás – Como han podido ver, los acontecimientos recientes nos han tenido muy ocupadas. Sumado a ello, nos vimos también afectadas por el fuego, por lo que no hemos tenido tiempo para poder evaluar los daños. – El tono en su voz había cambiado, notándose mayor severidad ante esa observación. – Si es que no hubiese más en que podamos atenderlos, espero sepan comprender que tenemos las manos muy ocupadas con toda esta situación que aún no termina. – poniéndose en pie en señal de invitarlos a retirarse.
Basile, agradeció efusivamente a Larshela por su tiempo y la tan noble labor que venían realizando ella y su congregación, ensalzando su liderazgo y fortaleza. Tomó del brazo a Daleska y prácticamente jalándola fuera de la oficina, les hizo una señal a los demás para que lo siguieran.
Se despidieron de ella agradeciéndole por su tiempo, es en ese momento, por un muy breve instante que Larshela reaccionó tratando de realizar la acostumbrada bendición de Hala, pero se contuvo, logrando vislumbrar tanto Marek como Naedrik, quemaduras en sus manos, las cuales rápidamente volvió a ocultar tras su túnica.
Una vez fuera de la oficina, decidieron ir al salón para buscar entre los heridos algo de información.
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Se despertó confundida, con la visión
borrosa y la boca amarga. Los brazos le dolían por el peso de haber tenido la cabeza
apoyada encima de ellos. Estaba sentada y apoyada sobre una mesa larga cubierta
con mantel de tela roja corriente. Si bien la silla se veía indudablemente
cómoda, las piernas las sentía medianamente entumecidas por el tiempo en que se
encontraba en esa posición. El pesado frio en los tobillos la alarmó,
especialmente cuando trató de mover las piernas sintiendo el sonido metálico de
cadenas que se lo impedían. Frente a ella un hombre en la misma situación,
recostado sobre sus brazos encima de la mesa. Miró la habitación en la que se
encontraban, parecía un salón, cubierto por gruesas y extensas cortinas color
gris oscuro que iba de pared a pared, rodeándolos. En el techo un candelabro
forjado colgaba con trece velas encendidas. La mesa se encontraba vacía y no
había nada que pudiera ayudarla a escapar. No tenía idea de lo que sucedía o a
que se debía que estuviera en ese lugar. Se estiro tratando de alcanzar a la
persona que estaba frente a ella, pero estaba unos centímetros más lejos. Le
gritó, sintiendo el dolor en su garganta como si hubiese sido apretada con
fuerza. Carraspeo tratando de aclarar la voz un poco y volver a intentarlo. Fue
levantando la voz con dificultad pues el dolor se hacía más notorio a mayor el
esfuerzo. Golpeó la mesa para llamar su atención, jalando el mantel rojo, percatándose
que la tela estaba húmeda. Mayor fue su sorpresa al darse cuenta que tanto sus
manos como sus brazos se encontraban manchadas de rojo, un rojo de la
consistencia de la sangre. Nuevamente intento gritarle a la otra persona, con
mayor insistencia.
Empezaba a reaccionar.
Sacó la cabeza de entre sus brazos,
mostrando las marcas en su piel enrojecida.
Lo reconoció, era Algier, su esposo.
Ilse, lo llamó por su nombre tratando
de hacerlo reaccionar y ver si es que tenía idea de donde se encontraban.
De repente un espantoso sonido resonó en
el lugar, como si arañasen la porcelana con los cubiertos. Las velas se
apagaron.
Ilse gritaba el nombre de su esposo
sin importarle el dolor lacerante que sentía en su garganta.
El sonido se detuvo y las velas se
encendieron. Diez velas ahora alumbraban el lugar. Ilse y Algier se miraron
fijamente con expresión de terror en sus rostros. Algier tenía una mordaza de
metal en la boca con un pequeño candado a un lado de la cabeza, lo que le impedía
hablar. Dos abrazaderas se extienden por su espalda hasta conectarse con una
especie de chaleco de cuero duro. Dos cadenas descienden hasta el piso para
conectarse con una base laminada, anclada en el suelo. Como si estuviesen
sincronizados giraron la cabeza para ver a la persona que había aparecido al
extremo de la mesa cerca de ellos. Otra persona en la misma situación, con la
cabeza recostada sobre sus brazos, inconsciente.
Ilse, gritaba pidiendo explicaciones a
quienes estuviesen haciéndoles esto, pero no obtenía respuesta. Maldecía
repetidamente mientras se agachaba por debajo de la mesa para revisar las
cadenas que le apresaban de sus lastimados tobillos. La impresión de que algo
se estuviese movimiento allí debajo entre la oscuridad la hizo volver a
sentarse nuevamente para sentirse ingenuamente a salvo bajo la luz de las velas.
Algier, tanteaba con sus manos la
mordaza que tenía puesta, sintiendo una placa metálica que se adentraba en su
boca. Le hacía señas a su esposa tratando de preguntarle si sabía algo, pero no
se daba a comprender, hecho que lo frustraba aún más. Giró la cabeza a la
derecha y se dio cuenta que las cortinas grises se habían separado en ese
extremo, mostrando una pared azul tornasolada. En ella se encontraba colgado un
gran cuadro en marco aparentemente de madera en pan de oro, con un diseño de
ondas entrecruzadas entre sí. La pintura era totalmente negra, sin embargo, dando
la apariencia que la oscuridad en sí fluyera como si se tratase de alguna especie
de líquido espeso. Debajo del cuadro, una especie de altar se mantenía sombrío
y abandonado.
- ¡Algier! ¡Mira! – le gritó su
esposa, volteando asustado a verla, quien le señalaba en dirección a la otra
persona que se encontraba en el otro extremo.
Patrick Jane, levantó la cabeza. Un
dolor en la nuca le hizo llevarse una mano para ejercerse ligeramente presión como
intentado darse un masaje, mientras trataba de estirar el cuerpo para liberar tensión
en los músculos. Cierta incomodidad le hace darse cuenta que tiene una especie
de copa metálica cubriendo encima de la cabeza, conectada a unas barras de
metal que descienden por ambos lados hasta conectarse a una especie de anillo
que encierra su cuello. Una cadena y un cable sobresalen por el lado izquierdo hasta
el piso perdiéndose en la oscuridad del lugar.
Algier e Ilse se miraron con expresión
desencajada, pues no daban crédito a lo que veían. Y si su esposo no tuviera
esa mordaza bloqueándole la boca, hubiera expresado al unísono con su esposa la
misma palabra. - ¿Hijo? -
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Patrick, se asomó por el callejón donde se encontraban mirando el movimiento en la zona. Los incendios continuaban y la gente seguía tratando de apagarlos, difícilmente se percatarían de ellos. Les dio la señal a los demás y lo siguieron, llevándolos al único lugar que consideraba seguro en este momento, su casa.
Un gran caserón de dos pisos sorprendió a todos al ver su amplitud, pero a su vez lo descuidado que se encontraba, como si de una casa abandonada se tratase. Los jardines en la entrada se encontraban descuidados, haciendo notoria la destartalada y pequeña escultura de una mujer aparentemente vestida en túnicas “blancas” con los brazos abiertos en señal de bienvenida. Cierto impulso de envidia invadió el pecho de Marek, pero que, dadas las circunstancias, pudo mantener a raya. Un portón doble de madera se encontraba frente a ellos, Patrick se acercó a la puerta y sacando una extraña llave, abrió el candado con el que se encontraban aseguradas las cadenas.
El interior de la casa daba la impresión de ser más grande, que, a la luz de las velas, se hacía ciertamente más siniestra. Patrick les dio un recorrido rápido para que pudieran ubicarse y los condujo a las habitaciones que ocuparían. En ese momento, se dieron cuenta que Basile no se encontraba con ellos, al parecer en el camino se había separado del grupo. Los bebes fueron ubicados en una habitación que era especialmente para niños, la cual llamaba guardería. En este lugar permaneció Naedrik para cuidar a los niños.
Esa noche, el caos se mantuvo alejando de esta casa para brindarles el descanso que necesitaban.
Naedrik se levantó y fue a revisar a los niños. Necesitaba alimentarlo, buscando lo poco que había en la despensa para poder alimentarlos. Se notaba que Patrick vivía solo en este gran sitio. Los tres eran muy pequeños, posiblemente no mayores de 2 años. Sin embargo, a pesar de todo lo que había venido sucediendo, han estado bastante tranquilos. Unos golpes amortiguados se sintieron en la habitación, como si estuviesen saltando en ese lugar. Con cierta inquietud, volteo a revisar el lugar, no encontrando a nadie. Patrick, Keijo y Marek, se encontraban en el primer nivel revisando las cosas que habían traído con ellos de la casa de Eleanor Creedy.
Un pequeño golpe en su bota izquierda le causo un ligero sobresalto. A los pies de Naedril, un pequeño juguete de madera con forma de caballo y rueditas en sus patas. El rechinar suave de madera se hizo presente, la cunas en las que se encontraban los niños estaban oscilaban levemente.
Un armario grande de madera se encontraba en el lugar, como un silente testigo de épocas pasadas. Naedrik, se acercó a las cunas y las detuvo con suavidad mientras revisaba a los niños con la mirada. Continuaban tranquilos, uno de ellos balbuceaba inocentemente.
Ella miró el armario con cierta aprensión, pues sabía que debía revisarlo tanto para proteger a los pequeños como para que ella pudiera sentirse segura. Las grandes puertas del mueble aguardaban imperturbables. Naedrick tomó con sus manos las frías argollas de las puertas, dispuesta a revisar su interior.
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Patrick, abrió el gran estuche de cuero negro endurecido, en cuya superficie una serie de grabados en hierro incandescente lo recorrían en su totalidad. A primera vista, no parecía tener connotación mágica de alguna forma, pero debía cerciorarse. Despejó la pesada mesa circular de la biblioteca, donde había dejado muchos de los libros que había estado revisando, colocando el estuche encima con cuidado. Marek revisaba los libros en las estanterías que se proyectaban hacía el techo, parecían inmensos, pero no llegaban a alcanzar el techo. Varios espacios vacíos daban señal que faltaban libros por los surcos de polvo que se habían formado. Lo que le llamo la atención, eran los libros que hacían referencia a estudios del funcionamiento del cuerpo humano y filosofía. Keijo, permanecía al lado de Patrick, contemplando las cosas que estaba haciendo con el estuche.
Patrick preparó el lugar para elaborar una especie de ritual, algo que Keijo si bien no pudo identificar, pero comprendió cuáles eran sus intenciones. Lo escuchó susurrar unas palabras mientras con las manos hacia unas señas extrañas, alejando las manos hacia ambos lados como si estuviese corriendo unas cortinas invisibles delante suyo.
Patrick contempló con atención el contenedor como si estuviese buscando algo, pero no encontraba nada. Con cierto esfuerzo logró destapar el estuche, cambiando la expresión en su rostro. Algo había descubierto. Ubicó el estuche a un lado de la mesa, mientras el enrollado y pesado lienzo lo acomodó en el centro. Con mucha delicadeza lo fue desenrollando, encontrando en el proceso unas hojas de papel. Al terminar de desenrollar el lienzo, una gran pintura negra se mostraba, pero ante sus ojos un halo de magia de abjuración. Era un lienzo de 90 centímetros de ancho y 1.40 metros de largo. Tomó el lienzo por ambos lados, levantándolo para tratar de mirarlo a contraluz.
Marek prestó atención a los documentos encontrados y se acercó para revisarlos. Al parecer se trataban de títulos de propiedad, en los que, disimulando cierta emoción, encontró los papeles que había sido enviado a buscar. Eran cuatro documentos, uno se encontraba muy desgastado, oscurecido e ilegible, el segundo se encontraba a nombre de Pouránt Fauxet en la calle Bauchavick, el tercero a nombre de Ronwald Cooper en la calle Tesher Sur y el cuarto a nombre de Maximiliam Robsperrier en la calle Penny. Por su mente se le cruzaron las siguientes interrogantes ¿qué tanta urgencia tenía Don Vito Ricci de obtener este documento? ¿qué habría en la casa de la calle Penny, para mandar a alguien que no fuera de su familia? ¿podría investigar de que se trataba y servirle para escalar un peldaño más?
Patrick continuaba inspeccionando el material, no imaginó que el lienzo resultaría más pesado de lo que parecía, deslizándosele ligeramente en sus manos causándole cortes profundos en sus dedos. Soltó inconscientemente el lienzo sobre la mesa, mientras la sangre que le brotó, salpicando por todas partes. Juntó sus manos, revisando la gravedad de sus heridas.
Las gotas de sangre que cayeron encima del lienzo desaparecieron, como si hubieran sido absorbidas. A escasos segundos se generó un efecto de onda que disolvió la capa oscura que lo cubría, mostrándose una pintura que describía una catástrofe que habían experimentado recientemente. Se veía una ciudad cubierta en llamas, mientras una niña parecía estar buscando escapar de la hecatombe, con una oscuridad que la acechaba amenazante. En el fondo se elevaba una torre hacia el cielo nocturno bañado por el resplandor del fuego.
Un fuerte grito femenino se dejó escuchar, Keijo y Marek, quien inadvertidamente guardó el documento que necesitaba, salieron rápidamente a buscar a Naedrik que se encontraba en ese momento con los bebes en la guardería.
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El interior del armario era amplio, fácilmente podían ocultarse tres o hasta cuatro humanos de estatura promedio en su interior. Colgados se encontraban varias prendas abandonadas de bebe, posiblemente dejados por la familia que antes vivió en este lugar.
Pasos apresurados se dejaron escuchar, que se acercaban rápidamente. Eran Keijo y Marek ingresando a la guardería para darse con la sorpresa que Naedrik y los niños se encontraban bien.
Ella los observó agitados y justo cuando les iba a preguntar el porqué de su prisa, unos potentes golpes retumbaron en el lugar. Sin esperar explicaciones cogieron a los bebes y salieron corriendo a darle alcance a Patrick en la biblioteca.
Al llegar al vestíbulo, la puerta principal de la casa estaba siendo golpeada con gran fuerza. Patrick salió de la biblioteca para ver qué era lo que estaba sucediendo, encontrándolos a todos expectantes de lo pretendía irrumpir en el lugar. El portón cedió, abriéndose en par, dejando ver un gran oso pardo que les rugía en señal amenazadora. A ambos lados unos sujetos portaban lanzas de aspecto similar al de Naedrik. Uno de ellos gritó furibundo en un idioma que ninguno logró comprender, salvo Naedrik, advirtiendo que venían por ella, eran hombres de su tribu, la habían rastreado.
Patrick salió al frente gritándoles se larguen de su casa, actuando rápidamente en sus mentes. Ambos hombres se miraron temerosos retrocediendo. El Oso sacudió la cabeza como si hubiera tratado de sacudirse algo que lo estuviese molestando. El asombro y temor se apoderó de ellos al ver que del cuerpo de Patrick salieron una serie de oscuros apéndices largos y delgados que se agitaban a su alrededor, con los que los impactó a los tres no invitados causándoles daño.
El oso rugió ferozmente y corrió dejando de lado a Patrick, abalanzándose torpemente sobre Naedrik y el bebe que llevaba en brazos. Al parecer el daño que le había causado Patrick lo había hecho trastabillar no impactándola con la fuerza que pretendía. Naedrik cayó al suelo, protegiendo al niño con su cuerpo. Estaba bien. Sin embargo, tuvo que tomar una difícil decisión, pues para proteger al niño de los ataques, lo debía alejar, por lo que tuvo que lanzar al niño a unos metros suyo. Los niños se encontraban envueltos en telas que los protegía del frio y en cierta manera los protegía ligeramente de golpes, como en este caso; y siendo que cayó sobre la gran, gruesa y sucia alfombra del vestíbulo, no sufrió daño alguno. Con cierta culpa presionándole en el pecho, Naedrik, rodó para el lado contrario, tratando de llamar la atención del oso, colocándose afortunadamente tras una de las columnas.
Marek subió por la escalera para reguardar a los niños y así poder atacar a distancia con su arco corto, impactándole hábilmente con una flecha. Keijo desenfundó con agilidad su arma asestando un certero golpe en el inmenso cuerpo peludo del oso.
El oso al verse superado, desistió de la lucha y emprendió la huida. Keijo rápidamente logró atinar otro brillante golpe con su katana, haciéndolo tambalearse, pero, aunque si bien estaba mal herido no se encontraba vencido, siguiendo rápidamente a los hombres que vinieron con él.
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Con cierto temor, Basile se adelantó a sus compañeros y apoyando una mano en la fría puerta empujó, abriéndose lentamente. Ante ellos se mostraba un amplio salón cubierto de sombras oscilantes, efecto del fuego que aún causaba estragos en las calles aledañas.
Uno a uno ingresaron al lugar, observando cuidadosamente lo que había dentro. El lugar parecía abandonado, la mayoría de los muebles parecían estar cubiertos de polvo. Sin embargo, lo que más les llamó la atención fue la cantidad de pequeños fragmentos esparcidos por el suelo, que a la escaza luz parecían grises. Sin embargo, una mejor observación al recogerlas con las manos les permitió descubrir que se trataban de granos de arroz. Una puerta doble se mostraba cerrada a un lado de ellos, en cuyas manillas un arreglo floral marchito se encontraba enlazado.
Basile, se acercó y arrancó el arreglo floral deshaciéndose prácticamente en sus manos, mientras que la cinta que lo sostenía le tomó un poco más de esfuerzo. Al abrir la puerta, una mesa permanecía impávida frente a una chimenea lúgubre congelada en el tiempo en un grito aterrador. Un frasco de vidrio se encontraba en el centro de la mesa, en cuyo interior se encontraba una gruesa vela a medio consumir. Los granos de arroz cubrían en mayor cantidad el piso del lugar, la chimenea, el marco de la ventana y la escalera.
Keijo buscó entre sus cosas y sacó una pequeña antorcha para poder observar con mayor facilidad. Un cuerpo se encontraba desplomado en la escalera, boca abajo. Basile se dirigió hacía el inclinándose para verificar su condición. Golpeó cuidadosamente una de las piernas del sujeto. Keijo permanecía al lado de Basile, observando todo con cierta inquietud, esperando no tener que desenfundar su arma nuevamente. Sin embargo, su concentración se vio desviada hacía algo más, una figura oscura se encontraba arriba de las escaderas, entre las sombras, escabulléndose rápidamente al percatarse que había sido vista.
Naedrik contemplaba absorta, aún sin dar crédito a todo lo que ocurría y mucho más sin entender por qué continuaba con estos hombres, tal vez sea por proteger a los niños que cargaba. Patrick se mantenía agazapado en la entrada de la sala, quien parecía seguir evaluando la situación. Se tomó unos minutos antes de dirigirse a la ventana buscando posibles vías de escape, si es que la situación lo pudiera ameritar. El caminar en este lugar resultaba más complicado debido a los granos de arroz. Una gruesa cinta estaba enrollaba por el barandal de la escalera decorada también con arreglos florales, como si alguna especie de ceremonia se hubiese realizando antes que el lugar quedase abandonado.
El sujeto tumbado comenzó a moverse lentamente, retomando poco a poco la conciencia. Volteó y miró a su alrededor, tratando de entender la situación y esperando recordar lo sucedido. Sus oídos aún le zumbaban y la cabeza le dolía levemente. Tenía entendido que la casa estaba inhabitada desde hace un tiempo, al menos eso es lo que le habían informado, pero ahora se encontraba rodeado de varias personas y debía pensar rápido. Se volteó torpemente, sentándose en uno de los escalones. - ¿Quiénes son ustedes y qué hacen en mi casa? – les vociferó de forma atropellada y torpe, haciendo el mejor uso de sus habilidades para impostar la voz como si estuviese bajo los efectos del alcohol.
Basile trató de calmarlo, aunque difícilmente pudo creerle, dada la obvia condición en la que se encontraba la casa. Sin embargo, su intento se vio interrumpido al vislumbrar la misma figura negra que había visto Keijo. Al constatar que el hombre se encontraba bien, se puso en pie y se dirigió rápidamente a darle el alcance a aquella figura. Ante su reacción, Keijo lo siguió, sin percatarse que con él se iba la antorcha, dejando a los demás nuevamente sin luz. Naedrik, comenzó a subir también con los niños en brazos mientras que Patrick al percatarse que se estaba quedando solo, optando por seguirlos justo detrás del sujeto que habían encontrado. Los gritos de una mujer que al parecer estaba siendo agredida comenzaron a escucharse. Pesados y violentos golpes resonaban por la casa.
En este piso, la cantidad de granos de arroz era mayor y grandes frascos de vidrio con velas al igual que en el piso de abajo, se encontraban en diferentes partes del piso. Un largo pasadizo se extendía hasta terminar en una ventana por la cual se filtraba la luz del fuego exterior. Los golpes eran más fuertes conforme iban avanzando.
Una puerta amplia y adornada se encontraba frente ellos, lo que al parecer sería la habitación principal, lugar de donde provenía el alboroto. Basile y Keijo empujaron la puerta, que en un principio parecía trabada, pero conforme ejercían mayor fuerza fue cediendo hasta abrirse. El sonido de algo pesado rodando terminó en un estrépito de vidrios rotos.
Frente a ellos una cama de dosel con tules trasparentes extendidos, cubrían los cuatro lados de la cama. En su interior, el cuerpo de una mujer se encontraba recostado sin señales de vida. Una ventana cerrada se ubicaba a la derecha de la cama, la cual coincidía con la ventana por donde vieron inicialmente a la mujer, su condición era distinta a como la habían visto desde fuera. Mientras Naedrik protegía a los niños, Marek revisaba la habitación tratando de encontrar algún indicio de aquello que lo había traído a este lugar. Su atención se centró en una extraña maquina con botones circulares con letras encima de cada uno, la cual se encontraba encima de un tocador grande de madera con un espejo de medio cuerpo al centro. Un pedazo de papel en blanco se encontraba insertado en la máquina.
Tanto Basile como Patrick trataban de entender la situación, pero algo eludía sus pensamientos. La mujer se encontraba acostada sujetando férreamente un estuche con ambas manos. A la altura de su pecho una sobre yacía imperturbable. Patrick decidió poner a prueba una vez más sus habilidades mentales, buscando establecer contacto con la mujer.
La ventana de la habitación se abrió de golpe y un fuerte viento entró alborotando los tules, elevándolos caóticamente, mostrando el verdadero aspecto de la mujer, el cual era mucho peor. Era un cadáver, posiblemente con varios meses de fallecida.
Patrick permanecía inmóvil con una expresión entre asombro y terror, pues ante sus ojos la mujer se había sentado en la cama y una lápida había aparecido en la cabecera de la cama mostrando el siguiente epitafio:
Aquí yace Eleanor Creedy,
Que su alma se pudra en las profundidades del Averno,
Donde su condena será eterna.
Huellas de manos aparecieron una tras otra alrededor de la lápida y el cuerpo de la mujer había extendiendo sus brazos tratando de alcanzar con sus huesudos dedos a Patrick.
Unos murmullos lastimeros parecieran brotar del aire, de todas partes, mientras un zumbido resonó en sus oídos en crescendo, causándole vértigo. En las paredes brotaron manchas negras chorreantes formando palabras de tal forma que recorrían la habitación.
- Mira a toda esa gente solitaria… ¿De dónde vienen…?, ¿A dónde van…? ¿Quién es responsable de todo esto? ¿A quién le importa? Nadie se salvará… Mira a toda esa gente condenada… Con todo mi amor… -
Las palabras se detuvieron al llegar hasta la cabecera de la cama, mientras que el cadáver de la mujer movió la boca como si estuviese tratando de hablar, pronunciando con una voz escalofriante de ultratumba:
El Hombre de ningún lugar
Patrick se tambaleó como si todos los violentos golpes que escucharon y los atrajo hasta esta habitación, los hubiese recibido en su cuerpo de un solo porrazo.
Basile al verlo, reaccionó rápidamente sujetándolo para evitar que cayese al suelo. Le tomó unos minutos recomponerse para darse cuenta que todo lo que había visto, solo ocurrió en su cabeza, la habitación se encontraba “normal”, mientras los demás lo miraban extrañados por su reacción. – ¿Te encuentras bien? – le preguntó Basile, mientras lo sujetaba de un brazo. – No hay problema, estoy bien - respondió Patrick dirigiéndose a la cama para tomar el escuche de los brazos de la muerte. Su gélida y rigorosa prensa le ofreció cierta resistencia, pero al final logró quitarle el estuche. El sobre el pecho había caído al suelo a sus pies. Lo recogió y en el lomo solo se indicaba el remitente “Para Eleanor”. Con cierto temor abrió el sobre, sacando la carta para leer su contenido:
Mira a toda esa gente solitaria…
¿De dónde vienen…?, ¿A dónde van…?
¿Quién es responsable de todo esto?
¿A quién le importa? Nadie se salvará…
Mira a toda esa gente condenada…
Con todo mi amor…
El Hombre de ningún lugar.
En ese instante, unos murmullos resonaron por toda la habitación, pero esta vez todos los presentes los escucharon, los cuales fueron en crescendo desatando una serie de escalofriantes lamentos, deteniéndose en seco sin mayor acontecimiento. El silencio se vio interrumpido por un traqueteo lento en principio, acelerando su ritmo hasta un agudo ¡DING! Y nuevamente retomando el traqueteo.
Marek, buscó el origen del ruido, descubriendo que los botones de la maquina se estaban presionando solos, plasmando letras en el papel que tenía inserto. Algo más llamó su atención al percatarse en el reflejo del gran espejo, una figura oscura vestida en túnica negra y cuello blanco estaba presionando los botones de la máquina. La figura se detuvo, dirigiendo su mirada a Marek, tenía puesto unos anteojos de luna redonda que parecieron destellar. No tenía rostro pues solo era oscuridad, sin embargo, por un instante casi imperceptible, podría haber jurado que el rostro se puso completamente blanco con facciones distorsionadas. Mientras su mente trataba de comprender lo que había visto la figura ya había desaparecido.
Tomó el pedazo de papel de la maquina leyendo en voz alta:
Queridos Hermanos, estamos aquí reunidos para recordar la despreciable vida de Eleanor Creedy, una mujer que ante su avaricia e implacable sed de poder, no reparó en las victimas que dejaba a su paso, ni los despojos que dejaban sus cosechas.
Pobre Eleanor Creedy, todo tiene un precio y todo precio debe ser pagado…
JA JA JA JA….
Patrick al escuchar esto, sintió un impulso de revisar nuevamente la carta como queriendo constatar lo que estaba escrito, llevándose una sorpresa al descubrir que al final de la carta, había aparecido escrito algo más al final:
P.D. Pero si se dónde van a terminar ustedes…
Al escuchar esto, todos hicieron silencio por unos segundos, se miraron, uno de los bebes soltó un inocente balbuceo y sin mediar palabras decidieron salir rápidamente de ese lugar. Descendieron por la escalera, uno tras otro, para descubrir que una mancha negra había aparecido en el piso de la puerta doble. Patrick lo reconoció automáticamente y saltando por encima del barandal dirigiéndose hacia la ventana que inicialmente estuvo revisando en ese piso. Forcejeó por unos segundos logrando abrirla, haciendo espacio suficiente para salir por ella. – Vengan – les gritó a sus compañeros. Todos bajaron siguiendo a Patrick buscando salir por aquella ventana. Keijo quien iba al último, volteó inconscientemente al sentir que algo había latigueado cerca suyo sin mayor consecuencia, sin embargo, por unos instantes, antes de lograr cruzar por la ventana, pudo ver una extraña sombra creciente debajo de la escalera por donde habían bajado, donde pudo ver pequeños puntos brillantes con la escaza luz, mientras pequeños apéndices se agitaban torpemente, resonando múltiples chillidos escalofriantes.
Habiendo todos salido por la ventana, continuaron corrieron por unos minutos más hasta estar seguros que se encontraban lo bastante lejos.
Si alguno de ellos hubiese volteado a ver la misma ventana de la habitación por fuera, hubiese visto a la mujer gritando desesperadamente mientras golpeaba los vidrios de la ventana buscando escapar, para finalmente explotar dejando una oscura mancha chorreante de sangre.
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La manzana no cae lejos del árbol, salvo que sea hecho leña primero; Marek miraba con envidia y desdén los lujos que lo rodeaban y conforme se dirigía al salón donde se iba a encontrar con Vito Ricci, más intenso era su resentimiento de la vida que le fue arrebatada. Le sorprendió que lo convocaran a su residencia, ya que, al ser jefe de una familia importante, no era fácil de lograr tal audiencia. Entró en el salón y lo vio sentado al final de una larga y abarrotada mesa. Estaba envuelto en una fina capa de terciopelo purpura con brillantes joyas que lo engalanaban, siendo solo uno de muchos atuendos y joyas que tendría en su guardarropa.
- Adelante Signori Mincinosky – lo saludó Vito despreocupadamente haciéndole una seña con la mano a sus guardias para que lo dejaran pasar.
- ¡Salud Don Vito! ¡Un placer verlo! Permítame ofrecerle esta fina botella de Chatau Rougue Merlot del 39; la mejor cosecha de la casa Chatau Rougue – dijo alegremente Marek, esbozando la mejor de sus sonrisas, recordando la forma de como la consiguió.
- Signori Mincinosky, no debió tomarse tal molestia. Sin embargo, debo admitir que soy yo quien le debe un favor por el servicio que le hizo a mi familia. ¡Ey, tu, chica! – llamó despectivamente Don Vito a una de las sirvientas, mientras otro de sus guardias volteó a verla de forma poco cortes - Tráenos la botella de…una de aquellas que tengo reservadas para mis distinguidos invitados como el Signori Mincinosky, tenemos cosas que hablar y negocios que atender – era obvio que no abriría la botella que le había obsequiado, dejando que otro de sus matones se la llevara.
Marek sospechaba que Vito traía algo más entre manos, como todos los nobles de la ciudad que gustaban de alardear de su poder frente a aquellos que consideraban sus inferiores. Sin embargo, en esta oportunidad estaba el hecho del favor que lo había puesto en gracia con la familia Ricci. Un hecho que había manejado con habilidad y discreción. Lo que había causado cierto interés en Don Vito, quien parecía evaluar la forma en que podía explotar a un hombre de sus talentos. Por unos segundos a Marek le atenazo una sensación de aprehensión pues al ver a Don Vito ordenar otra botella de su “reserva especial” significaba que estuviese en problemas y ese sería su final. La desconfianza era moneda de cambio en las altas esferas.
Sin embargo, el riesgo valió la pena, pues había podido entrar en este círculo de nobles, a través de Don Giovanni, de quien se había ganado cierta confianza y por quien había llegado hasta el jefe de familia. ¡Ya sentía que era alguien! Algo que había esperado por mucho tiempo y que lo acercaba un paso más para llevar a cabo su venganza.
Recordó cuando era un niño pequeño, junto con su hermana, mirando por la ventana de la destartalada cabaña de su madre a los engalanados carros pasar, dirigiéndose a aquellos palacios que a su edad parecían elevarse hasta las nubes. Aquellos nobles rodeados de opulencia, ayudados por sus sirvientes a descender juntos con tan hermosas y refinadas damas.
Por las noches antes de dormir su madre les contaba que ellos en realidad también pertenecían a ese mundo. Su padre, según su madre, había sido un joven noble príncipe de la ciudad y la vez una víctima más de las múltiples intrigas cortesanas en la ciudad de Levkarest. Lamentablemente falleció antes de poder presentarlos a su madre, a su hermana y a él a la corte. Uno de sus primeros recuerdos era el de un palacete algo desvaído con una gran puerta roja, de la cual unos guardias sacaban a rastras a su madre arrojándola en medio de la calle como una pordiosera, detrás de ellos un viejo hombre vociferaba lanzando órdenes, maldiciones e improperios, mientras uno de los guardias asestaba una patada a su madre en el vientre con la cual quedó inmóvil por unos minutos. El viejo les dirigió una mirada fría y cruel mientras llevaba una mano a su cinto, recordando su miedo que fuese a sacar un cuchillo para acabar con ellos en ese preciso momento. Ese era el verdadero poder. En su lugar les lanzó 30 monedas de plata – No los quiero ver nunca más – siendo lo único que les dijo antes de que sus rufianes les cerraran la gran puerta roja. Luego se enterarían a través de su madre, que ese hombre era su abuelo.
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Muchas cosas habían pasado desde aquella
humillación, cosas que lo habían cambiado, perdidas que habían sido terribles.
Su madre y su hermana ya no estaban con él, habían sido presas de una extraña peste
que de cuando en cuando azotaban las zonas pobres. Marek las extrañaba mucho,
aunque a veces pensaba que tal vez había sido lo mejor; en una ciudad tan dura
como esta no había cabida para personas con un corazón realmente tan valioso y
noble. Cuanta ironía.
El destino le había arrebatado lo
que mas quería, su familia y sobre todo su derecho de nobleza; sin embargo, los
dioses le habían dado una serie de talentos que lo llevarían a recuperarlo todo.
Era muy hábil, tanto que llamó la atención de una pandilla de ladrones
autodenominados como El Racimo. Le enseñaron a moverse sigilosamente, hurgar
en bolsillos y abrir cerraduras; pero sus planes a futuro no coincidían con los
suyos, por lo que los dejó una vez aprendido todo cuando podía de ellos. Además,
se dio cuenta que no siempre era necesario robar para obtener algo que quisiera,
a veces solo bastaba pedirlo persuasivamente, prometer algo que quizá haría o
daría (que al final no daría o haría) o intercambiarlo por otra cosa. Todo el
mundo quiere algo y él tenía el talento para determinar que era lo que quería
la gente.
Sin embargo, nadie confiaría en Marek
el ladronzuelo de lecho de pulgas, por lo que creó a Marek Mincinosky un joven
noble extranjero que había venido a Borca por negocios, pero que había sido víctima
de unos asaltantes de caminos, perdiendo buena parte de sus ahorros. Sus primeras
victimas fueron una pareja de ancianos comerciantes bien relacionados que se tragaron
por completo su historia. Les hacía recordar a su hijo que había partido hacia
las tierras de Barovia hace 30 años y del cual nunca más volvieron a escuchar. Gracias
a ellos comenzó su ascenso, aprendiendo los modales de la nobleza de la ciudad.
En una de estas fiestas llegó a
sus oídos el rumor de que la hija mayor de Vito Ricci, el jefe de la familia Ricci
una de las mas importantes familias de la ciudad, tenia por amante a Giacoppo
Capoletti un actor de teatro de moda, pero de dudosa reputación, pues formaba
parte de las compañías de Ivan Dilisnya. En uno de sus encuentros amorosos se
perdieron las joyas de la familia y admitir la perdida de las mismas y todavía
en tales circunstancias hubiera significado la mas absoluta vergüenza para la
familia. Afortunadamente, Marek Mincinosky supo dónde buscar, recuperando las
joyas. Al retornarlas logró ganarse la gratitud de la familia Ricci; sobre todo
con el joven Don Giovanni, con quien era contemporáneo. Don Giovanni, de
carácter jovial y dicharachero, quien, a pesar de su linaje, era de salir a
conocer el mundo que lo rodeaba, frecuentando los supuesto lugares de “moda” para
mezclarse y así ganar nuevos “amigos”. En una ocasión, ambos coincidieron al
momento que Don Giovanni se estaba retirando de una de sus incursiones.
- Marek Mincinosky, estimado bribón, eres justo la persona en quien estaba pensando y que necesito, espero que no te moleste lo que te voy a decir, la persona que necesito para… – haciendo una pausa, colocándole un brazo sobre los hombros y acercándolo para decirle en voz baja - …un trabajo.
A Marek le sorprendió un poco aquella palabra…”trabajo”…supuestamente, aunque su situación no era la mejor, dado el rol que venía interpretando ante ellos, ya que se supone era un noble como Don Giovanni. Uno no le encargaba un trabajo a un noble, aunque dada la importancia de la familia Ricci lo dejo pasar. A veces Marek se comportaba más como un noble que estos nobles.
- Don Giovanni, no creo que sea el lugar y el momento para discutir esos temas – musito Marek con la más encantadora de sus sonrisas mientras miraba a todos lados que nadie se encontrase cerca ellos escuchando, añadiendo con más normalidad una vez terminada su inspección – entiendo que mi posición económica es algo precaria debido a los acontecimientos dados a mi llegada a la ciudad. Cualquier ayuda que pueda mejorar mi situación financiera es bienvenida. Nobles o no de cierta forma siempre estamos supeditados a nuestros bienes.
- Que bueno que lo tomes así Marek, a mí me
gustaría ayudarte más; pero ya sabes como es mi padre. Justamente el me ha
encomendado una tarea y no se bien como realizarla. Quizá tu puedas ayudarme,
por supuesto que por tu ayuda habrá algo para ti. Se trata de conseguir un contrato
de la casa de una detestable mujer; que tengo entendido en este momento parece estar
deshabitada por lo que no debería representar mayor problema para aquel que
recuperó ciertas joyas.
- ¡Me tomas por un ladrón! – le repuso Marek entre dientes, haciéndose el
ofendido y haciendo el ademan de marcharse.
- ¡No Marek, no! ¡Por favor perdóname! ¡No quise
ofenderte! Esos documentos son de la familia Ricci, eso es lo que me ha dicho
mi padre. Tengo entendido que nos los han robado. Tú más bien los recuperarías
para nosotros – Le dijo al oído Don Giovanni tratando de calmar al airado
Marek, mientras que a la vez hacia señas al cochero para que se acerque y les
abra la puerta.
- Bueno hubieras empezado por ahí – Dijo Marek mas
digno. – Entonces son ustedes los agraviados. Si es así, bueno supongo que talvez
pueda ayudarte, pero para eso tengo una condición – esbozando una sonrisa ladina
– quiero que me presentes con tu Padre para tratar de este tema personalmente.
Otro peldaño más que subía. Un
escalón más cerca que lo conduciría a retomar el estatus que le fue negado a él
y a su familia. Y con cada paso que avanzaba, se acercaba cada vez más para
vengarse de aquel cruel y despreciable ser que los humilló delante de aquella
gran puerta roja.
Ahora no tenía nada, pero pronto podría
tenerlo todo.
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