martes, 26 de julio de 2016

Marchas...¿Han caído los prejuicios?

A propósito del llamado del gringo presidente electo PPK a realizar una marcha de los trabajadores hacia el congreso por el tema DOE RUN, muchas personas saltaron hasta los techos y lo criticaron duramente por tal intención. ¿PPK desafortunado, irresponsable, incendiario, rojo? Vamos a ver la cosa sin anteojeras.

Durante la campaña electoral pasada se realizaron,  5 de abril y 31 de mayo para ser precisos, marchas multitudinarias contra la candidata Keiko Fujimori. Las marchas se realizaron simultáneamente en Lima y más de 20 ciudades del país y otras tantas del mundo: algo jamás visto en nuestra joven historia. Es posible aunque difícil de probar, que las marchas hayan evitado el triunfo de la señora Fujimori. Por lo menos podrían haber dado el empujón necesario para la continuación del esfuerzo que finalmente da eltriunfo a PPK. Es claro que a PPK ahora le gusten las marchas y a la señora Fujimori, no. Es del fujimorismo de donde vienen las críticas más duras a PPK por el llamado a marchar. Pero no son los únicos.


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Las marchas han ganado adhesión y respeto entre la gente. En la vista la marcha No a Keiko 31.05.2016

Hay grupos de personas de nuestras clases dirigentes que identifican a las marchas con desorden, con revuelta, con izquierda, con “rojetes”. Error de errores. Todas las reivindicaciones que los hombres podemos hacer nuestras, justicia, libertad, igualdad; se han conquistado cuando menos con marchas. Nada se alcanza cruzados de brazos. La conquista de los derechos civiles por las minorías negras en los EEUU, están ligadas íntimamente a marchas. Una marcha puede ser una oportunidad para el gobernante –local, regional, o nacional- de escuchar a sus gobernados y mejorar su gobierno. Ver a las marchas como sinónimo de algarada, de violencia, de caos, es una torpeza. Allí se actúa por prejuicio y con anteojeras que impiden apreciar lo que las poblaciones (o protestantes) quieren decir; lo que a veces llamamos “el derecho al pataleo”.

Las marchas contra la señora Fujimori fueron marchas llenas de juventud, de alegría, de música, de ingenio, de danza. Quizás algún exceso en las arengas, pero nada que no pueda corregirse. A diferencia de las marchas que en los 80s protagonizaban rudos trabajadores armados a veces con palos, con rostros ceñudos y puños en alto, las nuevas marchas son marchas festivas acompañadas por una policía que sale más de paseo que a reprimir a nadie. Hay un diálogo democrático entre el mandante y el mandado, entre poblador y la policía, entre el que desea expresar un mensaje, y el que debe oír ese mensaje. En esencia las marchas nos han enseñado y vuelto más democráticos. Hemos salido ganando todos.

Quizás siguiendo ese ejemplo de las marchas contra el fujimorismo en las últimas elecciones, es que el mismo fujimorismo organizó la semana pasada una marcha exigiendo la libertad de su líder. Oficialmente lo han negado, pero los asistentes estaban correctamente uniformados y fueron trasladados en ómnibus. En buena hora, las marchas son para todos. Expresan mucho y cuestan poco. Lo mismo parecen entender las damas que están organizando una marcha contra la violencia machista (¡por fín!, aquí sugerimos la marcha hace un año y medio), que se supone será, dada la frecuencia que han cobrado los ataques machistas, multitudinaria; más grande aún que las marchas contra el fujimorismo.

¿Cuántas  muertes innecesarias nos hubiéramos ahorrado si los gobernantes en lugar de temer y reprimir a las marchas, las hubieran oído siempre? El camino de construcción democrática es largo y plagado de dificultades. En ese sentido la enorme capacidad de movilización demostrada por organizaciones como No a Keiko, que es capaz de parar una marcha con decenas de miles de personas en cosa de horas, nos avisa que hay un espacio que los partidos políticos son incapaces de interpretar con rapidez, olvidando la inmediatez que a veces exige la democracia. Y ese es un legado valiosísimo de las marchas No a Keiko, o Keiko no Va. Hay allí una lección para estudiar y aprender.

Pedro Pablo Kuczinsky, mosca, ha leído bien la lección de las marchas y quiere usar el mecanismo para tener un respaldo popular en calles frente a la orfandad que tiene en el parlamento. En buena hora. Mientras más gente haya en el país dispuesta a expresar vivamente su disconformidad y sus propuestas, más democracia habrá para todos. Quizás ese sea el gran legado de las marchas de abril y mayo: ha caído al piso el pensamiento "antimarchas" que se había sembrado en el Perú. Las marchas también pueden ser enseñanza, entretenimiento y diversión sana, claro que sí. 

San Isidro, 26 de julio del 2016 

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