El hombre que mató a Don Quijote


Hacia finales de los años ochenta el anglo-norteamericano Terry Gilliam (1940), se había convertido en uno de los más importantes directores gracias a películas como Brazil (1985) y Las aventuras del barón Munchausen (1988). Fue entonces que decidió emprender un proyecto sumamente ambicioso: una película sobre Don Quijote de La Mancha (1616), la novela de Miguel de Cervantes. Gilliam no pudo realizar entonces esa película, pero retomó el proyecto diez años después, con Johnny Depp en uno de los papeles protagónicos; incluso llegó a filmar algunas escenas en España, aunque por diversos problemas no pudo concluir el proyecto. Tras otros intentos fallidos, por fin hace pocos años culminó El hombre que mató a Don Quijote (2018), una película que acababa de ser incorporada al catálogo de Netflix.

Ambientada en la actualidad, esta es una versión sumamente posmoderna del clásico literario. Toby Grummett (interpretado por Adam Driver) es un exitoso director de cine que se encuentra en España firmando una versión anodina de la novela de Cervantes. Y de casualidad se encuentra con un viejo zapatero que interpretó antes al Quijote (en uno de los primeros proyectos de Andy), quien parece haber enloquecido y cree realmente ser el personaje. Compadecido de su antiguo actor, Andy decide acompañar a este nuevo Quijote –una excelente interpretación del actor británico Jonathan Pryce– en sus andanzas, para protegerlo, convirtiéndose involuntariamente en su “escudero”; en Sancho, como lo llama el anciano. Así estos modernos Sancho y Quijote comienzan a recrear algunas de las numerosas aventuras de sus modelos literarios: la de los molinos de viento, la del caballo Clavileño, la de los odres de vino, etc.

Ficción dentro de la ficción, diversos planos de la realidad, el gusto por lo irónico y lo grotesco; todo en esta película parece "gillamnesco"; aunque muchas de esas cosas ya están en la novela de Cervantes. Y seguramente por eso la perseverancia del director en este proyecto, que le ha tomado casi 30 años. Entre los aciertos de Gilliam está el haber planteado las aventuras del Quijote en el contexto actual, pues la premisa del Quijote original era precisamente esa: un anciano que vive inmerso en un mundo del pasado y que ya no existe. Don Quijote cree ser un caballero andante de la Edad Media aunque él vive en los primeros años del siglo XVII. Gilliam simplemente agrega unos cuantos siglos al anacronismo del protagonista.

Hay que reconocer que la imaginación visual de Gilliam en El hombre que mató a Don Quijote no es tan original ni deslumbrante como en sus mejores películas: Brazil, Pescador de ilusiones (1991) y Doce monos (1995); pero eso se debe en parte al respeto del director hacia el texto cervantino. Tampoco resulta lograda la personalidad de Toby a pesar de los esfuerzos de Driver (uno de los mejores actores de su generación) por hacerlo verosímil. Por ello toda la trama en torno de este personaje (una reflexión sobre la industria cinematográfica y el poder del dinero), que es el eje central de la película, no pasa de ser un mero pretexto para recrear las aventuras del Quijote original.

El hombre que mató a Don Quijote dista mucho de estar entre las mejores películas de Gilliam, pero sí es una de las más vitales y frescas, y seguramente la disfrutarán más quienes compartimos su pasión por la obra de Cervantes.

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