La
primera vez que leí a Kafka fue durante mi primer año en la Facultad de
Derecho. Fue El proceso, una novela
que desarrolla los problemas de un funcionario bancario al enfrentarse a esa
quimera llamada justicia. Respecto a esta novela se han realizado estudios en
su interpretación, fue llevada al cine, al teatro y es considerada un clásico
de la literatura del siglo XX; sin embargo, el hecho que hoy podamos conocerla,
se lo debemos a un acto de deslealtad contra su autor.
Naturalmente,
la novela antes descrita y muchas otras, se forjaron en la experiencia de Kafka,
basada en sus estudios de leyes en la Universidad de Praga donde conoció a Max
Brod, su amigo hasta el final de sus días.
Al
concluir sus estudios, Kafka realizó sus prácticas en los juzgados,
descubriendo dentro del mundo jurídico su pasión por escribir. Por su parte,
Brod se dedicó al ser un servidor público, llegando a ocupar cargos políticos
posteriormente y haciendo una carrera de escritor algo discreta.
Pese
a que ambos tomaron caminos distintos, la comunicación nunca quedo al margen.
Constantemente, Kafka y Brod se visitaban e intercambiaban cartas que pueden
dar fe, de los lazos de aprecio y hermandad que ambos mantenían.
Pese
a tener una genialidad admirable, Kafka no fue un escritor reconocido durante
su vida. Cuenta su editor Kurt Wolff en su libro Autores, libros, aventuras que, en octubre de 1923, Kafka recibió
la liquidación anual de sus libros publicados. Los resultados eran
insignificantes, pues había vendido solo veintisiete libros en un año, número
que no fue de su agrado, y es que, la frustración lo invadía, cuestionándose
todo y volviéndose un crítico obstinado de su propia obra. Un año después,
Kafka murió con tuberculosis.
Antes
de Fallecer, Kafka, remitió unas cartas a su amigo Max Brod. En ellas
manifestaba su voluntad respecto al destino de sus trabajos literarios:
LOS TESTAMENTOS DE KAFKA
[I]
Queridísimo Max, mi último ruego: quema sin leerlos absolutamente todos
los manuscritos, cartas propias y ajenas, dibujos, etcétera, que se encuentren
en mi legado (es decir, en cajas de libros, roperos, escritorios de
casa y de la oficina, o cualquier otro sitio donde pueda encontrarse algo y te
llame la atención), así como todos los escritos o dibujos que tú u otros, a los
que debes pedírselo en mi nombre, tengáis en vuestro poder. Deben al menos comprometerse
a quemar en persona las cartas que no quieran entregarte.
Tuyo
Franz Kafka
[II]
Querido Max, quizá esta vez no vuelva a
levantarme, es muy probable una pulmonía después de un mes de fiebre pulmonar,
y ni siquiera el hecho de que lo escriba la ahuyentará, aunque tiene algún
poder.
Para ese caso, mi último deseo en
relación con todo lo que he escrito:
De
todo lo que he escrito son válidos únicamente los libros: La condena, El fogonero,
La transformación, En la colonia penitenciaria, El médico rural y el relato Un artista
del hambre.
(Los pocos ejemplares de Contemplación pueden quedar, no quiero imponerle a
nadie el trabajo de destruirlos, pero no ha de reimprimirse nada de ello).
Cuando digo que aquellos cinco libros son válidos, no quiero decir que tenga el
deseo de que sean reimpresos, ni que hayan de quedar para la posteridad, por el
contrario, deberían perderse completamente, éste es mi verdadero deseo. Sólo
que, ya que existen, a nadie le impido que los conserve si ése es su deseo.
En cambio todo lo demás que yo he
escrito (publicado en revistas, manuscritos o cartas), sin excepción, en la
medida en que sea accesible o que se pueda conseguir pidiéndoselo a los
destinatarios (tú conoces a la mayoría de los destinatarios, en lo sustancial
se trata de la señora Felice M., la señora Julie Wohryzek y la señora Milena Pollak; sobre todo, no olvides un par
de cuadernos que tiene la señora Pollak)—todo
eso sin excepción y de preferencia sin ser leído (no te prohíbo a ti que lo
veas, aunque preferiría que no lo hicieras, pero no deben verlos ninguna otra persona)—,
todo esto ha de ser quemado sin excepción alguna y te ruego que lo hagas lo más
pronto posible.
Franz
Correspondencia
tomada del libro ¿Éste es Kafka? de
Reiner Stach traducido por Luis Fernando Moreno Claros, (Acantilado, pg. 299 –
301).
Ante
tamaña evidencia, eran obvias dos cosas. Primero, que Max Brod fue el albacea
elegido por Kafka, en cuanto a su trabajo literario. Segundo, que Brod tenía
instrucciones específicas respecto a los manuscritos de Kafka y la obligación de
cumplirlas; sin embargo, no solo no quemó sus obras, por si no fuera poca tal transgresión,
fue publicando progresivamente aquellos textos prohibidos por su autor,
incluida aquella novela de la que les hablé en un principio.
¿Traición a Kafka? En mi opinión, Brod se dedicó a promover el talento subvalorado de su amigo en vida, alguien que cayó en el bucle de la depresión y autoexigencia obsesiva, antes de morir. Si hoy
conocemos a Franz Kafka, como lo conocemos, es porque detrás de él, estuvo un tal
Max Brod, con quien no debemos ser mezquinos al atribuirle el calificativo de “traidor”. Brod tomó las regalías de las obras de Kafka, a cambio de
inmortalizar su nombre. Parece justo.
Hoy,
supongo que Kafka y Brod ya habrán discutido el tema que los involucra. Quizá Brod,
ya le haya rendido cuentas a Kafka en el mundo de las almas; pero quizás sea
este mundo, el que agradezca a Brod por esa osadía, que nos permitió conocer a
un referente de la literatura universal.
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