Sunday, October 09, 2011

La ruta de la mermelada

El periodista Juan Vargas Sánchez ha publicado una serie de crónicas referentes a la vida de un periodista económico y su constante lucha con el mermeleo.

Dado que una joven periodista que conozco se está interesando cada vez más por la labor del área de economía de una agencia de noticias, hago esta suma de crónicas antes de que se extravíen en la maraña de informaciones que vierte la red y que podría desaparecer a su antojo este importante aporte para la labor periodística.




La empresa que no se vendió
Serie TONTO ÚTIL - 31 de agosto - primera entrega

APRENDIZAJE. Las recientes subidas y bajadas de la bolsa hicieron que recuerde una práctica en la que cualquier periodista económico se puede ver envuelto sin saberlo: engañar a los inversionistas con noticias falsas o infladas. Siempre hay que estar alerta.

Por: Juan Vargas Sánchez
Al menos una vez en su vida John pudo haber ido a parar a la cárcel. Y seguramente hubiera pasado los días echándole la culpa a su inocencia de periodista novato, de casi practicante. Por suerte, nuestro regulador del mercado bursátil casi nunca se entera de las artimañas que se practican en la bolsa de valores, y entonces John, como varios otros antes y ahora, se salvó de acabar tras las rejas.

Era el verano de 1995 y la economía peruana atraía grandes flujos de inversión extranjera, el producto bruto interno había crecido el año previo en 13,1%, la Bolsa de Valores de Lima acababa de encajar su segundo año como uno de los mercados de mayor crecimiento del mundo y John, con su título de economista de la Universidad Católica en la mano y dos años de prácticas como periodista, fue contratado para el lanzamiento de un semanario de economía color salmón (en ese entonces Gestión todavía se imprimía en colores blanco, granate y negro, y Día_1 estaba lejos de ser concebido). Su jefe decía: “Salmón, como el Financial Times”.

EL JEFE
Jim, el jefe, lo llamó un día a su oficina para decirle que un importante empresario les ofrecería una información exclusiva y que tenía la misión de ir ese mismo día a las tres de la tarde a entrevistarlo. La cita era en un edificio de San Isidro.

John consideraba a Jim un buen jefe. Hasta hoy en su recuerdo pesan más sus cualidades, a pesar de que su camino se fue llenando de escándalos. “Tu jefe debe confiar mucho en ti”, recuerda que le dijo el empresario al que fue a entrevistar, sorprendido por su juventud. Lo acompañaba un financista demasiado avispado. John se regocijó por el halago, pero llegó a intuir que Jim lo había enviado a la boca de lobo.

Hay dos posiciones que suelen tomar los jefes cuando tienen que hacer un encargo: te cuentan los pormenores de la noticia incluyendo los beneficiarios y los perjudicados; o te piden que cubras la información y te usan como peón de su propio juego de ajedrez. Jim había hecho lo último.

EL FINANCISTA
El financista Yuri lo tenía todo muy claro: de lo que se trataba era de engañar al mercado. Yuri era gerente de inversiones de una sociedad agente de bolsa ligada a un banco que ya no existe, y había convencido al presidente de Lina, una empresa industrial del rubro metalmecánico, para que anunciase ‘off the record’ que una empresa extranjera estaba revisando las cuentas de Lina (‘due dilligence’) con miras a una posible compra.

La noticia debía salir publicada el lunes siguiente, y según los cálculos de Yuri, las acciones de Lina empezarían a subir, algo que aprovecharían él y su cómplice para vender un paquete de títulos de la empresa. John solo debía escribir la noticia.

EL EMPRESARIO
Yuri se ufanaba de su plan mientras el presidente de Lina sonreía. Hijo del fundador de la compañía, su sonrisa nerviosa y excitada delataba en su rostro redondo que estaba haciendo su primera palomillada empresarial.

John regresó a la oficina y le contó a su jefe de lo que había sido testigo. La respuesta fue rápida y una orden directa a escribir: “No te preocupes por lo que hagan ellos, tú solo pásame la nota sobre la venta de Lina”. Jim se concentró en sus papeles y con su silencio invitó a John a irse y cerrar la puerta.

LOS HECHOS
El periodista escribió la nota y participó, pues, de la operación fraudulenta. Cuando el lunes apareció publicada la información, las acciones de Lina subieron cerca de 7% y el jueves las ganancias ya llegaban al 20%. Mientras tanto John se convencía de que ser ingenuo es algo inaceptable para un periodista.

El viernes, en conferencia de prensa, el presidente de Lina lo sorprendió aún más: descartó los rumores y anunció que su empresa no estaba en venta. Las acciones perdieron todo el valor que habían ganado en la semana y la primicia se convirtió en un desmentido. John recuerda que fue la única vez que algún jefe no le reprochó por haber publicado una información falsa: Fue una ‘patinada’ que generó millones y nadie –salvo John– se molestó.

Entre los personajes de esta historia de éxito, al que le fue peor fue al cándido. Jim siguió progresando y aunque luego estuvo a punto de ir a prisión, hoy es un respetado empresario; Yuri llegó a ser gerente general de una SAB e incluso estuvo en altos cargos directivos de la Bolsa de Valores de Lima; Lina sigue siendo una de las principales industrias del país, aunque renovó su plana ejecutiva; y la Conasev es ahora una superintendencia con mayores competencias para proteger mejor a los inversionistas (ojalá que lo haga). John, en cambio, renunció al semanario algunas semanas después del incidente, aprendió que la ingenuidad no se lleva bien con el periodismo económico y que no se debe seguir a ciegas lo que el jefe ordena (nunca más lo volvió a hacer). Solo después de diez años logró que sus ingresos de entonces se multiplicaran por dos. El fraude nunca se conoció, que raro, ¿no?




Dos décadas de tentaciones:
(tonto útil II - 7 de setiembre)

Junto con los periodistas económicos, aparecieron los asesores de prensa, personajes que buscan influir en lo que el periodista debe publicar y que muchas veces se valen de actos corruptos para hacerlo. La primera tentación de John sucedió tres días después de que ingresó en este mundo. Era 1992.

John comenzó sus prácticas como periodista en el diario oficial un lunes y el martes recibió su primera llamada telefónica. La voz de un anciano se presentó como Pascual y le dijo que le acababa de mandar con su mensajero (todavía no había correo electrónico) una información importante sobre Faucett y que él estaría muy agradecido si la nota era publicada en el diario.

El sobre enviado por Pascual contenía datos sobre lo bien que le iba a la empresa en su ruta Lima-Miami (el resto de rutas internacionales las monopolizaba Aero-Perú). La información era interesante y el miércoles temprano John pudo ver su primera nota publicada en el diario. Horas después, en una tarde oscura del mes de julio, Pascual apareció en la oficina de John. Miró desde la puerta de la redacción y guiado por su instinto ubicó al joven practicante. Se dirigió hacia él caminando lento y mirando hacia todos lados.

Luego de presentarse, le agradeció a John por publicar la nota. De pronto, volvió a escudriñar la redacción y deslizó un paquete junto a la máquina de escribir.

Don Alberto, un experimentado hombre de prensa que cumplía la labor de jefe de informaciones y maestro en periodismo de los cuatro economistas y dos abogadas que integraban la recién fundada sección Economía y Derecho, vio la escena y reprochó: “Caray, Pascual, ya quieres corromper al muchacho”. Pascual sonrió, dio media vuelta y se fue.

Después de haber puesto en evidencia al corruptor, Don Alberto dijo que un periodista puede recibir regalos, pero que de ninguna manera estos deben apartarlo de su imparcialidad. El paquete contenía un libro de cuentos de Julio Ramón Ribeyro. Por un instante, John pensó que, pese a todo, Pascual tenía buen gusto, pero se corrigió enseguida cuando vio que el libro era acompañado de un papel que decía: “Faucett donó caramelos a niños pobres. Con el ruego de su difusión”.

EL MEJOR REGALO
Desayunos, almuerzos, viajes al extranjero, vinos, whiskys, piscos, parrilladas de confraternidad, premios, cursos son diversas formas que utilizan los asesores de prensa para tratar de convencer a un periodista económico de lo interesante que es el tema que les proponen y de lo mucho que estarían agradecidos si la nota sale publicada.

Una de las mayores tentaciones que se le presentó a John salió de la boca del asesor de una empresa petrolera. Era el 2003 y una poderosa emisora radial quería convertir a John en “la voz de la economía”. En uno de sus comentarios, John dijo que los ejecutivos de las dos refinerías de petróleo del país debían de ser los más ineptos del mundo porque seguían comprando el barril de petróleo a US$37 cuando después de culminada la invasión a Iraq el precio había bajado a US$25, es decir, 50% menos, y como resultado de ello, los automovilistas peruanos no se beneficiaban de la reducción mundial de precios. La gasolina seguía siendo cara. Cinco minutos después de dar su comentario, el asesor de la petrolera, Carlos, lo invitó a almorzar a un restaurante de carnes en San Isidro.

No era que ellos no compraran el barril a US$25, le dijo Carlos, sino que debían recuperar supuestas pérdidas. Se iban ya por la segunda botella de vino cuando Carlos le preguntó qué necesitaba para que no hablara mal de su empresa. “Solo información. Dime cuándo bajarán sus precios y yo la difundo de inmediato” respondió John. No era lo que Carlos esperaba. Unas copas después insistió: “Nosotros financiamos varias universidades en Europa, deberías pensar en tu futuro, ir a estudiar una maestría”, le sugirió. John no pisó el palito. Salieron del restaurante y Carlos se dirigió hacia su camioneta 4×4, John alcanzó a bromearle: “Lindo ‘mionca’, pero debe salirte carísimo con los precios del diésel”. Carlos sonrió a medias, cerró la puerta de su auto y se fue. Días después, John se enteró que para Carlos el combustible era gratis.

HOMBRES DE PRENSA
La suerte de John es que pudo aprender rápido, no solo gracias a don Alberto sino porque, de casualidad, también en 1992, en el baño de la Confiep, escuchó cómo un asesor se jactaba ante el presidente del gremio de gremios, Juan Antonio Aguirre Roca, de su poder de dominar a los periodistas: “Les invitas un almuerzo y escriben lo que quieres”. Supo luego que otros asesores se presentaban ante incautos empresarios con un listado de periodistas que supuestamente escribirían a su favor si es que el asesor era contratado. Y también de casualidad escuchó a uno de los más importantes empresarios del país decirle burlonamente al dueño de un diario que para qué iba a poner publicidad si más barato le sale regalar un whisky a un periodista para que publique lo que él quisiera. Tras casi 20 años de propuestas e insinuaciones, John ya no se molesta y explica con paciencia que lo que importa es la información a las cándidas secretarias que llaman a preguntar ¿cuánto cuesta publicar una noticia?

Sin miedo al ridículo
serie TONTO ÚTIL - 14 de setiembre

Privatizaciones. No hay peor riqueza que aquella que se consigue a costa del dinero público. Pero al mismo tiempo, esa suele ser la forma más fácil de generarla. Corresponde a los periodistas económicos evitarlo; desgraciadamente, pocas veces lo consiguen

Por: Juan Vargas Sánchez
Miércoles 14 de Setiembre del 2011
“Ojalá haya buen periodismo económico en Grecia”, dijo John mientras veía en el noticiero las protestas de los griegos contra el plan de ajuste fiscal y de privatizaciones que les exigen el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea. “Ojalá tengan buenos periodistas económicos”, volvió a pensar John recordando que, en su momento, él no lo había sido. “Pero bueno, a quien se le ocurre encargarle la cobertura de todo el proceso de privatización a un practicante”, pensó en su descargo.

A su jefe se le ocurrió. En 1992, al diario oficial obviamente no le interesaba poner en debate la venta de las empresas del Estado sino apenas comunicarlo, por eso, John recibió un listado de los comités especiales de privatización (Cepri), eran como 200, uno por cada empresa que sería vendida. Todos los días, debía publicar una nota sobre alguna de las empresas de la lista, resaltando sus activos, su potencial de crecimiento, la situación del mercado en la que se desempeñaba, el cronograma de venta y el número de postores interesados. Cualquier dato que consiguiera era una primicia. No tenía competencia. Era la ‘prehistoria’ del periodismo económico. Salvo “Gestión”, el resto de diarios recién empezaba a implementar sus secciones de Economía. Por lo tanto, cuando los periodistas de radio y TV tenían que dar alguna nota sobre la privatización, la primera fuente consultada eran los artículos de John. Para la mayoría la privatización era buena porque en los medios apenas la criticaban de forma técnica. El objetivo del gobierno, entonces, estaba cumplido, y John, que se creía el periodista experto en privatizaciones, era en realidad el publicista del proceso.

LA RESPUESTA OBVIA
Los primeros y tímidos esfuerzos de John por hacer preguntas fuera del libreto fueron ridiculizados. El temor a hacer el ridículo es un sentimiento al que todo periodista debería renunciar.

A John le llamó la atención que en el sector minero los Cepri se decidieran por vender por separado, y solo como activos, los diferentes proyectos de Centromín y Minero Perú, cuando cualquiera sabe que es mejor vender la carnecita junto con el pellejo y el hueso.

En una conferencia para presentar la próxima subasta (pudo haber sido de los proyectos Quellaveco, Tintaya o Cerro Verde) el practicante John se atrevió por primera vez a cuestionar: “¿Si solo se venden los activos, quién asumirá los pasivos?”. La simpleza de la pregunta desató una gran risa en el grupo de representantes estadounidenses, australianos, franceses, británicos y hasta chilenos presentes. Era ese tipo de risa que solo pueden emitir los poderosos cuando son pillados in fraganti, pero saben que no importa que haya sido así. El cuestionamiento era simple, pero para todos los presentes la respuesta era obvia: el Estado Peruano se quedaba con las deudas económicas, sociales y ambientales de las mineras estatales: esa era la forma de atraer la inversión extranjera. La respuesta fue tan contundente y la risa tan vergonzante, que John pensó que había hecho una pregunta tonta.
DE OTRO VUELO
En otra ocasión quiso ir más allá, pero terminó mostrando la misma ingenuidad. Fue durante la subasta de Aero-Perú. Faucett, la aerolínea peruana que aspiraba a comprar las rutas, competía en un concurso que ya tenía ganador.

En la mañana del día antes de la subasta, Faucett quiso detener el proceso denunciando una serie de irregularidades y le dio acceso a John a su argumento y estrategia legales. “Antes de publicar una denuncia hay que confrontar a los denunciados”, le dijo su jefe y esa quizá fue su única buena lección de periodista aunque en realidad estuviera haciendo uso de eso de “para mis amigos todos, para mis enemigos, la ley”.

Para ‘cruzar’ la información, el practicante llamó al presidente del Cepri de Aero-Perú, y le transmitió los cuestionamientos de Faucett. El funcionario apenas le respondió, pero la alerta le permitió al Cepri activar sus contactos en el Poder Judicial y evitar que el proceso sea detenido. Al día siguiente, un consorcio liderado por una empresa mexicana ganó la subasta que le permitió ‘desadministrar’ la aerolínea de bandera hasta declararla en quiebra cinco años después. John no tenía forma de prever el desenlace, aunque a decir verdad, algo sospechó cuando luego de dar a conocer al ganador de la subasta, el presidente del Cepri, lleno de entusiasmo, se acercó donde John, casi lo abrazó, le levantó la mano como se hace con los boxeadores y exclamó: “Éste es mi campeón”.

MÁS QUE UN TONTO
John podrá encontrar mil y una justificaciones, decir que fue por inexperiencia, por juventud, que lo engañaron, echarle la culpa a la línea editorial del diario o decir que después de todo la prensa no tiene tanto poder; pero el periodista económico nunca podrá ocultar que más que tonto, a veces actuó como idiota.

Periodismo y mermelada
(cuarta entrega del tonto útil)
21 de setiembre de 2011

Cuando un periodista económico renuncia a su imparcialidad y empieza a cobrar por defender un punto de vista o hablar a favor de un determinado grupo de interés se convierte en un ‘mermelero’. Y no hay algo peor que serlo.

El periodista John, a quien conocí cuando apareció en la redacción con zapatillas, pantalones jeans y el cabello largo, nunca tuvo las cualidades que se requieren para caer tan bajo. Para bien o para mal, siempre le fue ajena la facilidad de venderse, de prostituirse. Y me resulta imposible imaginármelo revolviéndose en el lodo con tal de que le avienten un sobre de dinero.

Ser ‘mermelero’ no consiste en recibir un regalo, sino que es un tema de proactividad: de tocarle la puerta a un empresario o gremio y pedirle dinero o servicios a cambio de publicar una nota halagadora sobre ellos.

Como John nunca ha pertenecido a esa escoria, no pudo contarme de primera mano alguna anécdota, pero los rumores sobran, en particular sobre una institución de amigotes que con el tiempo se volvió legendaria.

MERMELEROS S.A.
La primera vez que John escuchó sobre este grupo fue al día siguiente de una memorable cena a la que habían asistido algunos editores y periodistas de las secciones de economía de algunos diarios y revistas.

La idea del convite había surgido de un fructífero desayuno de trabajo entre el investigador de temas económicos de una conocida publicación y el jefe de prensa de la empresa de telefonía más importante del país. El segundo quería un mejor trato en la prensa y el primero quería recibir algo a cambio de comprometer la línea editorial de su medio de comunicación.

La reunión se llevó a cabo en un conocido restaurante y cuatro periodistas aceptaron ir. Algunos otros a quienes también le pasaron la voz, se abstuvieron. La abultada cuenta de la comilona y los tragos que corrieron por la mesa la pagó el asesor de la empresa de telefonía.

La juerga tuvo resonancia y se repitió un mes después. Invitaron a más personas. En esa segunda reunión ya todos sabían a que estaban jugando. En medio del jolgorio a alguien se le ocurrió que el grupo de tan buenos amigos y con los mismos intereses debería tener un nombre. Grandes lectores, mentes cultivadas, conocedores del lenguaje, acertaron con hacerse llamar La Cofradía.

Las reuniones se hicieron más frecuentes, el círculo se amplio para dar paso a gente de la televisión, otros prefirieron apartarse. Surgieron los casos de común interés: compartir información; ‘mermelear’ bajo la consigna de hoy por ti, mañana por mí; y apoyarse mutuamente para favorecer a algún “cliente”. La ‘institución’ prosperó y se expandió. De hecho, varias de las grandes campañas periodísticas a favor o en contra de alguna empresa o concepto ideológico nacieron en estas reuniones. Para entonces, el asesor de prensa de la empresa de telefonía ya no era el único que pagaba la cuenta.

Uno de los casos más graciosos de los que se enteró John fue el de la tercera guerra de las cervezas. Los dos asesores de las empresas enfrentadas pertenecían o habían pasado por La Cofradía y se pusieron de acuerdo para elevar el tono del enfrentamiento bajo la teoría comprobada de que a más enfrentamiento, mayor pago para ellos. Fue un acuerdo ‘win-win’ para los consultores, aunque las empresas perdieron en las batallas decenas de miles de dólares.

LA EVOLUCIÓN
Tan lucrativo resultó el negocio que varios de los miembros de La Cofradía dejaron definitivamente los medio de comunicación para convertirse en consultores o asesores de prensa a tiempo completo, cada uno con distinta suerte.

Otros en cambio tratan de alargar lo más que pueden su condición de difusores de información (no se les puede llamar periodistas) y de asesores de prensa. Y lo hacen mientras los jefes los dejan, un permiso que muchas veces –sospecha John– viene con alguna contraprestación o asociación de por medio.

El ‘boom’ de la asesoría de prensa y su profesionalización ha hecho perder importancia a los ‘mermeleros’ aunque eso no significa que hayan desaparecido.

Algo que John siempre se ha preguntado es por qué a lo largo de todos estos años nunca fue invitado a estas reuniones. Él cree que es porque quienes lo conocen siempre se dieron cuenta de que no aceptaría ser un ‘mermelero’; sin embargo, yo tengo otra teoría: ingenuo y cándido como es, antes que corromperlo, a los ‘mermeleros’ les resulta más barato convencer a John del punto que ellos defienden con solo una llamada o mandándole una nota de prensa para que la ‘voltee’. Cada vez que en sus textos no discute la información que recibe, John contribuye con las ganancias de esos ‘mermeleros’ a los que tan poco quiere. ‘Mermelero’ o tonto útil, ninguno de los dos hace verdadero periodismo económico.



Grandes frases del periodismo

(último de la serie EL TONTO ÚTIL)
28 de setiembre 2011

Hace algunos años, en una fecha cercana al 1 de octubre, Día del Periodista, John fue despedido. Cuando sus compañeros lo vieron entrar a la oficina, la perplejidad seguía dibujada en su rostro. “Me despidieron”, les dijo nerviosamente, mientras se encogía de hombros. Sus ojos no podían estar quietos y sus labios luchaban por no caer: quería conservar esa dignidad que lo había acompañado tantos años pero que no fue suficiente ni para mantener el puesto de periodista económico ni para alejarlo de las calumnias que se lanzaban contra él. En sus oídos, aún sonaban las últimas palabras de su jefe: “Dime que les cobraste para no pensar que eres un simple imbécil”.

En realidad, un imbécil es lo que John siempre había sido. Por su culpa, la competencia se burlaba de su periódico y de sus compañeros llamándolos ‘cutreros’. Por su culpa, los lectores podían pensar que todos los periodistas eran unos vendidos. ¿Qué había hecho? Había defendido a capa y espada una ley que, supuestamente, permitiría agilizar algunos trámites y facilitar inversiones, pero que, en realidad, solo sirvió para que malos funcionarios se embolsicaran varios millones de dólares a costa del país. Cuando el escándalo se conoció y se buscaron culpables, quienes apoyaron la aprobación de la ley también cayeron bajo sospecha. John era uno de ellos.

Su jefe sabía que John era inocente, pero, en ese momento, eso no importaba. John había sido, varias veces, el tonto útil de diferentes intereses, algunas veces hasta contrapuestos. En la práctica, el primero que lo convencía de una idea tenía la razón, y él lo defendía a muerte. A lo largo de su vida como periodista, los ‘buenos’ habían sido los amigos de sus amigos y, con más frecuencia, los recomendados por sus jefes. El que haya tenido jefes de diferente pensamiento no le complicaba mucho las cosas: él solo escribía. Por eso, se podía encontrar en su carpeta artículos a favor de que el Indecopi y otros reguladores no sean organismos fuertes, y que su capacidad de fiscalizar sea bastante limitada, o que defendían que la superintendencia de entidades financieras debía autolimitarse y fomentar que bancos, seguros y agentes bursátiles se autorregulen, junto con otros textos a favor de las empresas estatales o de proteger a algún sector específico de la industria.

ALABADO, EL SEÑOR
Varios de los compañeros en las distintas redacciones por las que pasó habían tratado de ayudarlo. Sentado en la cafetería, tratando de asimilar el golpe de ser despedido, John se daba cuenta ahora del papel que había cumplido toda su vida.

“Una vez me dijeron: ‘Si la fuente te alaba, algo debes haber hecho mal’. Yo pensé que era una frase exagerada, pero encerraba el tipo de suspicacia que se necesita para esta profesión”, le dijo John a un amigo. Él, en cambio, siempre se había enorgullecido cuando, en alguna conferencia de prensa, la fuente le decía “qué buena pregunta” o, si al día siguiente, un asesor de prensa lo llamaba para felicitarlo por el excelente reportaje que había hecho. John debió haber entendido antes que para la persona involucrada un excelente reportaje es casi siempre uno que lo favorece. Y debería haberse dado cuenta también de que varios de los premios que ganó no eran sino el reflejo de que había sido demasiado blando con las empresas o gremios que auspiciaban el concurso.

LA MOVILIDAD
Mientras recogía las cosas de su escritorio, John notó que, después de todo, en algo se asemejaba al resto de periodistas: no se había olvidado de pedir todos los días que le reintegren lo gastado en taxis.

El cobro de la movilidad diaria es, en algunos medios de comunicación, el único pago que reciben los practicantes y la forma en que muchos periodistas terminan completando el presupuesto mensual. Ir a la comisión en combi y luego cobrar movilidad como si hubiese ido en taxi fue uno de los pocos pecados que John se permitió. “El periodista nace honesto, la movilidad lo corrompe”, recordó que le dijeron y, entonces, se permitió una sonrisa.

EL ADIÓS
Era hora de escribir un e-mail de despedida. Después de agradecer la oportunidad de trabajar en tan excelente grupo y blablablá, John hizo una severa autocrítica. “Tendría que pedirle perdón al país por las cosas que hice como periodista económico”, escribió y pasó a explicar que la economía domina cada esfera de la vida de los lectores, que es vital que ellos tengan la información necesaria para tomar buenas decisiones, que cada acto del Estado o de las empresas afecta de inmediato al bolsillo de la gente, y que cuidar que no se cometan excesos es la razón de ser del periodista de economía. Antes del punto final, escribió en español el título de un libro sobre periodismo económico: “El mundo gira alrededor de la economía, avívate”.

Cuando acabó de escribir, John se percató de que su tiempo había pasado. Era el momento de marcharse.

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