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martes, 13 de diciembre de 2016

Cuando otros tienen la pulpa de mis fracasos

la culpa no es mia

Te convierte en víctima. Cuando haces que otros sean responsables de tus circunstancias, la capacidad de cambiar las cosas reside en sus manos, lo que significa que nada va a cambiar a menos que ellos decidan hacerlo. Haces de ellos los dueños de tu destino. La única manera de retener la capacidad de cambiar tus circunstancias es responsabilizándote de tus acciones.
Cada vez más somos una cultura que no asume responsabilidades; nuestras desgracias son siempre culpa de alguien. Evadir la responsabilidad tal vez podrá aliviar la culpa momentáneamente, pero se convierte en un juego peligroso en el que nadie gana.
Cuando nos enfrentamos a conflictos en las relaciones, a nadie le gusta asumir la culpa y por eso recurrimos a echársela a los demás.

El resentimiento crece hasta que la víctima se ciega a todo, menos a cómo su vida ha sido afectada por las acciones de otra persona. Entonces culpar a otros es fácil. Pero Dios nos manda perdonar a quienes nos hieran.
Una persona que ha sido agraviada, siente usualmente que la parte responsable le debe una disculpa o desagravio. Pero al mostrar misericordia a alguien que ha pecado, usted pone un sello de “cancelado totalmente” a su deuda. Ya no se requiere ninguna compensación o retribución.
Aunque es posible que su deudor no haya hecho nada para merecer misericordia, decida dársela de todos modos.
Usted es el único responsable de su presente y de futuro. Todo lo que piensa, siente y hace es una siembra que, a la corta o a la larga, dará su cosecha.
Aceptar el fracaso le da a Usted “poder”, porque al recibir conocimiento de estos benditos sucesos adversos, lo adquiere por añadidura.
Aceptar un fracaso, es de corazones humildes y, de esta manera, habrá triunfado ante su ego herido, que no soporta ser vencido.
La vida le premiará con la capacidad de ser poderosamente más creativo, más ingenioso; y siéndolo, tendrá las herramientas más preciadas para resolver los problemas.
Las cosas que no hemos resuelto, esencialmente son aquellas que primero hemos “censurado”; es decir, nos hemos autoimpuesto gigantes barreras por lo que nos extralimitamos a resolver situaciones en la vida. Todo esto sucede debido al poco o nulo compromiso con nuestra observación interior.
La culpa falsa puede tener su origen en una niñez traumática en la que la persona se culpa por problemas sobre los cuales no tuvo ningún control. Este patrón de culparse a sí mismo puede seguir en la edad adulta. Tal vez enfrentamos críticas por no cumplir con las expectativas de nuestros empleadores o familiares. El abuso verbal puede afectarnos hasta hacernos ver como indignos o inútiles. Terminamos sintiéndonos culpables por no satisfacer las expectativas de alguna persona.
Cuando uno se acostumbra a atribuirle a terceros el fracaso propio, se termina viviendo en una situación bastante negativa: de algún modo, uno cede el dominio sobre la propia existencia a otros, cuya consecuencia es que seamos incapaces de tomar acciones para subsanar desaciertos y tener una mejor calidad de vida. Si somos incapaces de reconocer los errores propios, ¡no contaremos con la posibilidad de enmendarlos!
Buscar la solución dentro de uno mismo es la actitud más sana que podemos adoptar. Si nos abocamos a esto, tendremos la excelente posibilidad de cambiar comportamientos y, por ende, obtener otros resultados. No volverán a provocarse situaciones similares y ya no precisaremos acusar a otras personas por nuestras dificultades o desaciertos.
Algunas veces tomamos decisiones o realizamos acciones que causan un conflicto. Si no asumimos nuestra responsabilidad y acusamos a otros, el conflicto empeorará, ya que ponerse en el rol de víctima implica, por consiguiente, un cambio de roles en los demás, con resultados inciertos. Con una base tan negativa, no hay manera que nos sintamos verdaderamente conformes con el resultado que obtengamos.
Los conflictos en los que se involucra a otra gente suelen comenzar adentro, o sea, son intrapersonales, y luego salen a la luz. La gente a veces hace las cosas a nuestro agrado, y otras, no. Eso no implica que tengamos que culparlos por todo  lo que han provocado. En muchas oportunidades, nuestros amigos, familiares o compañeros de trabajo saben más que nosotros. Tienen talentos distintos
Nosotros y ellos tenemos el derecho a equivocarnos como seres falibles que somos por nuestra condición de humanos. En nuestra vida se sucederán éxitos, fracasos, desperfectos, inseguridades, aciertos. Algunas personas ya tienen instalado el hábito de negar las faltas propias y culpar a todos por lo malo que les sucede.
Aunque a primera vista parece aparente la comodidad de atribuir a situaciones externas o a otras personas la causa de nuestra insatisfacción, a la larga, resulta mucho más cómodo asumir que podemos cometer errores.
Tal vez veamos en otros aptitudes o cualidades que nosotros no tenemos. Todos somos seres únicos y distintos y, nuevamente, aceptar la inteligencia e incluso la mayor capacidad de una persona en cierto ámbito, no implica que nosotros seamos menos (salvo, claro está, que estemos desligando nuestras obligaciones y asignándolas a otros para disimular nuestra baja autoestima e inseguridad).
Asimismo, no aceptemos que otros nos pidan estándares de perfección ni que nos echen la culpa por situaciones por las que no estamos obligados a responder. Esto nos permitirá ejercitarnos en el sano hábito de que cada persona asuma sus propias responsabilidades.


En nuestras vidas experimentamos sensaciones de todo tipo, a través de las situaciones que vivimos, aquellas que nos producen bienestar y nos resultan agradables, las que llamamos positivas; y las que nos incomodan y con las que lo podemos llegar a pasar realmente mal, las que llamamos negativas. La culpa se sitúa en estas últimas, y nadie se libra de haber experimentado esta sensación que puede llegar a resultar destructiva.

El sentimiento de culpa es considerado como una emoción negativa que, si bien a nadie le gusta experimentar, lo cierto es que es necesaria para la correcta adaptación a nuestro entorno. Muchos autores coinciden en definir la culpa como un afecto doloroso que surge de la creencia o sensación de haber traspasado las normas éticas personales o sociales especialmente si se ha perjudicado a alguien.

Amigos y amigas espero que me dejen un comentario o sugerencias.




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