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Los seres humanos creamos nuestra burbuja. Todos sin excepciones construimos el mundo en el que vivimos. Algunas personas, esta mañana encendieron el televisor y lo dejaron sonar mientras preparaban el café, para informarse o para sentir compañía, o simplemente para dejar entrar la ciudad, ese mar incontenible de rutinas, de esperanzas truncas, y de sed insaciable, que detestamos y que nos proporciona un motivo para vivir y matar.
Otros, revisarán sus teléfonos para ver cómo va el plan de dominación mundial de Bill Gates; otros respirarán un día gris que pesa como yunque de hielo; mientras que el mismo día tendrá un tono gris hermoso para los amantes que se besan al descubrirse desnudos y juntos a las seis de la mañana.
En fin, la vieja metáfora del vaso medio lleno o medio vacío; de la tierra plana o esférica; del virus real o imaginario. La misma dualidad de valor, por absurda simplificación (la vida no se reduce a dos valores opuestos) se puede aplicar a la libertad. Para los Ius naturalistas, el hombre nace libre; para los positivistas, Leon Duguit, a la cabeza, el hombre nace preso y vivirá preso el resto de su vida.
Un médico que muere por una enfermedad que creyó una fantasía, tal vez murió libre. Pero también es posible, que haya vivido en la opresión de una libertad que solamente existió en su mente. Es aquí donde los límites de nuestras propias burbujas hacen que todo se torne confuso. Solamente sé que la muerte rompe todas las burbujas.
Roberto Jáuregui.
Finalmente, he podido encontrar un poco de tiempo para dedicarme a ciertos placenteros pendientes. Tengo algunos libros que me traje del Perú, en mi último viaje, a los que quería dedicar algunas líneas. Espero que mi primera reseña sea publicada en febrero próximo. Por aquí solamente haré una pequeña introducción.
Conocí a Rocío, en términos de la era de la internet, a través de las redes. Compatriota, escritora y residente de esa épica mezcla de concreto y culturas que conocemos como Nueva York, vive la literatura con pasión. Tuve la suerte de coincidir con ella en Lima, y pasamos un grato momento intercambiando nuestras experiencias.
Sobre Staten Island Personal, por ahora solamente diré que lo percibí como una tarde reposada, sentado junto a un café, mientras los recuerdos se suceden a la vista del mar.
Roberto Jáuregui.
Bueno, bueno, os cuento que estoy trabajando en un nuevo libro de poesía. El título proyectado, hasta ahora es "Anatomía de la Espera", que es el título también de uno de los poemarios que contendrá, al menos el que espero le dé sentido a toda la propuesta.
"Desagravio de las Cenizas" se compuso con trabajos escritos en un periodo de quince años.
Hay una serie de temas que forman parte de la visión de un escritor; que suelen volver constantemente. "Dinámica" es un poema que formó parte de la colección titulada "Tratado de las Cosas", que escribí entre los años 2018 y 2019 y que, finalmente, vino a formar parte de este libro.
Sorprendida, tomó el sobre y lo supo.
Hace años, se encontraban en hoteles oscuros. Algunas tardes iban por helados y café; y noches hubo cuando reposaron sobre algún poema de Huidobro. A veces, ella leía el Principito mientras él la abrazaba. Luego, él le hablaba de cómo Tolstói explicaba el sentido de la historia.
Se propusieron amarse en todos los lugares donde habían sufrido; aquel hotel donde habitó la soledad del abismo; aquella oficina donde la noche fue más oscura; aquella playa de arena tristísima. Pronto exploraron nuevos espacios; una camilla, un escritorio, una alfombra. El deseo era tierno; la ternura les quemaba. Él decía que sus ojos contenían la noche y la mañana, y que su razones y cabellos eran libres y rizados. Ella amaba su voz, y la forma de sus hombros.
- «No me escribas hasta que yo te diga.» - Le dijo ella antes de partir, y luego escribió versos por años; hasta que sintió que era tiempo de romper la frágil estructura del silencio. Esperaría solo un poco más; se propuso escribirle cuando arribara el próximo invierno.
Aquel sobre había llegado prematuramente, en los últimos días del otoño; y entonces descubrió que él también había guardado versos para conjurar la santidad de los silencios.
Había creído que liberarse de la voluntad era negarla. Odiar el deseo; aniquilar el sentimiento en los poemas que escribía, la salvaba cada día del horror del mundo. Había una verdad innegable en la paradoja de odiar la vida para vivir cada mañana.
El remitente del sobre era un amigo común. En el interior le esperaban tres cuadernos llenos de versos.
Con irremediable miedo, percibió el vértigo de encontrarse frente a otra paradoja todavía más contundente. La ruptura del silencio más estruendosa, era el silencio perfecto y definitivo de la muerte.
Roberto Pável Jáuregui
De: Relatos del Encierro
El sonido de las noticias en la televisión se mezclaba con el de la licuadora; los batidos saludables son tan angustiantemente ruidosos. Bob pasa la mano por la cara sin afeitar. Sus ojeras hablan de una noche llena de sobresaltos; vacía de verdadero descanso; una lluvia puede ser tortuosa cuando sus gotas resaltan el hastío por todas las cosas.
Alguna vez, Bob había sentido devoción por las cosas que crecen; había amado las montañas y la visión del mar. En su juventud solía pensar que las aves marinas anunciaban que la tarde estaba por cerrar.
Había amado y sentido el mundo como si fuera plano y sin extremos. Experimentó también la pasión y su sed destructiva y voraz. Buscó y defendió la verdad con fervor; mientras iba descubriendo que las verdades eran efímeras, a su debido tiempo todo principio era sumergido en la paradoja claridad de lo falso.
Cansado de abogar por causas inevitablemente perdidas, ahora sentía un hastío universal. Una amargura permanente le privaba del sueño. Era consciente de que no podía amar a nadie; más exactamente, sabía que no quería amar a nadie.
Algo en el noticiero le sacó de la abstracción del vacío. El reportero comentaba acerca de una mujer en Ohio que insistía en llegar a su iglesia; a pesar de los miles de infectados; ella decía que estaba inmunizada por la sangre de Jesús.
Bob tomó el batido saludable que acaba de hacer y lo tiró a la basura. Sacó una botella de Whisky y apuró un trago desde el pico. Un trago profundo, quería sentir que se moría. Una vieja estúpida arriesgando su vida por una idea telógica que ella ciertamente era incapaz de entender; una tonta arriesgando su vida, precisamente, porque tenía ganas de vivir. Al otro extremo de la paradoja, él; detestando la vida y sin valor para terminar.
Roberto Jáuregui
Relatos del encierro.
El canal de las noticias le sacó de aquel mal sueño. La cuarentena, las responsabilidades y un incompleto rompecabezas de Monet estaban acabándolo. Era la tercera mala noche consecutiva.
En su sueño, Missouri demandaba a China por los daños del COVID-19; luego China demandaba a USA por la crisis financiera; México, a España, por la conquista; España a Arabia Saudita, por la batalla de Guadalete; los palestinos al Vaticano, por las cruzadas; Italia, a Alemania por... entonces despertó con la rabiosa vergüenza que da la estupidez ajena. Miró el reloj, calculó sus movimientos; medio dormido, creyó escuchar a Trump diciendo:
_ «... supongamos que introduces luz dentro del cuerpo, o una inyección con desinfectante, suena interesante para mí.»
Se pellizcó.
- «¿Sigo soñando o la realidad es absurda?»
Inyectarse desinfectante había sido probado con éxito por los suicidas, pero como política de salud, era toda una ocurrencia.
-«Tal vez, es un sueño dentro de otro sueño.»
Entonces sintió el abismo; era un pensamiento; más precisamente, una pregunta, como una sombra o una luz que reconfiguraba para siempre su mente:
-«¿Y si este universo fuera solamente la pesadilla que alguién más está soñando?»
Roberto Pável Jáuregui Zavaleta
De: Historias del Encierro
«Nacemos olvidados.» - pensaba. - «San Agustín lo sabía; Romanos enseña la predestinación; además, están las matemáticas; si restas el mayor y menor número posible con las cuatro mismas cifras, por ejemplo:
4312 -
1234
3087
Si repites la operación, obtienes:
8730 -
0378
8352
Y luego:
8532 -
2358
6174
Si partes de “8679”, llegas a “6174” en seis pasos.
Independientemente del número de partida se llegará a “6174” en ocho pasos. No hay escapatoria. La oscuridad es una constante matemática, quien nace oscuro morirá sin gloria. Yo entrené toda la vida sin ser seleccionado; estudié, destaqué, pero estoy sin trabajo.»
Calculaba que hasta este momento había 12,496 infectados; pensaba que enfermar en una pandemia; tener una tumba sin nombre; un funeral sin amigos... nada era más anónimamente oscuro.
Pero entonces, Queen le rescató: «the show must go on» le dijo Freddy.
Aprovechó un descuido, y escapó. Decidió que no sería un cadáver anónimo, sino un ángel apocalíptico. Sonrío al ver las noticias: “hombre se escapa de hospital.” Nunca había sido famoso, ni corriendo, ni estudiando, ni como el cojudo que rezó de verdad todo El Santo Rosario.
Pero pronto dejó la sonrisa, leyó y releyó el diario; nadie había escrito su nombre en esa noticia.
Roberto Pável Jáuregui Zavaleta
De: Relatos del Encierro.
- «¡Que se vayan a la mismísima mierda!» - gritó. Su exactitud superlativa se debía a la no menos superlativa frustración que venía padeciendo; ¡una hora tratando de pagar una cuenta de $2.00, por peajes! Un mes atrás, ganó diez minutos usando una autopista privada; ahora, los devolvía con creces.
Primero, una página llena de links irrelevantes y un gran anuncio de los mejores tacos mexicanos; luego, una aplicación que le pidió una contraseña con letras mayúsculas, minúsculas, caracteres especiales y un par de dígitos; y además, su color favorito. Luego un sentido “¡puta madre!” anunciando que la aplicación no tenía ninguna utilidad. Una hora y varios carajos después el pago estaba hecho.
¿Valió la pena?
Recordó el mundo hace un mes; había llegado diez minutos más temprano ese día, los cafés llenos de gente, la vida. Le había tomado una hora de su cuarentena tratando pagar esos condenados dos dólares. Percibió, que durante esa hora no había pensado en la tristeza, ni en sus padres lejos, ni en la jodida distancia de una soledad sin fondo.
- «¡Mierda!» - susurró, mientras, por la ventana, dos golondrinas anunciaban el verano.
Roberto Pável Jáuregui Zavaleta
De: Relatos del Encierro.
Finalmente, el Ministro de Salud anunció que los muertos serían dados de alta. Hubo cierto sobresalto; luego vino el miedo. Santiago era una ciudad ordenada, y generalmente no había fantasmas al medio día; era ya bastante con ver inmigrantes.
Pronto comenzaron las dificultades; ¿se podía ocupar el asiento ocupado por un fantasma?;
¿era discriminatorio? Los expertos en fantasmas sabían que sus cuerpos traslúcidos pueden ser atravesados; dicho de otro modo, el trasero de un fantasma puede contener otro trasero; pero acaso ¿no era una forma de invisibilizar a una persona recuperada?
Luego surgieron otras dudas:
¿Por qué recuperar fantasmas?
No compran, ni pagan los boletos de la ópera, y rara vez añaden valor a los bienes inmuebles; salvo si son casas grandes o castillos, no atraen la atención de los turistas. La explicación era más patriótica: los fantasmas ayudaban a sostener la democracia. A la gente le gusta escuchar buenas noticias, aunque las diga un muerto
Una duda recorrió la ciudad: «Estos fantasmas, ¿no querrán votar a favor del gobierno que les había salvado de morir irrecuperados?»
Era un temor absurdo, los fantasmas tenían sus propios dolores.
- ¿Sabes algo, Mateo? - me dijo uno - A veces quisiera estar muerto.
Roberto Pável Jáuregui Zavaleta
De: Historias del Encierro.
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